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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A
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jueves, 24 de marzo de 2011

Materiales liturgicos y catequeticos: III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A



Monición de entrada:

(A)
Quizás, muchos de nosotros, vivimos sin haber saboreado a Dios; sin conocer lo que es encontrarse a gusto con Él.
Si nos paramos a pensar un poco, veremos que andamos sedientos de ternura; tenemos verdadera sed de salir de la soledad.
Hemos venido para celebrar la Eucaristía, ojalá que no salgamos sin escuchar, en lo más profundo de nuestro ser, esas palabras que Jesús nos dirige hoy: “Si conocieras el don de Dios…”

(B)

Nos encontramos ya en el tercer domingo de Cuaresma; y desde el principio de la Cuaresma se nos está llamando, invitando, a la reflexión, al perdón, a la conversión.
Es decir, se nos está invitando a corregir el rumbo de nuestra vida para que sea una vida cristiana de verdad.
El acoger la Palabra de Dios y confiar en El, es el modo de conseguirlo. Porque Dios es capaz de hacer brotar agua de las piedras secas. El encuentro con Cristo hizo cambiar el rumbo de la mujer samaritana; como cambiaría la nuestra si nos dejamos encontrar con él.


(C)

Alguien se atrevió a proclamar que él podía calmar la sed de todos los hombres. Él conocía la sed de todos los hombres.
El agua que Jesús nos está ofreciendo es la participación en su Espíritu “Al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida”-
Espíritu de alegría, de paz, de amor. Quien beba de este espíritu se inunda para siempre de dicha perfecta.
Y esto es lo que Jesús quiere para nosotros, que seamos felices. Y lo que nos dice es esto: si seguís mi camino, si buscáis lo mismo que yo, vuestra vida será como un torrente de agua en medio del desierto, como una fuente que todo lo convierte en verdor y fecundidad.
La Cuaresma nos llama a convertir nuestras vidas y a acercarnos a la vida del Evangelio de Jesús. Pero eso no es porque sí, o porque alguien nos lo mande. Sino, porque queremos ser felices, y sabemos que este es el camino de la felicidad.

(D)

Las personas humanas necesitamos agua, pan, vestido, medicinas, trabajo y cultura, y sobre todo queremos vivir.
Pero la sociedad, tal como está montada, no trata de satisfacer esas necesidades, sino las que son rentables, las que producen dinero.
El dinero sirve para comprar cosas y más cosas, y así sacarnos más dinero.
Si conseguimos una cosa, sentimos necesidad de otra. Queremos más y más y más. Y en realidad lo que necesitamos es “otra cosa”.
Dios nos promete hoy, como a la Samaritana, el agua viva, el don de su propia vida que sacia nuestras necesidades.
Vamos a pedírselo en esta Celebración.



Pedimos perdón

(A)
Conscientes de nuestras limitaciones y pecados, nos acercamos a Dios y le pedimos que nos dé agua viva, agua que sana, reconcilia y perdona para siempre.

- Tú, Jesús, siempre aprovechas cualquier oportunidad para salir a nuestro encuentro. Señor, ten piedad...
- Tú, Jesús, que nos enseñas que el verdadero culto ha de ser en espíritu y en verdad. Cristo, ten piedad...
- Tú, Jesús, eres el agua viva que sacia nuestra sed de sentido y de esperanza. Señor, ten piedad...


(B)

Vuelve tu rostro a nosotros, que somos pecadores. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Vuelve tu rostro a nosotros que somos pecadores. CRISTO, TEN PIEDAD...
Vuelve tu rostro a nosotros que somos pecadores. SEÑOR, TEN PIEDAD..

No mires nuestros pecados,
ni tengas en cuenta nuestra dificultad
para escuchar tus mandatos.
Hemos recibido el agua de la libertad,
pero todavía no somos libres;
hemos escogido el camino de la promesa,
pero todavía vivimos atados;
nos hemos puesto en camino hacia ti,
pero todavía caminamos según nuestros caprichos.
Nos reconocemos pecadores, Señor,
y nos acogemos a tu inmensa bondad.

