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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequéticos: IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A
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jueves, 31 de marzo de 2011

Materiales liturgicos y catequéticos: IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A



Monición de entrada

(A)
Hay muchas cosas necesarias y, cuando nos faltan, nos sorprenden incómodamente.
Así ocurre, por ejemplo, con el agua y con la luz.
De ambas cosas nos habla el Señor como "signo" de lo que es él para nosotros.
Si el domingo pasado el Señor se nos presentaba como Agua que calma la sed de todo hombre que se acerca a él con buena voluntad, hoy se nos presenta como Luz que ilumina nuestra vida.
Cristo-Jesús se nos ofrece como Luz. Nosotros no siempre caminamos iluminados por su resplandor, sino que recaemos en la oscuridad del pecado.
(B)

En la celebración de hoy, el Señor nos propone hacer nuestra la experiencia del ciego de nacimiento; de alguna manera, somos ciegos. Pasamos unos junto a otros y no nos vemos. Miramos a las cosas y se nos escapa su sentido. El problema no es de nuestros ojos, sino del corazón. Es una alegría poder acudir con sencillez, a Jesús y decirle: “Creo, Señor”.
Él nos dará un corazón y una mirada nueva. Con esta confianza comenzamos la Eucaristía.


(C)

El ciego de nacimiento del Evangelio de hoy nos representa a todos.
Nuestra ceguera espiritual es importante, porque sólo vemos lo superficial, sólo nos fijamos en las apariencias; ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos, ni conocemos a los demás, ni conocemos a Dios.
Cristo es LUZ, porque ve lo que hay en el corazón del hombre; porque nos enseña lo que es el hombre; porque nos dice lo que es Dios; porque nos da la luz de la fe.
Que la fe en Cristo ilumine la oscuridad de nuestra vida y que nuestra fe sirva de ayuda a otras personas.


(D)

El pasaje del ciego al que Jesús hizo ver nos prepara para la fiesta de la luz en la solemne Vigilia Pascual. La luz de la fe ilumina toda nuestra vida. Quien peca contra luz corre el riesgo de permanecer ciego para siempre.
Espiritualmente todos somos al menos parcialmente ciegos a quienes Jesús tiene que dar la visión nueva de la fe. La fe o el aumento de la fe no produce cambios externos, pero ayuda a ver a interpretar y valorar las cosas de manera nueva y más profunda.


Pedimos perdón

(A)

Como los discípulos de Jesús, pedimos aumento de fe y perdón por nuestra poca fe.

Nuestros ojos se llenan de escamas y no sabemos verte. Y construimos un dios a nuestra imagen. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Nuestros ojos se hacen a la oscuridad, nos resistimos a las obras de la luz. CRISTO, TEN PIEDAD...
Nuestros ojos necesitan el barro que sana y limpia y hace ver la novedad que Tú, Señor, nos das en Jesús, tu Hijo. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(B)

Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, el Señor no se olvida de nosotros. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, el Señor no se olvida de nosotros. CRISTO, TEN PIEDAD...
Aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, el Señor no se olvida de nosotros. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Sacerdote: A veces decimos: “El Señor me ha olvidado; el Señor ha sido injusto conmigo; el Señor no se acuerda de mí; tantas novenas, tantas oraciones, tantas cosas hechas por Dios y ahora Dios me paga así, no atiende mis súplicas, no hace lo que le pido”. Así decimos, así nos comportamos con Dios. Así demostramos que no creemos en Dios y que queremos que Dios esté a nuestro servicio.
Hoy, Señor, reconocemos que somos pecadores y que nuestra fe es pobre. Hoy recordamos que tú no nos olvidas, aunque una madre se olvide de su hijo. Tus entrañas son entrañas de misericordia. Hoy, Señor, pedimos perdón de nuestra ceguera y de nuestras pretensiones y exigencias. Hoy, Señor, reconocemos que somos pecadores e imploramos que tengas misericordia de nosotros, perdones nuestros pecados y nos lleves a la vida eterna.

