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lunes, 30 de abril de 2012

El misionero: hombre de servicio fiel



Sería bueno que las personas no olvidemos el consejo de Paulo Coelho en El peregrino de Santiago: “donde más seguros están los barcos es en el puerto, pero los barcos no fueron hechos para el puerto”.
Cuando en la vida encontramos una situación donde nos sentimos seguros, tendemos a echar el ancla y quedarnos ahí, mejor si es amarrados a tierra firme.
Pero como los barcos fuimos hechos para navegar y buscar nuevos horizontes. Dejar de hacerlo es recortar nuestra propia humanidad.

El cristiano nunca puede ser una persona que busque un “puerto seguro”, donde pueda vivir con un aceptable bienestar económico o espiritual o que le garantice la salvación más allá de la muerte.

Todo cristiano es misionero y, por ello, está llamado a adentrarse en los mares de la historia de la humanidad. Son mares con frecuencia tormentosos. Pero es ahí donde estamos llamados a anunciar una “buena noticia” que ayude a todos los hombres y mujeres a vivir con la dignidad de ser hijos de Dios.

Eso sí, conscientes de que no somos los “salvadores” del mundo, sino simples siervos que desde nuestras contradicciones internas intentamos aportar algo de luz y de sal en nuestro mundo.

Encontrar nuestro lugar
Lo decía ya el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II, en 1965 cuando afirmaba: “Tomen parte los fieles cristianos en los esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando contra el hambre, la ignorancia y las enfermedades, se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en afirmar la paz en el mundo”.

Y añade: “Gusten los fieles de cooperar a este respecto con los trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas, por los gobiernos, por los organismos internacionales por diversas comunidades cristianas y por las religiones no cristianas”.

47 años más tarde, cuando los países ricos viven preocupados por mantener su estado de bienestar y han reducido a mínimos irrisorios la ayuda a los países pobres, las palabras del Concilio se convierten en una llamada a los cristianos para que recordemos a nuestros gobiernos su ineludible compromiso de solidaridad. Buena parte de nuestro bienestar lo hemos construido a base de empobrecer a gran parte de la humanidad.

Pero el Concilio añadía algo más que es importante: “La Iglesia, con todo, no pretende mezclase de ninguna forma en el gobierno de la comunidad terrena. No vindica para sí otra autoridad que la de servir a los hombres con amor y fidelidad” (AG 12).

Desde el servicio
La experiencia de la historia nos dice que el poder degrada humanamente a quien lo ejerce y a quien sufre sus ciegas consecuencias.

Jesús de Nazaret nos enseñó que lo que realmente engrandece a la persona humana es el servicio, un servicio ejercido con amor y que se mantiene fiel más allá de las dificultades. Un servicio que es constante y que acepta las consecuencias, con frecuencia desagradables.

Estamos en tiempo de Pascua. Durante años Jesús había intentado enseñar a los suyos cómo debían tratar a los demás, cuál era el camino para ser alguien dentro de un grupo: “El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea el servidor de todos”. Pero los discípulos seguían buscando puestos de poder.

Horas antes de su muerte se lo quiso decir de forma más gráfica. Estaban cenando. Se levantó de la mesa y se quitó el manto. Se arrodilló delante de cada uno de ellos y les lavó los pies: a aquellos que lo iban a abandonar y a Judas que lo estaba traicionando. Y les dijo: “Haced vosotros lo mismo”.

En esa imagen queda reflejada la función del cristiano y el trabajo del misionero. Lo que vaya por otro camino poco tiene que ver con la misión de Jesús.

Invitación a navegar
Hubo un tiempo en el que salían a navegar flotas de barcos, con misioneros incluidos en el pasaje, con la finalidad de conquistar y dominar, política y religiosamente, a otros países y continentes.

Hoy se nos invita también a salir a navegar, pero no con intenciones de poder, sino para servir con amor y fidelidad, para compartir vida y pan, fe y libertad, dignidad y esperanza, donde todos crezcamos juntos aprendiendo de la riqueza humana del que es diferente, nunca inferior.
Es secundario si el viaje es de pocos metros o de miles de kilómetros.


Ernesto Duque
06/02/2012

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