SEÑOR, TEN PIEDAD (Cantado)

(C)

Señor, tú buscas al hombre más allá de sus caretas; haznos descubrir que realmente somos pecadores y que delante de Ti tenemos que decir: SEÑOR, TEN PIEDAD...
Cristo, nosotros tenemos la tendencia a ponernos en el centro, nos hacemos importantes, te desplazamos; nuestra seguridad es nuestra salvación y vivimos sin dejarte sitio a nuestro lado, por eso ahora tenemos que gritar: CRISTO, TEN PIEDAD...
Señor, tú nos invitas a construir el mundo contigo, más allá de nuestro miedos, más allá de nuestras miras, haznos portadores de esperanza y de novedad: SEÑOR, TEN PIEDAD...
(D)

Nuestros deseo de tener más no se paran. Cuando conseguimos cosas no nos sentimos satisfechos, porque aspiramos a tener cada vez más cosas y mejores y nos olvidamos de Dios. Por eso le pedimos perdón...

Porque queremos tener más y nos olvidamos de los pobres, a los que no les llega ni para comer. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque queremos tener más cosas y mejores, y destrozamos nuestras vidas para conseguirlo. CRISTO, TEN PIEDAD...
Porque queremos tener más cosas, nunca estamos satisfechos y envidiamos a los demás. SEÑOR, TEN PIEDAD...



Escuchamos la Palabra

Monición a la lectura:

La sed es una realidad que amenaza constantemente a quienes viven o caminan por el desierto. ¿Cuántos pueblos existen hoy “torturados por la sed”? El agua es un bien escaso y parece que el desierto avanza.
Pero aquí el problema no era sólo de sed, sino de fe. Si Dios les ha sacado de Egipto, ¿no está obligado a facilitarles el camino por el desierto, hasta llegar a la Tierra Prometida? Si ahora mueren de sed, o es que Dios es malo o es que no existe. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”
Es un argumento que incluso hoy día se sigue utilizando. Si Dios existe, si es bueno y poderoso, ¿por qué deja morir de hambre y de sed a tantos pueblos?
Dios se valió de Moisés para sacar agua de la roca y para confirmar su fe. Hoy se quiere valer de nosotros para remediar el problema del hambre y la sed, no sólo la sed material, sino otros tipos de sed más profundas.

(B)

Dios mantiene su fidelidad con el pueblo de Israel en el desierto, y le da el agua que necesita para calmar su sed.
Más adelante, será Jesús el agua que calma la sed de las necesidades más profundas. Escuchemos con fe.

Lectura del libro del Éxodo

En aquellos días, el pueblo torturado por la sed, murmuró contra Moisés: - ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo: -¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés: -Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

Palabra de Dios
Monición al salmo:

No endurezcáis el corazón, no pongáis a prueba a Dios. Él no nos falla nunca. Sólo nos pide a cambio un poco de fe y que te dejes querer.
No endurezcáis el corazón, no dudéis jamás de Dios. Él sólo nos pide un poco de agua, un poco de amor.
No endurezcáis el corazón, ni os olvidéis nunca de Dios.

Salmo: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”
(Salmo 94)

Monición al Evangelio:

Si el hombre pedía –y pide- agua a Dios, ahora es Dios el que pide agua al hombre. Dios se hace mendigo nuestro. ¿Quién será capaz de negar a Dios un poco de agua?
Pero a la vez, Jesús suscita otra sed más profunda, que sólo Él podrá saciar ¡El agua viva! Esta es una sed dichosa. El sentirla ya es una gracia. Dichosos los que tienen mucha sed de Dios, porque serán saciados.
La narración de la samaritana es un modelo de catequesis. El diálogo entre Jesús y la mujer está lleno de tacto, de profundidad y de poesía. No nos cansamos de leerlo y de meditarlo.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber” (Sus discípulos se habían ido al pueblo a buscar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob que nos dio de este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén, daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos”. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy: el que habla contigo”.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”.

