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MISIONEROS EN CAMINO: Jesús, la samaritana y nosotros - III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A
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jueves, 24 de marzo de 2011

Jesús, la samaritana y nosotros - III Domingo de Cuaresma (Juan 4,5-42) - Ciclo A



Hemos oído el relato de Juan. Jesús de camino a Judea su tierra, viene de Jerusalén y atraviesa Samaría, tierra hostil, cansado, con sed, se sienta en el pozo a las afueras de un pueblo, está solo. Llega una mujer a sacar agua, Jesús le pide que le dé de beber. Los judíos no se tratan con los samaritanos y nunca en público un hombre con una mujer. Jesús ha dejado de lado odios entre pueblos, falsos prejuicios sociales y religiosos, su proyecto está por encima de aquellos escándalos farisaicos semejantes a los que a veces nos envuelven. Quiere ofrecer a esta mujer la salvación que Él nos trae, abrirle a la fe, es una hija de Dios. Jesús nos hoy habla de cómo ha de ser nuestro encuentro con Dios, fundamento de la religión. Nos interesa.
Al pedirle de beber la mujer le contesta: “Tú judío, me pides a mi agua, no tienes cubo para sacarla”; Jesús responde: “Si conocieras el don de Dios... si bebes del agua que yo te daré no volverás a tener sed, tendrás dentro de ti un manantial de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer piensa que Jesús es un hombre diferente, le pide de esta agua.

Jesús continúa: “Créeme, mujer: se acerca la hora, ya está aquí, en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre, los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, Dios es espíritu, desea que le den culto así”.

Jesús nos ha trasmitido un mensaje revelador: en el interior de los seres humanos Dios ha infundido una realidad misteriosa, su Espíritu, un verdadero torrente de agua que apagará plenamente nuestra sed, nuestra sed de sentido, de felicidad, que salta y que nos hace llegar hasta las entrañas de Dios, que nos convierte en los hijos de Dios y en hermanos entre nosotros. El agua siempre símbolo de vida.

Jesús nos ha entregado su Espíritu, ese torrente de agua, esa realidad misteriosa de vida, que está en nuestra entraña, con que amamos, nos acercamos, nos comunicamos con la misma realidad de Dios. El Espíritu de Jesús, que brota ya de nuestra propio ser es lo que nos une con Dios. Es la revelación de Jesús, Él ha venido al mundo para esto, para ser el torrente de vida que nos impulse, nos abra el camino al misterio de Dios, al verdadero culto a Dios, para vivir con Él.
Jesús nos ayuda a dirigir nuestro torrente de vida hacia Dios, nos enseñó el camino para encontrarnos con Dios, “yo soy el camino, es mi testamento, que os améis como yo os amo”. Nos ha dicho que nuestra forma de vivir, de amar, que ha de llegar hasta nuestro Dios, ha de pasar por el amor al hermano. Nuestro Dios es un Dios que sólo se satisface con la ofrenda de quien ama a su hermano. Recordemos las palabras de Jesús: ”si vas al templo con una ofrenda a tu Dios y recuerdas que tienes algo contra tu hermano, ve primero reconciliarte con él”.

Jesús nos ha asegurado que ha levantado su templo en el corazón del ser humano, de sus hijos: “al que ama, mi Padre le amará y vendemos a él y pondremos en él nuestra morada”; y comentaba San Pablo: “Dios ha hecho morada en lo más profundo del corazón humano, verdadero templo de Dios (1 Cor 3, 16)

Este es el verdadero fundamento de nuestra religión, si queremos acercarnos a Dios, si queremos que desde lo más profundo de nuestra persona, el torrente del Espíritu, que Jesús ha depositado en nosotros, nos vincule con nuestro Dios, el único camino válido es amar, nos lo dice hoy Jesús, no podemos buscar excusas en palabras de nadie. Cuando comenzamos a amar, Dios pone su morada en nosotros, somos el templo de Dios, así lo ha dicho Jesús a esta mujer, a la samaritana: “Ha llegado el día en que para adorar a Dios no es necesario que vayas ni al templo de Jerusalén ni a vuestro monte, los verdaderos adoradores adoran en Espíritu y en verdad.” El templo de verdad donde Dios ha puesto su morada, donde habita es el ser humano, hijo de Dios, se lo debemos a Jesús al comunicarnos su Espíritu.

Este es el mensaje que hoy nos entrega Jesús a nosotros. Es la religión que Jesús quiere, es la única religión cristiana. Así cobran todo su sentido las últimas palabras de despedida de Jesús: “amaos como yo os he amado”.

La samaritana lo comprendió, y va corriendo al pueblo a comunicar a sus vecinos su gozo: ”he encontrado al Mesías venid conmigo a encontrarnos con él.”

Hermanos, es nuestra tarea, al querer seguir a Jesús, no sabemos a veces cómo orientar nuestra religión en este mundo confuso en el que abundan demasiadas teorías y voces que nos llegan a confundir, demasiados mandatos y prohibiciones de quienes se arrogan privilegios que no pueden suplantar a las palabras del Evangelio, al comportamiento de Jesús con las gentes con las que trataba en su vida.

Jesús es la verdadera Palabra, auténtica palabra viva, que nos puede ayudar a centrar ese torrente de vida que todos tenemos, que Dios nos ha dado con su mayor afecto, y que hemos de orientarlo por el difícil camino de amar como Él amaba, a todos, a los nuestros sí, pero a los demás también, con una atención siempre abierta a los necesitados, a los extraviados, a los engañados y maltratados por la vida, sin temores del qué dirán los puritanos que nos rodeen, ¿tuvo Jesús esos temores?

Tomémoslo en serio, el odio, el rencor, el desprecio, la venganza, no caben en un corazón que quiera estar en paz con Dios. Analicemos nuestra vida ante esta escena de Jesús en la que a aquella mujer desconocida, pagana, le revela la mayor riqueza de su palabra, esa palabra suya que es también ya nuestra.

No vayamos a pensar que al decirnos Jesús que hemos de verle presente en cada persona, hijos de Dios, que son su “templo”, no pensemos que con estas palabras de hoy niega y rechaza templos como éste, en el que nos reunimos en comunidad celebrando su presencia en la Eucaristía, acercándonos a los sacramentos, verdaderos encuentros pensados por Jesús para comunicarnos su Espíritu. Jesús se reunió siempre con quienes le seguían en lugares apropiados para ello. Son también éstos lugares consagrados por la presencia del Señor. Eso todos lo sabemos.

Hoy nos ha dicho que sepamos levantar nuestra mirada, cómo Jesús levanta la suya sobre hombres, mujeres de toda condición social, de todo modo de pensar y de vivir, de cerca y lejos... para acertar en cuál es “el culto de amor”, el culto que está esperando Dios, en acertar con la verdadera “religión cristiana” en la que Jesús nos inicia y que nosotros hemos de consolidar en este mundo, en amar como Él nos ama en este grandioso templo que Él ha escogido: el corazón del ser humano. Es su deseo.

Y agradezcámosle este manantial de vida que ha puesto en nosotros para llegar hasta Él por este camino.

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WebJCP | Abril 2007