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sábado, 11 de junio de 2011

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: FIELES AL MISMO ESPÍRITU


Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23) - Ciclo A
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- El relato que nos ofrecen los textos litúrgicos ocurrió en el lugar que la tradición sitúa también la Santa Cena. Parece que la “sala alta” que el Señor solicitó a un amigo para celebrar su Pascua, fue lugar posterior de refugio y reunión de la primitiva comunidad cristiana, pese a que no aparezca mencionado en ningún documento canónico y que no tenga hoy demasiados vestigios arqueológicos. Empiezo, mis queridos jóvenes lectores, describiéndoos el sitio de los hechos que celebramos, si os aburre la arqueología religiosa, podéis saltaros el próximo párrafo.

En la parte superior de la antigua Sión, en aquel tiempo situado dentro de las murallas de la ciudad, debería estar esta vivienda. Como otra cualquiera, disponía de una sala preparada para los huéspedes (se me ocurre ahora un testimonio del Antiguo Testamento. Se trata de la señora que acoge al profeta Eliseo y nos lo cuenta el II libro de los Reyes 4,10) En la que era propiedad del amigo del Señor, se continuaron reuniendo los Apóstoles, las Santas Mujeres siempre fieles, los discípulos y, por descontado acompañándoles, su Madre Santa María. El día que la Biblia griega llama Pentecostés y la Hebrea shabuot, celebraban los judíos desde tiempos antiguos la fiesta de las espigas de trigo, enriquecido posteriormente con otros significados. Debería ser el ámbito muy grande, pues, la comunidad estaría compuesta de alrededor de un centenar de personas. El estruendo, las llamas que sin quemar se depositaban encima de los rostros y los silbidos de tempestad que no destruía edificios y principalmente el entusiasmo que sentía cada uno en su interior, debería asombrarles mucho.

2.- Fue tan importante el hecho que no lo olvidaron los textos canónicos. No ocurrió lo mismo con el sitio. Perece que el edificio se lo reservó la comunidad jerosolimitana, una comunidad judeo-cristiana, que se fue encerrando en sí misma y poco a poco pasó desapercibida para los viajeros peregrinos. Pese a ello hay indicios arquitectónicos hoy, que confirman que aquel es el lugar donde sucedió lo que celebramos. Para el lector que ya haya ido, le advierto que solo una parte del recinto que visita corresponde con la “sala alta” la otra parte está al otro lado de una de las paredes, y que uno ve detrás de una ventana. Sé que en ciertas ocasiones se sube por la escalera interior y se penetra en el resto de lo que fue el ámbito en la época de Jesús. Yo, personalmente, no he tenido ocasión de hacerlo. La edificación actual es de tiempo de los Cruzados y paradójicamente, ocupada por la autoridad judía. No se permite celebraciones religiosas oficiales. Las de los dos últimos Papas fueron excepciones. Pero rezar, cantar y levantar las manos para expresar la alegría que le embarga a uno, nadie se lo impide y goza casi siempre de un ambiente pentecostal y universal. Al marchar es cuando uno lamenta dejar aquel local, de tan gratos recuerdos, totalmente desangelado.

3.- La fiesta que hoy celebramos, mis queridos jóvenes lectores, se puede preparar con una vigilia litúrgica, que el mismo misal sugiere y ofrece textos para ello. En mi caso la celebramos de ocho a diez de la noche del sábado y para la que otros años he ofrecido pregón y reflexiones, que podéis encontrar en “el histórico”. Este año tenía preparada una reflexión oración que espero se pueda publicar, ya que a mí, como os habrá ocurrido a vosotros seguramente algún día, se me ha borrado al irla a corregir y ahora trataré de recuperar. Así que mi mensaje-homilía será fruto de una situación embarazosa.

4.- La primera lectura es el texto clásico de la Solemne venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, una de las fiestas agrícolas y de peregrinación de los judíos. Ellos celebraban y ofrecían las primeras espigas de trigo, también la entrega de la Ley en el Sinaí, más algunos otros significados. Pese a que la mayor parte de los artistas se limiten a presentar a los Apóstoles y a la Virgen, el texto de los Hechos de los Apóstoles dice explícitamente que con ellos estaban las Santas Mujeres y bastantes discípulos del Señor. La efusión del don del Espíritu Santo se hace en esta ocasión solemnemente y el puñado de seguidores del Señor se convierte en una comunidad consciente de la responsabilidad que tienen. Pierden el miedo, salen a la calle, anuncian la Buena Nueva y empiezan a organizar lo que después llamaremos Iglesia.

Hablan no como eruditos, sino como testigos, como agraciados, como comprometidos. Causan asombro a los que les escuchan. Me gustaría que vosotros os preguntarais ahora ¿a mí me asombra el Evangelio? Es la primera actitud que debe tener el cristiano. Hoy estamos acostumbrados a que nuestros cacharritos cambien, progresen, se modifiquen continuamente, de manera que ya nada nos extrañe.

5.- El Evangelio pese a que su texto exista desde hace 2.000 años acompañado de una Tradición cuya antigüedad es la misma, no obstante, hecho vivencia personal, se manifiesta de maneras originales en cada época, de manera que surgen nuevas iniciativas, nuevas comunidades que se comprometen con el mismo Señor, pero con ropaje diferente. Es una de las grandes originalidades de nuestra Fe. Entre San Pablo primer ermitaño y Santa Gianna Beretta Molla hay una aparente gran diferencia, y una distancia temporal de siglos, pero su testimonio responde a los mismos convencimientos. Seguramente que a vosotros esta simpática y valiente médico italiana, os invitará a tener coraje mucho más que el solitario monje de antiguas tierras egipcias. Pero ambos fueron fieles al mismo Espíritu.

6.- San Pablo, en la segunda lectura, recuerda que la Fe en Jesús no es un frío archivo donde hay almacenadas unas fechas, unos conceptos, unos criterios. La Fe es un don y una vivencia que se debe cultivar, si no es así se pierde. Como se extravía la llave que le entregan a uno y nunca utiliza.

La lectura evangélica nos aporta un detalle: el don del espíritu Santo implica la dádiva del perdón de los pecados. Un favor que se le concede a la Comunidad apostólica y que conservará la Iglesia nacida de ella. Qué satisfacción siente uno cuando escucha las palabras explícitas, eco de las pronunciadas por el Señor: yo te absuelvo de tus pecados y marcha no solo perdonado sino con recuperadas fuerzas mayores.

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WebJCP | Abril 2007