Palabra del Señor


Homilías

(A)
En los tiempos modernos hay muchos adelantos en medicina, en libertades políticas y en tantas cosas. El nivel de vida ha mejorado.
Sin embargo, no somos felices a pesar de tanto adelanto, a pesar del consumismo y a pesar de que, al parecer, todo nos está permitido. La felicidad es el agua viva de la que nos habla el Evangelio de hoy.
La verdad es que todos los seres vivientes tenemos sed de felicidad. Sed de felicidad la tiene el león cuando ruge en la selva, la tiene la paloma cuando arrulla dulcemente, la tiene el ternerito cuando llama a su madre.
Y en los ojos de todo ser humano hay sed de felicidad. La hay en las pupilas de los hombres de todas las razas, en las miradas de los niños y de los ancianos, de las madres y de la mujer enamorada. La hay en cualquier persona.
Me pregunto, con hombres y mujeres de hoy, por la sed que llevamos acallada dentro de nosotros. No es que seamos infelices, no; pero es relativamente fácil encontrarse con personas que buscan más, que quieren más, que sienten una insatisfacción no del todo precisada, pero ahí está. Intuyen que su vida y su corazón les piden cosas que no hacen y podrían hacer. Se sienten prisioneras de una tela de araña con finísimos y múltiples hilos.
No es que no existan pozos de agua viva. Hay que ir hacia ellos, buscarlos.
Eso supone dejar otras fuentes más frecuentadas, amigos de toda la vida, y hasta plantear interrogantes de pareja: «¿Pero es que no tienes bastante conmigo?». «No. No sacias toda la sed de mi corazón».
Los pozos y las fuentes eran, cuando no había agua corriente, lugar de encuentro. «Ir a la fuente», era el lugar más común de hacer amistades. Allí todos llegaban con la misma necesidad, con la misma indigencia, con la misma búsqueda...
Los pozos y las fuentes de hoy quizá son otros. El agua la tenemos en casa. Damos el grifo y ya está ahí. No tenemos que ir a buscarla. Pero seguimos saliendo de casa en busca de algo o de alguien porque el hogar no lo da todo, sobre todo cuando estamos vacíos. Hay hogares que no lo dan todo, ni siquiera dan lo esencial... Te dan pan, pero desprovisto de gestos de ternura. Por eso, unos van al bar, a la tertulia del café, a las tiendas «de o simplemente «a ver gente»...
El pozo del corazón humano es muy profundo y no podemos llenarlo con las pequeñas felicidades que encontramos en la vida. Si tenemos una bicicleta deseamos tener una moto; y si tenemos una moto deseamos tener un coche. Después de la televisión en blanco y negro, deseamos el televisor en color, el de plasma... Después de alcanzar esto deseamos alcanzar aquello, y así siempre. La samaritana, de que habla el Evangelio, había tenido cinco maridos. Y fueron cinco sueños o, mejor dicho, cinco fracasos. El que ahora tenía no era su marido. Sin embargo, ella, una y otra vez, intentaba ser feliz. Y todos, una y otra vez, intentamos ser felices y nunca estamos satisfechos. Y aunque tuviéramos todo lo que deseáramos, lo cual es imposible, todo lo podríamos perder en unos segundos.
¿Dónde encontrar la felicidad?.
La samaritana se dio cuenta de que estaba en presencia de un profeta cuando éste «le dijo todo lo que había hecho». Jesús no adivinó nada. Simplemente leyó lo que llevaba escrito en su rostro y lo que decía entre líneas. Se le notaba mucho su búsqueda de verdad, su sed de amor...
¿Es usted feliz?... La pregunta de la felicidad es una pregunta “indiscreta”. Basta ver las “salidas” que la gente da para responder a esta pregunta. Una respuesta corriente es: “lo intento”. Recuerdo lo que me contaba un amigo en una convivencia de adolescentes preguntó qué entendían ellos por felicidad y cómo ser felices. Una adolescente respondió con prontitud, sin pensárselo dos veces: Yo sería feliz en unos Grandes Almacenes con una tarjeta VISA Oro».

