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sábado, 30 de junio de 2012

Palabra para la Misión: Fe para ser Misioneros por la Vida


Domingo 1 de julio de 2012 - XIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo “B"

Vuelve con fuerza el tema de la vida en las tres lecturas de este domingo: la vida como proyecto primigenio y definitivo de Dios (I lectura); la vida que, gracias a la fe, vence la enfermedad y la muerte (Evangelio); y la vida compartida en la caridad (II lectura). En el Antiguo Testamento, el creyente bíblico tenía, en general, un conocimiento y una relación bastante nebulosos sobre la muerte y la vida del más allá. Son una excepción algunos textos cercanos al Nuevo Testamento, como el libro de la Sabiduría (I lectura), que es muy firme en darnos una de las más altas definiciones de Dios, como “Señor, que ama la vida” (11,26). El texto de hoy afirma que “Dios no hizo la muerte… creó al hombre para la inmortalidad” (v. 13.23). Las criaturas del mundo son buenas y sanas, están hechas para subsistir, porque proceden del Dios de la vida. En su proyecto de vida, parece que Dios no tenía intención de eximir a sus criaturas del final natural que alcanza todo ser limitado. Lamentablemente, el plan divino se ha estropeado, aunque sólo parcialmente: “la muerte entró en el mundo por envidia del diablo” (v. 24). En efecto, el pecado, que es la muerte espiritual, a la que el hombre se abandona libremente, ha trastornado también el orden natural y sigue agravando, con el sufrimiento, los pasos inciertos de la existencia humana. No tiene sentido (sería solo un juego estéril de hipótesis teóricas) preguntarse si la muerte natural hubiera existido sin el pecado de Adán. Es mejor asumir nuestra realidad actual, la única que tenemos.

Dios se ha tomado una revancha sobre el sufrimiento y la muerte, por medio de la fe, a la que Jesús invita a los personajes de los dos milagros que el evangelista Marcos narra con lujo de detalles (Evangelio). La mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años (un tiempo largo y completo), arruinada económicamente (entre médicos y tratamientos), considerada legalmente impura (por el contacto con la sangre), ahora está desahuciada. Le queda tan sólo el recurso de la fe, escondida y secreta: tocar el manto de Jesús. Le basta alcanzarlo, tocarlo, y el milagro ya está hecho: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud” (v. 34). Ya está a salvo, curada, en paz: es hija, porque Jesús le ha dado la vida. ¡Milagro de la fe! A tener esa misma fe Jesús invita a Jairo, el padre de la niña de doce años que acaba de morir: “No temas, basta que tengas fe” (v. 36). A Jesús le basta coger a la niña de la mano y decirle: “levántate”. Y ella se pone en pie, echa a andar y vuelve a comer (v. 41-42).

San Pablo invita a los cristianos de Corinto (II lectura) a descubrir en la fe el valor evangélico del compartir los bienes en favor de quienes están necesitados. En el caso específico, la colecta paulina es a favor de los pobres en la comunidad de Jerusalén, pero las tres motivaciones teológicas que el apóstol explica valen en cualquier época y situación. Ante todo, el ejemplo de Cristo, que ha optado por hacerse pobre por nosotros (v. 9), es una invitación a asumir sus sentimientos de compartir y gratuidad. Luego, Pablo pone en evidencia el valor de la igualdad (v. 13-14) en cuanto exigencia de la verdadera fraternidad que se inspira en el Evangelio. Finalmente, aludiendo a la experiencia de los israelitas con el maná en el desierto, Pablo advierte a los cristianos sobre la tentación de acumular los bienes para sí olvidando a los demás (v. 15). Se trata de indicaciones preciosas aptas para motivar y sustentar las necesarias iniciativas de cooperación misionera, así como los grandes proyectos y las campañas de desarrollo y de promoción humana en favor de quienes padecen hambre y viven en la indigencia. En la cercanía de las cumbres anuales de los poderosos de la tierra, asociados en el G8, G20, UE, ONU... es oportuno recordar el permanente mensaje de la Iglesia y del Papa, que reclaman soluciones eficaces, rápidas y generosas en beneficio de los últimos del planeta. (*)

En las tres lecturas de hoy, la fe aparece como la respuesta capaz de ofrecer una solución global a realidades vitales como la salud, la vida, la fraternidad… La fe, en efecto, es capaz de brindar consuelo en el sufrimiento y esperanza incluso ante la muerte. Es capaz de crear y sostener una fraternidad nueva, compartida en la caridad. ¡Una vida de hermanos, iguales y solidarios, es posible! ¿Es la utopía del Evangelio? Bienvenida sea, aunque exigente. Queda siempre como un ideal delante de nosotros. Es éste -y no puede ser otro- el programa para los que están llamados y optan por ser misioneros por la Vida. Como Jesús, como Pablo…

Palabra del Papa

“Invoco sobre los responsables de la cosa pública y del destino del planeta, el espíritu de sabiduría y de humana solidaridad, a fin de que la crisis actual se transforme en una oportunidad, capaz de asegurar una mayor atención a la dignidad de cada persona humana y de promover una equitativa distribución del poder decisional y de los recursos, con una atención particular al número, lamentablemente siempre en aumento, de los pobres… Deseo recordar especialmente los centenares de millones de personas que sufren el hambre. Es una realidad absolutamente inaceptable, que no se logra moderar no obstante los esfuerzos en las últimas décadas. Ruego que se tomen medidas compartidas por parte de toda la comunidad internacional y se tomen las decisiones estratégicas, a menudo difíciles, necesarias para garantizar a todos, en el presente y en el futuro, los alimentos básicos y una vida digna”.
Benedicto XVI
Angelus en la fiesta del Corpus Domini, 14 de junio de 2009


Página por cortesía del P. Romeo Ballán, Misioneros Combonianos, Verona
Sitio Web: http://www.euntes.net

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Palabra de Misión: Larga vida a las mujeres / Decimotercero Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Mc. 5, 21-43 / 01.07.12



21

Jesús vuelve del lado pagano del Mar de Galilea. Ha estado con el endemoniado geraseno y ahora regresa al lado palestino-judío. Ambas orillas están conectadas por el accionar de Jesús. Veremos que esta conexión es significativa en el capítulo 5 del libro, porque se abarca la liberación de los demonios paganos y del problema religioso judío. Tanto la curación del endemoniado como los dos milagros que sucederán a continuación pueden verse en un conjunto crítico hacia los grandes sistemas opresivos del tiempo de Jesús. El endemoniado geraseno ha sido liberado de un demonio militar-político (legión, ejército romano), mientras que las dos mujeres que protagonizan a continuación serán liberadas de la estructura religiosa que las margina.
La multitud que rodea a Jesús puede tener doble interpretación: como recurso literario del autor para luego remarcar el diálogo que sucede en la curación de la hemorroísa, o simplemente como una expresión más de la fama de Jesús que, hasta este punto, es indiscutible en la región de Galilea.

22

De entre la multitud aparece Jairo. Viene directo a Jesús. Eso no llama la atención, pero sí su condición de jefe de la sinagoga. En griego, la expresión que denomina su función es arkesynagogos, que podría traducirse como archisinagogo o arzo-sinagogo. Es un puesto de honor dentro de la estructura jerárquica sinagogal. Su función principal es guiar el orden de la celebración del culto, además de invitar a las personas a leer las Escrituras o a explicarlas. El cargo, se supone, se transmitía de padres a hijos, como un título de nobleza.

Pues bien, este hombre representante de un aspecto importantísimo del judaísmo, se hace presente ante Jesús y, no bastando eso, se arroja a sus pies. La escena es impactante. Todavía no sabemos por qué lo hace, pero entendemos que tiene que ser algo grande. Jesús ya ha expresado anteriormente su desilusión y sus críticas respecto a la sinagoga. Resulta extraño que un principal de la misma se postre ante Él.

El nombre de Jairo tiene tradición veterotestamentaria (cf. Nm. 32, 41; Dt. 3, 14; Jc. 10, 2) y significa Dios ilumina o Dios despierta. Es difícil encontrar un simbolismo del nombre que cuadre con la escena o que aporte algún elemento hermenéutico. La conservación del nombre puede responder a una transmisión continuada de un relato nacido en Palestina, lo que ubicaría el núcleo de este milagro entre los primeros textos de circulación cristiana. Seguramente, Marcos añadió y quitó elementos en su redacción, pero podemos estar ante un milagro contado y transmitido desde la primera hora.

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Aquí aparece el motivo de fondo que moviliza a Jairo. Su hija está muriendo, está agónica. El archisinagogo acude a Jesús, quizás el crítico más famoso de la época contra la sinagoga, evidentemente porque la sinagoga no puede salvar a su hija. La desesperación de padre lo hace entrar en razones. Aparentemente, la sinagoga no está transmitiendo vida; al contrario, se está llevando la vida de su hija.

Pero está aquel profeta itinerante famoso que irradia una fuerza de vida descomunal. Él parece ser el único con posibilidades reales de devolverle el aliento a la niña. Ante el peligro de la muerte, Jairo deja de lado su estructura jerárquica y se pone a los pies de Jesús reconociendo su fuerza de vida. Le implora que le imponga las manos. El gesto es un gesto conocido de curación (cf. Mc. 6, 5; Mc. 7, 32; Mc. 8, 23).

Tenemos que detenernos en la manera cómo Jairo se refiere a su hija: thugatrion en griego. Es un diminutivo que traducimos como hijita. En otro contexto pasaría desapercibido como expresión familiar. Pero aquí, y lo develaremos más adelante, connota una minoría de edad de la niña que, más que biológica, es psicológica. Para los varones padres judíos, las hijas son su propiedad. Ellos deciden qué deben hacer y con quién deben casarse. Las hijas no son mujeres con plena libertad, sino extensiones de las decisiones de sus padres varones. Por eso no puede Jairo llamarla hija, sino que debe decirle hijita. Quizás, esta misma situación de opresión es la que está extinguiendo la vida de la niña. Ella no puede plenificarse, no puede tomar el control de su existencia, no puede proyectarse. Ella no puede vivir porque el padre es quien decide su vida.

