Imagina que tienes una linterna súper potente... que da una luz impresionante. Imagina que la enciendes... la pones encima de la mesa... Después la tapas con una cazuela... y apagas la luz de la habitación. ¿Para qué sirve en ese momento tu linterna “súper potente”? Para nada... Aunque está encendida... su luz no sirve para nada porque está oculta, encerrada.
Jesús nos dice que nosotros somos “la sal de la tierra” y la “luz del mundo”. Si nos ponemos a ello, podemos conseguir que el mundo tenga un mejor sabor... y que esté iluminado por la esperanza. ¿Cómo lo lograremos...? Con nuestras palabras y nuestros actos.
Seguro que tienes alguna habilidad o algún talento muy especial... algo que te sale muy bien... ¿Para qué sirve tu talento si no lo usas en beneficio de todos... en ayudar a otros que tienen dificultades?
¿Para qué sirve tener mucho dinero, o muchos juguetes... si no lo compartimos con los demás? ¿Es mejor disfrutar de esas cosas tú solo?
¿Para qué sirve que yo sea muy feliz... si los que están a mí alrededor no lo son?
¿Para qué sirve ser muy amigos de Jesús... si no se lo contamos a nadie... y no animamos a otros a hacer lo mismo?
Seremos “sal y luz del mundo”... si actuamos en nuestra vida como lo haría Jesús. El mundo será más sabroso y estará más iluminado si compartimos lo que somos y lo que tenemos. Así, nuestras “habilidades” y “posesiones” estarán a disposición de nuestros hermanos. Y no estarán ocultas e inútiles... como la linterna tapada con una cazuela en una habitación a oscuras.
● ¿Has oído alguna vez la expresión... “¡Ay... qué salado eres!”? ¿Qué significa? ¿Su significado es el mismo que nos explica Jesús?
● ¿Cómo eres tú “sal de la tierra” y “luz del mundo”? ¿Qué es lo que te cuesta más?
● ¿Qué podríamos hacer para ser más “salados” y “luminosos”?
Jesús nos dice que nosotros somos “la sal de la tierra” y la “luz del mundo”. Si nos ponemos a ello, podemos conseguir que el mundo tenga un mejor sabor... y que esté iluminado por la esperanza. ¿Cómo lo lograremos...? Con nuestras palabras y nuestros actos.
Seguro que tienes alguna habilidad o algún talento muy especial... algo que te sale muy bien... ¿Para qué sirve tu talento si no lo usas en beneficio de todos... en ayudar a otros que tienen dificultades?
¿Para qué sirve tener mucho dinero, o muchos juguetes... si no lo compartimos con los demás? ¿Es mejor disfrutar de esas cosas tú solo?
¿Para qué sirve que yo sea muy feliz... si los que están a mí alrededor no lo son?
¿Para qué sirve ser muy amigos de Jesús... si no se lo contamos a nadie... y no animamos a otros a hacer lo mismo?
Seremos “sal y luz del mundo”... si actuamos en nuestra vida como lo haría Jesús. El mundo será más sabroso y estará más iluminado si compartimos lo que somos y lo que tenemos. Así, nuestras “habilidades” y “posesiones” estarán a disposición de nuestros hermanos. Y no estarán ocultas e inútiles... como la linterna tapada con una cazuela en una habitación a oscuras.
● ¿Has oído alguna vez la expresión... “¡Ay... qué salado eres!”? ¿Qué significa? ¿Su significado es el mismo que nos explica Jesús?
● ¿Cómo eres tú “sal de la tierra” y “luz del mundo”? ¿Qué es lo que te cuesta más?
● ¿Qué podríamos hacer para ser más “salados” y “luminosos”?
ENSÉÑAME A AMAR
Jesús, enséñame a amar.
Cuando vea a alguien que sufre,
cuando tenga oportunidad de compartir lo que tengo.
cuando encuentre a alguien desalentado o triste,
cuando me necesiten en mi familia,
cuando comparta mi tiempo con mis amigos,
cuando vea situaciones que no sean justas,
Jesús, enséñame a amar.
Enséñame, Jesús amigo, a dar la vida por los demás.
A practicar el bien, y la justicia,
a vivir en paz y construyendo la paz.
Enséñame a vivir todo
lo que enseñaste
para dar frutos de esperanza,
donde me toque vivir,
así seré “luz del mundo”
y “sal de la tierra”.
Jesús, enséñame a amar.
Cuando vea a alguien que sufre,
cuando tenga oportunidad de compartir lo que tengo.
cuando encuentre a alguien desalentado o triste,
cuando me necesiten en mi familia,
cuando comparta mi tiempo con mis amigos,
cuando vea situaciones que no sean justas,
Jesús, enséñame a amar.
Enséñame, Jesús amigo, a dar la vida por los demás.
A practicar el bien, y la justicia,
a vivir en paz y construyendo la paz.
Enséñame a vivir todo
lo que enseñaste
para dar frutos de esperanza,
donde me toque vivir,
así seré “luz del mundo”
y “sal de la tierra”.
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