Todos: Amén

(C)

Por todas las veces que, ante las injusticias, ante acontecimientos inadmisibles, hemos permanecido fríos, callados, paralizados y, con ello, hemos preferido la muerte: SEÑOR, TEN PIEDAD...
Por todas las veces que, por miedo a hacernos notar y perder así algunas ventajas, hemos preferido callar, dejar hacer y, con ello, hemos preferido la muerte: CRISTO, TEN PIEDAD...
Por todos los cambios que no hemos querido realizar en la familia, en las condiciones de trabajo, en la Iglesia y, por ello, haber preferido la muerte: SEÑOR, TEN PIEDAD...



Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

Dios no se fija en las apariencias, sino en el corazón; y sabe que, muchas veces, no tenemos vida en nuestro interior. Hoy, su Palabra nos llama a levantarnos, a dejar curar nuestras cegueras, y a caminar como hijos de la luz.

Monición a la lectura

El relato de esta elección, llena de encanto, parece una florecilla. Contrastan los juicios y los gustos de los hombres con los de Dios. Los hombres optan por lo grande, por lo fuerte, por lo bien presentado. Dios no se fija en la presencia, en la apariencia, sino en el corazón. Y Dios prefiere lo pequeño, lo olvidado, lo que no cuenta. Así será siempre. “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre”. Por eso no es de extrañar que Dios tenga que curar nuestros ojos ciegos.

Lectura del libro primero de Samuel

En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: “Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me elegido un rey”. Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: “Seguro, el Señor tiene delante a su ungido”. Pero el Señor le dijo: “No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón”. Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: “Tampoco a éstos los ha elegido el Señor”. Luego preguntó a Jesé: “¿Se acabaron los muchachos?”. Jesé respondió: “Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas”. Samuel dijo: “Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue”. Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Anda úngelo, porque es éste”. Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra de Dios

Monición al Salmo:

Hay muchos momentos en la vida en que tenemos miedo: miedo a los demás, miedo a mí mismo, miedo al futuro. Miedo a morir. Sí, tenemos miedo a pasar por esa “cañada oscura de la muerte”.
Pero tú quitas todos los miedos. Tú siempre nos acompañas como buen pastor. Nunca nos dejas solos.
Gracias por la calma y la paz que pones en nuestro corazón. Gracias porque eres nuestra alegría y nuestro sosiego.

Salmo: El Señor es mi pastor, nada me falta

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios

Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

Palabra de Dios

Monición al Evangelio:

El drama de la luz y las tinieblas es uno de los favoritos del evangelio de Juan. Luz y tinieblas en permanente lucha. Viene la luz y las tinieblas resentidas, se oponen. Ven en peligro su reino. La luz insiste y va ganando parcelas a la oscuridad. El evangelio de hoy es una pequeña victoria de la luz.
El ciego de nacimiento tiene que encontrarse con la luz, abrirse a ella, confiar en ella, dejarse guiar, reconocer su ceguera, lavarse en la piscina y creer.
Otros no se abren a la luz y se quedan con su orgullo y su ceguera.

+ Lectura del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.. Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?”. Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé” (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista.
Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo” Otros decían: “No es él, pero se le parece”. El respondía: “Soy yo”. Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver”. Le preguntaron: “¿Dónde está él?”. Contestó: “No sé”.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”.
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Él contestó: “Que es un profeta”. Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él.

Palabra del Señor

Homilías

(A)