24

Jesús acepta, implícitamente, el pedido de Jairo. Y salen para su casa. Este versículo, con la mención de la multitud, sirve de bisagra y conector para el milagro que involucra a la hemorroísa. Puede que previamente a Marcos ambos milagros ya circularan juntos con esta estructura, pero puede ser también que Marcos haya sido el artífice que los unió. En ese caso, este versículo sería propio de la redacción del autor, empeñado en crear una continuidad.

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Entre la multitud, una mujer particular tomará el foco de atención. Es una mujer que padece de flujo de sangre, según la traducción más literal. Esto quiere decir que presenta sangrado menstrual fuera de los tiempos naturales y fisiológicos en los que debería presentarse la hemorragia normal de las mujeres fértiles. En términos médicos actuales podríamos hablar de hipermenorrea, metrorragia o polimenorrea. También en el contexto médico actual, estaríamos ante la necesidad de efectuar estudios diagnósticos. Pero en el contexto bíblico, la situación de la mujer se rige según el libro del Levítico.

Lv. 15, 19-33 reglamenta las leyes de pureza concernientes al flujo de sangre de las mujeres. Resumiendo, mientras dure su período menstrual, la mujer es impura, y convertirá en impuro todo aquello que ella toque, sea un objeto, sea un ser humano. La situación se agrava cuando existe sangrado fuera del período menstrual (como sucede con la mujer del Evangelio), pues la impureza se prolonga mientras exista el sangrado, y de la misma manera, todo lo que ella toque quedará impuro. O sea que, según esta legislación, la mujer del Evangelio debe vivir excluida, sin entrar en contacto con otros, sin poder participar del culto y utilizando objetos que sólo ella puede utilizar y nadie más. Es una mujer aislada, en soledad, marginada por la ley religiosa.

La gravedad está en los doce años que lleva en esta situación. Son doce años sin contacto humano real e íntimo, sin participación social, sin religión. Y en el mundo de Palestina de hace dos mil años, estar sin religión es estar sin cultura, sin nada, porque la religión lo es y lo abarca todo. Esta mujer entre la multitud está desesperada (como Jairo) y está violentando la ley del Levítico (como Jairo violenta la estructura sinagogal), apretujada entre la multitud, tocando a los demás que la rodean, contagiándoles su impureza. Pero resulta que este contagio es también simbólico-real. Los doce años de padecimiento remiten al número doce, número de los elegidos de Dios, como las doce tribus de Israel y los Doce de Jesús, testigos del nuevo Israel del Reino. La mujer que padece es el Israel que padece las leyes de pureza/impureza. Son leyes de muerte, de exclusión, de marginación, de separación. No son leyes de vida, sino agobiantes cargas que segregan y enferman. Esta mujer es una entre todo el Israel enfermo, y sobre todo entre el Israel que se cree puro con esas leyes, pero es impuro por naturaleza, por contrariar lo natural de la Creación. La hija de Jairo está agonizando por la sinagoga y esta mujer sufre por el Levítico; signos evidentes de que algo anda mal en este judaísmo.

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La mención a los múltiples médicos consultados resaltará la acción milagrosa de Jesús. En realidad, sólo las personas de buen pasar económico podían visitar a los médicos, en un servicio que no era barato. Si la mujer consultó a varios, entonces era relativamente rica. Marcos remarca que se quedó sin bienes buscando una solución. Su riqueza no le ha valido para comprar la inclusión. Ha sido más fuerte su condición de mujer para excluirla que el dinero.

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La fama de Jesús se ha expandido. La gente sabe que realiza milagros, curaciones y exorcismos. Y, en gran medida, esa es la razón principal por la que acuden a Él. En medio de la multitud, la mujer se le acerca por detrás, como en secreto, probablemente por la vergüenza que le genera su condición de hemorroísa. No quiere ser descubierta ni darse a conocer ni tener que dar explicaciones de su impureza. Así, en sigilo, toca el manto de Jesús. El manto, simbólicamente, representa a la persona misma. Tocar el manto es tocar a la persona; dejar el manto es dejarse a uno mismo; extender el manto en el piso para que otro pase es demostrar el sometimiento a ese que pasa. La mujer impura, entonces, ha tocado a Jesús, y según la leyes del Levítico, lo ha contagiado, lo ha vuelto impuro para el sistema religioso.

28

Este es un versículo explicativo de la acción de la mujer, donde Marcos narra el pensamiento de ella. La mujer cree que con sólo tocar el manto (sólo tocar a Jesús) la curación se hará efectiva. Esto es cierto y, de cierta manera, revela un tipo de fe que luego Jesús perfeccionará, obligándola a darse a conocer.

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La mujer puede percibir, inmediatamente, que su hemorragia se ha acabado, que su fuente de sangre (según la traducción más literal) se ha secado (expresión inspirada en Lev. 12, 7). La percepción de la mujer se da a un nivel corporal. No necesita visitar a un médico ni a un sacerdote para que corrobore la curación. Ella lo sabe, lo siente en su corporeidad. La mujer, conectada con su cuerpo, puede apreciar que el mal en su interior ha desaparecido. Se inaugura una nueva relación con su cuerpo que deja de ser impuro para la religión. Esa nueva relación con su cuerpo es un conjunto de nuevas tramas sociales: puede reincorporarse a la vida cotidiana común, puede volver al culto, puede volver a tocar las cosas y tocar a los seres humanos.

Literalmente, se siente curada de su mastix, que puede traducirse como azote o plaga. Eso era para ella la hemorragia. El término está muy relacionado con aquellos castigos que vienen de Dios: el azote de Dios, las plagas de Dios. Ese es el problema de la opresión religiosa. La mujer creía que Dios la estaba azotando, la estaba castigando. Y Jesús, enviado de Dios, quita ese sufrimiento. Entonces, o Dios se contradice, o Dios no envía azotes a las personas.

30

El problema exegético de este versículo es la interpretación de la fuerza que sale de Jesús. A primera vista, esta expresión equipara el milagro y el accionar taumatúrgico de Jesús con el de cualquier milagrero itinerante de los relatos paganos: personas dotadas con una fuerza mágica particular que, con esa misma magia, obran maravillas, incluyendo curaciones.

En realidad, el término griego que está detrás de lo que traducimos por fuerza es dynamis. La dynamis es el poder o la capacidad potencial. Puede entenderse como una fuerza, pero de ninguna manera es en el contexto del Evangelio una fuerza física que irradia Jesús como una fuente energética en movimiento. En el Evangelio, la fuerza es un movimiento espiritual, una dinámica del Espíritu de Dios. Jesús tiene el Espíritu divino, y ese Espíritu actúa con un impulso de constante dinamismo: guía a Jesús, lo lleva a un lugar y a otro, lo conecta en oración con su Padre, le da la capacidad de obrar milagros. La dynamis de Jesús es su capacidad espiritual; esa es su fuerza.

La capacidad, la potencia espiritual de Jesús, le permite curar a la mujer hemorroísa, aún sin un contacto directo. Jesús no es una fuente de energía física, sino de flujo espiritual. Irradia vida mediante el Espíritu divino. La mujer se hizo receptora de esa vida irradiada y dejó que la dinámica del Espíritu de Dios la transformara (la sanara). Jesús sabe que ha irradiado vida de manera particular; no le han robado un milagro, como muchas veces se interpreta; sino que alguien se predispuso a receptar la dinámica del Espíritu. Por eso reconoce que el Espíritu obró algo. Varios de la multitud que acompañaba han tocado el manto, pero una mujer lo ha hecho desde la fe, con la intención precisa de beneficiarse de la vida espiritual. A ese hecho se refiere Jesús cuando pregunta quién le tocó el manto. ¿Quién se ha hecho depositario de la vida del Espíritu?

31

Los discípulos no han entendido el sentido de la pregunta de Jesús. Ellos piensan desde el alboroto de la multitud. Jesús piensa desde la individualidad de la mujer que ha dado un paso de fe.

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Jesús sigue mirando para identificar a la mujer. La cuestión exegética, aquí, es congeniar esta desorientación que tiene el taumaturgo respecto a su capacidad de conocer los hechos y los pensamientos de los seres humanos, como ya la ha dejado en claro el autor en otros episodios. Si esa omnisciencia es propia del Hijo de Dios, ¿por qué no puede saber quién lo ha tocado? ¿por qué necesita que le identifiquen a la mujer?

La solución que algunos comentaristas han utilizado es la de suponer que Jesús sabe quién lo tocó, pero desea que la mujer salga a la luz social, se identifique públicamente, y puede superar, mediante la fe en su sanación, la barrera de marginación. Si ella se anima a confesar públicamente que era impura para la ley judía, entonces había completado en plenitud su curación, porque ya habría dejado de sentirse marginal ella misma.

Probablemente, en el fondo de la situación esté el sentido de que la mujer se revele sin miedos a la multitud. El tema de la omnisciencia de Jesús puede interpretarse como un atributo divino, pero también como una lectura que hace el hombre Jesús de lo que sucede. Él puede saber lo que sucede o lo que piensan ciertos grupos del estrato social, porque lee la realidad con calidad. En este caso concreto, parece más un artificio narrativo para llegar al descubrimiento de la mujer que un olvido del autor sobre la condición divina de Jesús.

