Por Juan Jauregui
Monición de entrada
(A)
El relato de Emaús, que vamos a escuchar en el evangelio, es una hermosa catequesis pascual.
Dos discípulos de Jesús, tristes y desilusionados, van camino de Emaús, recordando a Jesús y hablando sobre Él.
Y el mismo Jesús sale a su encuentro en el camino. Y cuando aquellos discípulos reconocen a Jesús, se llenan de alegría y de esperanza.
Jesús también sale, muchas veces, a nuestro encuentro a través de la vida y nos habla a través de su Palabra. Lo único que necesitamos es descubrirle en los demás y en los acontecimientos de la vida.
(B)
Las palabras encienden el corazón, pero los gestos desvelan la realidad de manera más fuerte y nítida.
La celebración de hoy es una llamada a los que creemos en la resurrección de Jesús para que nuestra vida de resucitados haga gestos, y no sólo pronuncie palabras.
En el camino de la vida nos acontece que muchas veces vamos cabizbajos. Vamos de vuelta, hacia donde no hay nada. Vamos de vuelta, hacia donde no está la verdad: Vamos de vuelta, estamos de vuelta.... Estar de vuelta es, la mayor parte de las veces, ser incrédulos...
Nos las sabemos todas tan bien, que ya no creemos en nada y en nadie. No hay verdad para los que están de vuelta. NO hay verdad de palabras. Pero hay verdad de cercanía, de gestos. Sí, para los que están de vuelta sólo vale una cosa: ir con ellos y, ante ellos, ser testigos de la verdad, por los gestos.
(C)
Hay en la vida situaciones de crisis, días sin moral para la lucha, sin perspectivas de futuro ni ganas de nada. Pero esos “puntos-cero” de apatía y de duda pueden convertirse en puntos de partida hacia la esperanza y las ganas de vivir.
Es más o menos la situación anímica de los dos discípulos de Emaús cuyo apasionante relato escucharemos en la lectura del evangelio. Se trata de la vida de la fe, de nuestra vida. Esos momentos de incertidumbre, momentos en los que parece que todo se acaba, pueden convertirse en comienzos de algo nuevo si alguien es capaz de poner luz en nuestra inteligencia y calor en nuestro corazón.
(D)
Estamos en tiempo de Pascua y hoy, se nos ofrece el pasaje evangélico en el que dos discípulos, muy decepcionados por haber depositado su confianza en el Señor, reconocen a Jesús en el gesto de bendecir y partir el pan.
La Eucaristía se llama "la fracción del pan".
Cuando Jesús hizo este gesto en Emaús, partir y compartir el pan, los discípulos lo reconocieron y se llenaron de asombro y alegría. Dispongámonos al encuentro con Jesús en esta celebración de la Eucaristía, como lo hicieron los discípulos de Emaús.
Saludo
Dios que resucitó a su Hijo Jesucristo de la muerte y le dio la gloria, esté con todos vosotros...
Aspersión bautismal
La Eucaristía de los domingos de todo el año, y en especial de los domingos de Pascua, el Misal recomienda que se inicie, no con el acto penitencial normal y el “Señor, ten piedad”, sino con la aspersión, en recuerdo del Bautismo.
Con este rito, no tanto renovamos nosotros nuestras “promesas bautismales”, sino que le pedimos a Dios que renueve él la gracia con que nos llenó el día de nuestro bautismo, el día en que fuimos incorporados por primera vez a Cristo y a su Iglesia.
El gesto simbólico de la aspersión con agua expresa bien el deseo de purificación, que todos necesitamos para poder celebrar adecuadamente la Eucaristía. Y, sobre todo, nos recuerda que si estamos aquí, empezando nuestra Eucaristía dominical, es porque somos cristianos, pueblo de bautizados. Pecadores, pero cristianos. Estamos en nuestra casa. Y como pueblo de bautizados, pueblo de Cristo y de su Espíritu, pueblo de hijos de Dios Padre, nos disponemos a escuchar la Palabra, a elevar a Dios nuestras oraciones y cantos, a interceder por todo el mundo, a ofrecer una vez más el sacrificio perenne de Cristo en la Cruz, y a participar de su Cuerpo y su Sangre, que él nos ha querido dar como alimento para el camino.
El sacerdote después del saludo, invita a la comunidad a orar, con estas o parecidas palabras:
Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.
Después de una breve oración personal de todos en silencio, prosigue:
Dios todopoderoso y eterno,
que por medio del agua,
fuente de vida y medio de purificación,
quisiste limpiarnos del pecado
y darnos el don de la vida eterna.
Dígnate bendecir + esta agua,
para que sea signo de tu protección
en este día de domingo consagrado a ti.
Por medio de esta agua
renueva también en nosotros la fuente viva de tu gracia,
y líbranos de todo mal de alma y cuerpo,
para que nos acerquemos a ti con el corazón limpio
y recibamos dignamente tu salvación.
por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
El sacerdote toma el hisopo –o una rama vegetal- se rocía a sí mismo y, luego rocía a los fieles. Si le parece conveniente, puede recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles, mientras se canta un canto bautismal.
Una vez acabada la aspersión y el canto, el sacerdote dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado
y, por la celebración de esta eucaristía dominical,
nos haga dignos de participar
del banquete de su reino.
R/. Amén.
Escuchamos la Palabra
Monición a la lectura
Los apóstoles, recreados e iluminados por el Espíritu, pierden el miedo y empiezan a entender las Escrituras. Pedro es un ejemplo: el que antes temblaba ante una portera, ahora se enfrenta a todo el pueblo; el que antes afirmaba no conocer a Jesús, ahora no sabe otra cosa que Jesús.
El texto que se recoge es el primer testimonio público de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Utiliza un argumento de la Escritura, el salmo 15, salmo de confianza, de esperanza y de vida.
(B)
Los apóstoles iniciaron con ilusión y alegría la tarea de proclamar a los cuatro vientos la Buena Noticia de Jesús Resucitado. Hoy nos toca a nosotros continuar ese proceso de anuncio y evangelización.
Pero para poder hacerlo de manera creíble y esperanzada, antes hay que vivir una experiencia de encuentro gozoso con el Resucitado, como la de los discípulos de Emaús. Ellos le reconocieron, al partir el pan. Nosotros también podemos reconocerle vivo, al compartir el pan de la Palabra, el pan de la Eucaristía y el pan de los pobres.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.
Palabra de Dios
Monición al salmo:
Enséñanos, Señor, el camino de la vida,
dinos dónde está la fuente de la vida.
Los hombres nos han enseñado caminos de muerte:
caminos de ganancia, que son ruina,
de placer, que es vacío...
