Publicado por Antena Misionera Blog
Sería bueno dedicar algún momento durante los días de la Semana Santa a la oración.
Aquí os proponemos algunas oraciones breves para los días centrales.
Confiamos que os sirvan para ayudaros a vivir lo que celebramos desde la fe.
¡Feliz Pascua a todos!
Aquí estoy…
“Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
En un borriquillo viene, cabalgando victorioso por la verdad y la justicia.
Se dirige hacia su Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.
Humilde y pobre entra en la ciudad; manso y cercano.
Él no grita, los que le reciben sí.
Salen a su encuentro, lo aclaman como Rey y Mesías; pero lo suyo es el silencio, la sencillez y la entrega.
Podemos correr también nosotros, primero a por nuestro ramo de olivo,
después para arropar a este modesto Jesús con el más firme y limpio propósito de acompañarle hasta el final, hasta donde Él va a llegar para salvarnos.
Subamos con Él a esa montaña, desnudos como Él, para que pueda lavarnos con su sangre y vestirnos con su gracia.
“Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”.
Vencedor de la muerte y del mal, condúcenos a los que en ti creemos, esperamos y amamos a tu gloriosa resurrección.
Convierte el madero de nuestro dolor en árbol de vida.
Porque… no he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor y cantar al triunfador de la muerte
Te has sentado a la mesa de la eterna fiesta de la fraternidad.
Sabes muy bien lo que hay dentro de cada uno de nosotros, tus invitados.
Por eso Tú, que en tu angustia ante la muerte clamaste a Dios y, sufriendo, aprendiste a obedecer,
has querido hacer tuyas las pasiones y sufrimientos humanos.
Has derrotado a la muerte derrotando la iniquidad y la injusticia..
Te compadeces tanto de nuestras debilidades, que quieres quedarte para siempre con nosotros
y así poder echarnos una mano cuando sea necesario.
Te has convertido para los que obedecen a Dios en autor de salvación.
Y nuestra salvación, Señor, es quererte y amarte.
Te has sentado a la mesa, y has invitado como comensal a todo el mundo.
Se acabó la negativa a compartir;
la división entre los hermanos no tiene sentido ya;
el desprecio por los pobres se convierte en acogida y servicio al lavarles los pies con gestos reales de entrega radical.
Sí, te has sentado a la mesa y nos dices de corazón que has deseado enormemente comer esta comida pascual con nosotros, antes de padecer.
Consciente de que había llegado tu hora, Jesús, habiéndonos amado, nos amaste hasta el extremo.
Y ya tienes un pan en la mano, que bendices y nos repartes, animándonos a que lo comamos porque es tu cuerpo.
Y sin haber podido salir aún de nuestro asombro, has llenado la copa de vino y nos la pasas también para que bebamos, porque es tu sangre.
Y que te vas, pero que cada vez que nos reunamos y repitamos este gesto del pan y del vino,
Tú estarás á nuestro lado para que podamos anunciar al mundo tu muerte y resurrección.
Cristo, gracias por enseñamos a descubrir al hermano, a tender la mano, a presentar la otra mejilla, a compartir pan y hogar.
Gracias por ese poco de pan en tus manos y ese vaso de vino, con los que nos dices cómo se vence el pecado, el hambre, la muerte.
Que ahora nosotros continuemos tu lucha para que todo hombre y mujer sean queridos y respetados,
para que a nadie le sea negado el pan y el trabajo, para que los niños puedan reír ilusionados.
Sí, continuaremos tu lucha para que nadie se enriquezca con el trabajo de los demás
y para que nadie tenga miedo de nadie.
No sabemos qué decirte, Señor.
Pero queremos mirarte, estar contigo.
No resulta atractiva la cruz.
¿Dónde ha quedado tu belleza?.
Hasta tu palabra se ha escondido.
Quisiéramos verte de mil maneras, pero ¿en la cruz?
Verte así, crucificado, nos escandaliza.
Te revelas de una manera muy extraña…
Te abajas y te callas.
