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lunes, 9 de mayo de 2011

¿Hablar con Dios?



Una cosa es meditar y otra orar. Tan distinto como pensar y hablar Para meditar hacen falta concentración, ideas y lógica. Para orar es imprescindible un interlocutor.

¿El hombre puede tener como interlocutor a Dios? ¿Dios oye? ¿Dios responde? Más difícil todavía: ¿nosotros oímos a Dios?

La cuestión es seria. Infinidad de desastres han caído sobre la humanidad como consecuencia de supuestos mensajes divinos. Y es que, a lo largo de la historia del hombre, presuntas palabras de Dios cayeron sobre la sociedad humana como aquella lluvia de meteoros que aniquilaron a los dinosaurios.

Oír, entender a Dios, traducir, interpretar a Dios, ha sido una de las profesiones más antiguas. Profesión que goza todavía de gran prestigio. En el mundo tenido por civilizado, interpretar a Dios es oficio de alto nivel académico. En la sociedad de bajo nivel cultural, basta con ser un “santón”. Aunque lo ideal, para cualquier sociedad, es el académico santón.

Hoy es ridículo ver y oír a Dios en las entrañas de las aves. Nos resulta más poético escuchar su voz al mirar el firmamento. O también en el vaho sagrado de una catedral, o capilla de monjas de clausura.

Se nos inculcó la creencia de que para hablar con Dios era condición huir de los hombres. Para entender a Dios era preciso alejarse de la calle. En los conventos y en los monasterios, dicen, se oye a Dios.

Otros, leen la Biblia o el Corán. Unos y otros afirman nada menos que Biblia y Corán son la “palabra” de Dios. Dios habla a través del Libro.

El problema surge cuando en cualquiera de los sistemas: silencio de una Catedral, Mezquita, capilla de monjes, Biblia o Corán cada escuchante oye diferentes voces de Dios. Y lo que oye uno, se contradice con lo que oye otro.

No tomo partido ni rechazo ningún camino. Solo añadiré algo muy serio que considero básico y previo a cualquier camino.

Honestidad con nosotros mismos.

“Dichosos los limpios de corazón

porque esos van a ver a Dios”. (Mt 5,8)

“Corazón” no es, en terminología semita, una parte del cuerpo. Corazón es la intimidad, la conciencia, lo que hay por dentro. El “yo” de cada uno. En ese recinto oculto e intransferible se fragua toda nuestra verdad y todo engaño.

El corazón “limpio” es un corazón transparente. Si quieres saber si el cristal de tu ventana está limpio, deja que lo traspase el sol. La luz sacará las manchas y suciedades que tú no veías. La luz del sol no te dejará engañar ni engañarte.

Pues bien. Por allí, en la intimidad de la conciencia limpia de intereses, de intenciones bastardas y miedos ocultos anda la verdad. La dificultad no está en la voz de Dios sino en la transparencia de ese mundo interior, el corazón.

Antes de saber a qué grupo humano se pertenece es indispensable saber cómo de transparente y honesto está el corazón. No me digas si perteneces al Opus, si eres cristiano por el socialismo, musulmán o judío, obispo, ayatolá, protestante o budista. Si vienes con una verdad de Dios, enséñame antes la verdad de tu conciencia. No sea que me estés hablando no de Dios sino de tus miedos, de tus intereses, tus cadenas invisibles, tus prejuicios, o de la escuela en la que aprendiste.

La dificultad no está en la lejanía o cercanía de Dios, ni en si es entendible su palabra. Es la suciedad o los ruidos a través de los que ves y oyes. “Si yo echo los demonios… señal que el reinado de Dios ha llegado hasta vosotros”. Mt 12, 28

Juan Mateos, especialista en el Nuevo Testamento, explica a lo largo de todos sus escritos, sobre todo al comentar a Marcos, que los demonios son las ideologías. Toda ideología política o religiosa intenta orientar, dominar y someter al hombre. El endemoniado es el que está conducido desde fuera por una ideología. Es decir el despersonalizado.

Si la verdad contigo mismo, tu conciencia (tu corazón) no es libre y trasparente es muy difícil ver ni oír a Dios.

Antes que ser de izquierdas o derechas; antes que pertenecer al Opus o la teología de la liberación; antes incluso que ser musulmán o cristiano has de ser persona libre y honesta contigo mismo. Amar más la verdad que a cualquier ideología.

Creer que Dios nos habla, cuando lo único que hacemos es dialogar con nosotros, es causa de sequía y muy peligroso para los que nos escuchen.

La voz de Dios no viene de fuera

Esa frontera entre lo natural y lo sobrenatural es producto de nuestros sistemas de pensamiento. No es preciso salir de nuestro corazón (nuestra conciencia) para buscar la voz de Dios.

Moisés aparece en la historia de Israel como líder, formador y conductor de un pueblo. La Biblia lo presenta subiendo al monte para hablar con Yahvé y recibir sus mensajes. A Moisés le habla y se lo escribe el mismo Yahvé.

Lo real, no la literatura, es más fino. Dios no necesita montes y truenos para comunicarse con el hombre. Basta que Moisés fuera hombre creyente, honesto y consciente del “ganado” que llevaba tras de sí. Implantó normas de convivencia mínimas para que una manada de hombres se convirtiera en pueblo: los diez (o los cien) mandamientos.

Después vino la leyenda. Toda la escenografía es una bella composición literaria para enaltecer no tanto a Dios como la Odisea fundacional de un pueblo, con personajes de lujo: Yahvé, Moisés y sus encuentros. Holywood se inventó antes que USA.

Yo al menos estoy seguro de esto: Dios habla al hombre, conduce al hombre respetando mimosamente su libertad. Todo desde dentro. En el secreto de su “corazón”, en su conciencia. Para oír a Dios, sobran montes, incienso sobrenatural y posturitas. Suele faltar honestidad consigo mismo y plenitud humana.

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WebJCP | Abril 2007