Los caminos de los hombres son engañosos.
Pero tus caminos son rectos y sinceros.
Tú nos enseñas el camino de la entrega, que es felicidad,
del vaciamiento, que es plenitud;
el camino de la muerte, que es vida...
Nos sacias de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Salmo 15:
Señor, me enseñarás el sendero de la vida
Monición al Evangelio:
El relato de Emaús es una hermosa catequesis pascual. Dos discípulos, tristes y desesperanzados, buscan un lugar de olvido y descanso: Emaús. Pero no pueden olvidar. En el camino recuerdan, estudian, discuten sobre lo sucedido en torno a Jesús. Han perdido ya la esperanza, pero no han perdido el amor. Jesús había penetrado en sus corazones profundamente.
Y Jesús les salió al encuentro en el camino. No le conocen, pero les regala su presencia y su palabra, y les enciende su corazón. La presencia se hará clara, cuando compartan el pan, cuando celebren la eucaristía.
Aquellos discípulos también resucitaron; enseguida desandaron el camino y se convirtieron en testigos de la resurrección. Ahora ya sabemos que Jesús sale siempre a nuestro encuentro en el camino y que podemos encontrarlo en las Escrituras y en la fracción del pan.
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: - ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: - ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó: - ¿Qué?
Ellos le contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron.
Entonces Jesús les dijo: -¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: - Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
En el pasaje del evangelio que acabamos de leer, vemos a dos discípulos dispersarse con una angustiosa sensación de miedo y de fracaso. El camino de Emaús es el camino del desencanto, de los recuerdos tristes. El camino de Emaús es el camino de los que esperaban...
“Esperaban que él fuera.... esperaban que él les librara...”
Y todas aquellas esperanzas se han convertido en frustraciones. Ahora lo mejor es olvidar y alejarse.
Hoy estos discípulos tienen cantidad de imitadores. Fijaos en un fin de semana o en un principio de vacaciones: la gente, como loca, huye de la ciudad y del trabajo, del esfuerzo...; van hambrientos de soledad y descanso, necesitados de evasión y de olvido, y son millones. Emaús es hoy el chalet, la playa, la excursión, el video, la discoteca o el fútbol. Emaús es hoy la abstención, el desencanto, el pesimismo. Emaús es hoy el sofá, el narcisismo, el refugio.
Esperábamos, pero hemos llegado al fin de muchas ilusiones. Desconfiamos de los ideales, de los proyectos...
Esperábamos que se lograría un mundo más justo, pero todo sigue igual o quizá peor.
Esperábamos que el cambio político renovaría la sociedad, que la mejora económica del país acabaría con el paro y la pobreza, que la tolerancia haría imposible el terrorismo, que nos acercábamos a un mundo mejor, a una sociedad más humana y fraterna...
Esperábamos... ¿pero cuántas de estas esperanzas han muerto?
Los discípulos de Emaús encontraron en su camino al Señor. Y el Señor, al que aún no conocían, les preguntó: ¿Qué conversación es la que traíais por el camino? Y ellos le cuentan todas sus desilusiones...
Y ahora, también el Señor nos pregunta a nosotros de qué hablamos por el camino de la vida...¿qué le respondemos?
Mira, Señor, hablamos de las cosas que pasan...
Hablamos de la crisis, de las últimas salvajadas de los terroristas, de la política, de los problemas económicos: el paro, los precios, el euro, la vivienda, los gastos. Hablamos del gobierno, de la TV, de los deportes. Hablamos de los problemas del mundo. Hablamos de los jóvenes, de los artistas, de los curas. Hablamos de las drogas, del sida, de la moda... Hablamos mucho, sobre todo en el bar, pero sin ilusión, por distracción, buscando más bien el morbo de las cosas...
“Entonces Jesús les dijo...” Jesús empezó a abrirles los ojos, explicándoles la Escritura. Y según les hablaba su mente se iba llenando de luz. Y así el camino se les hizo corto. ¡Qué bien nos viene en esos momentos de desilusión o desaliento encontrar a alguien que nos diga palabras de aliento y comprensión!
Necesitamos que Jesús nos hable también a nosotros y nos explique las Escrituras. Nos dirá que somos torpes y que tenemos poca fe, que no acabamos de comprender que él nos acompaña siempre y que no nos deja solos. Que nos fiamos demasiado de nuestras propias fuerzas y que necesitamos fiarnos más de Él.
Y nos enseñará la necesidad de la Cruz, de las dificultades para llegar a la libertad y crecer en el amor. No todo es camino de rosas. Hay que trabajar, luchar y sufrir, si queremos que nuestra vida y la de todos termine en Pascua. Pero nos probará que la Pascua es cierta, que hay salida a las situaciones difíciles, que todo tiene sentido, que lo último no es la desesperanza y el vacío, sino una explosión de luz, de gozo, de vida.
“Quédate con nosotros...” Era una petición obligada.
Aquellos discípulos ya no podían estar sin él. Él tenía palabras de vida eterna. Sin él todo volvería a resultar vacío y triste. Si él se iba, la noche y la oscuridad se les volvía a echar encima.
“Se quedó...” Por algo Jesús es el Enmanuel “El Dios con nosotros”. Él está deseando que le invitemos.
Y después de las palabras vendrán los gestos amistosos: el partir el pan y la entrega. Y esto aclara definitivamente las cosas. Cuando se parte el pan, cuando desaparecen los egoísmos, cuando compartimos la amistad, es cuando se nos abren los ojos y podemos reconocer a Cristo; es cuando de verdad Cristo, se hace presente y vuelve la alegría, el entusiasmo y la esperanza.
A Cristo se le conoce al partir el pan, porque Cristo es pan que se parte y se comparte. Así, el cristiano tiene que ser pan para el mundo...
“Y comienza el camino de vuelta...”
Si la marcha hacia Emaús es camino de desesperanza, la vuelta de Emaús es un camino ilusionado. El reencuentro con Cristo transformó a los discípulos en apóstoles. Ni un momento más en Emaús. Corriendo desandaron el camino, porque tenían una gran noticia que comunicar. El gozo que llevaban dentro les resultaba incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que CRISTO VIVE; a todos los que sufren que CRISTO HA RESUCITADO; a todos los que buscan que CRISTO SE DEJA ENCONTRAR.
Ésta ha de ser nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su Palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.
(B)
Los relatos pascuales más que insistir en el carácter prodigioso de las “apariciones” del Resucitado, nos descubren diversos caminos para encontrarnos con él.