Pasa por el tremendo abandono.
Mueres como el grano de trigo, en silencio, rezando y adorando al Padre.
Todo lo pones en sus manos.
Tu cruz nos interroga, deja al descubierto nuestras mentiras o medias verdades.
Y, al mismo tiempo, tu cruz manifiesta fuerza y salvación, una liberación sorprendente.
Tu cruz te abaja hasta nosotros, te pone a nuestra altura.
Ella forma parte del misterio de tu vida, en ella se restaura el amor, y se convierte en señal del amor en todo el universo.
Queremos abrazarnos a tu cruz, unir a la tuya todas nuestras cruces.
Hoy queremos abrazar a los crucificados, unir a ellos el consuelo, la palabra, el aliento.
Hoy queremos sentir y amar tu cruz, descubrir que de ella brota la vida para nosotros, que tus heridas nos han curado, que tu muerte es para todos salvación.
En este domingo gritamos alegres
¡Aleluya!
Dios abraza a la humanidad entera desde la pasión inmensa que siente por nosotros.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Todas nuestras manos vacías, todas nuestras manos sucias,
todas nuestras manos cansadas, todas nuestras manos llenas de cosas,
todas nuestras manos amenazantes, todas nuestras manos…
por la Resurrección del Señor quedan liberadas para abrazar con todas las fuerzas.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Hoy la Iglesia se engalana con sus mejores ropajes, inundada por tan inmensa Luz;
hoy los creyentes sentimos y celebramos que la vida vence todas las sombras de muerte,
que la Resurrección es esperanza para todos.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Hoy con Jesús, el Cristo, todos resucitamos, todos renovamos nuestro compromiso de apostar por la vida y por el optimismo;
por los buenos proyectos y por los más desfavorecidos;
por los más indiferentes y por la paz sin condiciones;
por el bien común, por la desapropiación que humaniza;
por la liberación de toda atadura y por los hermanos antes que por nosotros mismos.
Gritemos con nuestra vida que
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Aquí os proponemos algunas oraciones breves para los días centrales.
Confiamos que os sirvan para ayudaros a vivir lo que celebramos desde la fe.
¡Feliz Pascua a todos!
Domingo de Ramos
Aquí estoy…
“Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
En un borriquillo viene, cabalgando victorioso por la verdad y la justicia.
Se dirige hacia su Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.
Humilde y pobre entra en la ciudad; manso y cercano.
Él no grita, los que le reciben sí.
Salen a su encuentro, lo aclaman como Rey y Mesías; pero lo suyo es el silencio, la sencillez y la entrega.
Podemos correr también nosotros, primero a por nuestro ramo de olivo,
después para arropar a este modesto Jesús con el más firme y limpio propósito de acompañarle hasta el final, hasta donde Él va a llegar para salvarnos.
Subamos con Él a esa montaña, desnudos como Él, para que pueda lavarnos con su sangre y vestirnos con su gracia.
“Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”.
Vencedor de la muerte y del mal, condúcenos a los que en ti creemos, esperamos y amamos a tu gloriosa resurrección.
Convierte el madero de nuestro dolor en árbol de vida.
Porque… no he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor y cantar al triunfador de la muerte
Jueves Santo
Te has sentado a la mesa de la eterna fiesta de la fraternidad.
Sabes muy bien lo que hay dentro de cada uno de nosotros, tus invitados.
Por eso Tú, que en tu angustia ante la muerte clamaste a Dios y, sufriendo, aprendiste a obedecer,
has querido hacer tuyas las pasiones y sufrimientos humanos.
Has derrotado a la muerte derrotando la iniquidad y la injusticia..
Te compadeces tanto de nuestras debilidades, que quieres quedarte para siempre con nosotros
y así poder echarnos una mano cuando sea necesario.
Te has convertido para los que obedecen a Dios en autor de salvación.
Y nuestra salvación, Señor, es quererte y amarte.
Te has sentado a la mesa, y has invitado como comensal a todo el mundo.