El ciego de nacimiento es el hombre, todo hombre. Andamos muy ciegos por la vida. ¿De quién es la culpa? De nosotros y de nuestros padres.
De nuestros padres que nos enseñaron a mirar solamente la materialidad de las cosas y no nos enseñaron a mirar más allá de su superficie, penetrando en el misterio del ser y de la vida. Y así no hemos aprendido a tratarnos con profundidad, porque sólo vemos las apariencias.
La culpa es también nuestra, porque nos fascina lo externo y nos quedamos ahí, deslumbrados ante el brillo pasajero de las personas y las cosas. Nosotros miramos las apariencias y no miramos el corazón.
Vemos y valoramos a las personas por su tener, por su poder, por su saber, no por lo que verdaderamente son. No captamos su misterio, ni siquiera el nuestro propio.
Nuestra ceguera es grave. Tan grave que muchas veces sólo valoramos las cosas y sobre todo a las personas cuando las perdemos...
Pero en toda vida humana hay un momento en que damos la vuelta a los prismáticos: y todo lo que visto con cristales de aumento nos parecía enorme y cercano... se aleja de repente y se vuelve diminuto y distante.
Esa vuelta a los gemelos la damos cuando nos llega un gran dolor o se descubre un gran amor...
Recuerdo, la experiencia de una mujer que había vivido este cambio cuando su padre se puso seriamente enfermo y amor y dolor hicieron que todo su mundo cambiara de color. “¡Cuántas cosas –decía- por las que antes luchaba y me angustiaba se me han vuelto fútiles e innecesarias!¡Qué tontas me parecen algunas ilusiones sin las que antes me parecía imposible vivir! ¡Cómo se vuelve todo de repente secundario y ya sólo cuenta la lucha por la vida y la felicidad de los seres que amas!”.
Es cierto: la gran enfermedad de los hombres es la ceguera, esa ceguera que nos conduce cada día a equivocarnos de valores...
Yo me he preguntado muchas veces qué le pediría a Dios si él me concediera un día un milagro. Y creo que le suplicaría el VER, el ver las cosas como él las ve, desde la distancia de quien entiende todo, de quien conoce las auténticas dimensiones de las cosas.
Si tuviera ese don, ¡qué distinta sería mi vida! ¡Cuánto más amaría y cuánto menos me preocuparía por otras cosas!
Esa chica, seguía diciendo: “Ahora gano mis tardes haciendo crucigramas con mi padre. Soy feliz viéndole sonreír. A su lado no tengo prisas. Cada minuto de compañía se me vuelve sagrado. Y cuando por la noche regreso a mi casa sin haber “hecho nada”, nada más que amar, me siento llena y feliz.
Le veo feliz de tenerme a su lado. No hay premio mejor en este mundo. Sé que un día me arrepentiré de millones de cosas que he hecho en mi vida. Pero nunca de esas horas “perdidas” a su lado”.
Esta chica tiene razón. Ha vuelto sus prismáticos y de repente el cristal de aumento de su corazón le ha hecho descubrir lo que la mayoría de los seres humanos no llegamos ni siquiera a vislumbrar. Y todo lo demás se ha vuelto pequeñito y lejano: muy secundario.
Hoy Jesús, en el personaje del ciego, nos invita a dar la vuelta a los prismáticos.
Pidamos a aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo”, que cure nuestra ceguera y nos enseñe a no fijarnos en las apariencias, sino a ver como Él , el corazón de las personas y de las cosas.

(B)