33

El temor y el temblor de la mujer sostienen lo que venimos comentando. Es ella misma la que se cree marginal. Ha interiorizado el sistema de marginación y se ha declarado (se ha creído) fuera de la religión, fuera de Dios (castigada por Dios). Ese es el proceso nuclear que Jesús quiere revertir. De nada sirve secar su fuente de sangre si ella sigue sosteniendo la visión de un Yahvé vengativo y cruel que excomulga con enfermedades. La mujer estará salvada/curada cuando reconozca que ella no es marginal por naturaleza; los seres humanos y su religión humana la han puesto a un costado.

Arrojada a los pies de Jesús (como Jairo se arrojó al principio de esta doble perícopa), la mujer confiesa. Ella ha tocado el manto, ella quiere salir de su marginación, ella quiere volver a la vida y recuperar los lazos sociales. Ella quiere volver a creer en un Dios de amor. La mujer le dice a Jesús la verdad, su verdad, una verdad que es dolorosa. Este concepto es importantísimo. La verdad la tiene la hemorroísa, y no la proclama Jesús, como suele suceder en los relatos de estructura evangélica. La verdad la dice una sufriente, porque la verdad de la historia está en los que sufren. Ellos son capaces de transmitir la verdad, y transmitir la verdad de Dios. En su relato del miedo, de marginación y del deseo de tocar el manto para curarse, la mujer revela un núcleo de verdad universal: Dios quiere calmar el sufrimiento, Dios quiere sanar al herido, Dios quiere incluir al excluido. Esa es la verdad del sufriente.

34

La reivindicación de la mujer comienza con la primera palabra de la frase de Jesús: hija. Ella es hija de Israel, hija de Dios. Aunque su impureza menstrual quisiese demostrar lo contrario. Ella es hija a pesar de las reglas de la religión que la declaraba bastarda, castigada por Dios. La mujer debe pasar del Dios castigador al Dios Padre que la llama hija, legítima, reconocida, querida, cuidada. El mensaje que contiene Marcos en esta sencilla expresión es fundamental para su comunidad cristiana: los hijos de Dios exceden la religión. No se trata de que unos son hijos y otros no lo son por cuestiones religiosas, por maneras de celebrar la fe o por el apego a tales o cuales reglamentaciones de santidad/impureza. La condición de hijos de Dios es connatural al ser humano, y supera lo que puede llamarse judaísmo o cristianismo. Este es el puntapié para que la evangelización comience un nuevo paradigma: los misioneros no buscan convertir a no-hijos en hijos, sino que busca que los que ya son hijos (todos) se den cuenta de que lo son.

La expresión tu fe te ha salvado, complicada de entender en otros contextos, aquí parece más lógica. La mujer ha tenido la fe suficiente para creer que el contacto con Jesús la liberaría. Esa fe la ha salvado, pues le ha devuelto su inclusión social. En Jesús, la excluida puede volver a la vida. Su fe le ha mejorado su calidad de existencia. Es una fe con implicancias reales en su cotidianeidad, no una fe de rezo en la sinagoga y nada más. Para esta mujer, la fe es algo profundo, algo que cambia y que transforma. Por eso puede irse en paz después del encuentro con Jesús. Es la paz de saberse hijo de Dios, saberse amado, saberse un ser trascendental. Puede irse sin miedo y sin temblor, liberada, con nueva vida. No es la falsa paz del que nada le importa, del que le da lo mismo esto o aquello. Es la paz del amor degustado, de las cadenas de esclavitud rotas.

Ella ya está curada, pues la mujer ha sentido en su cuerpo que la fuente de sangre se secó, pero Jesús le repite que vaya, que se ha curado su enfermedad. Puede que la expresión se le haya quedado sin querer a Marcos en la redacción, o que la haya dejado para remarcar el esquema clásico de los relatos de curación, donde Jesús suele terminar con expresiones similares. Es una redundancia sobre lo que ya sabemos: la mujer se ha curado; y lo hizo antes de la palabra de Jesús. En este caso, no es la palabra lo que sana, sino el gesto del manto tocado con fe.



35

Este es el versículo que recupera el relato sobre la hija de Jairo. En medio, en la demora que causó la hemorroísa, la niña murió. Pasó de estar agonizando en el versículo 22 a estar muerta en el versículo 35. Jesús ha sido lento y ya no puede hacer más nada, según la opinión de los que vienen de la casa de Jairo. Ese debe ser el límite de Jesús: la muerte. Por eso le sugieren a Jairo que ya no moleste al Maestro. ¿Para qué molestarlo si no puede hacer nada contra la muerte? Ese es el drama de la situación. Este será un milagro que mostrará el poder de Jesús sobre la muerte.

¿Y sobre qué tipo de muerte, específicamente? Aquí juega un papel importante el simbolismo que encierra la hija del archi-sinagogo muerta. La sinagoga no ha podido salvarla, ha muerto en su seno. Es la hija de un santo, de un hombre religioso, pero la religión no la ha protegido. La institución se erige, así, como un instrumento que ahoga la vida. La niña, dispuesta a ingresar a la adultez femenina judía, parece rechazar esa obligación. Una institución religiosa que debería ser transmisora de vida, asume el rol contrario. En su anquilosamiento, en su rigidez, en su palabrería, en sus sombras, la sinagoga es una asesina de los jóvenes. El simbolismo es muy fuerte. Jairo, representante de esta sinagoga, llega a darse cuenta que su religión no sólo no puede hacer nada por su hija, sino que es la culpable de su muerte, y acude a un maestro itinerante mal visto por los ojos de varios.

36

Jesús no presta mucha atención a la desesperanza que caracteriza a la sinagoga. Para ellos, la muerte es el límite. Ya no se puede hacer más nada. El Maestro, en cambio, propone a Jairo creer sin miedo. ¿Creer en qué? Jesús no lo hace explícito. Puede ser creer en Él como enviado de la vida, como transmisor de la vida de Dios; puede ser creer en la vida misma como fuerza que se abre paso y trasciende; puede ser creer directamente en Yahvé, Dios oculto por la religión sinagogal, pero igualmente presente; puede ser creer en la esperanza, en el futuro; puede ser creer en el Reino de Dios como manifestación concreta que mejora la calidad de vida de las personas. Jesús no explicita el objeto de la fe, pero parece quedar en claro, por el contexto, que la conexión es entre fe y vida.

Por eso invita a no tener miedo. La hemorroísa tenía miedo de lo que había hecho, Jairo tiene miedo de que su situación no halle remedio. Son miedos contrarios a la fe. Jesús no desarrolla un tratado teológico sobre la fe, pero sin dudas la opone al temor y, en base a esa oposición, hace de la fe una fuerza poderosa, dinámica, transformadora. En el miedo se paralizan las personas, pero en la fe se ponen en movimiento y se proyectan. No puede haber vida sin fe, así como no puede haber vida plena donde hay miedo.

Este par de opuestos cobra significado en la comunidad de Marcos en cuanto el miedo a morir (por la cruz, por las persecuciones, por los enfrentamientos judíos-romanos) siempre está acechando para llevarse por delante la fe en el Evangelio. Los cristianos sumergidos en tiempos de tribulación, más que cualquier otro, están instados a proyectarse por la fe, a sostenerse por la fe, a afrontar la cruz con la fe. El cristianismo no puede ser como la religión sinagogal, emplazada sobre el miedo a trasgredir tal o cual norma, porque entonces reproduciría un esquema de opresión propio de las religiones que matan o de los imperios que matan. Los cristianos no deben vivir desde el miedo de la hemorroísa ni desde la desesperanza de Jairo.

37

La selección de estos tres discípulos en el Evangelio según Marcos es particular. Los tres acompañan a Jesús, en privado, en escenas características: en la oración agónica de Getsemaní (cf. Mc. 14, 33); aquí con la hija muerta de Jairo; en la transfiguración (cf. Mc. 9, 2); y en el discurso escatológico (con Andrés como agregado, cf. Mc. 13, 3). A primera impresión, la selección parece ser una predilección de Jesús por estos amigos en particular. Los deja estar con Él en situaciones de revelación que tienen que ver con la muerte/vida. Getsemaní es Jesús muriendo, agonizando, al borde de la desesperación, aparentemente abandonado por Dios; la hija de Jairo está muerta y Jesús dice que puede levantarla; la transfiguración revela lo esplendoroso del Hijo de Hombre que camina a la crucifixión; y el discurso escatológico del capítulo 13 narra las penurias, tribulaciones y muerte que le esperan al mundo y a la historia para parir una nueva era.

Pero esta aparente predilección, también puede entenderse de manera contraria. Quizás, Jesús lleva a estos tres discípulos a estas situaciones porque son los peores aprendices, los que más dificultades tienen para comprender que la vida de Dios es más fuerte y distinta que la muerte. Estas serían enseñanzas intensivas que el resto de los discípulos no necesitan. Baste mencionar que Pedro tendrá tendencia a entender el mesianismo en clave triunfalista (cf. Mc. 8, 31-33), y que Santiago y Juan lo entenderán en tono militar-imperial (cf. Mc. 10, 35-37). Los tres parecen estar lejos del Reino de Dios que predica Jesús. Mientras que para ellos tiene que ver con derrotar a Roma y tomar el trono de Israel; para Jesús tiene que ver con la vida plena comunicada a los marginados.

Quizás, la base del recuerdo tomado por Marcos sea una predilección del Jesús histórico por Pedro, Santiago y Juan, pero el autor la ha reformulado. A través de sus experiencias en intimidad con el Maestro se revela la profanidad del binomio muerte/vida. Y si bien ellos no lo entienden por completo, el lector/oyente puede hacer el recorrido junto a ellos para descubrir que el Reino de Dios tiene una potencia de vida distinta a la que dimensionamos desde lo militar, desde lo triunfalista y desde lo imperial-político.