El relato de Emaús es, quizás, el más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que nos podemos encontrar los cristianos una y otra vez:
Los discípulos poseen aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han comunicado su experiencia y les han confesado que “está vivo”.
Todo es inútil. Los de Emaús siguen su camino envueltos en tristeza y desaliento. Todas las esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar dos caminos para recuperar la esperanza y la fe en el resucitado.
El primer camino es la escucha de la palabra de Jesús. Aquellos hombres, a pesar de todo, siguen pensando en Jesús, hablando de él, preguntando por él. Y es, precisamente entonces, cuando el resucitado se hace presente en su caminar.
Allí donde unos hombres y mujeres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su persona, allí está él, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Si alguna vez, al escuchar el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido “arder nuestro corazón”, no olvidemos que él camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda una segunda experiencia. Es el gesto de la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la misma mesa. Unos hombres que se aceptan como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar.
Es entonces cuando los discípulos van a “abrir sus ojos” para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que él es nuestro “pan de vida”.
(C)
El relato evangélico de hoy dice precisamente que aquellos dos discípulos que, descorazonados y desengañados, caminaban hacia Emaús, conocieron a Jesús al “partir el pan”. Conocer a Jesús y cambiar su ánimo, todo fue uno. La angustia desapareció y la reacción no se hizo esperar se levantaron al instante y volvieron a Jerusalén.
Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las Escrituras: es la Misa.
Y ¿os habéis fijado en los asistentes a las Misas de la mayor parte de nuestras Iglesias?
En gran medida llegan a la hora justa y se acomodan resignadamente, con mentalidad de acudir para cumplir una obligación.
Escuchan con aire distraído, y mirando sin disimulo el reloj, el sermón que toca y que difícilmente podrán repetir al salir de la iglesia, porque posiblemente se ha aprovechado ese tiempo para pensar en algo que les interesa mucho más que lo que diga el cura. En defensa de los asistentes y en honor a la verdad, hay que decir que, en demasiadas ocasiones, esta actitud está plenamente justificada, porque un gran número de sermones no dicen nada a quienes los escuchan.
Muchos no participan en la comunión.
Casi todos, con la última bendición en los talones, abandonan la iglesia y cierran tranquilamente esa página dominical, para volverla a abrir el domingo siguiente, sin que, posiblemente, en sus vidas tenga la menor trascendencia.
Creo que no exagero, ¿quién sale enardecido de nuestras misas? ¿A quién le arde el corazón? ¿quién sale con un ideal vital para rumiar en el resto de la semana y hacerla vida propia?
¿Cuántos se encuentran con Cristo en la fracción del pan que supone la Eucaristía? Porque esto es fundamentalmente y nada más la Misa.
Hay que intentar seriamente que los cristianos vivamos el encuentro semanal con Cristo como algo trascendente en nuestra vida, como el momento más importante del día, ese momento que deja en cada uno de nosotros la misma impresión que el encuentro de Cristo dejó en los discípulos de Emaús.
Caer en la indiferencia y el pesimismo es algo que está al alcance de la mano. Renovar semanalmente el impulso que nos hace seguir a Jesús es algo importante.
No creo que haya un ejemplo más palpable de lo que debieran ser nuestras eucaristías que el relato evangélico de hoy. Cualquier parecido de este relato con la realidad que vivimos los domingos la mayor parte de los cristianos es, por desgracia, pura coincidencia.
(D)
La madre Teresa de Calcuta, aquella santa en vida que junto con otras hermanas de la caridad se dedicaban al cuidado de los inválidos, de los moribundos, de los hambrientos, de los leprosos, de los alcohólicos y de todos los que sufrían mil calamidades, nos contaba lo siguiente:
«En Calcuta atravesábamos un período de escasez de azúcar. Un niño pequeño, un niño hindú de cuatro años de edad, vino con sus padres. Trajeron un pequeño tarro de azúcar.
Al entregármelo, el pequeño dijo: "Por tres días no tomaré azúcar. Dáselo a tus niños".
Unas semanas antes de mi viaje a Estados Unidos
-continúa diciendo- alguien vino a nuestra casa una no, che y nos dijo: "Hay una familia hindú con ocho hijos que llevan varios días sin comer".
Cogí entonces un poco de arroz y acudí en su ayuda. Pude ver sus caritas, pude ver sus ojos relucientes por el hambre.
La madre tomó el arroz de mis manos, lo partió en partes iguales y salió inmediatamente.
Al volver le pregunté: "¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?".
Me contentó: "También ellos tienen hambre".
Es que al lado había una familia árabe con el mismo número de hijos. Ella sabía que llevaban días sin comer.
Cuando me fui, sus ojos brillaban de alegría porque madre e hijos podían compartir algo con los demás, algo de lo que incluso necesitaban».
Hermanas y hermanos, ¡qué ejemplo maravilloso nos dan a nosotros, que muchas veces ni siquiera damos algo de lo que nos sobra!
La fe cristiana no es creer en Dios y tener el corazón frío. No es sólo ir a misa y rezar o hacer novenas o visitar santuarios. La fe cristiana es sobre todo tener calor en el corazón y compartir, incluso haciendo el tonto a los ojos del mundo. Como aquella señora que, en tiempos del hambre, al ver que una persona estaba robando patatas en su finca, cambió de camino para que esa persona no se sintiera avergonzada. Era una madre que robaba porque sus hijos tenían hambre. Esa señora era tonta para la sabiduría del mundo, pero no para la sabiduría de Dios.
En el Evangelio de hoy, después de la muerte de Cristo, cuando dos discípulos iban camino de Emaús, se encontraron con un viandante. Lo invitaron a quedarse con ellos. Sentados a la mesa, el peregrino partió el pan y se lo dio. Al momento reconocieron en él a Cristo resucitado. Es que los tenía acostumbrados a partir el pan para compartir.
También la gente que nos ve reconocerá que somos verdaderos cristianos si sabemos compartir.
Oración de los fieles
(A)
Tú conoces, Señor, nuestras necesidades y te compadeces de nosotros. Hoy te presentamos:
A los que no encuentran sentido a sus vidas...
Todos: Míranos, compasivo.
A los que no tienen fe...
A los que no conocen las Escrituras...
A los creyentes que no dan testimonio de Jesucristo...
A los que están marcados por el dolor y la tristeza...
A los que son pesimistas y sólo miran el pasado...
A los que no se abren a las sorpresas del Espíritu...
A nosotros, que no vivimos el misterio pascual...
Míranos, Padre, y ayúdanos a ser testigos de la Resurrección.
(B)
A ti, Señor resucitado, que has querido quedarte con nosotros para siempre y que conoces nuestras necesidades, te pedimos:
Todos: Quédate con nosotros, Señor.
