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sábado, 29 de enero de 2011

Las bienaventuranzas camino de felicidad


Por José Larrea Gayarre
Domingo, 4º del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 30 de enero

Hemos escuchado la página de Mateo de las bienaventuranzas, Jesús comienza a señalar el camino de nuestro seguimiento a Él. Proclama dichosos a los pobres, a los sufridos, a los que lloran, a los que trabajan por la justicia...¿cuál es el sentido de considerar felices a las personas que le siguen?, ¿cómo vivir el ideal propuesto por Jesús?.

Lo primero que hay que decir, es que Jesús conoció y vivió plenamente los problemas de las gentes con las que convivía, fue pobre y sufrido, fue misericordioso y limpio de corazón, trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y murió por causa del bien y por amor al hombre. Las bienaventuranzas son la mejor descripción de su vida. Jesús habla desde su propia experiencia personal, quiere que de algún modo compartamos.

Nosotros hoy día, disponiendo de información suficiente, podemos conocer la pobreza de nuestro mundo, la pobreza lejana y de la de aquí, los que sufren con dureza las grandes desgracias e injusticias. Se puede afirmar, que a pesar de las crisis actuales, no tiene sentido en buena conciencia ética la existencia de la pobreza, el que la mayor parte de la población mundial carezca de lo necesario para vivir con dignidad; sabemos que en nuestro mundo hay recursos suficientes para cubrir las necesidades de una vida digna para toda la población existente. Otra cosa es que nos sintamos de alguna manera implicados en la existencia de tanto sufrimiento, o tratemos de olvidarlo.

No puede agradar a Dios el espectáculo que estamos dando en el mundo desarrollado ante el sufrimiento de pueblos, de continentes enteros. Dios nuestro Padre, no quiere que exista así la pobreza, el sufrimiento. Dios ama a todos sus hijos.

Las palabras de Jesús de hoy hemos de escucharlas como una llamada, una invitación a hacernos pobres, no para quedarnos sin lo necesario para vivir con dignidad, sino para construir una sociedad, un mundo en el que no haya pobres. Son una palabra buena que nos invita a asumir, que el camino que Dios ha pensado para nuestra verdadera felicidad es esta propuesta de solidaridad con los más débiles, que ha de ser expresión social del auténtico amor con los que sufren, participando del Espíritu de Jesús. Las bienaventuranzas son una llamada a abandonar nuestro error de pensar que la ambición y el deseo de tener cada vez más es el culmen del goce humano, son una denuncia de nuestras mezquindades, son ante todo una oferta del gozo que ofrece el Reino de Dios.

Jesús no enunció las bienaventuranzas en forma de ley, son una invitación que ofrece para todo aquel que decida seguirle, no sólo para una minoría. Las bienaventuranzas son la proclamación del espíritu y de las actitudes de quienes opten por seguir a Jesús en la construcción de su Reino, tal como Él ha pensado para ser realidad entre nosotros.

Por todo ello, la pobreza hay que verla en la dimensión del Reino de Dios: el pobre es un ser necesitado de justicia. Dios ha querido hacerse presente entre nosotros defendiendo la suerte de los injustamente maltratados. La razón de privilegio de los pobres consiste en que son pobres y oprimidos y sufren. Los pobres son felices porque son los llamados a responder al deseo de Dios, llamados a salir del sufrimiento de su pobreza, de esa realidad que Dios no quiere. Son pobres porque existe una injusticia, son la consecuencia de una injusticia y Dios no puede aceptar una situación de injusticia entre los hombres que los haga desgraciados. Serán felices, plenamente felices, son bienaventurados!

Así insinúa Jesús que el comienzo de su Reino se hace visible por la acción de los que ya le siguen, es el compromiso de los pobres de espíritu, de todos los que se unen al clamor de los pobres de todo el mundo que piden su liberación, son ellos, los pobres, los protagonistas de su liberación, los que están iniciando el reinado de Dios, que se ve ya despuntando en la humanidad, que anuncia la llegada de la solidaridad, de la práctica de la verdadera justicia, de la relación filial con Dios que nos trae Jesús, que es el fundamento de la verdadera fraternidad, de la profunda alegría de nuestro espíritu.

Hemos de asumir las ocho bienaventuranzas, a las bienaventuranzas que anuncian que son felices los que lloran, los que tiene el corazón limpio de odios y egoísmos, siguen las bienaventuranzas que anuncian la felicidad de los que tienen misericordia, de los que trabajan por la paz, de los perseguidos por implantar justicia en este mundo. Son las bienaventuranzas de los comprometidos por cambiar la dura realidad que viven y hacer presente el reino de Dios aquí y ahora, de los comprometidos por la paz y la solidaridad, por la paz y la reconciliación, por la firmeza en la persecución.

Hermanos, es ya hora de que la comunidad cristiana sienta esta llamada de Jesús, y se decida a continuar lo que Él inició, que el Reino de Dios se haga presente ya entre nosotros, que se haga presente fraternidad de una humanidad en la que desaparezca todo tipo de exclusión, de miseria, de hambre, de incultura, Tengámoslo bien claro, Dios ama a los pobres, por eso no quiere que haya pobres; por eso serán dichosos los que deciden dedicarse a construir un mundo en el que no haya pobreza, porque el mundo de hermanos es el mundo en el que Dios será Padre de todos.

Seamos serios para discernir cuáles son en cada caso las características de la pobreza para poder liberar a quienes sufren de ella, en los que sufren hoy pobreza lejos de nosotros y cerca. Los emigrantes que llegan y sus familiares que quedan sufriendo en sus países, en continentes enteros donde el quitar el hambre, conseguir una escuela, un trabajo, llevar a un niño moribundo al cuidado médico es un sueño...; y también pensemos en nuestros marginados, en los que sufren el paro, en los ancianos desatendidos, tal vez vecinos nuestros, y tantos…la pobreza cercana tiene causas que podemos remediar de algún modo directo nosotros, los que vivimos aquí, sin mayores compromisos sociales.

Pero también sabemos que la pobreza tiene hoy en nuestro mundo causas estructurales que dependen de decisiones que se toman en instituciones públicas y centros de poder en todos los niveles, locales, nacionales, internacionales en los cuales los individuos, nosotros, tenemos responsabilidad con nuestro voto democrático, donde exista, con nuestro criterio, con acciones responsables en instituciones y organizaciones en las que podamos estar presentes, que obliguen a pensar y a actuar a los que toman las decisiones, para erradicar la gran vergüenza de nuestro mundo supertecnológico, superindustrializado: la depauperación y la muerte mísera por hambre de masas enteras a las que a veces se reprime y se olvida de modo cínico e inicuo. Esperemos que en los grandes foros que celebran los poderosos piensen en la pobreza del mundo y se tomen decisiones decisorias, que lleguen por fin a cumplirse.

Convenzámonos de que la felicidad de la que habla Jesús es el resultado de un amor, tan profundamente humano, que supera lo que hay en nosotros de inhumano, un amor que hemos de alcanzarlo con la fuerza del Espíritu, un amor que haga superar la pobreza, el sufrimiento de hermanos nuestros, de hijos de Dios, más fuerte que nuestros egoísmos y miserias y que nos lleva a participar del gozo de Dios. Es la verdadera felicidad.

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WebJCP | Abril 2007