Un joven vivió hace ya un tiempo, una tremenda enfermedad de los ojos que amenazaba con dejarle sin vista. Y contaba, en vísperas de su operación, que su madre no dejaba de rezar y rezar. "No sé para qué rezas tanto -le dijo el joven-. Tú sabes que las probabilidades de recuperación de la vista son mínimas". Y le llegó, conmovida, la voz de su madre: "Hijo, es que no rezo sólo para que veas mejor, sino sobre todo para que veas más hondo".
Seis meses después, tras una operación afortunada, el joven decía que ha recuperado bastante más que la vista, que su enfermedad le ha ayudado a entender mejor el mundo, a organizar mejor su vida, a revisar la escala de valores, poniendo en primer plano cosas antes olvidadas y haciendo regresar al papel de minucias muchas de las luchas que antes le obsesionaron como fundamentales.
Lo tremendo es que tengan que venir los grandes golpes de la vida para que empecemos a "ver" cosas elementales, que seamos todos "ciegos que ven" o que creen que ven, cuando tal vez se les está escapando el mismo jugo de la vida.
Efectivamente, ver bien es mucho más importante que ver, y la mayor parte de las cegueras es, con frecuencia, tener el alma amodorrada. Y así es como hay en el mundo millones de personas que creen ver el mundo que les rodea, cuando en realidad sólo se ven a sí mismos... Todos necesitamos ser curados de la vista para ver las cosas con mucha más claridad y sin deformaciones, para vernos y ver a los demás con más objetividad, sin aumentos ni reducciones, sin deformaciones ni daltonismos.
Escuché la confidencia de tres personas: Un religioso que estuvo a punto de ser asesinado, un sacerdote que iba a ser operado de corazón a vida o muerte, gravísimo, y un seglar al que se le declaró un cáncer fulminante. Los tres dijeron exactamente lo mismo: "En estos momentos se me han abierto los ojos y veo las cosas de distinta manera... Lo que antes me parecía muy importante, en estos momentos me hace reír"...
Lo Triste del caso es empezar a ver y valorar las cosas cuando ya casi no hay tiempo para actuar.
Nosotros mismos nos damos cuenta de cómo nuestra visión de la realidad se ha vuelto mucho más lúcida con el paso de los años. ¡Lo que hemos cambiado en la visión de las cosas desde nuestra adolescencia! Hoy nos reímos de aquella ingenuidad y simpleza con que veíamos la vida, el matrimonio, el trabajo, el amor.
A este respecto, hay que preguntarse: ¿Hemos cambiado en la misma media en la visión de las realidades trascendentes: el sentido de la vida, los valores esenciales, el amor, los bienes de este mundo, la fe o seguimos con la visión miope de un adolescente o de un niño?
¿Qué hemos de hacer para curar los ojos del espíritu?
Admitir que podemos estar medio ciegos, que tal vez vemos borrosa o deformadamente las cosas, las personas, a nosotros mismos, a los demás, a Dios, la vida, los valores verdaderos. Por eso, lo prudente es tener una sospecha saludable y, desde luego, estar seguros de que padecemos algún defecto de visión.
- Hacer como el ciego: acercarse a Jesús, pedirle a gritos la curación: "¡Señor, que vea!". Es la oración del que sabe que necesita ser salvado.
Este acercarse a Jesús implica "escucharle" para asimilar su pensamiento, criterios, valoraciones sobre las distintas realidades, para hacer nuestra su sensibilidad y poder ver las cosas como él las ve.
- Para ser curados por el Señor necesitamos, como el ciego, dejarnos tocar por él. Jesús le ungió los ojos con barro. El evangelista alude con este gesto a los signos sacramentales mediante los cuales Jesús actúa. Dejarse tocar por el Señor es recibir el gesto del perdón en el sacramento de la reconciliación, participar de su cuerpo en la Eucaristía.
- Para ser curados por el Señor de nuestras deficiencias en la visión necesitamos un ambiente comunitario. Compartiendo con los demás la visión que cada uno tiene de las cosas, del mundo, de la fe, de la vida...
Necesitamos vivir nuestra fe en comunidad. Con toda razón afirma el dicho castellano: "Ven más cuatro ojos que dos".
Toda la vida del cristiano es tiempo de iluminación, pero especialmente la Cuaresma. Dejémonos curar por el Señor. Con una visión más clara de la realidad seremos más felices y nuestra felicidad rebosará hacia los demás.
¡Qué satisfechos y felices se sienten los operados de cataratas que han recobrado una visión clara! Más felices todavía se sienten los que, en el orden psicológico, empiezan a ver claro. El Señor Jesús se nos ofrece como médico y como luz. ¿Quién va a ser el insensato que no se deje curar por él?


(C)

