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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequéticos: Domingo de la Ascensión del Señor (Mt 28,16-2) - Ciclo A
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jueves, 2 de junio de 2011

Materiales liturgicos y catequéticos: Domingo de la Ascensión del Señor (Mt 28,16-2) - Ciclo A



Monición de entrada

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo.
Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Nosotros tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotros tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y ser testigos del amor de Dios.
Pero, el Evangelio de Jesús sólo es Buena Noticia, cuando se practica, cuando se vive.
Si nosotros queremos convencer a otras personas de nuestra fe en Jesús, debemos vivir en conformidad con esa fe que tenemos.
Más que con palabras tenemos que convencer con hechos.


(B)

Celebramos, con alegría la Ascensión del Señor al Cielo; Jesús ha pasado de la muerte a la plenitud total de Vida.
Si alguna certeza podemos tener los cristianos es la de la presencia de Dios en nuestras vidas. Así nos lo prometió Jesús: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”, estas palabras nos debe de animar a vivir de otra manera la fe.
Que esta Eucaristía nos ayude a confiar en Jesús que nos ofrece razones para vivir y esperanza para morir.
(C)

Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Nosotros tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotros tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y ser testigos del amor de Dios.
Pero, el Evangelio de Jesús sólo es Buena Noticia, cuando se practica, cuando se vive.
Si nosotros queremos convencer a otras personas de nuestra fe en Jesús, debemos vivir en conformidad con esa fe que tenemos.
Más que con palabras tenemos que convencer con hechos.


Saludo

Que el Dios que en Jesús ha cumplido sus promesas y que quiere llenar de dicha nuestros corazones esté con todos vosotros…

Pedimos perdón

Como no siempre actuamos como si Cristo estuviera presente en nuestra vida de cada día, vamos a pedir perdón.

Por pensar que el Señor nos abandona cuando le necesitamos, y no darnos cuenta de que somos nosotros los que nos olvidamos de Él. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Por olvidarnos de Cristo en los momentos de alegría y felicidad y pensar que todo ello es fruto de nuestro esfuerzo personal. CRISTO, TEN PIEDAD...
Por rechazar a los que viven junto a nosotros y quedarnos tan tranquilos diciendo: “Dios le ampare...”. SEÑOR, TEN PIEDAD...


Aspersión (Si no hay acto penitencial)

Nuestro bautismo ha sido la puerta de entrada en la familia de los hijos de Dios; pero nuestra vida aún está llena de pecado y de egoísmo (Aspersión con el agua la pueblo...)

Que Dios todopoderoso nos purifique de nuestros pecados y que la celebración de estos misterios santos nos hagan participar más plenamente de la vida divina, inaugurada por Jesús al sentarse a la derecha del Padre. Amén.


Gloria:

Tú eres, Señor, nuestra esperanza y el guía que nos señala nuestra ruta. Que te busquemos, noche y día, hasta encontrarte al final de nuestra vida. Mientras tanto todos unidos te aclamamos y te bendecimos diciendo...


Escuchamos la Palabra


Monición a la Lectura

Hay una recomendación, una promesa y una misión. La recomendación que sigan unidos. La promesa del Espíritu Santo, recibirán un baño de Espíritu. La misión de ser testigos de Jesús en todo el mundo. Marcha Jesús, pero deja “el testigo” al Espíritu Santo y a sus discípulos.


Lectura de los Hechos de los Apóstoles

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó: - No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole: - Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó: - No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta en los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: - Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.
Palabra de Dios

Salmo 46:
Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas

+ Final del santo Evangelio según San Mateo

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: - Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Palabra del Señor

Homilías


(A)
Al escuchar a San Lucas en la primera lectura de hoy podemos pensar que Jesús se fue al cielo subiendo como un astronauta, pero no fue así. Lo que quiere decimos san Lucas es que Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra.
Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra. Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios.
Muchos la buscan en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuanto más se bebe da más sed. También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren.
Uno nunca queda satisfecho.
Algunos parece que lo tienen todo. Andan de fiestas, en yates, etc., y, sin embargo, se sienten vacíos. Buscan la felicidad donde no está y, al no encontrarla, a veces caen en la desesperación, en los vicios, en el crimen o en el suicidio. Puedo deciros que son más felices muchos misioneros que muchos archimillonarios, porque esos misioneros han emprendido un camino que los lleva a Dios y la felicidad ya ha empezado para ellos.
Muchos archimillonarios piensan que el tiempo pasa, que pasan las primaveras y que se acerca la vejez, y ven que tienen las manos vacías. También para los misioneros pasa el tiempo, pasan las primaveras y se acerca la vejez, pero tienen las manos llenas de obras buenas, que son las que dan sentido a la vida.
Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona de amor a los demás.
El amor ha de mostrarse también en las palabras, pero dejaría de ser amor si sólo se quedara en palabras. Dicen que vale más un acto de amor que mil palabras sin amor.
Hay hijos que presumen de que aman mucho a sus padres y luego los matan a disgustos, no haciéndoles caso en nada. Hay esposos que se las dan de que se adoran, pero luego viven en continuas riñas, con gritos o silencios que molestan.
Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.
Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.
Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se deja llevar por la corriente, no el pez que está vivo.
No es fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con Jesús resucitado como compañero único de existencia.
Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.
El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza.
El nos contagia la seguridad. El nos ofrece una esperanza inconmovible. El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que verdaderamente nos puede hacer felices.
En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles.
Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza. Jesús está con nosotros.

