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MISIONEROS EN CAMINO: Evangelio Misionero del Dia: 08 de Febrero de 2011 - V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
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lunes, 7 de febrero de 2011

Evangelio Misionero del Dia: 08 de Febrero de 2011 - V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 1-13

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas.
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
"Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinde culto:
las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos humanos".
Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
Y les decía: «Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: "Honra a tu padre y a tu madre", y además: "El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte". En cambio, ustedes afirman: "Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte..." En ese caso, le permiten no hacer nada más por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como éstas, hacen muchas otras cosas!»

Compartiendo la Palabra
Por Severiano Blanco cmf

Queridos hermanos:

En el “Catecismo de la Iglesia Católica” promulgado por Juan Pablo II en 1992 se nos hace una seria advertencia en relación con la creación: “el uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto: está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación” (nº 2415).

La vieja Europa vivió una ilustración y posteriormente todo un proceso de secularización: sólo Dios es Dios; no hay lugar para el fetichismo; el hombre es el dueño del universo; el progreso depende de nosotros y no de milagros del creador. Pero este señorío no puede ser arbitrario o incontrolado, pues el cuidado o descuido de la creación afecta a la calidad de la vida humana.

No hay que aceptar ditirambos demagógicos sobre el riesgo de inminente desaparición de la especie humana por estar ya rozando el límite de sus recursos; el planeta tierra, bien administrado, permite que el actual número de habitantes se multiplique notablemente. Pero de hecho la alarma ha sonado ya: escasea el agua, se deforesta el trópico, se destruye la capa de ozono, se desertizan anualmente miles de hectáreas de terreno cultivable. Y todo ello no es un asunto indiferente a la ética ni a la conciencia cristiana, pues afecta directamente a la dignidad de la vida humana, de la generación actual y de la futura.

El Jesús que se nos presenta en el evangelio está también preocupado por la dignidad del hombre, en este caso vinculada a su autenticidad y a su libertad. Es cierto que necesitamos símbolos y ritos, pero estos pierden su validez cuando se tornan vacíos, cuando se desvinculan de la razón de ser que les dio origen; entonces se vuelven una carga, y, lo que es peor, pueden ser causa de un engaño religioso, porque se quedan en apariencia y nada tienen que ver con los sentimientos del corazón. Nunca se debe divinizar lo meramente humano, concediendo por ejemplo valor religioso a lo que surgió como mera exigencia higiénica. El ser humano se deteriora cuando vive de apariencias; y, en el campo religioso, cuando se conforma con unos ritos externos.

La Palabra nos hace hoy una apremiante invitación a tener una mirada profunda, que traspase el espesor de las cosas para percibir el sentido de las mismas. Hemos de respetar y amar la creación, viendo en ella el regalo que Dios nos ha hecho como signo del amor que nos tiene, y percibiéndola al mismo tiempo como tarea: cultivar con cariño este jardín de edén. Y debemos examinar nuestras prácticas humanas y cristianas por ver si conservan el significado con que nacieron y siguen siendo signo de la riqueza de nuestro corazón y no un narcótico adormecedor.

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WebJCP | Abril 2007