La oscuridad siempre es triste. Sólo la buscamos para dormir o para esconder aquello que no queremos que los otros vean.
Una planta sin luz se muere. Una habitación oscura nos da miedo. Un ciego privado de la luz del día, nos da lástima.
El evangelio de este domingo nos habla de la curación de un ciego de nacimiento. Jesús le devuelve la vista corporal y con ella ilumina también su interior.
San Pablo nos recuerda que “en otro tiempo éramos tinieblas, pero que ahora somos luz en el Señor”. Ya nos lo había dicho Jesús: “Yo soy la luz del mundo. Quien me siga no andará en tinieblas”. Y nos pedía a sus discípulos que seamos también luz del mundo.
Ser luz significa mucho más que vivir en la luz. Cuando hay luz en el interior, todo aquello que no está limpio y transparente aparece y pide ser limpiado. Por eso Pablo continúa diciendo: “Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia”.
En la oscuridad no se ve ni el polvo ni la suciedad. En cambio, cuando la luz es intensa, el polvo y las manchas aparecen y nos molestan. Sentimos la necesidad de quitarlas inmediatamente.
La luz que viene de Jesús ponen en evidencia nuestro polvo, nuestra suciedad... y han de suscitar en nosotros el deseo de limpiarlo.
El ciego de nacimiento nos representa a todos. Nuestra ceguera es importante. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad... O dicho bíblicamente: “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.
Cristo es la luz, porque nos descubre el misterio de Dios y nos habla del Padre. Cristo es la luz, porque nos revela el misterio del hombre y nos enseña lo que es y lo que está llamado a ser. Cristo es luz, porque nos hace ver el valor de los pequeños, de los pobres y de los que sufren. Cristo es luz, porque conoce lo que hay en el corazón de cada hombre y no se fija sólo en las apariencias. Cristo es luz, porque clarifica los valores, poniendo como centro y fundamento de todo al amor. Cristo es luz, porque nos señala el camino de la felicidad, recitándonos las Bienaventuranzas.
En Cristo todo es luz: su persona, su vida, su muerte, su Resurrección, sus palabras, su enseñanza, todos sus gestos de servicio, de ayuda, de perdón. Su luz se encuentra sobre todo en su potente corazón...
Y cuando esta luz se acerca a nosotros pone de manifiesto nuestra oscuridad, nuestra suciedad, nuestro polvo...
Esta página evangélica constituye una llamada enérgica a la CONVERSIÓN, para vivir una vida mejor y más auténticamente humana, para eliminar de nosotros todo aquello que sea oscuridad.
La Cuaresma es buen momento para dejar entrar la luz y poner orden en nuestro interior. Si nos hemos acostumbrado a la oscuridad, es posible que estemos demasiado abúlicos y adormecidos para sentir la necesidad de la luz. Tendremos que escuchar la frase con que san Pablo acaba la lectura de hoy: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”...
La escucha asidua y atenta de la Palabra de Dios durante este tiempo de Cuaresma y la oración, es decir, el diálogo amigable y frecuente con el Señor nos ayudarán a descubrir y a acoger la LUZ que nos vienen de Dios.
Como al ciego del evangelio, Jesús probablemente nos pedirá que vayamos a lavarnos a la piscina de Siloé, que para nosotros quiere decir, que nos acerquemos al Sacramento de la Misericordia y pongamos en orden nuestro interior. Que dejemos que la luz de Cristo ilumine todos los rincones de nuestra vida y cure nuestra ceguera, y que al mismo tiempo, seamos con nuestra claridad, luz para cuantos nos rodean.

(D)


Siempre que hablamos de ciegos, de ceguera, pensamos en la gente que no ve, pero casi nunca nos paramos a pensar que –aunque veamos- podemos estar ciegos para ver las cosas, para profundizar en las cosas.
Casi siempre vemos, solamente, la superficie de las cosas, de los acontecimientos, de las personas, pero no vemos su verdadera y profunda realidad.
O dicho con palabras de la Biblia: “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.

Los acontecimientos:
Los contemplamos como algo rutinario; nos hemos acostumbrado a ellos. Quizás nos admiramos y sorprendemos por los acontecimientos, pero superficialmente, sin que nos dejen huella. A lo más, hacemos un leve comentario.
¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día?. A diario estamos viendo: “Violencia, terrorismo, hambre, pobreza, paro, explotación, dolor...etc.
¿Cómo me interpelan estas situaciones?
¿Cómo me impactan estos acontecimientos?
¿Qué veo detrás de cada lágrima?

Las personas:
A veces las vemos, las contemplamos, las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas,
¿Qué valor tienen para mí las personas?
¿Cuál es mi actitud hacia los demás: respeto, cariño, ayuda, indiferencia, desprecio?
“Quien no ama a su hermano, permanece en la muerte”, nos ha dicho Cristo.

Nosotros mismos:
A veces estamos también ciegos para vernos a “nosotros mismos”. Nos cuesta vernos y reconocernos tal como somos: con nuestros aciertos, pero sobre todo con nuestros fallos y defectos, que enseguida disculpamos y justificamos.

