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domingo, 26 de junio de 2011

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: JESÚS-EUCARISTÍA



1.- Para que entendamos esta fiesta, desde las diferentes situaciones en las que nos podamos encontrar, bueno será recordar sucintamente su historia. La primera celebrada, la del Cenáculo, evidentemente, se termino con los himnos de ritual y la salida hacia Getsemaní. La segunda, si es que lo fue, que así lo parece, en la aldea de Emaús, también terminó en precipitada marcha de los dos discípulos a Jerusalén. Los Hechos de los Apóstoles, alguna carta paulina y los textos eucarísticos primitivos, nos cuentan que la Eucaristía se celebraba como final de una reunión, en la que se cenaba en hermandad, se leía la Palabra de Dios pausadamente y se acababa con la “Fracción del Pan”, que este era el nombre de lo que hoy llamamos misa. De inmediato, el don de Dios, se llevaba a enfermos y cautivos (recuérdese el maravilloso ejemplo del mártir Tarsicio, chiquillo romano de sólo 7 años). Se pensó más tarde en que las necesidades de impedidos podían surgir en otros momentos y apareció la reserva eucarística, guardada cuidadosamente en armarios de lo que ahora llamamos sacristía. Llegó el momento en que la Iglesia fue consciente de que allí, en el Pan sagrado, había una divina presencia y el Sagrario, fue lugar, además de reserva, de adoración y plegaria, ocupando un sitio preferente en las iglesias.

2.- Mis queridos jóvenes lectores, dedicar un día a la Eucaristía, poniendo el acento en que es alimento del alma y ayuda espiritual, para confiar nuestras cuitas al Señor, inquietudes, ilusiones y proyectos, es muy oportuno que lo hagamos. No es que lo desvinculemos de su Pascua, misterio de muerte, sepultura y resurrección, que ya lo consideramos en la liturgia del Jueves Santo. Sin olvidarlo, hoy pensamos en este aspecto, recordando anticipaciones que lo fueron, el maná del desierto o la multiplicación de los panes y los peces en Galilea.

Que en muchos sitios se organice una procesión para demostrar públicamente el amor que por el Señor sentimos, allí donde se pueda, es un gesto cristiano muy correcto y simpático. Pero lo que no debemos nunca olvidar es que su presencia, su compañía, guardado en el sagrario, tiene por finalidad ser el mejor alimento que Dios nos ofrece, al darse a sí mismo sin reparos, sin precauciones, sin guardaespaldas.

4.- Guy de Laurigaudie dice que no deberíamos decir nunca: tal día voy a comulgar. En todo caso lo correcto sería manifestar que un cierto día no se comulgará. Lo normal debería ser hacerlo diariamente. La valentía, el coraje, la fuerza de voluntad, que han demostrado y demuestran en sus vidas muchos cristianos, misioneros, contemplativos, entregados al servicio directo de los pobres, matrimonios que engendran hijos para el Cielo, educándolos cristianamente, antes que proporcionarles estudios de lenguas extranjeras o enseñándoles a rezar preferible a saber nadar o practicar deportes. Niños que aprenden que la iglesia es más importante que el gimnasio o que la misa es muy superior a las colonias de vacaciones o conciertos corales, que la asistencia a unas Jornadas Mundiales de la Juventud, con catequesis, oraciones, sacramentos y Caridad en el ambiente, mucho más útil que un viaje por los países nórdicos. Que visitar una comunidad religiosa, convidar a la mesa familiar a un sacerdote o diácono, ministros de la Eucaristía, más acertado que un intercambio familiar de alumnos de diferentes colegio y naciones, explicarse esta manera diferente de vivir sumergidos en nuestra misma sociedad y gozando de ella sin aburguesarse degradándose, se debe a que no se privan de este alimento sobrenatural.

5.- Os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que raramente dejo de celebrar misa cada día. En realidad, poquísimos días al año. Ocurre a veces que he pasado el día ocupado en cosas acuciantes y llega la noche, y está a punto de acabar la jornada, aun así, no dejo de entrar en la iglesita que tengo cerca de mí y en mi soledad, pero sabiendo que me rodea la Iglesia que ofrece al Padre a su Hijo Jesucristo, que me acompañan tantos miles de personas en diferentes puntos del globo, que hacen lo mismo, más o menos atento, más o menos fervoroso, celebro misa.

Porque si debemos poner interés en ahuyentar las distracciones y las prisas, para que nos entre su Gracia, no es necesario que nos sintamos en, ese momento, fervorosos. El que no tengamos ganas en aquel momento, no debe ser óbice de que dejemos de celebrarla. Os hablaré con palabras necias, pero gráficas. La Eucaristía, si estamos correctamente preparados, hace efecto como un analgésico, que nos la tragamos y nos quita el dolor, tanto si estamos atentos como si lo hacemos rutinariamente. Y la comida se puede saborear con deleite o tragársela con indiferencia. Lo hacemos porque ha llegado la hora y nos tocará después trabajar. Nuestro organismo se aprovechará en ambos casos. Así la Comunión.

6.- Se elogia la dieta mediterránea, se exaltan las propiedades medicinales de plantas y bebidas, pero todos sabemos que nos llegará la hora de la muerte y ni la infusión de manzanilla, ni la fibra vegetal, ni el moderado ejerció físico, la impedirá. La Gracia de Dios, que nos fue dada en el bautismo, que se confirmó en la imposición de la mano del obispo y la crismación, que nos llega en la comunión especialmente, ya que nos confiere la Gracia y se nos da al amo e inventor de la Gracia, este prodigio, nos acompaña y fortalece en el momento del tránsito y atraviesa la barrera biológica, siendo prenda de felicidad eterna. Porque en la Eternidad no se habla inglés, ni se conducen vehículos, ni hay playas ni montañas nevadas. Todo lo que uno aprenda, que es muy útil progresar en conocimientos y experiencias, debe capacitarnos para cosas superiores. Que una escalera de mano que no tenga sitio donde apoyarse de nada sirve y un almacén de medallas olímpicas o un muro repleto de diplomas, sin una profesión asegurada, de nada aprovechan en la vida. La “tarjeta visa” que abre puertas eternas y permite los mayores goces, es la Gracia.

7.- Pido a Dios que mi muerte ocurra acompañado de Jesús-místico, encarnado en mis hermanos, del Jesús-Palabra en mis manos y del Jesús-Eucaristía en mi boca. No he hecho referencia, mis queridos jóvenes lectores, a los textos de la misa de hoy, pero, repasándolos ahora, me doy cuenta de que os he escrito lo esencial de sus enseñanzas en este mensaje-homilía.

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WebJCP | Abril 2007