38

El alboroto, los llantos y los gritos son elementos característicos de un velatorio y un entierro judíos. En muchas familias que sufrían la pérdida de un integrante, se contrataban lloronas para que acompañaran todo el proceso. Y hasta había lloronas que lo hacían sin cobrar, como parte de una obligación de tipo moral. No se puede enterrar a un muerto sin llorarlo.

39

La referencia de Jesús a que la niña duerme es complicada. Metafóricamente, morir es dormir, y no resulta extraño que sea una manera sutil de decirlo. Pero también es una expresión del control que tiene Jesús sobre la situación (y sobre la muerte). Se trata de un sueño, no del final de la historia. Cuando soñamos, cuando dormimos, podemos despertar, y la vida puede continuar. La muerte no es lo definitivo, sino que se trata de una situación que puede tener continuación. Así lo entiende Jesús. Es como dormirse, pero no para siempre, sino para despertar. Recordemos que despertar de los muertos es una expresión típica del cristianismo primitivo para designar la resurrección.

40

La gente se burla de Jesús. La muerte es la muerte; allí termina todo. Es la visión de los que no tienen fe, los que están acostumbrados a sobrevivir entre estructuras de opresión. La muerte ni siquiera es considerada una salvación, una escapatoria, sino como un final inexorable donde se agota la existencia.

Jesús va a revertir la muerte, pero no lo hará solo. A manera de ritual, ingresa a la habitación donde está el cadáver acompañado de los padres de la niña y de los tres discípulos. Han formado una comunidad en torno a la muerta. Es un germen de Iglesia. Lo que sucederá será un hecho comunitario, un hecho familiar.

Dentro de una casa expresará, nuevamente Marcos, su modelo eclesiológico. La Iglesia debe ser una familia transmisora de vida, una familia donde las mujeres recuperen su existencia plenificada, donde los jóvenes no elijan morir para no soportar el peso de la religión; al contrario, la religión debería ser el estímulo para que los jóvenes asuman su rol con gozo. La situación es muy distinta a la sinagoga. Jairo está acostumbrado a dirigir el culto y ser el centro de atención, pero aquí el centro está en la que sufre, y Jairo es un participante más, un miembro más de la comunidad de vida. A su lado está su esposa, que en la sinagoga no es nadie. Y hay tres desconocidos que, a partir de aquí, son sus hermanos, porque compartirán una experiencia vital.

41

Las acciones de Jesús recuerdan mucho lo que sucedió con la suegra de Simón (cf. Mc. 1, 31): tomó de la mano a la postrada y la levantó. El simbolismo cristiano es patente: la imagen es de resurrección (en ambos casos). El verbo egeire (levantar en griego) se utiliza para describir el levantamiento de entre los muertos de Jesús (cf. Mc. 16, 6). De la misma manera, la niña durmiente debe levantarse a la vida.

Marcos ha conservado una expresión en arameo para poner en labios de Jesús. Esto puede ser indicativo de lo primigenio del relato, capaz de remontarse a Palestina y a los primeros años del cristianismo. La utilización de una lengua que no todos entienden (en este caso, que no entienden los lectores/oyentes de Marcos) le da a la escena un sentido ritual particular. Si bien luego se traduce, el momento de la pronunciación parece mágico, solemne. Talitha significa, en arameo, muchacha; y cumi significa levantarse. Marcos, al explicar en griego el significado, utiliza la palabra korasion para referirse a la muchacha. Korasion es un diminutivo de kore (niña) que sólo se utiliza en ambientes familiares. Y así parece ser esta escena de símbolo pascual: un ambiente familiar-eclesial que comunica vida.

Un dato importante es que la muchacha muerta está impura, porque es un cadáver, y los cadáveres transmiten impureza. Jesús, al tocarla tomándola de la mano, se vuelve impuro, según Nm. 19, 11: “El que toque un muerto, cualquier cadáver humano, será impuro siete días”. Esto es llamativo porque estamos ante la presencia del archi-sinagogo. La sinagoga condenaría esta situación de tanta impureza, pero Jairo parece haber entendido que lo primordial es la vida, antes que cualquier legislación religiosa. Importa infinitamente más que su hija recupere la vida antes que condenar a Jesús por impuro.

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El dato clave son los doce años de la niña. En Palestina, según la edad de la mujer, se la consideraba menor (hasta los doce años), joven (desde los doce hasta los doce años y medio), y mayor (más de doce años y medio). Hasta los doce años y medio la mujer pertenece al padre; él decide cómo dispone de ella y con quién la casa, inclusive a quién decide venderla, si fuese el caso. Lo clásico era arreglar el matrimonio entre los doce y los doce años y medio.

Pues bien, esta muchacha del Evangelio acaba de entrar en la edad donde debe ser arreglado su matrimonio. Es, quizás, la edad en que más se nota su existencia como objeto. Otro decidirá con quién comparte el resto de su vida. Otro la venderá elegantemente a un varón que dispondrá de ella. Dejará de ser propiedad del padre para ser propiedad de su esposo. Entender esto es básico para entender la muerte de la joven. Ha muerto porque el peso de la sinagoga y de su ser mujer en este judaísmo la ha matado. Es un objeto, un bien de cambio. No tiene valor por sí misma. ¿Para qué vivir así? La opción más clara en el horizonte es morir. Estos doce años la conectan con los doce años de sufrimiento de la hemorroísa. Son mujeres, marginadas, oprimidas por las leyes religiosas, impuras a su manera (por el sangrado y por ser cadáver).

Las acciones de Jesús, para ambas, significan un salto de calidad enorme en la época en la que estamos hablando. Hay una reivindicación de la mujer en estos relatos que supera cualquier expectativa. Y una reivindicación que deja al descubierto la función destructiva de la religión, colaboradora de la opresión de las mujeres. En el cristianismo no puede repetirse ese esquema. Es un esquema de muerte, una estructura de ahogamiento que produce muerte. Jesús quiere que las mujeres vivan, y que vivan plenamente, en el seno de la Iglesia, liberadas, con poder para decidir sobre ellas mismas.

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Reaparece el tema del secreto mesiánico de Marcos. Nadie se debe enterar de lo que sucedió en el seno de la casa de Jairo. La niña ya está bien, está viva. Estaba durmiendo. Así deben quedar los comentarios. Nada nos dice el narrador de lo que sucede cuando salen de la habitación y se encuentran con los asistentes al velorio y las lloronas. ¿Qué explicación les dan? Estaban velando a la niña y ésta sale caminando de allí. Los hechos hablan por sí mismos.

Jesús manda que alimenten a la niña. Dos explicaciones surgen sobre esta orden. La primera es de tipo psicológico, interpretando la depresión de la joven de doce años que se descubre objeto de los varones y del sistema. Había dejado de comer (¿anorexia nerviosa?) y se había dejado morir. Jesús manda que la alimenten porque ya no hay motivo de depresión; esta familia debe inaugurar nuevos modelos de relación, ya no desde la supervisión y dirección del padre varón archi-sinagogos, sino desde la comunión de iguales. La otra interpretación tiene que ver con el clásico tópico del cristianismo que relaciona las comidas con la resurrección. La niña vuelta a la vida comparte la comida con su familia, en señal de banquete festivo, como lo hace la Iglesia que come Eucaristía celebrando la vida que vence a la muerte.

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Evangelio Misionero del Día: 01 de Julio de 2012 - XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


La tierra, mi niña enferma, duerme. Talita kumi, ¡despierta!

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 21-43

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de Él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con Él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, Yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y Él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.

A diferencia de Jairo, identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.

Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.

No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que puede y sabe. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.

La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.

Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.

¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo "en paz y con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo alguno y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?

Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras comunidades cristianas.

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Difunde la actitud de Jesús ante la mujer. Pásalo.

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XIII Domingo del T.O. (Mc 5,21-43) - ciclo B: ¿CÓMO ES NUESTRA FE?



El ser humano se siente mal ante el misterio de la muerte. Nos da miedo lo desconocido. Nos aterra despedirnos para siempre de nuestros seres queridos para adentramos, en la soledad más absoluta, en un mundo inexplorado en el que no sabemos exactamente qué es lo que nos espera.

Por otra parte, incluso en estos tiempos de indiferencia e incredulidad, la muerte sigue envuelta en una atmósfera religiosa. Ante el final se despierta en no pocos el recuerdo de Dios o las imágenes que cada uno nos hacemos de él. De alguna manera, la muerte desvela nuestra secreta relación con el Creador, bien sea de abandono confiado, de inquietud ante el posible encuentro con su misterio o de rechazo abierto a toda trascendencia.

Es curioso observar que son bastantes los que asocian la muerte con Dios, como si ésta fuera algo ideado por él para asustarnos o para hacernos caer un día en sus manos. Dios sería un personaje siniestro que nos deja en libertad durante unos años, pero que nos espera al final en la oscuridad de esa muerte tan temida.

Sin embargo, la tradición bíblica insiste una y otra vez en que Dios no quiere la muerte. El ser humano, fruto del amor infinito de Dios, no ha sido pensado ni creado para terminar en la nada. La muerte no puede ser el objetivo o la intención última del proyecto de Dios sobre el hombre.

Desde las culturas más primitivas hasta las filosofías más elaboradas sobre la inmortalidad del alma, la humanidad se ha rebelado siempre contra la muerte. El hombre sabe que morir es algo natural dentro del proceso biológico del viviente, pero, al mismo tiempo, intuye más o menos oscuramente que esa muerte no puede ser su último destino.

La esperanza en una vida eterna se fue gestando lentamente en la tradición bíblica no por razones filosóficas o consideraciones sobre la inmortalidad del alma, sino por la confianza total en la fidelidad de Dios. Si esperamos la vida eterna es sólo porque Dios es fiel a sí mismo y fiel a su proyecto. Como dijo Jesús en una frase inolvidable: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos» (Lucas 20, 38).