El literato francés Péruy dijo que el gran y terrible descubrimiento de todos los hombres de cuarenta años es constatar que no se es feliz y que nadie lo ha sido y que nadie lo será jamás. A lo mejor es mucho decir, pero nos da una idea de lo difícil que es ser felices. Ser feliz exige un mínimo de concordancia consigo mismo.
La samaritana es una mujer en busca de felicidad. Nada se le pone por delante para ser feliz. Pero tiene que descubrir, ayudada por Jesús, que el lugar de la felicidad no está donde ella creía que estaba. Hay que desplazarse hacia el manantial de agua que viene de Dios.
Los creyentes sabemos que la felicidad depende de “arrimarnos” a Jesús, fuente de verdadera felicidad. No todos los entienden. ¿Lo entiendes?
Precioso pasaje el de la samaritana. Todos llevamos algo de lo que esta mujer significa dentro de nosotros. Todos tenemos sed de más. Un más que no son cosas ni personas. Un más que es verdad e intimidad. ¿Cómo no sentir vacío si dejamos de alimentarnos de verdad y de intimidad con Aquél que es manantial de agua viva?
Que el encuentro con el Señor desvele toda la sed que llevas dentro y todas las posibilidades que tienes de saciar tu sed.


(B)

Son bastantes las personas que, a lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios, casi sin advertir lo que realmente estaba ocurriendo en sus vidas.
Hoy Dios les resulta un “ser extraño”. Cuando entran en una iglesia o asisten a una celebración religiosa, todo les parece artificial y vacío. Lo que escuchan se les hace lejano e incomprensible.
Tiene la impresión de que todo lo que está ligado con Dios es infantilismo e inmadurez, un mundo ilusorio donde falta sentido de la realidad.
Y, sin embargo, esas mismas personas en cuya vida apenas hay experiencia religiosa alguna, andan con frecuencia a la búsqueda de paz interior, de profundidad, de sentido. Más aún. Aunque ya no creen en “el Dios de su infancia”, acogerían de nuevo a Dios si lo descubrieran como la Realidad gozosa que sostiene, alienta y llena toda de vida.
Pero, ¿se puede encontrar de nuevo a Dios una vez que la personas se ha alejado de toda religiosidad? ¿Es posible una experiencia nueva de Dios? ¿Por dónde buscar?
Algunos buscan “pruebas”. Exigen garantías para tener seguridad. Pretenden controlar a Dios, verificarlo, analizarlo, como si se tratara de un objeto de laboratorio.
Pero Dios se encuentra en otro plano más profundo. A Dios no se le puede aprisionar en la mente. Quien lo busca sólo por la vía estrecha de la razón corre el riesgo de no encontrarse nunca con Él. Dios es “el Misterio del mundo”. Para descubrirlo, hemos de ahondar más.
Precisamente por esto, algunos piensan que Dios no está a su alcance. Tal vez esté en algún lugar lejano de la existencia, pero habría que hacer tal esfuerzo para encontrarse con Él, que no se sienten con fuerzas.
Sin embargo, Dios está mucho más cerca de lo que sospechamos. está dentro de nosotros mismos. O lo encontramos en el fondo de nuestro ser o difícilmente lo encontraremos en ninguna parte.
Si yo me abro, Él no se cierra. Si yo escucho, Él no se calla. Si yo me confío, Él me acoge. Si yo me entrego, Él me sostiene. Si yo me dejo amar, Él me salva.
Tal vez la experiencia más importante para encontrar de nuevo a Dios es sentirse a gusto con Él, percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy. Cuando una persona sabe lo que es sentirse a gusto con Dios a pesar de su mediocridad y pecado, difícilmente lo abandona. Recordemos las palabras de Jesús a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios... le pedirías de beber y él te daría agua viva”
Muchas personas están abandonando hoy la fe sin haber saboreado a Dios. Si conocieran lo que es encontrarse a gusto con Él, lo buscarían.

