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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A
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sábado, 14 de mayo de 2011

Homilías y Reflexiones para el IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A


Publicado por Iglesia que Camina

JUGANDO CON LOS “EXTRAÑOS”

Hay una frase en este Evangelio que me parece de mucha actualidad. Jesús dice que hay muchos pastores, los verdaderos y los falsos pastores. Además dice que al verdadero pastor las ovejas le siguen, porque conocen su voz. En cambio, “a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.”

Uno de los grandes peligros que hoy acechan a nuestra comunidad cristiana es ese juego de andar saltando de un sitio a otro. Católicos que quieren hacer experiencias de otras Iglesias, que participan de otros credos y de otras Iglesias. Esto nos plantea dos problemas, a cada cual más serio e importante:

El primero: ¿Será que nuestra voz no llega a nuestras ovejas? ¿Será que nuestros fieles ya no reconocen nuestra voz de pastores? ¿Será que no encuentran en nuestra voz algo que responda realmente a sus inquietudes? Me parece demasiado serio y preocupante lo que dice el Documento de Aparecida: “Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” cree, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven, no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encuentran respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia.” (n. 225)

El segundo: No todos lo hacen por motivaciones tan serias, sino por una superficialidad o curiosidad. Al final terminan sin saber dónde están, si en la Iglesia Católica o en alguna de las Sectas, donde fácilmente son embaucados con ciertas afirmaciones a las que no saben responder. Encuentran un clima sicológico de acogida y una experiencia mucho más humana y asequible que responde más a sus deseos y preocupaciones que a la auténtica verdad.

Uno de los problemas que descubro, aún dentro de la Parroquia, está precisamente en ese juego donde todo parece igual, todo parece válido. Basta que se hable de Dios, de la Biblia, pero sin mayor discernimiento de la verdad.

Hay una falta de formación bíblica y teológica y todo les parece lo mismo. En el fondo, no conocen la “voz del buen pastor”. ¿Será responsabilidad nuestra de pastores o será responsabilidad de ellos que viven una religión de superficialidad en la que cada uno busca lo que más le conviene? El problema es serio tanto para nosotros como para los fieles.



“VA LLAMANDO POR SU NOMBRE A SUS OVEJAS”

Un problema serio de nuestra pastoral: ¿Conocen los Obispos a sus fieles? ¿Conocen los párrocos a sus fieles? O, simplemente, sabemos cuántos son, pero los conocemos de una manera anónima. Conocer no es saber el número de feligreses o diocesanos, conocer “por su nombre” que es la única manera de conocer a las personas.

Yo entiendo que las diócesis son demasiado grandes y es imposible conocer a todo el mundo personalmente. Entiendo que las parroquias son demasiado grandes para saber cómo se llama cada fiel, pero eso no creo que nos justifique. Esto es un problema de pastoral y la pastoral la decimos nosotros. Por tanto nosotros somos los responsables.

Si la parroquia es “la familia de los hermanos”, no entiendo que en una familia los hermanos no se conozcan ni el padre no sepa el nombre de todos sus hijos.

Existe demasiado anonimato en nuestra pastoral. Existen demasiados fieles a los que nunca hemos saludado por su nombre, ni sabemos si son de nuestra comunidad o vienen de otra.

¿Tendremos que seguir con una configuración Geográfica y personal donde nadie conoce a nadie y sólo conocemos a los de siempre, a los que siempre están metidos en la sacristía? No. No condenamos a los que están metidos en la sacristía. Lo que condenamos es que no tengamos relación alguna personal con el resto porque entonces tenemos una predicación anónima, un trato anónimo, una relación anónima. Este no creo sea el rebaño del que nos habla Jesús en esta parábola que leemos todos los años en el cuarto domingo de Pascua, llamado el Domingo del Buen Pastor. La gente quiere ser tratada personalmente, quiere ser identificada por su nombre. ¿Cuánto más tiempo tendremos que seguir con una pastoral de anonimato? ¿Estaremos respondiendo a lo que Jesús quiere de nuestras comunidades parroquiales?





“NO ENCUENTRAN RESPUESTAS A SUS INQUIETUDES”

La frase es de Aparecida. Esto es el reconocimiento de una de nuestras grandes deficiencias. Los fieles quieren encontrar respuestas a sus inquietudes desde los Evangelios, desde su fe. Esto nos plantea entonces una seria pregunta a nuestras homilías dominicales. ¿Para quién hablamos? ¿De qué hablamos?