Dios quiere la vida del ser humano. Su proyecto va más allá de la muerte biológica. La fe del cristiano, iluminada por la resurrección de Cristo, está bien expresada por el salmista: «No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu amigo conocer la corrupción» (Salmo 16, 10). La actuación de Jesús agarrando con su mano a la joven muerta para rescatarla de la muerte es encarnación y signo visible de la acción de Dios, dispuesto a salvar de la muerte a todo ser humano.

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XIII Domingo del T.O. (Mc 5,21-43) - ciclo B: ¿CÓMO ES NUESTRA FE?



Creencia y confianza son dos pilares que, desgraciadamente, han dinamitado la sociedad del consumo y del bienestar a la que nos encontramos agarrados. ¿En qué tenemos confianza? ¿En quién y en qué creemos? Inseguridad en nuestros dirigentes y en muchas instituciones o la ausencia de confianza, de fe en alguien o en algo, aumenta nuestra vulnerabilidad. Nos hace más débiles.

1.-En el evangelio de este domingo, Jesús, se encuentra ante dos situaciones distintas pero con un mismo común denominador: existía fe allá donde se requería su presencia. Tanto el jefe de la sinagoga como la mujer que se iba en sangre confiaban plenamente su persona. Él, y con creces, premió esa fe con la salud.

La ciencia ayuda pero, bien lo sabemos, no lo es todo: llega hasta donde llega. ¿Quién puede sino Cristo arrancarnos de la muerte? ¿Quién puede sino Cristo ir más allá de esa frontera donde la técnica más moderna es incapaz de alcanzar? La técnica prolonga la vida (o la acorta). Cristo la mima, la recupera, la eterniza. La técnica necesita y mira al cuerpo. Cristo va más al fondo: a la persona, a la fe, al alma.

Ante una realidad donde parece sólo creíble lo que se demuestra o se ve, la fe, juega un papel fundamental: quien cree se salva. Quien cree vive la dimensión del dolor desde otra perspectiva. Quien pone en Jesús sus debilidades o sus hemorragias (internas o externas) está llamado a recuperarse, a sanarse.

-Flujos de desesperanza. Más allá de las promesas de nuestros gobernantes, hemos de poner nuestros ojos en aquel Dios que siempre pone aliento en nuestro camino.

-Flujos de sin sentido. Ante el pesimismo que nos invade (con la crisis cabalgando sobre nuestros hombros), el Señor nos invita a permaneced firmes en Él.

-Flujos de incredulidad. El consumismo nos ha acostumbrado a vivir bajo los dioses de lo placentero y en el camino fácil. ¿Qué consecuencias se derivarán de todo ello? El Señor nos señala un sendero: ser sus discípulos.

-Flujos de inquietud. Nos abruman muchos acontecimientos. Nos agobian las situaciones que nos rodean. Al tocar el manto de Jesús (la Eucaristía, la oración personal, los sacramentos) podemos revitalizar nuestro cuerpo físico y espiritual.

2.- La experiencia que tuvo Jesús (murió para ser resucitado por el Padre) la podemos tener cada uno de nosotros si somos capaces de dormir en la cruz con las mismas palabras de fe y de confianza con las que Él lo hizo: “En tus manos Padre encomiendo mi espíritu”. Al tercer día, Cristo saltó de la oscuridad a la luz, del absurdo a la vida, de la muerte a la resurrección. Confió, creyó y tuvo fe ciega en su Padre. Ello le valió, a Él y a nosotros, la redención de toda la humanidad.

A veces exigimos pruebas a Dios de su existencia y, en cambio, reclamamos poco a nuestra fe. A veces podemos considerar que ya son suficientes unas prácticas sacramentales, el estar bautizado o incluso el practicar de cuando en vez la caridad. ¿No hizo muchísimo más Cristo por nosotros?

-Además de caridad, con su cuerpo en la cruz, dio muestras de la grandeza de su amor

-Además de orar, defendió públicamente el Reino de Dios ante los poderosos de su tiempo

-Además de dejarse bautizar en el Jordán, no hizo ascos a ese otro bautismo de sangre: su muerte en cruz

¿Y aún nos resistimos a creer? ¿No habrá llegado el momento de publicitar, con todos los medios a nuestro alcance (especialmente desde la experiencia personal) que el manto de Cristo se sigue dilatando a lo largo y ancho del mundo? ¿No será que la humanidad, desangrándose en miles de flujos, desconoce que hay un Cristo que puede y desea taponar todas esas heridas sin más respuesta que la fe?

3.- ¡QUE NO ME FALTE LA FE!

Si llega la noche oscura, Señor,

que la venza con la luz de la fe

Si me alcanza el pesimismo y la angustia

que los supere con la alegría de la fe

Si me siento acorralado por las dificultades

que sepa descubrir el trampolín de la fe

SI me acechan dudas e incertidumbres

que se abra ante mí una hoja con palabras de fe.



¡QUE NO ME FALTE, JESÚS, LA FE!

Para responderte con generosidad

si, de mí, reclamas atención o compromiso

Para decirte que, sólo Tú eres el Señor,

si ante mí se alzan otros dioses extraños

Para seguirte, y no perderte,

si logro tocar el manto de tu Eucaristía

si alcanzo gustar el manto de la oración

si agarro, con fuerza, el manto de tu Espíritu



¡QUE NO ME FALTE, OH SEÑOR, LA FE!

Que me posibilita mirar más allá de mi mismo

de mis aflicciones y de mis egoísmos

de mi bienestar y de mis intereses

de mi comodidad o de mi pequeño mundo

de mis proyectos y de mis debilidades



¡QUE NO ME FALTE, SEÑOR, LA FE!

Y pueda verte, cuando estoy limpio

y sanarme cuando me encuentro por dentro sucio

Y pueda sentirte, cuando esto lleno de tanto

y cercano, cuando el mundo me deja vacío

Y pueda alabarte, cuando la vida me sonríe

y no olvidarte, cuando la suerte me abandona

Y te busque, cuando tantas cosas me seducen

y te encuentre, cuando todo es nada y hojalata

Amén

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domingo, 24 de junio de 2012

Cuatro voces sobre el Bautista / Fiesta del nacimiento de Juan el Bautista – Ciclo B – Lc. 1, 57-66.80 / 24.06.12


Por Leonardo Biolatto

Los cuatro Evangelios tienen algo que decir sobre Juan el Bautista. Cada evangelista lo ha mirado desde su punto de vista, que en cierto modo es el punto de vista de la comunidad a la que pertenece el autor. Para el día que la Iglesia celebra y conmemora el nacimiento del Bautista, dejo una muy breve aproximación a lo que cada Evangelio dice sobre el último profeta del Antiguo Testamento.

Marcos

La descripción en los primeros versículos del libro sobre Juan el Bautista abarca una serie de características sobre el profeta que dicen cómo se viste y qué come.

Su vestidura de camello parece romper las leyes de pureza judías, que designan al camello (animal con pezuña partida) como un ser impuro. Aunque también una tradición rabínica dice que Dios confeccionó para Adán un vestido con pelo de camello, lo que podría indicar un regreso a lo primigenio, al Génesis, al momento de relación íntima entre Yahvé y el ser humano. Pero principalmente, parece ser el atuendo propio de un profeta que se enmarca en la tradición profética de Israel, como los describe Zac. 13, 4 (con manto de pelos) y como parece vestirse Elías (cf. 2Rey. 1, 8). Si añadimos el cinturón de cuero, la descripción parece concordar bastante con la de Elías.

En la comida, probablemente, haya un trasfondo histórico que tiene que ver con la comida de los habitantes regulares del desierto: langostas cocidas, langostas asadas y miel silvestre. Es, en el contexto profético, también un signo de austeridad. Juan el Bautista no banquetea, sino que vive de lo que ofrece la naturaleza en el desierto, que equivale a decir que vive de lo que le ofrece Dios, como el pueblo del éxodo tenía que vivir gracias a las intervenciones divinas durante su peregrinaje.

Marcos, más adelante, relatará la muerte del Bautista en manos de Herodes. Para Herodes, Jesús era Juan el Bautista que había resucitado (cf. Mc. 6, 16), y tuvo miedo, porque la muerte del Bautista se ejecutó por su orden. Según cuentan las crónicas de aquella época, Herodes era muy supersticioso, y esa superstición le generaba miedo, convirtiéndolo en una persona inestable, lleno de excentricidades. Era hijo de Herodes el Grande, y gobernó en Galilea y Perea a partir del año 4 a.C., por disposición del Emperador Augusto. Tenía un hermanastro, Herodes Filipo, a quien arrebató la esposa, Herodías, repudiando a su primera mujer, hija del rey de los nabateos. Ese escándalo le valió la enemistad de este rey, la de su hermanastro y la acusación pública de Juan el Bautista, quien le decía: “No te está permitido tener la mujer de tu hermano” (Mc. 6, 18b). Conocida es ya la ocasión que precipita la decapitación del Bautista, con el baile de la hija de Herodías, durante un fastuoso banquete, que seduce a Herodes y lo incita a prometer que le dará lo que ella quiera; instigada por la madre, pide la cabeza de Juan. Y Herodes lo concede. El último versículo de esa sección culmina diciendo que los discípulos del Bautista “vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura” (Mc. 6, 29b). El Bautista es asesinado por un banquete de la muerte entre ricos, por la decisión de una mujer irritada que utiliza a su hija, por la necedad de un gobernante. Lo que ha asesinado a Juan, la maquinaria siniestra que lo decapita, aparece como contrapunto directo del proyecto del Reino predicado por Jesús.