No abandones a tu Iglesia, para que dé de ti testimonio. Oremos...
No abandones a los pobres y a los que sufren, para que sean consolados con tu presencia. Oremos...
No abandones a los que te predican, para que su testimonio sea escuchado. Oremos...
No abandones a los que te buscan, para que sientan el gozo de tu presencia. Oremos...
No abandones a los que oran, para que se enciendan sus corazones. Oremos...
No abandones a los que se aman, a los amigos, a los que caminan juntos, para que sepan que tú estás en medio de ellos. Oremos...
No nos abandones a nosotros, para que podamos encontrarte en la Palabra, en la fracción del pan y en los pobres. Oremos...
Quédate con nosotros, Señor, porque sin tu presencia pronto llegaría la noche y la tristeza.
(C)
Igual que los de Emaús, podemos presentar nuestras necesidades a Jesús para que las lleve al Padre, diciendo: Jesús Resucitado, danos tu paz.
Por nuestra Iglesia, para que abra bien los ojos al mundo y a la sociedad y sepa llevar con valentía el mensaje del Evangelio. Oremos.
Por quienes dudan y viven rodeados de dificultades, de desamor y de amargura, para que Jesús Resucitado se les muestre cercano y camine a su lado hasta que se llenen de su Luz. Oremos.
Por la paz en nuestras casas y en el mundo entero, la paz verdadera que nace de la justicia, para que sepamos hacerla realidad. Oremos.
Por nuestra comunidad parroquial, por todos sus grupos, por todas las personas que colaboran de cualquier modo, para que Dios bendiga nuestros trabajos y nos llene de ilusión. Oremos.
Quédate, Señor, junto a nosotros porque es lo mejor que nos puede pasar. Por Jesucristo.
Ofrenda
(La Palabra de Dios y el pan de la Eucaristía)
Dos caminos para encontrarnos con Jesús Resucitado….
La escucha de la palabra de Jesús.
Allí donde unas mujeres y unos hombres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y de su persona, allí está Jesús, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Pero si alguna vez, al escuchar o al leer el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido “arder nuestro corazón”, no olvidemos que Jesús camina junto a nosotros.
Pero además el evangelista nos recuerda una segunda experiencia para recuperar la fe en Jesús Resucitado.
Es el gesto de la Eucaristía al partir el pan. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la misma mesa.
Es entonces cuando los discípulos van a “abrir sus ojos” para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas como alguien que les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Debemos tener en cuenta esto: Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que Jesús Resucitado es nuestro “pan de vida”.
Prefacio...
Te damos gracias, Señor Padre Santo,
porque nos enviaste a tu Hijo al mundo.
Él se ofreció como sacrificio Pascual,
para quitar los pecados del mundo.
Con su muerte destruyó nuestra muerte
y con su Resurrección nos trajo una nueva vida.
A sus apóstoles les costó reconocerle
vivo y resucitado en medio de ellos.
Todos los seguidores de Jesús
participamos de su paz y de su alegría
y un día participaremos de su Resurrección.
Ahora nos unimos a los ángeles y santos
y a todas las personas de buen corazón
para entonar un himno de alabanza
diciendo:
Santo, Santo, Santo...
Padrenuestro
Hermanos, con el gozo de haber sido encontrados por el resucitado, dirijamos nuestra oración al Dios, que es nuestro Padre, con la confianza y las mismas palabras que Cristo nos enseñó: Padre nuestro...
Nos damos la paz
Y que la paz del Señor Resucitado, comprometida con el perdón, brote en abundancia en nuestros corazones y seamos capaces de compartirla con los demás.
Comunión
Cristo no sólo se hace presente. En el Pan que vamos a comulgar se nos da como alimento de nuestra fe. Quien le “reconoce” y le acoge en su corazón, se llena de vida. Por eso, dichosos los invitados a la Mesa del Señor...
Oración
Antiguamente, los anacoretas buscaban a Dios
en el desierto, o en la soledad de las ruinas.
Hoy en día, los hombres no tenemos tiempo
ni humor para esto.
Pero Dios no sólo sale al encuentro
de los solitarios,
sino de los ocupados.
El trabajo de la vida y en bien de los demás,
no puede ser un obstáculo para acercarse a Dios.
En nuestras calles ruidosas,
y entre el tumulto de los coches y los peatones,
también está Dios.
En mil rostros humanos que nos miran...
Dios eterno, te damos gracias
porque te podemos hallar en el mundo,
y no ya sobre las nubes.
Te podemos amar y adorar
en estas personas que nos rodean.
Sabemos que
ni siquiera hay que ir a una iglesia para hallarte.
Queremos escuchar tu llamada por la calle,
en el cartel luminoso, en el cine,
en esta reunión de amigos.
Enséñanos a orar, no sólo con la Biblia en la mano,
sino también leyendo el periódico.
En él hallamos la historia de tu pueblo
y de tus miembros.
Tu dolor, tu encarnación que continúa.
Jesucristo, líbranos del culto a las fórmulas.
Que comprendamos que lo esencial
es encontrarte,
y que los medios son lo de menos.
El mundo está lejos de Ti.
¿No será que te han presentado
como un Bautista furioso y amenazador?
Enséñanos a hallarte en las personas.
Tú nos has dicho:
que lo que hacemos a los demás
te lo hacemos a Ti.
Lo hemos olvidado…
Y ahora, parece que las personas
nos estorban para llegar hasta Ti.
Como cántaros te buscamos en la soledad.
Ábrenos los ojos
para irte encontrando en cada rostro,
para comulgarte cada vez
que estrechamos una mano
o sonreímos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Bendición:
Hermanos, si hemos reconocido al Señor, proclamemos nuestra fe y nuestra alegría, para que los hombres reconozcan a Jesucristo en las obras de nuestra vida.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/ Amén
Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.
(A)
El relato de Emaús, que vamos a escuchar en el evangelio, es una hermosa catequesis pascual.
Dos discípulos de Jesús, tristes y desilusionados, van camino de Emaús, recordando a Jesús y hablando sobre Él.
Y el mismo Jesús sale a su encuentro en el camino. Y cuando aquellos discípulos reconocen a Jesús, se llenan de alegría y de esperanza.
Jesús también sale, muchas veces, a nuestro encuentro a través de la vida y nos habla a través de su Palabra. Lo único que necesitamos es descubrirle en los demás y en los acontecimientos de la vida.
(B)
Las palabras encienden el corazón, pero los gestos desvelan la realidad de manera más fuerte y nítida.