(C)

Si entendemos la palabra “sed” en sentido material (tener sed de agua) está claro que el agua es un bien necesario que escasea.
Son muchos los pueblos que sufren terribles sequías; sequías que llevan consigo enfermedades, hambre.
La sed, podemos decir, que es una “plaga” para millones de personas...
Pero debemos dar a la palabrea “sed”, un sentido más “profundo”, como se le dio Jesús cuando habló con la samaritana: Sed de “deseos”, de “satisfacciones”.
Esta sed de “deseos” y de “satisfacciones” es algo constitutivo del hombre.
El hombre siempre tiene (tenemos) sed de cosas y las mayoría de las veces, estas cosas no apagan nuestra sed, nos dejan insatisfechos.
El hombre, el ser humano, tiene sed de muchas cosas:
Tiene sed de cultura: de saber, conocer, investigar...
Tiene sed de diversión: placeres, satisfacciones...
Tiene sed de paz: vivir en armonía.
Tiene sed de poder: de dominio, de mando.
Tiene sed de posesión: de tener muchas cosas.
Tiene sed de riqueza: de dinero, de bienestar.
Tiene sed de salud: los enfermos.

Muchas veces, a pesar de disfrutar de todas estas cosas, seguimos teniendo SED, nos sentimos insatisfechos.
En países “superdesarrollados” se da un alto índice de suicidios, incluso en gente joven: gente que tiene todo, que no les falta de nada, que han probado y experimentado de todo, pero al final se encuentran vacíos, insatisfechos, sin haber apagado su sed.
Alguien, hace 20 siglos, se atrevió a proclamar que Él podía calmar la sed de todos los hombres. Ese alguien fue Jesús, que dijo: “El que tenga sed que venga a mí y beba del agua que yo le daré y nunca más tendrá sed”.
Está claro que, estas palabras de Jesús hay que entenderlas en sentido figurativo, no en sentido literal.
Jesús, para calmar nuestra sed de “deseos”, nos ofrece su Espíritu, su Mensaje.
Y a través del Espíritu de Jesús, a través de su Mensaje, las personas descubrimos:
La fraternidad, la libertad, la paz, el perdón, la solidaridad...
Y estas cosas que Jesús nos ofrece “SÍ” sacian nuestra sed, “SÍ” nos dejan satisfechos.
Que bebamos de esta agua que Jesús nos ofrece y no vayamos a otras fuentes para calmar nuestra sed.

(D)

Estamos en el corazón de la Cuaresma. Esta semana es llamada en la tradición eclesial la semana del agua o semana bautismal. Los textos bíblicos nos presentan episodios en los que el agua ocupa una importancia decisiva. El agua, para los cristianos, hace referencia al Bautismo.
El relato de la samaritana centra el mensaje de novedad de este domingo. Una simple conversación junto al brocal de un pozo se convierte, de pronto, en un manantial de sentido nuevo. Jesús comienza como necesitado, pidiendo agua; acaba revelándose como fuente de agua viva. La interlocutora de Jesús es una mujer samaritana, que va a buscar agua físicamente pero que acaba siendo buscadora de agua viva para su sed más profunda. Y justamente, la sed más profunda, la que vive en su corazón y sus sentimientos es la que tiene olvidada y la que sacia de manera no correcta.
Me pregunto, con hombres y mujeres de hoy, por la sed que llevamos acallada dentro de nosotros. No es que seamos infelices, no; pero es relativamente fácil encontrarse con personas que buscan más, que quieren más, que sienten una insatisfacción no del todo precisada, pero ahí está. Intuyen que su vida y su corazón les piden cosas que no hacen y podrían hacer. Se sienten prisioneras de una tela de araña con finísimos y múltiples hilos.
No es que no existan pozos de agua viva. Hay que ir hacia ellos, buscarlos. Y eso supone dejar otras fuentes más frecuentadas, amigos de toda la vida, y hasta plantear interrogantes de pareja: “¿Pero es que no tienes bastante conmigo?” “Pues no. Tú no sacias la sed de mi corazón”.
Las respuestas que pide el corazón nos cambian la vida y nos tocan lo más íntimo. Todo lo del corazón es importante.
La samaritana entiende perfectamente esto en el diálogo con Jesús y descubre que ni los hombres que tuvo ni el que ahora tiene son capaces de saciar la sed que siente.
Lo inesperado, lo que cambia todos los esquemas posibles es que Jesús se presenta como agua viva. El hombre que se presenta como agua viva es justamente aquel que no le pide nada, que no se presta a juegos con ella. Más bien, le dice la verdad, se señala su verdad.
La sed que sentimos dentro todas las personas comienza a ser saciada cuando la verdad va por delante. Quien esté dispuesto a escuchar la verdad está dispuesto a saciar su sed. Expresiones como “dime la verdad”, “quiero saber la verdad aunque me duela”... son el camino para saciar la sed interior. Y la verdad más verdadera nos lleva más allá de nosotros mismos, a la orilla donde está el Maestro que se presenta como don y fuente de agua que sacia. Seríamos mejores creyentes si, como la samaritana, descubriéramos en nuestra sed de vida, siempre insatisfecha, nuestra necesidad de Dios siempre por satisfacer.
Jesús, con la samaritana, inaugura un nuevo culto a Dios: el cultivo de la relación personal e íntima con Él. La intimidad con Dios no está circunscrita a un espacio. Es cosa del corazón, esté éste donde esté.
Precioso pasaje el de la samaritana. Todos llevamos dentro de nosotros algo de lo que esta mujer significa. Todos tenemos sed de más. Un más que no son cosas ni personas. Un más que es verdad e intimidad. ¿Cómo no sentir vacío si dejamos de alimentarnos de verdad y de intimidad con Aquel que es manantial de agua viva?
Que el encuentro con el Señor desvele toda la sed que llevamos dentro y todas las posibilidades que tenemos de saciar esa sed.