Mateo

La forma literaria que utiliza Mateo para introducir al Bautista y a Jesús es con el verbo griego paraginomai, que significa, literalmente venir al lado, o sea, hacerse cercano, y por implicación, hacerse presente, sobre todo públicamente. Tanto Jesús como Juan se dan a conocer, aparecen frente a su pueblo. En Mt. 3, 1 lo hace el Bautista: “En aquel tiempo, aparece [paraginomai] Juan el Bautista”; y en Mt. 3, 13 es el turno de Jesús: “Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó [paraginomai] a Juan”. La oración que resume sus prédicas es la misma también: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt. 3, 2; Mt. 4, 17). Marcos ya la había utilizado en su Evangelio, con alguna variante, atribuyéndola solamente a Jesús (cf. Mc. 1, 15), pero Mateo va más allá, poniéndola en boca de Juan.

Para este Bautista, la ira de Dios es lo inminente, y no se puede escapar de ella. Dios está de veras enojado, según parece. Tiene un hacha (su instrumento escatológico), y con esa hacha va a limpiar la humanidad. Lo que no sirve se corta y es arrojado al fuego. Para realizar esta acción de limpieza, Dios tiene un enviado, uno más fuerte o más poderoso que Juan. Es el agente mesiánico, la mano derecha de Dios. Si la herramienta escatológica divina es el hacha, la del agente mesiánico es la horquilla para recoger el trigo (y guardarlo) y quemar la paja (en un fuego eterno).

Cuando Jesús va a bautizarse, Mateo añade un diálogo entre los personajes que es propio de él. Aquí tenemos una clave para desandar el camino de la comunidad mateana. Los estudiosos afirman que esta Iglesia vivía un conflicto teológico importante en cuanto a la relación de Jesús con el Bautista. ¿Era posible que Juan lo haya bautizado? ¿Acaso era mayor que el Señor? ¿Y de qué debía bautizarse Jesús, de qué pecado absolverse? El diálogo entre Jesús y el Bautista, por lo tanto, es una exposición teológica del por qué del bautismo jesuánico y un esclarecimiento de la posición real que tiene cada uno en la historia de la salvación. Lo primero que hace Juan es tratar de impedir el bautismo, reconociendo su pequeñez frente al Mesías, sintiéndose incapacitado de bautizar al Cristo de Dios. De esta manera, queda clara la superioridad de Jesús, mayor que Juan, capaz de dar un bautismo también mayor, en el Espíritu Santo.

El punto cumbre del diálogo es la cuestión de la justicia. Jesús expresa que su bautismo es necesario porque así se completa toda justicia. Quizás, convenga traducir completa en lugar de cumplir el término griego pleroo. Completar toda la justicia significa que la justicia se está desarrollando y que el bautismo se encadena como un hecho significativo para completarla, para llenarla, para que alcance su completitud. Es una justicia que ha comenzado en la genealogía con la que abre el Evangelio (cf. Mt. 1, 1-17), remontándose hasta el justo Abraham, que se ha continuado con el justo José (cf. Mt. 1, 19), que se hace inminente con la prédica del justo profeta Juan el Bautista (cf. Mt. 3, 1ss) y que alcanza plenitud en el bautismo. Pero no hay que confundirse con una plenitud que se agota allí, al salir del río Jordán, sino que se trata de una plenitud proyectándose hacia el futuro, hacia la vida pública de Jesús, que será manifestación de la justicia divina.

La justicia en Mateo podemos entenderla como fidelidad a lo que Dios quiere. Cumplen la justicia (son justos) los que se suman al proyecto de Dios que es el Reino. Son bienaventurados los que desean que se concrete el Reino (cf. Mt. 5, 6) y los que soportan persecuciones por ser leales a ese Reino (cf. Mt. 5, 10). No se trata de una justicia exterior, litúrgica, cultual, como la de los escribas y fariseos, que aparentan (cf. Mt. 5, 20); es una justicia que se realiza sin esperar recompensa (cf. Mt. 6, 1), que trae las demás cosas por añadidura (cf. Mt. 6, 33), que es lo más importante de la Ley (cf. Mt. 23, 23).

Lucas

Lucas ha tejido sus dos primeros capítulos con el telón de fondo de las Escrituras judías. Tomando moldes veterotestamentarios relató la infancia de Jesús y de Juan el Bautista. Con ese recurso literario establece continuidad en la historia de la salvación. Justamente, el gran trabajo arquitectónico de Lucas consistió en separar la vida del Pueblo de Dios según tres épocas. La primera época es la de la Antigua Alianza, la que culmina con la llegada de Jesús. En su Evangelio, ese período tiene como representantes a Zacarías (sacerdote del templo), a Isabel (estéril al comienzo, como muchas mujeres del Antiguo Testamento) y a Juan el Bautista (el último profeta de la Antigua Alianza y el más grande, según Lc. 7, 26-28). Cuando comienza el ministerio de Jesús se abre una nueva etapa, la del Hijo, la de la Nueva Alianza (cf. Lc. 22, 20), que tendrá su coronación en la ascensión (cf. Lc. 24, 50-51; Hch. 1, 9).

La Nueva Alianza no viene a destruir la Antigua, sino a plenificarla. Esto explica que, en paralelo, sean narradas las anunciaciones a Zacarías (cf. Lc. 1, 5-25) y a María (cf. Lc. 1, 26-38); y los nacimientos de Juan (cf. Lc. 1, 57-80) y Jesús (cf. Lc. 2, 1-21). La visitación queda, así, en el centro de estos cuatro acontecimientos, como escena que hace las veces de articulación entre una familia de la Antigua Alianza (la familia de Zacarías) y una familia de la Nueva Alianza (la familia de María).

“La Ley y los profetas llegan hasta Juan” (Lc. 16, 16a), recalca Jesús, posicionando al Bautista en un tiempo que ha pasado, en el contexto de la Antigua Alianza, pero a partir de allí se comienza a anunciar la Buena Noticia del Reino (cf. Lc. 16, 16b), en un tiempo nuevo, diferente, enlazado al ministerio joánico. Este es el modelo del profeta que conoce su época y la interpreta. Contra el misticismo y la imaginación de profetas adivinadores o profetas astrólogos, las coordenadas geográficas de Lc. 3, 1-2 nos recuerdan que Juan es hombre en una historia concreta.

Muchos biblistas concluyen que Lc. 3, 10-14 es un agregado de Lucas que pertenecería a una fuente propia, no conocida por Mateo. Más allá de las diferencias, al contrario que el Bautista marcano, éste posee mensaje propio, de talante acusatorio, escatológico y, sobre todo en Lucas, ético. Más aún, la inmediatez con la que presenta el castigo divino que será ira implacable, parece oponerse diametralmente a la práctica del perdón y al amor de Dios Padre presentado por Jesús. Lo que sí se halla en la misma línea jesuánica es la crítica a la sensación de seguridad de los dirigentes judíos, tanto religiosos como políticos, que justifican en su raza separada por motivos sanguíneos una superioridad salvífica inexistente.

Concentrándonos en el agregado lucano (cf. Lc. 3, 10-14), hallamos un contenido ético que parece bastante conformista y distinto de la radicalidad que vive el Bautista en su propia vida. No hay invitaciones a abandonarlo todo ni a desplazarse al desierto. No hay sígueme (cf. Lc. 5, 27; Lc. 9, 59; Lc. 18, 22). Juan no parece crear un grupo de seguidores, al menos en el relato de Lucas. Quizás, este agregado responda a la problemática expresada en Lc. 3, 15: la gente se pregunta si Juan no es el Cristo. Entonces, las diferencias con Jesús se acentúan para demostrar fehacientemente que no lo es. El Bautista no hace auto-referencia, sino que constantemente se identifica como el que precede al Mesías.

Juan

El Bautista, para Juan, es:

a) Un hombre enviado por Dios (Jn. 1, 6): este es su origen. Lucas lo remontará a Zacarías e Isabel (cf. Lc. 1, 5-25). Para el cuarto evangelista, la introducción en la historia del personaje proviene directamente de Dios, sin intermediarios. Es un enviado, por lo tanto, un hombre con una misión divina.

b) Un testigo de la luz (Jn. 1, 7): su misión es dar testimonio de la luz del mundo que es el Cristo. La tarea que le encomienda, específicamente Dios, es la de señalar la luz para que la gente crea. Es un intermediario en la fe. Es un testigo autorizado, pues la misma divinidad lo cataloga como tal. Su testimonio, por lo tanto, es válido, en el pasado y en el futuro. Dios le ha concedido una misión que se prolonga hasta el final de los tiempos. Vino a la historia como testigo.

c) No es la luz (Jn. 1, 8): el Evangelio quiere dejar en claro que el Bautista no es el Mesías, sino el testigo del Mesías. No se lo puede confundir, porque confundiéndolo, no sólo se atentaría contra la misión de Jesús, sino contra la misma misión de Juan. Dios lo ha elegido para ser testigo de la luz, y su plenitud está en el testimonio, no en la usurpación de una condición crística que no le corresponde.

d) Precede a la luz en una paradoja (Jn. 1, 15): en una complicada noción y mezcla de espacio y tiempo, el Bautista declara que quien viene después de él, en realidad, estaba desde antes. Jesús, existente desde siempre, pre-existente, se presenta ante el mundo después que Juan, haciendo la paradoja de un orden cósmico. El Bautista no es más que la consecuencia del Cristo, aunque los hechos pareciesen indicar lo contrario: que el Mesías es la consecuencia de la aparición de Juan.

e) La voz que clama (Jn. 1, 19-23): ante las inquisitorias del juicio contra Jesús que empieza a desatarse y desarrollarse desde el primer capítulo de la obra joánica, el Bautista rápidamente desvía la atención de su persona. Él no es el Mesías, ni Elías ni el profeta esperado. Es llamativo que ante la pregunta sobre quién es, la respuesta sea referida al Cristo mediante una negación: no soy el Mesías. Elías y el profeta esperado son dos personajes ansiados escatológicamente en la tradición hebrea. Juan tampoco se identifica con ellos. Es como si quisiese reducir su protagonismo al máximo. Sólo se hace conocer como la voz que clama en el desierto anunciada por Isaías (cf. Is. 40, 3); tradición que han conservado también los Evangelio sinópticos (cf. Mc. 1, 2-3; Mt. 3, 3; Lc. 3, 4).

f) Reconoce al Cordero: el Bautista es el único que aplicará a Jesús, en todos los Evangelios, el título de Cordero de Dios, y sólo en dos oportunidades (cf. Jn. 1, 29.36). Claramente, la alusión es al cordero pascual (cf. Ex. 12), macho, sin defecto y de un año. El autor terminará de develar el misterio en el relato de la crucifixión, cuando asevere que “era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta” (Jn. 19, 14), lo que significa, alrededor del mediodía, horario en que se sacrificaban los corderos pascuales en el Templo de Jerusalén.