(B)

“Yo estaré con vosotros”
Esta es una de las promesas más consoladoras que Jesús nos ha dejado.
Yo estoy con vosotros todos los días. La ausencia solo es aparente. Él se queda con nosotros, aunque de otra manera.
Son los milagros del amor. Para el amor no hay distancias ni hay vacíos; siempre encontrará una manera de estar, aunque sólo sea en el corazón. La madre, cuando se despide de sus hijos, promete con toda verdad que no se va del todo, que se queda; que ellos se van con ella y que ella se queda con ellos, todo en el corazón. Así, Jesús marcha al Padre, pero lleva escrito en su corazón el nombre de todos los suyos; marcha al Padre, pero se queda en el corazón de todos los suyos.
Desde que Jesús asumió nuestra naturaleza ya no puede desentenderse del hombre. Yo estoy con vosotros. Todo lo ha llenado de su presencia. Todo. En cada cosa, en cada persona o acontecimiento, podemos ver el sello de Cristo: una sonrisa, una lágrima, una victoria o una derrota, un niño que nace o alguien que muere, un enfermo y la persona que lo cuida, el pobre que tiende la mano o el menos pobre que abre la suya, y en los que se quieren y se perdonan, y en todo amor, en toda bondad, en todo esfuerzo o dolor podemos ver el sello de Cristo. Todo puede ser signo de su presencia, si se sabe ver y si se sabe vivir.
Por eso, hoy, no nos cansamos de agradecer este don de Jesús. Y quizá la mejor manera de agradecer sea descubrir su presencia, abrirse a su presencia, vivir su presencia. Que sepamos valorar este gesto de quedarse con nosotros.

¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

No tanto mirar al cielo. Es misión nuestra mirar a la tierra para que se vaya convirtiendo en un cielo. La hora del compromiso. Quiere decir que, si Cristo se ha marchado, nosotros tenemos que hacerlo presente. Es la hora del testimonio. Jesús mismo nos envía: “Id y haced discípulos”.
Recogemos el testigo de Cristo. Recorramos el mundo presentando ese testigo. Repitamos no sólo las palabras, sino los gestos de Jesús: donde haya una herida, sepamos curar; donde haya una necesidad, sepamos compartir; donde haya una división, sepamos unir; donde haya una soledad, sepamos acompañar; donde haya una injusticia, sepamos luchar; donde haya un desamor, sepamos amar.
Id al mundo entero repitiendo mis palabras, multiplicando mis gestos, celebrando mi Pascua. Haced mis veces. Sed una pequeña imagen mía, un Jesús vivo.
“Id”. Todos somos enviados. Todos somos misioneros. Vamos con todos los poderes. Pero no son poderes económicos, políticos o militares. Vamos con el poder de la fe, que es invencible. Vamos con el poder de la paz, que es contagioso. Vamos con el poder del amor, lo más fuerte que hay en el mundo. Vamos con el poder de Dios.
La tarea que nos espera es difícil. Hay muchos enfermos que curar, hay muchos muros que romper, muchos puentes que construir, muchas manos que unir... Hay realmente mucho que hacer...
Sintamos que nuestro Señor Jesús hoy, el día de su despedida, nos envía también a nosotros. Nosotros podemos colaborar en la transformación de nuestro mundo haciendo posible la llegada del Reino de Dios.

(C)

Pocas experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.
En medio de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.
La muerte no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento de culpabilizarnos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha acompañado durante su vida.
Tenemos mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte le ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de Dios. Allí nos espera.
Al despedirse de sus discípulos, Jesús les habla así: “Me voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy, estéis también vosotros”. Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para cada uno de nosotros en el corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo podemos también esperar de las personas queridas que nos han precedido en la muerte.
Cuando se nos muere un ser querido se lleva consigo hacia Dios todo lo bueno que ha compartido con nosotros: el amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta manera, esa persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un día abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un hogar en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y esas personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos volveremos a encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa. Es bueno recordarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.