La celebración de hoy es una llamada a los que creemos en la resurrección de Jesús para que nuestra vida de resucitados haga gestos, y no sólo pronuncie palabras.
En el camino de la vida nos acontece que muchas veces vamos cabizbajos. Vamos de vuelta, hacia donde no hay nada. Vamos de vuelta, hacia donde no está la verdad: Vamos de vuelta, estamos de vuelta.... Estar de vuelta es, la mayor parte de las veces, ser incrédulos...
Nos las sabemos todas tan bien, que ya no creemos en nada y en nadie. No hay verdad para los que están de vuelta. NO hay verdad de palabras. Pero hay verdad de cercanía, de gestos. Sí, para los que están de vuelta sólo vale una cosa: ir con ellos y, ante ellos, ser testigos de la verdad, por los gestos.
(C)
Hay en la vida situaciones de crisis, días sin moral para la lucha, sin perspectivas de futuro ni ganas de nada. Pero esos “puntos-cero” de apatía y de duda pueden convertirse en puntos de partida hacia la esperanza y las ganas de vivir.
Es más o menos la situación anímica de los dos discípulos de Emaús cuyo apasionante relato escucharemos en la lectura del evangelio. Se trata de la vida de la fe, de nuestra vida. Esos momentos de incertidumbre, momentos en los que parece que todo se acaba, pueden convertirse en comienzos de algo nuevo si alguien es capaz de poner luz en nuestra inteligencia y calor en nuestro corazón.
(D)
Estamos en tiempo de Pascua y hoy, se nos ofrece el pasaje evangélico en el que dos discípulos, muy decepcionados por haber depositado su confianza en el Señor, reconocen a Jesús en el gesto de bendecir y partir el pan.
La Eucaristía se llama "la fracción del pan".
Cuando Jesús hizo este gesto en Emaús, partir y compartir el pan, los discípulos lo reconocieron y se llenaron de asombro y alegría. Dispongámonos al encuentro con Jesús en esta celebración de la Eucaristía, como lo hicieron los discípulos de Emaús.
Saludo
Dios que resucitó a su Hijo Jesucristo de la muerte y le dio la gloria, esté con todos vosotros...
Aspersión bautismal
La Eucaristía de los domingos de todo el año, y en especial de los domingos de Pascua, el Misal recomienda que se inicie, no con el acto penitencial normal y el “Señor, ten piedad”, sino con la aspersión, en recuerdo del Bautismo.
Con este rito, no tanto renovamos nosotros nuestras “promesas bautismales”, sino que le pedimos a Dios que renueve él la gracia con que nos llenó el día de nuestro bautismo, el día en que fuimos incorporados por primera vez a Cristo y a su Iglesia.
El gesto simbólico de la aspersión con agua expresa bien el deseo de purificación, que todos necesitamos para poder celebrar adecuadamente la Eucaristía. Y, sobre todo, nos recuerda que si estamos aquí, empezando nuestra Eucaristía dominical, es porque somos cristianos, pueblo de bautizados. Pecadores, pero cristianos. Estamos en nuestra casa. Y como pueblo de bautizados, pueblo de Cristo y de su Espíritu, pueblo de hijos de Dios Padre, nos disponemos a escuchar la Palabra, a elevar a Dios nuestras oraciones y cantos, a interceder por todo el mundo, a ofrecer una vez más el sacrificio perenne de Cristo en la Cruz, y a participar de su Cuerpo y su Sangre, que él nos ha querido dar como alimento para el camino.
El sacerdote después del saludo, invita a la comunidad a orar, con estas o parecidas palabras:
Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.
Después de una breve oración personal de todos en silencio, prosigue:
Dios todopoderoso y eterno,
que por medio del agua,
fuente de vida y medio de purificación,
quisiste limpiarnos del pecado
y darnos el don de la vida eterna.
Dígnate bendecir + esta agua,
para que sea signo de tu protección
en este día de domingo consagrado a ti.
Por medio de esta agua
renueva también en nosotros la fuente viva de tu gracia,
y líbranos de todo mal de alma y cuerpo,
para que nos acerquemos a ti con el corazón limpio
y recibamos dignamente tu salvación.
por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
El sacerdote toma el hisopo –o una rama vegetal- se rocía a sí mismo y, luego rocía a los fieles. Si le parece conveniente, puede recorrer la iglesia para la aspersión de los fieles, mientras se canta un canto bautismal.
Una vez acabada la aspersión y el canto, el sacerdote dice:
Que Dios todopoderoso nos purifique del pecado
y, por la celebración de esta eucaristía dominical,
nos haga dignos de participar
del banquete de su reino.
R/. Amén.
Escuchamos la Palabra
Monición a la lectura
Los apóstoles, recreados e iluminados por el Espíritu, pierden el miedo y empiezan a entender las Escrituras. Pedro es un ejemplo: el que antes temblaba ante una portera, ahora se enfrenta a todo el pueblo; el que antes afirmaba no conocer a Jesús, ahora no sabe otra cosa que Jesús.
El texto que se recoge es el primer testimonio público de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Utiliza un argumento de la Escritura, el salmo 15, salmo de confianza, de esperanza y de vida.
(B)
Los apóstoles iniciaron con ilusión y alegría la tarea de proclamar a los cuatro vientos la Buena Noticia de Jesús Resucitado. Hoy nos toca a nosotros continuar ese proceso de anuncio y evangelización.
Pero para poder hacerlo de manera creíble y esperanzada, antes hay que vivir una experiencia de encuentro gozoso con el Resucitado, como la de los discípulos de Emaús. Ellos le reconocieron, al partir el pan. Nosotros también podemos reconocerle vivo, al compartir el pan de la Palabra, el pan de la Eucaristía y el pan de los pobres.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles
El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.
Palabra de Dios
Monición al salmo:
Enséñanos, Señor, el camino de la vida,
dinos dónde está la fuente de la vida.
Los hombres nos han enseñado caminos de muerte:
caminos de ganancia, que son ruina,
de placer, que es vacío...
Los caminos de los hombres son engañosos.
Pero tus caminos son rectos y sinceros.
Tú nos enseñas el camino de la entrega, que es felicidad,
del vaciamiento, que es plenitud;
el camino de la muerte, que es vida...
Nos sacias de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Salmo 15:
Señor, me enseñarás el sendero de la vida
Monición al Evangelio:
El relato de Emaús es una hermosa catequesis pascual. Dos discípulos, tristes y desesperanzados, buscan un lugar de olvido y descanso: Emaús. Pero no pueden olvidar. En el camino recuerdan, estudian, discuten sobre lo sucedido en torno a Jesús. Han perdido ya la esperanza, pero no han perdido el amor. Jesús había penetrado en sus corazones profundamente.