De todas estas cegueras nos quiere curar Jesús.
No olvidemos nunca sus palabras:
“Yo soy la luz del mundo”
“El que me sigue no anda en tinieblas”
“El que cree en mí, se convierte en luz para los demás”.


Plegaria de los fieles

(A)

Con la esperanza que nos da la fe en la Palabra de Dios dirijamos nuestra oración al Padre, unidos a Cristo. A cada petición, contestamos: Abre nuestros ojos, Señor, que podamos verte.

1.- Oremos por la Iglesia, por todos los bautizados, para que, podamos mirar a nuestros hermanos con la fuerza, la ternura y la comprensión de Jesús. Oremos.
2.- Oremos por los pueblos que viven en tinieblas, sin una paz estable, para que les llegue la luz de la justicia y la concordia. Oremos.
3.- Oremos por los miembros de nuestra comunidad que ya no pueden venir por encontrarse enfermos o incapacitados; oremos por los invidentes y los que sufren minusvalías, para que encuentren el respeto, la estima y la ayuda que necesitan. Roguemos al Señor.
4.- Oremos también, por los ciegos en el espíritu, para que puedan comprender la verdad de su existencia abriéndose a los profundos interrogantes de la vida. Roguemos al Señor.
5.- Oremos por los que estamos celebrando la Eucaristía, celebración de nuestra fe, que sea realmente fuente de luz y de liberación, como lo fue para el ciego el encuentro con Jesús. Roguemos al Señor.

Te lo pedimos por JNS


(B)


Todos: Haz brillar sobre nosotros, la luz de tu rostro, Señor.

Por los que no ven...
Por los que caminan en las tinieblas...
Por los que no soportan la luz, y la combaten...
Por los que se empeñan en negar la luz...
Por los que se creen ellos la luz y desprecian la Luz...
Por los que se lavan las manos ante la luz...
Por los que tienen miedo a ver...
Por los que llevan a otros a las tinieblas...
Por los que son hijos de la luz...
Por los que trabajan siempre en las tinieblas...
Por los que caminan en la luz y son luz en el camino...

(C)

A Dios, Padre de toda gracia, le pedimos desde nuestra oscuridad, que ilumine nuestra vida con la fe y le decimos:

Todos: AUMENTA, SEÑOR, NUESTRA FE.

Para que sepamos escuchar tu Palabra y progresemos en el conocimiento de Jesucristo. OREMOS...
Para que seamos testigos de la LUZ, viviendo con fuerza la fe, la esperanza y el amor. OREMOS...
Para que sepamos descubrir a Jesucristo en las personas, especialmente en las más necesitadas. OREMOS...
Para que cures nuestra ceguera, nos saques de la oscuridad e ilumines nuestra vida con tu luz. OREMOS...

Ilumina, Señor, nuestro espíritu con la luz de tu verdad y enciende nuestro corazón con el fuego de tu amor, para que seamos testigos de Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

(D)

Porque muchas veces nos cuesta reconocernos ciegos y necesitados de tu luz y de tu amor, nos dirigimos confiadamente a Ti, Padre, fuente de la luz y del amor.

Te pedimos por toda la Iglesia, para que la presencia luminosa de tu Hijo la purifique de aquellas adherencias mundanas que la impiden ser luz para el mundo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Te pedimos por todas aquellas personas que no quieren o no pueden ver la luz que nos viene de tu Hijo. Para que algún día lleguen a reconocerlo como la única luz salvadora en su camino. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Te pedimos por todos aquellos que luchan, trabajan y se arriesgan por ser testigos de tu Hijo. Para que siempre encuentren en Ti y en sus hermanos la fuerza alentadora que les reconforte. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Haznos dóciles, Padre, y arranca de nosotros todo aquello que nos impide caminar con ilusión y esperanza hacia la celebración de la Pascua de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Ofrendas

Dos símbolos: Bastón de ciego y vela

Bastón de ciego:

La “ceguera” es un mal que aqueja a mucha gente y la gente que está ciega necesita un “bastón” para poder andar por la vida.
Nosotros –aunque veamos físicamente- podemos padecer ceguera espiritual, porque sólo vemos lo externo, lo superficial, nos fijamos solamente en las apariencias.
Jesús nos invita a ver: Jesús quiere que sepamos ver las cosas y los acontecimientos en profundidad, no superficialmente.

