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sábado, 24 de septiembre de 2011

El vivir diario es lo que cuenta para Dios: XXVI Domingo del T.O. (Mt 21,28-32) - Ciclo A


Publicado por Antena Misionera Blog

Jesús conoció una sociedad estratificada, llena de barreras de separación y de discriminaciones. En ella encontramos judíos que pueden entrar en el templo y paganos excluidos del culto; personas “puras” y personas “impuras”; hombres piadosos, observantes de la ley y “gentes malditas”; personas sanas bendecidas por Dios y enfermos malditos de Yhavé; personas justas y hombres y mujeres pecadores…
Y la actuación de Jesús en medio de aquella sociedad resulta tan sorprendente que aún hoy nos resistimos a aceptarla.
No adopta la postura de los fariseos, que evitan todo contacto con impuros y pecadores, sino que se acerca precisamente a los discriminados, con una insistencia provocativa, repitiendo una y otra vez que los “últimos serán los primeros”, que “los publicanos y las prostitutas van delante de los justos en el camino del Reino”.

¿Quién sospecha hoy realmente que los alcohólicos, vagabundos, pordioseros y todos los que forman el desecho de esta sociedad, puedan ser un día los primeros?

¿Quién se atreve a pensar que las prostitutas, los heroinómanos, o los afectados del SIDA pueden preceder a no pocos cristianos en la VIDA? Sin embargo, aunque ya casi nadie lo digamos: los indeseables y rechazados, tienen que saber que el Dios revelado por Jesús, sigue siendo su amigo.

Lo que cuenta para Dios es nuestro vivir diario.

Son muchos los cristianos que viven su fe cómodamente sin que su vida se vea afectada por ella. Cristianos que se desdoblan y cambian de personalidad, según se arrodillen para orar a Dios o según se entreguen a las ocupaciones diarias. Dios no entra para nada en su familia, en su trabajo, en sus relaciones, en sus proyectos o en sus intereses. La fe queda convertida en una costumbre…

Todos hemos de preguntarnos, con sinceridad, qué significa realmente Dios en nuestra vida diaria. Lo que se opone a la fe no es, muchas veces, la increencia, sino la falta de vida. ¿Qué importancia tiene el credo que confiesen nuestros labios, si después falta en nuestra vida el mínimo esfuerzo sincero para seguir a Jesús? ¿Qué importa -nos dice Jesús en la parábola- que un hijo diga a su padre que va a trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras. ¿No hemos reducido, con frecuencia, nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No nos olvidamos con frecuencia cuál es la voluntad de Dios?

La verdadera fe, hoy y siempre, la viven aquellos hombres y mujeres que traducen en vida el evangelio.

En la parábola de los dos hijos, lo importante no son las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato, sino su conducta. Ser creyente es algo más que recitar fórmulas… No nos apresuremos a considerarnos creyentes. La fe no es algo que se posee, sino un proceso que se vive. Más importante que confesarnos cristianos es esforzarse prácticamente por llegar a serlo. Esta parábola nos obliga a revisar nuestro cristianismo.

Los que participamos cada domingo de la Eucaristía hemos de recordar que no todo termina ahí. El “podéis ir en paz” del final no significa que aquí no ha pasado nada. Precisamente nos queda lo más difícil: que lo que hemos escuchado, creído y celebrado aquí en la celebración, lo cumplamos en la vida.

Si en la Misa le decimos, “Sí, Señor” voy a trabajar en la familia, en el pueblo, en el colegio, por ser comprensivo, por llevarme bien con todos, por perdonar, por ser tolerante, por ser solidario… que después no resulte que no lo hacemos.

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WebJCP | Abril 2007