Y Jesús les salió al encuentro en el camino. No le conocen, pero les regala su presencia y su palabra, y les enciende su corazón. La presencia se hará clara, cuando compartan el pan, cuando celebren la eucaristía.
Aquellos discípulos también resucitaron; enseguida desandaron el camino y se convirtieron en testigos de la resurrección. Ahora ya sabemos que Jesús sale siempre a nuestro encuentro en el camino y que podemos encontrarlo en las Escrituras y en la fracción del pan.
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: - ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: - ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó: - ¿Qué?
Ellos le contestaron: - Lo de Jesús el Nazareno, que fue profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron.
Entonces Jesús les dijo: -¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: - Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
En el pasaje del evangelio que acabamos de leer, vemos a dos discípulos dispersarse con una angustiosa sensación de miedo y de fracaso. El camino de Emaús es el camino del desencanto, de los recuerdos tristes. El camino de Emaús es el camino de los que esperaban...
“Esperaban que él fuera.... esperaban que él les librara...”
Y todas aquellas esperanzas se han convertido en frustraciones. Ahora lo mejor es olvidar y alejarse.
Hoy estos discípulos tienen cantidad de imitadores. Fijaos en un fin de semana o en un principio de vacaciones: la gente, como loca, huye de la ciudad y del trabajo, del esfuerzo...; van hambrientos de soledad y descanso, necesitados de evasión y de olvido, y son millones. Emaús es hoy el chalet, la playa, la excursión, el video, la discoteca o el fútbol. Emaús es hoy la abstención, el desencanto, el pesimismo. Emaús es hoy el sofá, el narcisismo, el refugio.
Esperábamos, pero hemos llegado al fin de muchas ilusiones. Desconfiamos de los ideales, de los proyectos...
Esperábamos que se lograría un mundo más justo, pero todo sigue igual o quizá peor.
Esperábamos que el cambio político renovaría la sociedad, que la mejora económica del país acabaría con el paro y la pobreza, que la tolerancia haría imposible el terrorismo, que nos acercábamos a un mundo mejor, a una sociedad más humana y fraterna...
Esperábamos... ¿pero cuántas de estas esperanzas han muerto?
Los discípulos de Emaús encontraron en su camino al Señor. Y el Señor, al que aún no conocían, les preguntó: ¿Qué conversación es la que traíais por el camino? Y ellos le cuentan todas sus desilusiones...
Y ahora, también el Señor nos pregunta a nosotros de qué hablamos por el camino de la vida...¿qué le respondemos?
Mira, Señor, hablamos de las cosas que pasan...
Hablamos de la crisis, de las últimas salvajadas de los terroristas, de la política, de los problemas económicos: el paro, los precios, el euro, la vivienda, los gastos. Hablamos del gobierno, de la TV, de los deportes. Hablamos de los problemas del mundo. Hablamos de los jóvenes, de los artistas, de los curas. Hablamos de las drogas, del sida, de la moda... Hablamos mucho, sobre todo en el bar, pero sin ilusión, por distracción, buscando más bien el morbo de las cosas...
“Entonces Jesús les dijo...” Jesús empezó a abrirles los ojos, explicándoles la Escritura. Y según les hablaba su mente se iba llenando de luz. Y así el camino se les hizo corto. ¡Qué bien nos viene en esos momentos de desilusión o desaliento encontrar a alguien que nos diga palabras de aliento y comprensión!
Necesitamos que Jesús nos hable también a nosotros y nos explique las Escrituras. Nos dirá que somos torpes y que tenemos poca fe, que no acabamos de comprender que él nos acompaña siempre y que no nos deja solos. Que nos fiamos demasiado de nuestras propias fuerzas y que necesitamos fiarnos más de Él.
Y nos enseñará la necesidad de la Cruz, de las dificultades para llegar a la libertad y crecer en el amor. No todo es camino de rosas. Hay que trabajar, luchar y sufrir, si queremos que nuestra vida y la de todos termine en Pascua. Pero nos probará que la Pascua es cierta, que hay salida a las situaciones difíciles, que todo tiene sentido, que lo último no es la desesperanza y el vacío, sino una explosión de luz, de gozo, de vida.
“Quédate con nosotros...” Era una petición obligada.
Aquellos discípulos ya no podían estar sin él. Él tenía palabras de vida eterna. Sin él todo volvería a resultar vacío y triste. Si él se iba, la noche y la oscuridad se les volvía a echar encima.
“Se quedó...” Por algo Jesús es el Enmanuel “El Dios con nosotros”. Él está deseando que le invitemos.
Y después de las palabras vendrán los gestos amistosos: el partir el pan y la entrega. Y esto aclara definitivamente las cosas. Cuando se parte el pan, cuando desaparecen los egoísmos, cuando compartimos la amistad, es cuando se nos abren los ojos y podemos reconocer a Cristo; es cuando de verdad Cristo, se hace presente y vuelve la alegría, el entusiasmo y la esperanza.
A Cristo se le conoce al partir el pan, porque Cristo es pan que se parte y se comparte. Así, el cristiano tiene que ser pan para el mundo...
“Y comienza el camino de vuelta...”
Si la marcha hacia Emaús es camino de desesperanza, la vuelta de Emaús es un camino ilusionado. El reencuentro con Cristo transformó a los discípulos en apóstoles. Ni un momento más en Emaús. Corriendo desandaron el camino, porque tenían una gran noticia que comunicar. El gozo que llevaban dentro les resultaba incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que CRISTO VIVE; a todos los que sufren que CRISTO HA RESUCITADO; a todos los que buscan que CRISTO SE DEJA ENCONTRAR.
Ésta ha de ser nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su Palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.
(B)
Los relatos pascuales más que insistir en el carácter prodigioso de las “apariciones” del Resucitado, nos descubren diversos caminos para encontrarnos con él.
El relato de Emaús es, quizás, el más significativo y, sin duda, el más extraordinario.
La situación de los discípulos está bien descrita desde el comienzo, y refleja un estado de ánimo en el que nos podemos encontrar los cristianos una y otra vez:
Los discípulos poseen aparentemente todos los elementos necesarios para creer. Conocen los escritos del Antiguo Testamento, el mensaje de Jesús, su actuación y su muerte en la cruz. Han escuchado también el mensaje de la resurrección. Las mujeres les han comunicado su experiencia y les han confesado que “está vivo”.
Todo es inútil. Los de Emaús siguen su camino envueltos en tristeza y desaliento. Todas las esperanzas puestas en Jesús se han desvanecido con el fracaso de la cruz.