¿Quién es el Bautista a fin de cuentas?

El Bautista está, se lo mire como se lo mire, se lo lea en el Evangelio que se lo lea, al principio del ministerio público de Jesús. Es alguien que ha abierto un camino nuevo para Jesús de Nazaret. Seguramente, Jesús ha aprendido mucho de este profeta. Lo ha seguido, ha sido su discípulo por un tiempo, se ha bautizado compartiendo su visión del Reino. En un momento determinado, la visión del Bautista se volvió insuficiente, y Jesús comenzó su camino separado, formando un grupo de discípulos con una mirada del Reino que pasó de ser noticia de la ira de Dios a ser Evangelio (buena noticia) del amor del Padre. Fue un paso en positivo, una separación necesaria del mensaje profético-vengativo del Bautista, pero no por eso un olvido del pasado. Juan el Bautista ha dejado una marca en Jesús.

Las primeras comunidades tuvieron que exaltar en demasía la diferencia cristológica de Jesús respecto al Bautista por una cuestión de fe. No era posible sostener el bautismo histórico de Jesús y, a la vez, sostener la exaltación del Hijo de Dios. Generaba dudas, desconciertos, confusiones. Los evangelistas retocaron, entonces, la escena de encuentro entre ambos. Y transmitieron así una doctrina de fe para sus lectores.

Pero hoy, quizás, convenga recuperar al Bautista histórico y al Jesús histórico que se unió a su movimiento. Que no deja de ser Hijo de Dios, pero no deja de ser Hijo del Hombre. Jesús había puesto su fe en el mensaje de Juan, sin embargo, supo progresar hacia una visión superior del mismo mensaje. Jesús entendió que el Reino, más que amenazar, debía consolar. El Reino, más que estar separado del mundo cotidiano, debía estar en medio de la cotidianeidad. El Reino, no es algo que vendrá un día muy lejano, sino algo que está en proceso, que está presente aquí y ahora. Ese salto de calidad que lleva a Jesús a abandonar el movimiento del Bautista para iniciar su propio movimiento, no es una negación del pasado con Juan, sino un escalón más, una superación que implica lo anterior. Esa capacidad de superación es una enseñanza y un ejemplo que podemos emular del Jesús histórico. Él ha tenido que plantearse el Reino seriamente, y modificar su vida en pos de ese planteo y esa reinterpretación. El Bautista abrió un camino para Jesús, y Jesús lo transitó en libertad proyectándolo hasta límites inimaginables.

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Evangelio Misionero del Día: 24 de Junio de 2012 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B - NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA Solemnidad


Nace Juan, una voz que grita desde las entrañas ¡conviértete!

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 57-66. 80

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan».
Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre».
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan».
Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.

El relato no es una historia tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".

Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.

De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cojín.

Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".

Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".

¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos?

¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.

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sábado, 16 de junio de 2012

Evangelio Misionero del Día: 17 de Junio de 2012 - XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 26-34

Jesús decía a sus discípulos:
«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba, sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

CON HUMILDAD Y CONFIANZA

A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.

Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.

Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.

Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.

Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.

Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.

En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.

Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.

Difunde la fuerza del Evangelio. Pásalo.

José Antonio Pagola
vgentza@euskalnet.net
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

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viernes, 15 de junio de 2012

Cuestion de sombras - 11º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

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miércoles, 13 de junio de 2012

Evangelio Misionero del Día: 13 de Junio de 2012 - X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 17-19

Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley, sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Compartiendo la Palabra
Por Oscar Romano, cmf

A la paz de Dios:
Jesús en el monte como nuevo legislador, nuevo Moisés. Pero no quiere echar por tierra todo el pasado religioso y cultural de su pueblo, sería de locos. Solo quiere dar un nuevo sentido. No abolir, sí plenificar.
La tentación de arrasar con todo lo anterior siempre está presente en la vida de los humanos. Y si no que se lo digan a nuestros políticos: en cuanto agarran el cargo, lo primero es quitar todo lo del anterior. Y muchas veces, al tirar el agua, se nos va también el niño… No quitar, sí dar plenitud.
En este nuevo día recibimos la invitación de Jesús a hacer las cosas con pleno sentido. No repetir por costumbre. Tampoco partir de cero. El día de hoy es para vivirlo en plenitud.
Me gusta mucho la manera que tiene Jesús de decir las cosas, así como de pasada. Quien cumpla y enseñe. De sobra sabía que decir, y acaso no cumplir, es fácil. Por eso invita: cumplir y enseñar.
En el ritual de la ordenación de los diáconos, en el momento de recibir el libro de los evangelios, se señala: recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado.
Como es importante recoger lo mejor de la tradición y de la novedad, hoy me acuerdo de San Antonio de Padua, cuya memoria celebramos:
CARTA CON OCASIÓN DEL VIII CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN ANTONIO (1195-1995) MINISTROS GENERALES FRANCISCANOS
1. Tradición
Del espíritu franciscano de los orígenes Antonio tuvo:
— el espíritu de itinerancia, de provisionalidad, es decir, de atención y servicio a las necesidades de los hermanos, de la Iglesia y del mundo. Acudió a donde lo mandaba la obediencia y a donde lo esperaba «el pueblo sediento»;
— el sentido de la sacralidad de la palabra de Dios, que para Antonio es la «tierra fecunda», el resumen de todo el saber: «Litteras nescit qui sacra non novit» (Quien no conoce las sagradas letras, no conoce ninguna), la enseñanza de Cristo compasivo y misericordioso, humilde y crucificado;
— el espíritu de un cristocentrismo, que en los escritos y en la predicación de Antonio induce a considerar a Cristo como «el modelo» de la humildad y de la paciencia, «el salvador», «el rey», «el pobre y obediente» a quien hay que seguir; un modelo que invita a correr hasta la cruz.
2. Originalidad
Pero Antonio también tuvo la tendencia a lo nuevo, característica del espíritu franciscano, así como la preocupación por encarnarlo en las distintas situaciones de la vida, que exigían respuestas nuevas y adecuadas.
— En un mundo que iba conociendo nuevas riquezas y nuevas pobrezas, el mensaje franciscano buscaba nuevos caminos.
— En una nueva situación eclesial a la que el Concilio IV de Letrán, con su fuerte sentido de reforma, había dado un fundamento y un impulso nuevos, la eclesiología de Francisco esperaba nuevas formas de expresión.
— En un mundo que se estaba laicizando en nombre de las nuevas libertades, la conversión necesitaba nuevos enfoques.
— En un mundo que, sobre la base de un evangelismo sin Iglesia, estaba asumiendo nuevas normas éticas y nuevos modelos de vida, la predicación debía centrarse en una nueva evangelización que no se limitara a la mera exhortación moral.

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domingo, 10 de junio de 2012

Evangelio Misionero del Día: 11 de Junio de 2012 - X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 7-13

Jesús envió a sus doce apóstoles, diciéndoles: Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes.

Compartiendo la Palabra
Por Oscar Romano, cmf

A la paz de Dios:
Celebramos hoy la fiesta de San Bernabé.
Su nombre original era José. Los apóstoles lo cambiaron por el de Bernabé. De él se destaca su generosidad: vendió su finca y el producto que de ella obtuvo lo entregó a los apóstoles para distribuir entre los pobres.
Cuando Pablo regresó a Jerusalén, tres años después de su conversión, recibió de Bernabé apoyo ante los demás apóstoles.
No se encuentra entre los doce elegidos por Jesús, pero probablemente fue uno de los setenta discípulos mencionados en el Evangelio. Bernabé es considerado apóstol por los primeros Padres de la Iglesia y también por San Lucas, por la misión especial que le confió el Espíritu.
Ante el segundo viaje misionero surgió un conflicto entre Pablo y Bernabé. Bernabé quería llevar a su primo Juan Marcos y Pablo se oponía por haberles abandonado en la mitad del primer viaje (por miedo a tantas dificultades). Por ello decidieron separarse. Más tarde se volvieron a encontrar como amigos misionando en Corinto.
TODOS NECESITAMOS UN BERNABÉ
Curioso el caso de Pablo, a quien antes llamaban Saulo. Furibundo perseguidor de cristianos ve la luz en el camino de Damasco. De vuelta a Jerusalén, empiezan los recelos: que si ¡ojo! con éste, que si no será una estrategia, que si la abuela fuma… Y en la vida de Pablo se cruza Bernabé, que hace de puente entre los apóstoles y el nuevo apóstol. Qué necesarios son hoy los bernabés, los creadores de puentes, los que abrazan al que llega.
Casi tan difícil como la conversión de Pablo es la conversión de la comunidad. Se habla mucho del camino de Damasco y poco el “camino” que deben recorrer los que ya están. Si me gusta mucho Pablo, por lo que fue, casi tanto me gusta Bernabé por lo que hizo: abrir ojos y tender puentes y fiarse: de Pablo y de Dios.
Las instrucciones que da Jesús a los discípulos al comenzar su misión son un verdadero evangelio: una buena noticia: curad, limpiad, anunciad que el Reino ya está. Dad gratis, porque gratis lo habéis recibido. Saludad llevando la paz. Estas recomendaciones valen para los discípulos de todo tiempo.

