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viernes, 24 de diciembre de 2010

Palabra de Misión: Cuatro navidades / Sobre las formas evangélicas de la Navidad



Mc. 6, 3: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo”

Para el evangelista Marcos no hay relatos de la infancia de Jesús, como sí existen en los primeros capítulos de Mateo y Lucas. Sin embargo, a pesar de esa ausencia que nos duele en nuestra curiosidad, lo que sí hay en Marcos son referencias a la infancia, y no de las mejores. Cuando sucede la última visita de Jesús a una sinagoga (cf. Mc. 6, 2), se le recrimina su falta de autoridad en base a su origen. Este Jesús es un artesano de pueblo (tekton en griego), un trabajador como cualquiera, un hermano entre tantos de una familia numerosa de Nazareth. Y además de todo esto, parece ser un bastardo. Que sus compatriotas lo nombren como el hijo de María en una cultura donde el padre determina la pertenencia sanguínea, es sugestivo. Al llamarlo por su parentesco maternal, lo están acusando de ser un don nadie, inclusive un hijo ilegal, de concepción dudosa. Ser hijo de María no es un título honorífico, como podemos tergiversar por nuestro acervo religioso. Ser hijo de María es ser hijo sin padre, porque no se lo puede nombrar.

Es simpático que lo acusen de desarraigo al que más arraigado estuvo. Es simpático que lo acusen de bastardo al que tuvo más claro que nadie quién era su Padre. Es simpático que lo recriminen desde su familia al que quiso hacer una familia universal de seres humanos. Quizás, la navidad sea el tiempo de los bastardos, de los que nadie quiere, los que nadie reconoce, los huérfanos, los sin-padre. Para ellos y por ellos, el Hijo de Dios nace dudosamente.

Mt. 1, 1: “Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”

Para Mateo es muy importante dejar en claro que Jesús es el Mesías esperado por el judaísmo y avalado por el Antiguo Testamento. Por eso su Evangelio comienza con una genealogía, un recuento de los antepasados de Jesús que lo conectan con dos pilares de Israel. Uno de esos pilares es David, el rey modelo, el rey que recibió la profecía sobre una descendencia que nunca se acabaría y que reinaría eternamente sobre Israel. Jesús es hijo de David en cuanto José acepta ponerle el nombre. El otro antepasado importante es Abraham, el padre del pueblo elegido, el símbolo de la fe. Para Mateo, Jesús no nace desencarnado, a-histórico. Todo lo contrario; Jesús nace asumiendo la historia de un pueblo que ya viene acompañado por la mano de Yahvé. David y Abraham son los garantes del judaísmo y del mesianismo del Hijo de Dios.

Este Jesús mateano puede resultarnos chocantes. ¿Una navidad judía? Y sin embargo es así. Jesús fue un judío. Es posible festejar una navidad judía. El exclusivismo de privatizar a Dios en el cristianismo, o lo que es peor, privatizarlo en alguna denominación del cristianismo, no concuerda con el espíritu jesuánico. La navidad es judía, en algún sentido, porque el pueblo de Israel representa a todos los seres humanos que fueron capaces de descubrir, en su caminar, el acompañamiento de Dios.

Lc. 2, 1-2: “En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria”

Con coordenadas históricas, Lucas define una época para Jesús. Es la época del Imperio Romano, de los censos para saber con cuánta mano de obra cuenta la maquinaria imperial, cuántos territorios, cuántos impuestos. Es el nacimiento del Mesías en un mundo globalizado, a su manera, pero globalizado, con una falsa ilusión de pluralidad cultural que caía bajo el peso de la hegemonía dominante. Un mundo con aparente libertad religiosa para algunos pueblos que, en la práctica, era libertad de seguir celebrando siempre y cuando se rindan honores al emperador. Jesús nace en época de gobernadores y de decretos, época de burocracia que, entre papeleos, se olvida de los ciudadanos, los utiliza y los pisotea. Más allá del análisis histórico sobre la veracidad o no del relato, es llamativo cómo, a causa del censo, un varón con su esposa embarazada deben movilizarse desde Nazareth hasta Belén.

Jesús será un líder carismático de su pueblo. La gente lo seguirá y lo escuchará. Será líder por el espíritu que lo anima, no por acomodamiento político. Pero su liderazgo no comienza en el palacio, sino en el pesebre. Su liderazgo no está en decretos ni en sellos reales; su liderazgo es lo opuesto, es la vida compartida con los pobres. Navidad es eso: Dios entre los pobres.

Jn. 1, 14a: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”

Juan hace la teología de la catequesis sobre el nacimiento de Jesús. Va más allá. El Hijo de Dios es la Palabra, es eterno, es divino. El Hijo de Dios es paradójico porque, en su eternidad, se somete al tiempo; en su infinitud, se somete al espacio; en su divinidad, se hace humano. Juan no relata el nacimiento con historias inspiradas en el Antiguo Testamento, como Mateo o como Lucas, sino que profundiza el misterio. Pero no es una profundización que sale de las cavilaciones joánicas. En el prólogo de su Evangelio (cf. Jn. 1, 1-18) hay referencias al Pentateuco y a la tradición filosófica judeo-helenista. Juan llega a comprender la encarnación porque había elementos previos para hacerlo. La Palabra pone la tienda (skenoo según el texto griego) entre nosotros como la Tienda del Encuentro que acompañó a Israel en su marcha por el desierto. Jesús es la plenitud del Templo, o sea, la plenitud de la presencia de Dios entre los seres humanos.

Navidad es Dios entre nosotros, es Dios acá, es Dios palpable. Juan lo descubrió teológicamente, llegó al meollo de la cuestión, y lo expresó con poesía. Navidad es poesía y teología, también. Es difícil poner en palabras a la Palabra. Es difícil explicar a Dios; sobre todo cuando Dios es tan sorprendente, tan imprevisible, tan amoroso. En navidad tenemos el desafío misionero de contar la Buena Noticia como podamos, como nos salga, pero fundamentalmente, contar el Evangelio con nuestras vidas.

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WebJCP | Abril 2007