(D)

Cuando Cristo desparece de la vista de sus discípulos, podrían llorar su ausencia. Ya no escuchaban sus palabras ni sentían el calor de su cercanía. Ya no veían al Maestro, el Amado.
Pero “dichosos los que crean sin haber visto”. Él les había prometido su presencia continuada: “Sabéis que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Pero ¿dónde se encuentra el Señor? Es ahora cuando la fe tiene que empezar su tarea. Por algo dijo Jesús: “Os conviene que yo me vaya” Una de las razones, para que la fe se ponga al día.
Creer es descubrir las ocultas presencias de Cristo. El que tiene la fe despierta no tardará en encontrar al Señor. ¿Dónde podrá encontrarle? Hay que citar cinco lugares especialmente epifánicos: no tanto allá arriba, en el cielo, sino en:

La comunidad, porque “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es lugar privilegiado de encuentro con el Señor, sacramento permanente y personalizado de Cristo.
La eucaristía, donde la presencia se hace más viva y real, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sacramento inapreciable.
La palabra, porque el Señor sigue enseñándonos; sus palabras no pasan y “el que a vosotros escucha a Mí me escucha”,sacramento profético de Cristo.
El pobre y el niño y el que sufre, porque “lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”, sacramento entrañable de Cristo doliente.
El corazón de todo creyente, del que ama, y “si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos morada en él”, sacramento vivo de Cristo.

Estas presencias ahora están veladas y sólo pueden ser vistas por la fe. Llegará un día en que los velos desparezcan y entonces veremos a Dios cara a cara, “lo veremos tal cual es”...
Mientras tanto, la fe nos permite gozar anticipadamente, aunque veladamente, de esta realidad.

Fiesta para el compromiso

Jesús terminó su obra, pero nos dejó a nosotros la misión de continuarla y completarla: “Id...” No nos quiere mirando al cielo...
Jesús ya no está aquí, pero nosotros le prestamos nuestro cuerpo para hacerle presente. Jesús ya no tiene aquí sus manos, pero las nuestras le sirven para seguir bendiciendo, liberando y construyendo la fraternidad. Jesús ya no puede recorrer nuestros caminos, pero nosotros le prestamos nuestros pies para acudir prontos a las llamadas de los pobres. Jesús ya no puede repetir sus bienaventuranzas ni proclamar el año de gracia ni pronunciar palabras de vida eterna, pero nosotros le prestamos nuestros labios para seguir anunciando la buena noticia a los pobres y la salvación a todos los hombres. Jesús ya no puede acariciar a los niños, curar a los enfermos, perdonar a los pecadores, pero nosotros le prestamos nuestro corazón para seguir estando cerca de todos los que sufren y volcar sobre ellos la misericordia de Dios.
Queda todavía mucho, muchísimo por hacer. Jesús necesita de todos nosotros. No ha llegado aún el momento del descanso. Ofrécele al Señor todo lo que puedas; quizás sólo sea una oración o un dolor o una palabra o un servicio o un gesto de solidaridad y comunión. Todo vale, con tal de que sea hecho en el Espíritu. Es el momento de tu compromiso. No podemos quedarnos mirando al cielo cuando hay tanto que hacer en la tierra.

(E)

¿Qué hacéis ahí parados mirando al cielo?

Hay ocasiones en las que la Palabra de Dios resulta tan impactante y tan concentrada en una sola frase que incluso “duele” un poco descartar todo lo demás para focalizar el comentario… pero en este día en que celebramos la fiesta de la Ascensión no me resisto a centrarme única y exclusivamente en esta frase… tal y como narra el libro de los hechos de los Apóstoles, un mensajero de Dios les dice a éstos, que se habían quedado plantados, mirando al Cielo, esa frase contundente: ¿Qué hacéis ahí parados, mirando al cielo? Es una frase que concentra varias preguntas que podemos hacernos.

La primera de las preguntas es: ¿hacia dónde debemos mirar?

Desde que Jesús se fue (no vamos a literalizar las cosas pensando que ese paso al Cielo fuera algo físico, como un cohete… creo que todos entendemos la imagen, más allá de que el Cielo esté arriba o abajo) la vida del cristiano muchas veces consiste en mirar al Cielo. Miramos al Cielo, y elevamos nuestros ojos a él, cuando desde nuestras prácticas religiosas confiamos en la presencia de Dios en nuestras vidas; cuando nos dirigimos a Él en la oración; cuando le buscamos en cada recoveco de nuestra existencia para buscar su presencia esquiva y a veces silenciosa; cuando pedimos explicaciones para la presencia del dolor en nuestras vidas o del mal en el mundo.