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«Una palabra tuya bastará…»


Publicado por El Evangelio en Casa

Domingo 11 de junio – X – Corpus Christi

« 12 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de la Pascua, sus discípulos le dijeron : ¿Dónde quieres que vayamos y hagamos los preparativos para que comas la Pascua? 13 Y envió a dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la ciudad, y allí os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle; 14 y donde él entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: '¿Dónde está mi habitación en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?'" 15 Y él os mostrará un gran aposento alto, amueblado y preparado; haced los preparativos para nosotros allí. 16 Salieron, pues, los discípulos y llegaron a la ciudad, y encontraron todo tal como Él les había dicho; y prepararon la Pascua. 22 Y mientras comían, tomó pan, y habiéndolo bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. 23 Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. 24 Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos. 25 En verdad os digo: Ya no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día cuando lo beba nuevo en el reino de Dios. 26 Después de cantar un himno, salieron para el monte de los Olivos.».
Mc 14, 2-16. 22-26


En una oportunidad un novicio preguntó a su maestro;
-Padre, ¿usted como reza?
El maestro le respondió;
-Dime tu primero como rezas…
-Entro a la capilla –respondió el novicio- me pongo de rodillas frente al sagrario y miro a Jesús…
-El maestro contestó
-Yo rezo de manera distinta; Porque mientras tú vas a mirar a Jesús…, yo me pongo en su presencia para que Él me mire… porque en el amor, la iniciativa siempre la tiene Dios…


Es verdad. «Nosotros amamos porque Dios nos amó primero» (1 Jn 4, 19). No se vive la fe de manera idéntica si me sitúo delante de Dios, para “ganar” su amor, que para “agradecer” su amor. Esta diferencia marca la manera de relacionarnos con Dios y el modo como nos relacionamos con los demás.
Hay personas a las que les gusta llamar la atención de los demás, y personas a las que les encanta pasar desapercibidas. Y esto no significa que unas sean histriónicas y otras tímidas. O que a unas les gusta ser tenidas en cuenta por todos y otras, mas “humildes”, rechacen estar en los primeros lugares o primeros planos. No, no se trata solamente de ello.
Creo que en muchos casos tiene que ver con la mirada del otro. Es decir, lo que la mirada del otro me despierta… o mejor aun, lo que me gustaría que el otro vea…
Hay miradas que despiertan temor, y otras confianza. Miradas que generan condena, y aquellas que transmiten compasión. Miradas de aceptación y miradas de rechazo. Hay ojos que transmiten serenidad y otras que dejan traslucir amargura y resentimiento. Hay miradas que trasmiten vida y otras que parecen se han apagado antes de tiempo…
Según cómo queremos que nos vean o como nos sentimos mirados, es cómo en realidad terminamos viviendo… y es que la mirada del otro, en parte, “condiciona” nuestra manera de vivir y relacionarnos…
Quien se sitúa delante de Dios, para que mire “las buenas obras que realiza”, terminará rezando como el fariseo de la parábola, despreciando a todos los demás que no son como él. Hay personas “piadosas”, que en realidad buscan ser «alabados por los hombres», ser tenidos como santos o espirituales frente a los demás… esas personas, dice el evangelio, «ya tienen su recompensa» (Mt 6,2). No conviertas tu vida de fe, o religiosa o sacerdotal, en un escenario o pasarela. Desgraciadamente hay quienes entran en la presencia de Dios, como el publicano en el templo… pero salen como el fariseo… Estos son los que convierten su vocación en una oportunidad para buscar ser «alabados por los hombres». Hemos visto a muchos hombres y mujeres que luego de aceptar seguir a Dios despojándose de todo, empiezan a recuperar todo lo que dejaron… incluso los vicios y el deseo de tener y poseer… Personas que dicen haber encontrado a Dios, pero sin embargo viven codiciando todo…
Por el contrario, hay quienes se sitúan delante de Dios como aquel centurión que dijo a Jesús; «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, basta que digas una palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8, 8). Este hombre, pagano, percibió en los ojos de Jesús, compasión y aceptación. No pidió nada extraordinario, sólo «una palabra». Quien reconoce a Jesús, como el Hijo de Dios, sólo «una palabra» le basta, e incluso, la «sola presencia» es suficiente.
Como un niño que siente miedo a la soledad u oscuridad, se alegra de la presencia de su padre, así también el cristiano se alegra de la presencia de Cristo en la Eucaristía, sin pronunciar palabra… Como el enamorado/a que siente la necesidad de estar con aquel a quien ama, y su presencia le basta, así también el hombre y la mujer de fe buscar estar a solas con Cristo en la eucaristía, o cuando un amigo, que siente la necesidad de compañía, se consuela por la presencia del otro, así también el creyente encuentra en la Eucaristía la presencia que serena, en silencio y sin pronunciar palabra… Estar en presencia de la Eucaristía es dejar que Dios nos ame como él quiere…
Esto es lo que celebramos hoy en Corpus Christi, la presencia de Aquel que, ya sea que diga un «sola palabra» o que permanezca en silencio, con su sola presencia nos basta para sentirnos amados. Nos ponemos delante de Aquel, para que su mirada de Padre nos transforme en hijos.
Pidamos a Dios en esta fiesta de Corpus Christi, que aprendamos a situarnos delante de la Eucaristía, como hijos, y no como siervos. Que podamos estar en su presencia como el publicano, frágiles y pequeños, reconociendo su fuerza y grandeza.

. Javier Rojas sj

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Corpus: En el silencio y el darse



Para dar no hace falta sacar mucho ruido. Basta alargar la mano.
Y para darse uno mismo, menos todavía.
La mejor manera de darse a los demás es hacerlo en silencio sin que casi se enteren.
Esa es la actitud y el modo de obrar de Dios.
Nos da a Jesús en el silencio de una virginidad.
Nos da a su Hijo en el silencio de una noche a las afueras de la ciudad.
Y ahora, en la noche del Jueves Santo, el Hijo se nos da en el silencio de un pedazo de pan y en el silencio de una copa de vino.

Y en silencio sigue presente en medio de nosotros guardado en el Sagrario.
En ese Sagrario, que es su casa, hay el silencio de una presencia en la que, ni siquiera se le ve si no es con los ojos de la fe.
La Eucaristía es:
El regalo diario de Dios.
Es el don diario de Dios.
Es la presencia callada y silenciosa de Dios.
Es el Dios regalándose cada día.


Flickr: Iglesia en Valladolid
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús es:
El misterio de la presencia sin ruido.

El misterio de la donación de Dios sin ruido.
El misterio de la comunión de Dios sin ruido.

Hace más ruido una bofetada, que una caricia.
Hace más ruido un arma de fuego, que un abrazo de paz.
Hace más ruido el odio y el insulto que el perdón del corazón.
Hace más ruido la amargura que el gozo del corazón.

Por eso, el Cuerpo y la Sangre de Jesús son el perenne darse de Dios.
Son la perenne entrega a Dios a los hombres, pero sin ruidos.
Participar de ese Cuerpo y de esa Sangre es convertirnos también nosotros en “eucaristía”. En un recibir a Dios en el silencio del corazón y en un convertirnos a nosotros mismos en un darnos silenciosamente a todos nuestros hermanos.
No basta con comulgar cada día y quedarnos en silencio con El.
Comulgar es atrevernos a ser, no la Eucaristía guardada en el Sagrario, sino en la “eucaristía” silenciosa del hogar, de la calle, de la oficina, del trabajo.
Dios tuvo el coraje de hacerse hombre silenciosamente en el seno virginal de una mujer.
Dios tuvo el coraje de hacerse pan y vino de la presencia en una cena de pascua.
Dios tuvo el coraje de vivir para los demás y para que los demás vivan.

Comulgamos mucho, pero ¿tendremos ese coraje divino de vivir cada día para los demás?
Nunca serás más que cuando te olvidas de ti, dejas de pensar en ti, dejas de ser para ti y te haces eucaristía para los demás. Porque sólo entonces vivirás en y desde el amor.
Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. La luz no es para sí misma. La luz no necesita ver. Ella está ahí para que otros vean. Una luz que sólo alumbrase para sí misma terminaría apagándose. Y además nadie la vería.
Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. Tus ojos no ven para ellos mismos. Ellos no necesitan ver. Están ahí para que tú puedas ver y contemplar las cosas.
Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. Tus oídos no necesitan escuchar música alguna. Sólo sirven para que tú puedas recrearte escuchándola y deleitándote con ella.
Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. Tu lengua nunca se habla a sí misma. Sólo sirve para que tú puedas hablar con los demás, contarles tus cosas a los demás, expresarles tus sentimientos, decirles cuánto los amas.
Arriésgate a ser eucaristía para darte a los demás.
Es el único riesgo que bien merece la pena correr.
Ese fue el riesgo de Dios.

Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. El perfume no huele mientras está tapado y cerrado en el pomo. Sólo se le percibe cuando alguien se abre el frasco y se lo echa en el rostro. El perfume no saca ruido, pero el mundo lo percibe.
Sé y vive hoy como eucaristía para los demás. ¿Temes que así tú no llegues a ser nunca nada? Te equivocas. Tú no eres más quedándote dentro de ti, sino compartiéndote. El mismo Jesús dice de sí mismo: yo he venido para que tengan vida y una vida abundante. Yo entrego mi vida, la doy.

Cuando sientas miedo en darte a los demás, te basta una mirada al Sagrario, a ese pedacito de pan que se da entero y se da a todos.

Clemente Sobrado C. P.

(Si el mensaje te dice algo, compártelo con tus amistades)

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WebJCP | Abril 2007