(E)

Las lecturas de este domingo contienen una referencia a los catecúmenos que se preparaban para celebrar su bautismo en la gran fiesta de Pascua. Los que se iban a bautizar en la noche del Sábado Santo eran acompañados por la comunidad cristiana en esta catequesis sobre el agua viva. Nos dice el evangelio que Jesús es como un manantial del que surge la vida eterna. Las lecturas hablan de la sed del ser humano.
Sabemos que Israel era un pueblo acosado por la sed. Para comprender las lecturas de este domingo hay que tener en cuenta que Israel está rodeado de desiertos, y para los judíos el agua era una bendición de Dios. Conociendo estas cosas, no nos extraña que la sed aparezca muchas veces como experiencia profunda en la oración de los israelitas: “Mi alma tiene sed del Dios vivo, como tierra reseca, agostada, sin agua”; buscaba al Señor “como la cierva busca corrientes de agua”. Experimentar la salvación era como sentirse cuidado por Dios, “que conduce mi alma hacia fuentes tranquilas. Esas fuentes tranquilas tenían para los israelitas unas connotaciones especiales, más de lo que podemos imaginar nosotros, que tenemos un grifo en cada casa, aunque tengamos alguna restricción de agua en tiempos de sequía. En unas tierras abrasadas por el sol y los desiertos, el agua tiene un significado especial.
La primera lectura cuenta con tonos dramáticos la sed que torturó a Israel en el desierto. Habla de protestas y altercados por parte del pueblo, y Moisés reconoce que faltó poco para que lo apedrearan. En Orbe Dios sacó el agua para su pueblo de una peña, de la que dirá san Pablo que representaba a Cristo. Pasados muchos siglos, el evangelista retoma esa misma experiencia de la sed para anunciarnos a Jesús como el agua que sacia nuestra sed del alma. Una mujer de Sicar va con un cubo a sacar agua del pozo de Jacob. Allí le habla Jesús de otra agua misteriosa que sacia la sed más profunda del corazón. Esta mujer aparece como el prototipo de cualquier ser humano acosado por la sed. Buscando ser feliz había llegado a casarse cinco veces y tenía en esos momentos otros marido de repuesto. Tenía la seguridad de no haber encontrado su camino en la vida y participaba de la confusión de no saber rezar a Dios en el sitio adecuado (“en este monte o en Jerusalén”). Pero, sobre todo, esperaba que un día llegara el Mesías para remediar sus inseguridades interiores. Decía: “Cuando venga el Mesías nos lo explicará todo”. Entonces Jesús, mediante un proceso catequético admirable, le enseña, y nos enseña a todos los sedientos, que él es el agua que sacia nuestra sed del alma. Para nosotros, y no sólo para los catecúmenos, también es válida esta catequesis.
Sería bueno que este día tomáramos conciencia de nuestra sed interior. Con frecuencia somos gentes engañadas por las propagandas interesadas. No hace falta recurrir a la crispación social ni a las crisis económicas para explicar nuestro malestar. Hemos puesto en el corazón otros dioses pequeñitos que no nos sacian. Tenemos casas bonitas, servicios muy útiles, abundantes medios materiales para casi todo y, sin embargo, en la vida de cada día andamos inquietos, intranquilos, insatisfechos, sedientos de algo nuevo. Y ese algo nuevo para el corazón humano es Dios, que no puede ser sustituido por otras cosas. Y si acudimos cada domingo a la iglesia para una misa incómoda y aburrida es porque esa sed de Dios nos trae aquí. Tomamos conciencia de que el agua para nuestra sed es el Señor, que ha sido derramado sobre nosotros en nuestro bautismo.



