Por Xavier Garí
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha anunciado esta madrugada con orgullo y clara satisfacción, que Bin Laden ha sido asesinado por orden suya a manos de la CIA. Su Secretaria de Estado, Clinton, el ex presidente norteamericano, Bush, el primer ministro británico, Cameron, la canciller alemana, Merkel, y el primer ministro italiano, Berlusconi, han sido los que han tenido más prisa para felicitarse por la misma noticia. Con alta sorpresa he recibido esta reacción rodeada del fervor popular de ciudadanos de Estados Unidos que salían a la calle para celebrarlo.
Me pregunto si un presidente de un país democrático, que habla de libertad y de justicia, y que nada más llegar a la presidencia se le otorgó nada menos que el Premio Nobel de la Paz, puede aparecer públicamente con la satisfacción tan evidente que le proporciona un asesinato, aunque sea del enemigo número uno del país. En términos jurídicos, asesinar es un delito. No sé por qué en Guantánamo hay detenidos y torturados, algunos sin juzgar, sobre los que no se ha podido demostrar una participación directa en asesinatos, y en cambio el propio presidente Obama se autoinculpa manifestando que ha dado la orden de asesinar a una persona, y no es considerado públicamente delito y la ciudadanía sale a las calles de Washington y Nueva York para festejarlo.
Moralmente, cualquier asesinato es reprobable y nunca digno de celebraciones. Cómo puede ser que nadie en la comunidad internacional occidental, ni el Secretario General de Naciones Unidas (que se limitó a reconocer que la lucha contra el terrorismo ha llegado a “un punto de inflexión”), se haya manifestado en contra de una decisión “terrorista” de un estamento del espionaje de un país democrático (la CIA en el caso de EEUU). Ocurrió lo mismo con el asesinato del Che, así como con el del presidente chileno Allende sin ir más lejos, y tampoco le ahorró un Nobel de la Paz a Kissinger. No por ello es menos reprobable esta política que ni en secreto, pero menos aún en público, debería admitir estas actuaciones y además publicitarlas con el festejo popular y la satisfacción de la diplomacia internacional.
Claro que Bin Laden no es un santo, pero sus delitos deben ser juzgados y su vida respetada, si es que no le hacemos pagar con la misma moneda lo que ordenó ejecutar el 11 de septiembre de 2001, y entonces todos quedaron a su nivel, cuando lo que necesitaba era distanciarse de sus maneras, y dar una lección al mundo de dignidad, de justicia y de paz. Ya la Guerra de Irak y la invasión y posterior Guerra de Afganistán significaban reproducir el mismo terrorismo de Al Qaeda con formato oficial y militar, pero algunas potencias occidentales le dieron apoyo, y ehttp://www.blogger.com/img/blank.gifncima ahora lo matan. Cuando entenderemos que la Paz no se puede imponer con violencia? Que las ejecuciones, vengan del terrorismo, de las guerras, de Al Qaeda o de la CIA, siempre deben ser desechables porque vulneran el primero de los Derechos Humanos? Cuando aprenderemos que noticias como esta no pueden significar lo que Barack Obama ha manifestado esta madrugada al comenzar su discurso: “Hoy es un gran día para América”. En todo caso, no lo es para la democracia, para los derechos humanos y para el verdadero significado de la justicia y la paz. ¡Un asesinato no puede engendrar vida!
Publicado por Cristianismo y Justicia
Me pregunto si un presidente de un país democrático, que habla de libertad y de justicia, y que nada más llegar a la presidencia se le otorgó nada menos que el Premio Nobel de la Paz, puede aparecer públicamente con la satisfacción tan evidente que le proporciona un asesinato, aunque sea del enemigo número uno del país. En términos jurídicos, asesinar es un delito. No sé por qué en Guantánamo hay detenidos y torturados, algunos sin juzgar, sobre los que no se ha podido demostrar una participación directa en asesinatos, y en cambio el propio presidente Obama se autoinculpa manifestando que ha dado la orden de asesinar a una persona, y no es considerado públicamente delito y la ciudadanía sale a las calles de Washington y Nueva York para festejarlo.
Moralmente, cualquier asesinato es reprobable y nunca digno de celebraciones. Cómo puede ser que nadie en la comunidad internacional occidental, ni el Secretario General de Naciones Unidas (que se limitó a reconocer que la lucha contra el terrorismo ha llegado a “un punto de inflexión”), se haya manifestado en contra de una decisión “terrorista” de un estamento del espionaje de un país democrático (la CIA en el caso de EEUU). Ocurrió lo mismo con el asesinato del Che, así como con el del presidente chileno Allende sin ir más lejos, y tampoco le ahorró un Nobel de la Paz a Kissinger. No por ello es menos reprobable esta política que ni en secreto, pero menos aún en público, debería admitir estas actuaciones y además publicitarlas con el festejo popular y la satisfacción de la diplomacia internacional.
Claro que Bin Laden no es un santo, pero sus delitos deben ser juzgados y su vida respetada, si es que no le hacemos pagar con la misma moneda lo que ordenó ejecutar el 11 de septiembre de 2001, y entonces todos quedaron a su nivel, cuando lo que necesitaba era distanciarse de sus maneras, y dar una lección al mundo de dignidad, de justicia y de paz. Ya la Guerra de Irak y la invasión y posterior Guerra de Afganistán significaban reproducir el mismo terrorismo de Al Qaeda con formato oficial y militar, pero algunas potencias occidentales le dieron apoyo, y ehttp://www.blogger.com/img/blank.gifncima ahora lo matan. Cuando entenderemos que la Paz no se puede imponer con violencia? Que las ejecuciones, vengan del terrorismo, de las guerras, de Al Qaeda o de la CIA, siempre deben ser desechables porque vulneran el primero de los Derechos Humanos? Cuando aprenderemos que noticias como esta no pueden significar lo que Barack Obama ha manifestado esta madrugada al comenzar su discurso: “Hoy es un gran día para América”. En todo caso, no lo es para la democracia, para los derechos humanos y para el verdadero significado de la justicia y la paz. ¡Un asesinato no puede engendrar vida!
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