Por Josetxu Canibe
¿Eres feliz?. ¿Cómo ser feliz?. ¿Existe la felicidad?. Son preguntas que impactan en la línea de flotación de la vida humana. Con otras palabras, son preguntas básicas. Todos buscamos la felicidad. Uno de los muchos problemas que plantea es dónde o cómo se encuentra. Un novelista francés tenía una teoría muy original. Para ser feliz -comentaba- se precisan tres condiciones: “ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. La más importante es la primera; ser imbécil”.
Jesús que vino a salvar al hombre no podía marginar, orillar, suprimir este capítulo. Al final, la historia de la salvación se centra en que los seres humanos seamos felices. Y nos dejó su pensamiento, su concepción de la felicidad en las bienaventuranzas. Nueve afirmaciones que empiezan por la expresión “felices”, “dichosos”. Pero no cabe duda que Jesús nos deja una vez más desconcertados. Se opone a lo que piensa, a lo que estima la sociedad. Si Jesús nos dice bienaventurados los pobres, los misericordiosos, los que luchan por la paz, los que tienen sed de justicia, los limpios de corazón, los que son perseguidos por la causa de Cristo, el mundo va en otra dirección. Hace ya algunos años la imagen de la felicidad la protagonizaba un señor en traje de baño sentado en una hamaca en una playa caribeña, con un refresco sofisticado delante y acompañado de una bella nativa. No creo que haya cambiado mucho este icono.
Supongamos que un domingo, día en que tanta gente sube al Pagasarri, allá en la cumbre, alguien, que pudiera ser Jesús u otro, exclamara “bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” y así ocho artículos más. ¿Cómo reaccionarían los oyentes?. La modernidad y la postmodernidad nos hablan de que para ser feliz hay que vivir el dicho latino “Carpe diem”, esto es, atrapa el presente, saborea, aprovecha el ahora. Tendemos a valorar lo que aprecia la sociedad. En esta línea destacan el dinero, el poder, la salud, la popularidad, el amor (entendido a su manera). Podríamos hacer una pregunta: ¿nos convence más la sociedad, la Iglesia actuales o una Iglesia “pobre de espíritu y de corazón sencillo que actúa sin prepotencia, ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús”?. Las personas ¿serían más felices en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia actuales o en una Iglesia, en una sociedad “de corazón limpio y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad?”. Sospecho que la mayoría se inclinará por las segundas, amasadas con la levadura de las bienaventuranzas.
Para Jesús la pobreza-miseria no es el ideal de vida, ni la pobreza por necesidad, la pobreza que hace llorar a la gente. Predicar esta pobreza sería una burla a los pobres. Las bienaventuranzas constituyen una síntesis de la vida cristiana y son una de las páginas más conocidas del evangelio, pero quizá no de las más practicadas.
Resumiendo diría que las bienaventuranzas no son una declaración de intenciones, que Jesús las vivió y no solo las predicó, que hay gente -posiblemente poca- , que camina por nuestras aceras que las viven y las viven con alegría, que tanto la pobreza, como la paz, como la misericordia, como las otras virtudes, que Jesús proclama en las bienaventuranzas no son sencillas de interpretar, que Jesús no recomienda una pobreza que hiere, una pobreza que hiela la sonrisa, al contrario, aconseja luchar contra ella. La pobreza que desea Jesús genera generosidad, austeridad, libertad, solidaridad.
También declara Jesús felices los que trabajan por la paz. Precisamente hoy, 30 de enero, con el recuerdo del asesinato de Gandhi, celebramos el día de la no-violencia y de la paz. Todos tenemos algo que aportar en este capítulo. No descarguemos toda la responsabilidad en hombros ajenos.
Jesús que vino a salvar al hombre no podía marginar, orillar, suprimir este capítulo. Al final, la historia de la salvación se centra en que los seres humanos seamos felices. Y nos dejó su pensamiento, su concepción de la felicidad en las bienaventuranzas. Nueve afirmaciones que empiezan por la expresión “felices”, “dichosos”. Pero no cabe duda que Jesús nos deja una vez más desconcertados. Se opone a lo que piensa, a lo que estima la sociedad. Si Jesús nos dice bienaventurados los pobres, los misericordiosos, los que luchan por la paz, los que tienen sed de justicia, los limpios de corazón, los que son perseguidos por la causa de Cristo, el mundo va en otra dirección. Hace ya algunos años la imagen de la felicidad la protagonizaba un señor en traje de baño sentado en una hamaca en una playa caribeña, con un refresco sofisticado delante y acompañado de una bella nativa. No creo que haya cambiado mucho este icono.
Supongamos que un domingo, día en que tanta gente sube al Pagasarri, allá en la cumbre, alguien, que pudiera ser Jesús u otro, exclamara “bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” y así ocho artículos más. ¿Cómo reaccionarían los oyentes?. La modernidad y la postmodernidad nos hablan de que para ser feliz hay que vivir el dicho latino “Carpe diem”, esto es, atrapa el presente, saborea, aprovecha el ahora. Tendemos a valorar lo que aprecia la sociedad. En esta línea destacan el dinero, el poder, la salud, la popularidad, el amor (entendido a su manera). Podríamos hacer una pregunta: ¿nos convence más la sociedad, la Iglesia actuales o una Iglesia “pobre de espíritu y de corazón sencillo que actúa sin prepotencia, ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús”?. Las personas ¿serían más felices en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia actuales o en una Iglesia, en una sociedad “de corazón limpio y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad?”. Sospecho que la mayoría se inclinará por las segundas, amasadas con la levadura de las bienaventuranzas.
Para Jesús la pobreza-miseria no es el ideal de vida, ni la pobreza por necesidad, la pobreza que hace llorar a la gente. Predicar esta pobreza sería una burla a los pobres. Las bienaventuranzas constituyen una síntesis de la vida cristiana y son una de las páginas más conocidas del evangelio, pero quizá no de las más practicadas.
Resumiendo diría que las bienaventuranzas no son una declaración de intenciones, que Jesús las vivió y no solo las predicó, que hay gente -posiblemente poca- , que camina por nuestras aceras que las viven y las viven con alegría, que tanto la pobreza, como la paz, como la misericordia, como las otras virtudes, que Jesús proclama en las bienaventuranzas no son sencillas de interpretar, que Jesús no recomienda una pobreza que hiere, una pobreza que hiela la sonrisa, al contrario, aconseja luchar contra ella. La pobreza que desea Jesús genera generosidad, austeridad, libertad, solidaridad.
También declara Jesús felices los que trabajan por la paz. Precisamente hoy, 30 de enero, con el recuerdo del asesinato de Gandhi, celebramos el día de la no-violencia y de la paz. Todos tenemos algo que aportar en este capítulo. No descarguemos toda la responsabilidad en hombros ajenos.
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