Plegaria de los fieles

(A)

A Ti, Señor, que eres fuente de todo consuelo y que prometes saciar la sed de todos los hombres, te pedimos:

Que seamos solidarios con las necesidades de los hombres, especialmente los que sufren el castigo del hambre y de la sed. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Que sepamos dar respuesta a las esperanzas y deseos de los jóvenes, que no se vean avocados a ninguna clase de drogas o una vida sin sentido. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Que la Iglesia y todos nosotros sepamos dar testimonio de Cristo como Mesías y Salvador del mundo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Que bebamos con abundancia el agua que Cristo nos ofrece, y no queramos ir a otras fuentes para saciar nuestra sed. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Que todas nuestras peticiones y oraciones las hagamos en espíritu y en verdad. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Te pedimos, Señor, que nos llenes de tu santo Espíritu, y que se convierta en nosotros en un manantial inagotable de agua viva. Por JSN...


(B)

A ti. Señor, que eres rico en misericordia, que no te cansas de darnos tus dones, que nos prometes torrentes de gracia, pedimos con fe:

Todos: DANOS, SEÑOR, TU ESPÍRITU.

Para saciar nuestra sed.
Para limpiar nuestras manchas.
Para encender nuestro corazón.
Para creer y dar testimonio del Mesías.
Para ser testigos de alegría.
Para vivir en la unidad.
Para adorar en verdad.
Para orar como conviene.
Para ser verdaderamente libres.

Envíanos, Señor, tu espíritu, para que se convierta en nosotros en un surtidor inagotable de agua vida. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Ofrendas

Dos símbolos: Cubo vacío y vaso de agua

Cubo vacío:

Cuando alguien lleva un “cubo vacío” –además de decirnos que no hay nada dentro- significa también que lo va utilizar para llenarlo de algo que necesita.
Nuestra vida –como el “cubo”- puede estar llena o vacía, según el sentido que le demos.
Puede estar llena de cosas que merecen la pena y entonces tiene sentido.
Pero, nuestra vida, puede estar también vacía, como el cubo, aunque esté muy llena de cosas superfluas e intrascendentes.
¿Cómo está en estos momentos nuestra vida: llena o vacía?
Y si está llena ¿de qué cosas está llena?

Vaso de agua:

Un vaso de agua nos habla de “sed”.
Jesús nos pregunta hoy también a nosotros –como preguntó a la samaritana- si el agua que bebemos calma nuestra sed, es decir: Si las cosas que hacemos llenan plenamente nuestra vida.
¿De qué cosas tenemos sed nosotros? ¿De dinero, de poder, de éxito, de fe, de paz, de solidaridad, de generosidad?
Jesús nos dice hoy, como dijo a la samaritana: “El que beba del agua que yo le daré, jamás tendrá sed de otras cosas, pues mi agua es fuente de vida”.