El evangelista nos va a revelar dos caminos para recuperar la esperanza y la fe en el resucitado.
El primer camino es la escucha de la palabra de Jesús. Aquellos hombres, a pesar de todo, siguen pensando en Jesús, hablando de él, preguntando por él. Y es, precisamente entonces, cuando el resucitado se hace presente en su caminar.
Allí donde unos hombres y mujeres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y su persona, allí está él, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Si alguna vez, al escuchar el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido “arder nuestro corazón”, no olvidemos que él camina junto a nosotros.
Pero el evangelista nos recuerda una segunda experiencia. Es el gesto de la Eucaristía. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la misma mesa. Unos hombres que se aceptan como amigos y descansan juntos de las fatigas de un largo caminar.
Es entonces cuando los discípulos van a “abrir sus ojos” para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas, les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que él es nuestro “pan de vida”.
(C)
El relato evangélico de hoy dice precisamente que aquellos dos discípulos que, descorazonados y desengañados, caminaban hacia Emaús, conocieron a Jesús al “partir el pan”. Conocer a Jesús y cambiar su ánimo, todo fue uno. La angustia desapareció y la reacción no se hizo esperar se levantaron al instante y volvieron a Jerusalén.
Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las Escrituras: es la Misa.
Y ¿os habéis fijado en los asistentes a las Misas de la mayor parte de nuestras Iglesias?
En gran medida llegan a la hora justa y se acomodan resignadamente, con mentalidad de acudir para cumplir una obligación.
Escuchan con aire distraído, y mirando sin disimulo el reloj, el sermón que toca y que difícilmente podrán repetir al salir de la iglesia, porque posiblemente se ha aprovechado ese tiempo para pensar en algo que les interesa mucho más que lo que diga el cura. En defensa de los asistentes y en honor a la verdad, hay que decir que, en demasiadas ocasiones, esta actitud está plenamente justificada, porque un gran número de sermones no dicen nada a quienes los escuchan.
Muchos no participan en la comunión.
Casi todos, con la última bendición en los talones, abandonan la iglesia y cierran tranquilamente esa página dominical, para volverla a abrir el domingo siguiente, sin que, posiblemente, en sus vidas tenga la menor trascendencia.
Creo que no exagero, ¿quién sale enardecido de nuestras misas? ¿A quién le arde el corazón? ¿quién sale con un ideal vital para rumiar en el resto de la semana y hacerla vida propia?
¿Cuántos se encuentran con Cristo en la fracción del pan que supone la Eucaristía? Porque esto es fundamentalmente y nada más la Misa.
Hay que intentar seriamente que los cristianos vivamos el encuentro semanal con Cristo como algo trascendente en nuestra vida, como el momento más importante del día, ese momento que deja en cada uno de nosotros la misma impresión que el encuentro de Cristo dejó en los discípulos de Emaús.
Caer en la indiferencia y el pesimismo es algo que está al alcance de la mano. Renovar semanalmente el impulso que nos hace seguir a Jesús es algo importante.
No creo que haya un ejemplo más palpable de lo que debieran ser nuestras eucaristías que el relato evangélico de hoy. Cualquier parecido de este relato con la realidad que vivimos los domingos la mayor parte de los cristianos es, por desgracia, pura coincidencia.
(D)
La madre Teresa de Calcuta, aquella santa en vida que junto con otras hermanas de la caridad se dedicaban al cuidado de los inválidos, de los moribundos, de los hambrientos, de los leprosos, de los alcohólicos y de todos los que sufrían mil calamidades, nos contaba lo siguiente:
«En Calcuta atravesábamos un período de escasez de azúcar. Un niño pequeño, un niño hindú de cuatro años de edad, vino con sus padres. Trajeron un pequeño tarro de azúcar.
Al entregármelo, el pequeño dijo: "Por tres días no tomaré azúcar. Dáselo a tus niños".
Unas semanas antes de mi viaje a Estados Unidos
-continúa diciendo- alguien vino a nuestra casa una no, che y nos dijo: "Hay una familia hindú con ocho hijos que llevan varios días sin comer".
Cogí entonces un poco de arroz y acudí en su ayuda. Pude ver sus caritas, pude ver sus ojos relucientes por el hambre.
La madre tomó el arroz de mis manos, lo partió en partes iguales y salió inmediatamente.
Al volver le pregunté: "¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?".
Me contentó: "También ellos tienen hambre".
Es que al lado había una familia árabe con el mismo número de hijos. Ella sabía que llevaban días sin comer.
Cuando me fui, sus ojos brillaban de alegría porque madre e hijos podían compartir algo con los demás, algo de lo que incluso necesitaban».
Hermanas y hermanos, ¡qué ejemplo maravilloso nos dan a nosotros, que muchas veces ni siquiera damos algo de lo que nos sobra!
La fe cristiana no es creer en Dios y tener el corazón frío. No es sólo ir a misa y rezar o hacer novenas o visitar santuarios. La fe cristiana es sobre todo tener calor en el corazón y compartir, incluso haciendo el tonto a los ojos del mundo. Como aquella señora que, en tiempos del hambre, al ver que una persona estaba robando patatas en su finca, cambió de camino para que esa persona no se sintiera avergonzada. Era una madre que robaba porque sus hijos tenían hambre. Esa señora era tonta para la sabiduría del mundo, pero no para la sabiduría de Dios.
En el Evangelio de hoy, después de la muerte de Cristo, cuando dos discípulos iban camino de Emaús, se encontraron con un viandante. Lo invitaron a quedarse con ellos. Sentados a la mesa, el peregrino partió el pan y se lo dio. Al momento reconocieron en él a Cristo resucitado. Es que los tenía acostumbrados a partir el pan para compartir.
También la gente que nos ve reconocerá que somos verdaderos cristianos si sabemos compartir.
Oración de los fieles
(A)
Tú conoces, Señor, nuestras necesidades y te compadeces de nosotros. Hoy te presentamos:
A los que no encuentran sentido a sus vidas...
Todos: Míranos, compasivo.
A los que no tienen fe...
A los que no conocen las Escrituras...
A los creyentes que no dan testimonio de Jesucristo...
A los que están marcados por el dolor y la tristeza...
A los que son pesimistas y sólo miran el pasado...
A los que no se abren a las sorpresas del Espíritu...
A nosotros, que no vivimos el misterio pascual...
Míranos, Padre, y ayúdanos a ser testigos de la Resurrección.
(B)
A ti, Señor resucitado, que has querido quedarte con nosotros para siempre y que conoces nuestras necesidades, te pedimos:
Todos: Quédate con nosotros, Señor.