Vela:

“Yo soy la Luz del mundo -nos dice Jesús-. El que me sigue no anda en tinieblas”.
Jesús es la Luz que necesitamos para no vivir en tinieblas, porque Jesús es:
La Luz que ilumina nuestra vida.
La Luz que brilla en las tinieblas.
La Luz que cura nuestra ceguera.

Y nosotros los cristianos –los hijos de la Luz- tenemos que ser LUZ para los que viven en tinieblas; tenemos que iluminar con nuestra fe y con nuestras obras la vida de los demás.
“Vivamos como hijos de la Luz”.


Prefacio...

Es justo y necesario darte gracias, Señor,
porque son admirables tus obras.
Nos habíamos olvidado de ti
y tú, como Dios de entrañas de misericordia,
has sido fiel más allá de nuestra misma fidelidad.
Te damos gracias, sí, Dios nuestro,
porque nos has escogido portentosamente
y tus ojos no se han apartado de nosotros.
Nos miras con mirada de padre
y nos cubres con las palmas de tus manos.
Cuando huíamos como locos,
siguiendo el camino de las tinieblas,
apareciste como luz en medio de la noche
y nos gritaste: “Venid a la luz”.
¿Quién puede hacer las obras que tú haces?
¿Quién tiene un corazón como tu corazón?
Señor, eres incomparable,
ningún dios es grande como tú, Señor,
a quien ahora cantamos con los ángeles y los santos
diciendo:

Santo, Santo, Santo...


Padre nuestro

Pidiéndole a Dios, nuestro Padre, luz para cumplir en todo momento su voluntad, dirijámosle ahora la misma oración que Jesús nos enseñó: Padre nuestro...

Nos damos la paz

Desde la experiencia de que Dios nos saca de las tinieblas y de la oscuridad y llena nuestro corazón de su luz y de paz, compartimos con todos la paz del Señor...

Compartimos el pan

Vamos a alimentarnos con el pan de vida. Jesús mismo se nos ofrece como alimento. La comunión con Jesús nos ayuda a ver en profundidad y a ser hijos de la luz.

Oracion


Encendemos mil luces, farolas, focos, carteles luminosos;
vamos al oculista y tenemos todos bien controlada la visión.
Iluminamos nuestras casas, tiendas, recintos, templos...
todo rebosa luz, pero estamos tan ciegos como el del evangelio, no conseguimos ver.

Tú, Jesús, pasaste a su lado y te fijaste en él.
Saliste a su encuentro.
Haz hoy lo mismo con cada uno de nosotros
para que sepamos ver aquello que es necesario ver con el corazón.
Limpia nuestros ojos de ver lo negativo,
de ver con mirada juzgadora,
con exigencia, con intolerancia.
Limpia nuestros ojos de ver la vida sólo desde nuestro lado,
en vez de saber verla desde el lado de los demás, que se ve diferente.

Te compadeciste del ciego, porque tú has venido para sanarnos,
para no dejarnos más tiempo en tinieblas.

Nuestro mundo está oscuro,
y necesita que nos abras los ojos:
para que no veamos las guerras como algo normal
que ocurre siempre,
para que no nos acostumbremos
al que vive a nuestro lado y nos necesita,
para que abramos los ojos ante los diferentes,
los inmigrantes, los que sufren,
para después de mirarles, abrirles el corazón y tenderles la mano.

Danos mirada de hermanos,
danos ojos de niño que se sorprende,
haznos ver, como las madres, con cariño y ternura,
danos vista de lince para detectar la necesidad del hermano,
y cierra nuestros ojos para descansar en ti, al caer la tarde,
sabiendo que tú estás más interesado
aún en cada uno que nosotros mismos.
Tú que vives...


Bendición:

Danos, Señor, tu bendición y que nos acompañe siempre para que no seamos causa de tinieblas ni de oscuridad y proyectemos sobre los hombres la luz y la mirada salvadora de tu Hijo.
Que la Bendición de Dios Todopoderoso...

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WebJCP | Abril 2007