Procesión de ofrendas:

Antes de entregar el pan y el vino, centro y eje de nuestra Eucaristía, traemos este cubo vacío, como el de la Samaritana, como el de nuestro corazón. Vamos a llenarnos de agua para nuestra sed, pero siempre se nos acaba el agua y vuelve la sed. Aquí está el secreto de nuestra pobreza: nuestra vaciedad y la dificultad de ir a la fuente de agua viva.


Prefacio...

Te damos gracias, Señor,
y te bendecimos.
Tú no estás lejos del que te busca sinceramente
ni apartas tu vista de quien vuelve a ti.
Desde siempre y por siempre
te has hecho el encontradizo con el hombre
y has recorrido sus caminos
para que el hombre volviera a tus caminos.
Nos apartábamos de ti
y siempre saliste al encuentro de los alejados.
¡Cómo no darte gracias!
¡Cómo no presentarte un corazón humillado y agradecido!
¡Cómo no cantar tu misericordia y paciencia!
¡Cómo no quedar mudos ante tanto derroche de amor!
¡Cómo no pregonar que no hay dios como nuestro Dios!
¡Cómo no unirnos a los coros de los ángeles y santos
para cantar a una sola voz!

Santo, Santo, Santo...



Padre nuestro

Con sed de justicia y de amor para todos los hombres, elevamos nuestra oración al Padre para que transforme nuestros corazones y los llene de generosidad y de perdón: Padre nuestro...

Nos damos la paz

Al compartir hoy la paz, ha de aflorar en nosotros sentimientos de perdón, pero a la vez, el compromiso de que la paz no será realidad entre los hombres si no reina la justicia.

Que la paz del Señor esté con todos vosotros...

Compartimos el pan

La mesa del Pan está preparada y abiertas las fuentes de la Vida para todos los que tienen el corazón cansado e insatisfecho. Acerquémonos con fe y sentiremos cómo el alma y el corazón se rejuvenecen, porque estamos invitados a la mesa del Señor.
Dichosos...


Oración

Tú te metiste en la vida de una persona pidiendo ayuda,
que es la mejor manera de caminar juntos.
Señor, que sepamos pedir cuando estemos necesitados,
que sepamos dar cuando tengamos algo
que el otro necesita,
que estemos atentos para adivinar su carencia.
Haznos sensibles al hermano, ayúdanos,
Jesús, a compartir.

Hablaste con la samaritana, con esa empatía
que tenías con las mujeres,
y le sorprendió tu cercanía,
porque siempre se te siente cálido y cerca.
Le hablaste de un agua que calma todas las sedes.
Sabes tú, Señor, que tenemos sed de tantas cosas...
y tú eres el agua que calma nuestra sed de poder,
de prestigio, de dinero, de tener razón...
de deseos que nos envuelven y nos succionan la vida.

Tú sabes, Señor, que estamos buscando
satisfacer nuestras necesidades,
con compras, viajes, experiencias, aventuras, relaciones y cosas,
pero el vacío interior sigue ahí,
en los adentros, rugiendo...
porque de lo que tenemos sed es de ti, Padre,
de tu presencia, de gozar de tu amor,
de gastar la vida en tus cosas.

Te andamos buscando por todos los rincones,
pero te ponemos otros nombres:
orden, eficacia, salud, trabajo, bienestar, familia...
y seguimos corriendo, pero nada nos desasosiega del todo,
porque tenemos la misma sed de felicidad
que la samaritana.
Hoy queremos decidir que tú seas nuestra única bebida,
vivir la vida más contigo,
decirte un sí rotundo, para calmar desasosiegos,
para frenar agitaciones,
para dejar que nos empapes, calmes nuestra sed
y nos pongas en contacto con ese manantial
que llevamos dentro,
que eres tú, que salta dentro de nosotros,
provocando vida sin término.


Bendición:

Que nos ayude la Bendición de Dios Todopoderoso…

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WebJCP | Abril 2007