Para responder a sus inquietudes, primero necesitamos conocer esas inquietudes. Con ello no estamos diciendo que debemos acondicionar el Evangelio a nuestra propia medida, sino que el Evangelio tiene que dar respuesta a sus problemas. Nuestra predicación será demasiado etérea si no conocemos los problemas de nuestros fieles. Como pastores somos intermediarios entre los fieles y el Evangelio. Necesitamos conocer el Evangelio y necesitamos conocer los interrogantes de nuestros fieles.

Para conocer los problemas de la gente hay que convivir con ella. Para conocer sus problemas hay que escucharles. Los comentaristas del fútbol lo hacen desde las cabinas instaladas en lo alto de las graderías. Ellos saben cómo tendría que jugar cada jugador, pero el comentarista no salta a la cancha a patear el balón.

Decir que muchos abandonan la Iglesia porque “no encuentran respuestas a sus inquietudes” y, esto lo dicen los Obispos Latinoamericanos y del Caribe, es una confesión demasiado seria para no tomarla con la misma seriedad. Pero hasta ahora yo no veo que hayamos dado grandes pasos en este camino. Seguiremos diciendo que la gente abandona la Iglesia y diremos que lo hacen por ser malos cristianos. Sin embargo, los Obispos reconocen que muchas veces se trata de “gente sincera” y que el problema no está en ellos, sino en nosotros como Iglesia.





ME DUELE

Un hermano que no se siente a gusto en la Iglesia.
Un hermano que siente necesidad de buscar en otra parte.
Un hermano que no se siente alguien en la comunidad.
Un hermano que no se siente comunidad sino individuo.
Un hermano que busca y no encuentra.

Un hermano a quien Dios le habla y nosotros no se lo traducimos.
Un hermano a quien Dios ama y nosotros ni le conocemos.
Un hermano a quien Dios en casa y nosotros lo dejamos a la intemperie.
Un hermano a quien Dios llama, pero él no tiene oportunidad de escuchar.
Un hermano que me dice que ha encontrado a Dios fuera de la Iglesia.
Un hermano que me dice que cambió desde que abandonó la Iglesia.
Un hermano que me invita a abandonar a mi Iglesia.

Y me duele porque, sin quitarle la responsabilidad que pueda tener, de alguna manera es una acusación para mí.
Y me duele porque no sé cuánto pueda tener yo de responsabilidad en su abandono.

Las cifras de los abandonos anuales de la Iglesia no son más que números. Detrás de ellos descubro que posiblemente son hermanos que yo mismo he bautizado o a quienes yo he hablado más de una vez. Las cifras son algo más que matemáticas. Aquí se trata de Evangelio, se trata de la Iglesia de Jesús, se trata de hermanos míos que ahora dicen que ya no lo son.

“Señor, danos Pastores santos.” “Pero danos pastores cuya voz puedan escuchar nuestros fieles y encuentren en ella respuesta a sus inquietudes e interrogantes.” “Danos vocaciones no de escritorio, sino vocaciones que sepan estar con la gente, conocer a la gente, vivir con la gente, entender a la gente.”





TODOS SOMOS NECESARIOS

Si la nota dijese:
“una nota no hace melodía”
... no habría sinfonía.
Si la palabra dijese:
“una palabra no puede hacer una página”
... no habría libro.
Si la piedra dijese:
“una piedra no puede levantar una pared”
... no habría casa.
Si la gota de agua dijese:
“una gota de agua no puede formar un río”
... no habría océano.
Si el grano de trigo dijese:
“un grano de trigo no puede sembrar un campo”
... no habría cosecha.
Si el hombre dijese:
“un gesto de amor no puede salvar a la humanidad”
... nunca habría justicia ni paz ni dignidad ni felicidad
sobre la tierra de los hombres.

Como la sinfonía necesita de cada nota,
como el libro necesita de cada palabra,
como la casa necesita de cada piedra,
como el océano necesita de cada gota de agua,
como la cosecha necesita de cada grano de trigo...
la humanidad entera necesita de ti,
allí donde estés,
porque eres único, y por tanto, irreemplazable
(Michel Quoist)

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WebJCP | Abril 2007