Pero también miramos al Cielo, y elevamos nuestros ojos, cuando nuestro interés es mucho más elevado que lo terreno; cuando renunciamos a lo material y lo consideramos un mero instrumento regalado por Dios para compartir; cuando disponemos de nuestro tiempo, tan preciado hoy en día, y lo regalamos al otro para escucharle, acompañarle, tomarle de la mano o para auxiliarle en sus necesidades… aunque eso parece ya que no sea mirar al Cielo, sino a la tierra…

Y por eso hay que empezar a entender el mensaje divino que les lanzó y nos lanza el ángel hoy a cada uno de los cristianos. Si mirar al Cielo implica quedarse cómodamente en la pura contemplación del misterio de Dios, pero nos hace quedarnos quietos, impasibles, esperando que pase algo como quien espera que llueva, o como quien presencia una obra de teatro, estamos equivocados. Poner los ojos en el Cielo implica de inmediato mirar, en primer lugar, hacia nosotros mismos: Dios está en nosotros, en nuestros corazones, en nuestra vida, en nuestra cotidianeidad, anda entre nuestros cacharros y nuestros fogones… y ahí es donde hay que buscarle. Dios está al lado de nosotros, en el próximo-prójimo, en el que nos muestra el rostro sufriente de Dios y en el que nos muestra el rostro materno, amable, complaciente, alegre, jovial, disponible, cercano de ese Dios que se niega a dejarnos solos ni un solo día hasta el fin del mundo. Mirar al Cielo, sí, pero mirando a la tierra, a nuestro lado y también dentro de nosotros.

La segunda de las preguntas sería: …y si no estamos parados, ¿para qué debemos movernos?

Pues ahí sí que podemos buscar la respuesta en el Evangelio. Cuando uno mira al Cielo con los ojos de la fe y ve lo que ve; cuando miras a tu propia vida y descubres la presencia de ese Dios tan cercano a ti; cuando miras al prójimo a veces tan necesitado, o al mundo, a veces tan reseco… ¡quedarse quieto es casi un crimen! Brota de forma espontánea la necesidad de salir corriendo a gritar a todos que Dios está vivo, que está con nosotros, que hay esperanza, que podemos hacer un mundo mejor, que tenemos nada menos que una noticia, una Buena Noticia, de amor, de perdón, de reconciliación y que anuncia que, en este mundo que algunos envejecidos de corazón dicen que está ‘tan perdido’, en realidad, ¡tiene salvación!

A cada uno de los que hoy miramos al cielo casi de reojo seguro que se nos ilumina una gran sonrisa en el rostro que grita desde nuestro interior: ¡gracias, Señor, por darme el empujón que necesitaba para moverme y salir al mundo a buscarte y compartirte! Ése es el mejor mensaje de la Ascensión de Jesús al cielo, que se ha ido para quedarse.



Oración de los fieles

(A)


Con el corazón lleno de alegría sabiéndonos del grupo de los amigos de Jesús, presentémosle nuestra plegarias, diciendo:
Que tu presencia sea nuestra fuerza
-Deseamos que tu Iglesia crezca cada día como casa de acogida para todos los hombres. OREMOS…
-Necesitamos que nuestra fe se vivifique para que pueda iluminar a todo el mundo. OREMOS…
-Queremos que los que sufren encuentren en nosotros tu mano tendida a ellos. OREMOS…
-Nos ofrecemos a continuar tu misión de construir el reino de Dios que nos has regalado. OREMOS…
-Nos gustaría poder transmitir a nuestros pequeños la alegría que supone creer en ti. OREMOS…
-Ayúdanos a perder el miedo a la caducidad de nuestros días. OREMOS….
Tú lo sabes todo, porque caminas con nosotros tomándonos de la mano. Danos lo que nos conviene, e incluso aquello que no nos atrevemos a pedir. Tu, que vives y reinas, por los siglos de los siglos.

(B)

Con Jesús Resucitado y Glorioso, te pedimos Padre:

Todos: Acoge nuestra oración.