Se acabó la negativa a compartir;
la división entre los hermanos no tiene sentido ya;
el desprecio por los pobres se convierte en acogida y servicio al lavarles los pies con gestos reales de entrega radical.
Sí, te has sentado a la mesa y nos dices de corazón que has deseado enormemente comer esta comida pascual con nosotros, antes de padecer.
Consciente de que había llegado tu hora, Jesús, habiéndonos amado, nos amaste hasta el extremo.
Y ya tienes un pan en la mano, que bendices y nos repartes, animándonos a que lo comamos porque es tu cuerpo.
Y sin haber podido salir aún de nuestro asombro, has llenado la copa de vino y nos la pasas también para que bebamos, porque es tu sangre.
Y que te vas, pero que cada vez que nos reunamos y repitamos este gesto del pan y del vino,
Tú estarás á nuestro lado para que podamos anunciar al mundo tu muerte y resurrección.
Cristo, gracias por enseñamos a descubrir al hermano, a tender la mano, a presentar la otra mejilla, a compartir pan y hogar.
Gracias por ese poco de pan en tus manos y ese vaso de vino, con los que nos dices cómo se vence el pecado, el hambre, la muerte.
Que ahora nosotros continuemos tu lucha para que todo hombre y mujer sean queridos y respetados,
para que a nadie le sea negado el pan y el trabajo, para que los niños puedan reír ilusionados.
Sí, continuaremos tu lucha para que nadie se enriquezca con el trabajo de los demás
y para que nadie tenga miedo de nadie.
Viernes Santo
No sabemos qué decirte, Señor.
Pero queremos mirarte, estar contigo.
No resulta atractiva la cruz.
¿Dónde ha quedado tu belleza?.
Hasta tu palabra se ha escondido.
Quisiéramos verte de mil maneras, pero ¿en la cruz?
Verte así, crucificado, nos escandaliza.
Te revelas de una manera muy extraña…
Te abajas y te callas.
Pasa por el tremendo abandono.
Mueres como el grano de trigo, en silencio, rezando y adorando al Padre.
Todo lo pones en sus manos.
Tu cruz nos interroga, deja al descubierto nuestras mentiras o medias verdades.
Y, al mismo tiempo, tu cruz manifiesta fuerza y salvación, una liberación sorprendente.
Tu cruz te abaja hasta nosotros, te pone a nuestra altura.
Ella forma parte del misterio de tu vida, en ella se restaura el amor, y se convierte en señal del amor en todo el universo.
Queremos abrazarnos a tu cruz, unir a la tuya todas nuestras cruces.
Hoy queremos abrazar a los crucificados, unir a ellos el consuelo, la palabra, el aliento.
Hoy queremos sentir y amar tu cruz, descubrir que de ella brota la vida para nosotros, que tus heridas nos han curado, que tu muerte es para todos salvación.
Domingo de Pascua
En este domingo gritamos alegres
¡Aleluya!
Dios abraza a la humanidad entera desde la pasión inmensa que siente por nosotros.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Todas nuestras manos vacías, todas nuestras manos sucias,
todas nuestras manos cansadas, todas nuestras manos llenas de cosas,
todas nuestras manos amenazantes, todas nuestras manos…
por la Resurrección del Señor quedan liberadas para abrazar con todas las fuerzas.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Hoy la Iglesia se engalana con sus mejores ropajes, inundada por tan inmensa Luz;
hoy los creyentes sentimos y celebramos que la vida vence todas las sombras de muerte,
que la Resurrección es esperanza para todos.
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
Hoy con Jesús, el Cristo, todos resucitamos, todos renovamos nuestro compromiso de apostar por la vida y por el optimismo;
por los buenos proyectos y por los más desfavorecidos;
por los más indiferentes y por la paz sin condiciones;
por el bien común, por la desapropiación que humaniza;
por la liberación de toda atadura y por los hermanos antes que por nosotros mismos.
Gritemos con nuestra vida que
¡El Señor ha Resucitado! ¡Aleluya!
¡Feliz Pascua de Resurrección!
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