No abandones a tu Iglesia, para que dé de ti testimonio. Oremos...
No abandones a los pobres y a los que sufren, para que sean consolados con tu presencia. Oremos...
No abandones a los que te predican, para que su testimonio sea escuchado. Oremos...
No abandones a los que te buscan, para que sientan el gozo de tu presencia. Oremos...
No abandones a los que oran, para que se enciendan sus corazones. Oremos...
No abandones a los que se aman, a los amigos, a los que caminan juntos, para que sepan que tú estás en medio de ellos. Oremos...
No nos abandones a nosotros, para que podamos encontrarte en la Palabra, en la fracción del pan y en los pobres. Oremos...
Quédate con nosotros, Señor, porque sin tu presencia pronto llegaría la noche y la tristeza.
(C)
Igual que los de Emaús, podemos presentar nuestras necesidades a Jesús para que las lleve al Padre, diciendo: Jesús Resucitado, danos tu paz.
Por nuestra Iglesia, para que abra bien los ojos al mundo y a la sociedad y sepa llevar con valentía el mensaje del Evangelio. Oremos.
Por quienes dudan y viven rodeados de dificultades, de desamor y de amargura, para que Jesús Resucitado se les muestre cercano y camine a su lado hasta que se llenen de su Luz. Oremos.
Por la paz en nuestras casas y en el mundo entero, la paz verdadera que nace de la justicia, para que sepamos hacerla realidad. Oremos.
Por nuestra comunidad parroquial, por todos sus grupos, por todas las personas que colaboran de cualquier modo, para que Dios bendiga nuestros trabajos y nos llene de ilusión. Oremos.
Quédate, Señor, junto a nosotros porque es lo mejor que nos puede pasar. Por Jesucristo.
Ofrenda
(La Palabra de Dios y el pan de la Eucaristía)
Dos caminos para encontrarnos con Jesús Resucitado….
La escucha de la palabra de Jesús.
Allí donde unas mujeres y unos hombres recuerdan a Jesús y se preguntan por el significado de su mensaje y de su persona, allí está Jesús, aunque seamos incapaces de reconocer su presencia y su compañía.
No esperemos grandes prodigios. Pero si alguna vez, al escuchar o al leer el evangelio de Jesús y recordar sus palabras, hemos sentido “arder nuestro corazón”, no olvidemos que Jesús camina junto a nosotros.
Pero además el evangelista nos recuerda una segunda experiencia para recuperar la fe en Jesús Resucitado.
Es el gesto de la Eucaristía al partir el pan. Los discípulos retienen al caminante desconocido para cenar juntos en la aldea de Emaús.
El gesto es sencillo pero entrañable. Unos caminantes, cansados del viaje, que se sientan a compartir la misma mesa.
Es entonces cuando los discípulos van a “abrir sus ojos” para descubrir a Jesús como alguien que alimenta sus vidas como alguien que les sostiene en el cansancio y los fortalece para el camino.
Debemos tener en cuenta esto: Si alguna vez, por pequeña que sea nuestra experiencia, al celebrar la Eucaristía, nos sentimos fortalecidos en nuestro camino y alentados para continuar nuestro vivir diario, no olvidemos que Jesús Resucitado es nuestro “pan de vida”.
Prefacio...
Te damos gracias, Señor Padre Santo,
porque nos enviaste a tu Hijo al mundo.
Él se ofreció como sacrificio Pascual,
para quitar los pecados del mundo.
Con su muerte destruyó nuestra muerte
y con su Resurrección nos trajo una nueva vida.
A sus apóstoles les costó reconocerle
vivo y resucitado en medio de ellos.
Todos los seguidores de Jesús
participamos de su paz y de su alegría
y un día participaremos de su Resurrección.
Ahora nos unimos a los ángeles y santos
y a todas las personas de buen corazón
para entonar un himno de alabanza
diciendo:
Santo, Santo, Santo...
Padrenuestro
Hermanos, con el gozo de haber sido encontrados por el resucitado, dirijamos nuestra oración al Dios, que es nuestro Padre, con la confianza y las mismas palabras que Cristo nos enseñó: Padre nuestro...
Nos damos la paz
Y que la paz del Señor Resucitado, comprometida con el perdón, brote en abundancia en nuestros corazones y seamos capaces de compartirla con los demás.
Comunión
Cristo no sólo se hace presente. En el Pan que vamos a comulgar se nos da como alimento de nuestra fe. Quien le “reconoce” y le acoge en su corazón, se llena de vida. Por eso, dichosos los invitados a la Mesa del Señor...
Oración
Antiguamente, los anacoretas buscaban a Dios
en el desierto, o en la soledad de las ruinas.
Hoy en día, los hombres no tenemos tiempo
ni humor para esto.
Pero Dios no sólo sale al encuentro
de los solitarios,
sino de los ocupados.
El trabajo de la vida y en bien de los demás,
no puede ser un obstáculo para acercarse a Dios.
En nuestras calles ruidosas,
y entre el tumulto de los coches y los peatones,
también está Dios.
En mil rostros humanos que nos miran...
Dios eterno, te damos gracias
porque te podemos hallar en el mundo,
y no ya sobre las nubes.
Te podemos amar y adorar
en estas personas que nos rodean.
Sabemos que
ni siquiera hay que ir a una iglesia para hallarte.
Queremos escuchar tu llamada por la calle,
en el cartel luminoso, en el cine,
en esta reunión de amigos.
Enséñanos a orar, no sólo con la Biblia en la mano,
sino también leyendo el periódico.
En él hallamos la historia de tu pueblo
y de tus miembros.
Tu dolor, tu encarnación que continúa.
Jesucristo, líbranos del culto a las fórmulas.
Que comprendamos que lo esencial
es encontrarte,
y que los medios son lo de menos.
El mundo está lejos de Ti.
¿No será que te han presentado
como un Bautista furioso y amenazador?
Enséñanos a hallarte en las personas.
Tú nos has dicho:
que lo que hacemos a los demás
te lo hacemos a Ti.
Lo hemos olvidado…
Y ahora, parece que las personas
nos estorban para llegar hasta Ti.
Como cántaros te buscamos en la soledad.
Ábrenos los ojos
para irte encontrando en cada rostro,
para comulgarte cada vez
que estrechamos una mano
o sonreímos.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Bendición:
Hermanos, si hemos reconocido al Señor, proclamemos nuestra fe y nuestra alegría, para que los hombres reconozcan a Jesucristo en las obras de nuestra vida.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. R/ Amén
Podéis ir en paz. Aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios. Aleluya, aleluya.
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