Para que ayudes a tu Iglesia a caminar en la alegría de Jesús resucitado. Oremos...
Para que la fortaleza de tu Espíritu nos haga ser tus testigos en el mundo. Oremos...
Enriquécenos con tu sabiduría y tu conocimiento para construir un mundo de paz y de justicia. Oremos...
Contágianos con tu Amor para hacernos solidarios con los hermanos que más te necesitan. Oremos...
Ilumina a los gobernantes de este mundo para que conviertan su poder en servicio a los más débiles. Oremos...

Padre de bondad, en este día en que tu Hijo es glorificado, te pedimos que atiendas nuestras súplicas. las hacemos en nombre del Señor...

(C)

Oremos al Padre, uniendo nuestras súplicas a las de Jesucristo, que intercede siempre por nosotros.
Decimos: Míranos, Padre.

Mira a tu pueblo, para que anuncie en todo el mundo su Evangelio. Oremos...
Mira a los pueblos que sufren tantas miserias, para que sean respetados, bendecidos y ayudados en sus necesidades. Oremos...
Mira a todos los que están caídos, los que soportan pesos imposibles, los que viven sin ilusión y sin esperanza, para que encuentren la mano que los levante. Oremos...
Mira a los que no creen, a los que viven sólo como ciudadanos de este mundo, para que sepan abrirse a la trascendencia. Oremos...
Míranos a nosotros, para que vivamos la vida de Jesucristo y seamos testigos de su presencia. Oremos...

Míranos, Padre, con ojos de misericordia y guíanos para que podamos un día contemplarte cara a cara en el cielo.

Dones

PRESENTACIÓN DE UN LIBRO O UN MÉTODO DE CATEQUESIS


Señor, te traigo hoy, en respuesta al envío que haces de tus discípulos a la misión, estos textos de nuestras catequesis de la Parroquia. Es el método que seguimos para incorporar a los más pequeños y a los mayores a la experiencia del encuentro con tu Hijo Jesucristo. Sin embargo, con él queremos expresar el compromiso evangelizador de la comunidad y el de cada uno de los catequistas que, como yo, nos esforzamos no sólo por transmitir unos conocimientos sobre Jesús, sino también nuestra vivencia de la fe.

PRESENTACIÓN DE UN VASO CON ACEITE

Yo te traigo hoy este vaso con aceite. Es símbolo de nuestro compromiso por curar las heridas de este mundo, víctima del egoísmo de los hombres. Queremos, Señor, que allí donde hay una necesidad, estemos tus discípulos, para luchar por hacer de este mundo y de los hombres un reflejo de la gloria que has concedido, hoy, a tu Hijo amado.

Prefacio...

Tenemos el deber de darte gracias
siempre y en todo lugar,
pero en este día en que Cristo sube y se sienta
a tu derecha, oh Padre,
nuestra gratitud es sin límites.
Te damos gracias por ese destino insospechado
que has querido para nosotros
y que has dado a tu Hijo, Jesús.
Nos has sacado de la nada,
nos has hecho vivir
y nos espera una vida eternamente a tu lado.
Con todos los que aquí te llaman, Dios y Señor,
nosotros unimos nuestras voces y proclamamos:

Santo, Santo, Santo...

Padre nuestro

Mientras esperamos disfrutar un día de la gloria a la que ha sido ascendido, hoy, Jesús, digamos la oración que Él mismo nos enseñó: Padre nuestro...

Nos damos la paz

Solemos tener palabras bonitas a favor de la paz, pero a veces pocos gestos y hechos a favor de la verdadera paz. Hablamos, pero no actuamos. Que el gesto de la paz que vamos a repetir hoy sea para nosotros un reto sincero de paz y felicidad para todos los que nos rodean.

Comunión

Después de pedir el pan y desearnos la paz, ya podemos acercarnos a comulgar. Dichosos nosotros por haber sido invitados a la Mesa del Señor...

Oración de envío

Id por todo el mundo...
Estas palabras están dichas por nosotros.
Somos continuadores de su obra.
Somos compañeros en la misión.
Gracias, Jesús, por tu confianza.

La mies es mucha y los obreros pocos.
Queremos ser uno de ellos.
Muchas personas están caídas y pasamos de largo.
Queremos ser el buen samaritano.
Conviértenos primero a nosotros,
para que podamos anunciar tu Buena Noticia.

Danos audacia,
en este mundo escéptico y autosuficiente.

Danos esperanza,
en esta sociedad recelosa y cerrada.
Danos amor.

Bendición

El Señor está con nosotros. Su promesa es verdad. Vayamos, pues, y cumplamos la misión que nos ha confiado. No es tiempo de quedarnos cruzados de brazos. Es tiempo de anunciar con palabras y con la vida su Evangelio para esperanza del mundo.

Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/ Amén.

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WebJCP | Abril 2007