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martes, 14 de diciembre de 2010

Navidad, Buena Noticia de la sanación de Dios


Publicado por OMP Argentina

“Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de la Siria. Todos iban a inscribirse a sus respectivas ciudades” (Lc 2, 2-3)
Cuando experimentamos circunstancias difíciles, pasajeras o permanentes, como la enfermedad física o psíquica, el dolor, las limitaciones de la ancianidad y tantas otras situaciones que nos conducen a sentir tristes y solos, es el momento de acoger y profundizar la cercanía de Dios que irrumpe en nuestras vidas, haciéndonos comprender el misterio de la Navidad. La misericordia de nuestro buen Padre se hace cercana, cálida, palpable en nuestras vidas a través del nacimiento de su hijo Jesús, que viene a ser como uno de nosotros, sintiendo las mismas necesidades de ser cuidado, protegido, acompañado, curado, hospedado, querido, visitado…

“Cuando estaban en Belén, le llegó El día en que debía tener su hijo” (Lc 2, 6)
María y José esperaron -y recibieron- a Jesús con amor, preocupación, prevención y esperanza confiada en la Providencia, pues a ellos la situación sociopolítica los obligó a experimentar la carencia en medio de la alegría, el desamparo en medio de la fe, la soledad y el dolor estando con Dios mismo!!! No obstante las contrariedades, ellos no se achicaron, sino que afrontaron la adversidad con entereza, poniendo toda su voluntad y capacidades en buscar un lugar adecuado para hospedar y cuidar dignamente a Jesús.

“Y dio a luz su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en una pesebrera, porque no había lugar para ellos en la sala común” (Lc 2, 7)
A quienes nos encontramos experimentando la necesidad de ser curados, cuidados, acompañados, Jesús Niño, con su fragilidad, nos enseña la riqueza de la interdependencia mutua, sentir la necesidad de apoyo y colaboración de los “otros”, a tomar conciencia de que no lo podemos todo, que nos hace falta la tierna ayuda y acompañamiento de las personas que nos rodean. A la vez, nos ayuda a crecer en confianza y sencillez para con los demás, entregarnos a sus cuidados, protección y seguridad. La pobreza del “Dios con nosotros” nos viene a recordar el significado de las manifestaciones amorosas del Padre Dios a lo largo de nuestras vidas, en la gracia que de Él hemos recibido, el don de la vida en sí y el proyecto de vida que construimos con los dones recibidos de Dios y que compartimos con los que nos rodean, la salud, la familia, la fe, la riqueza de nuestras relaciones y los vínculos que establecemos en el colegio, los amigos, los compañeros de trabajo; en nuestras comunidades cristianas con nuestros catequistas, acompañantes de grupos, diáconos, consagradas, sacerdotes, ministros de la eucaristía y de los enfermos.

“En esto lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en una pesebrera” (Lc 2, 12)
A quienes nos toca hospedar, cuidar y acompañar a personas que sufren diversas limitaciones, en María y José encontramos un testimonio de caridad y servicio valioso. De ellos aprendemos a acoger y servir con solicitud las necesidades cotidianas de los enfermos; su intuición maternal frente a los signos de necesidad no manifiesta de quien cuidamos; discreción por la intimidad, por el ‘mundo’ del otro; sensibilidad para reconocer el valor de una mirada, una lagrima, de besar, abrazar, escuchar, de una palabra, un detalle, una llamada, una conversación, una oración ‘con’ y ‘por’ el que sufre, la importancia de sostener las manos de quien está padeciendo, de consolar. Paciencia y fortaleza en la adversidad, en el cansancio, en la impotencia de no poder hacer más de lo que quisiéramos por aliviar el dolor. Delicadeza y ternura en los cuidados que brindamos, respeto por las reacciones de cada persona ante el sufrimiento, procurando crear y proporcionar un ambiente acogedor, sanador, alegre y de serena esperanza en los prodigios del Dios de la Vida.

“Hoy ha nacido para ustedes en la ciudad de David un Salvador que es Cristo Señor” (Lc 2, 11)
Y nuestro Salvador que nació de María, nuestra Madre, quiso prolongar su salvación por medio de la Iglesia. Ella que es madre, como María, nos acoge en su seno, como hijos que somos de Dios, nos consuela con la fraternidad, nos abraza con la gracia de los sacramentos de la salud, nos reconcilia, nos cura con el óleo de la unción, nos cuida con las obras de misericordia, nos conforta con el viático y la Palabra, nos renueva la fe en la comunión y oración de intercesión, nos ayuda a ofrecer y unir nuestro dolor al de Cristo, que se ofrece por la salvación de cada persona. Permanentemente, el Emmanuel, nos hace experimentar su salvación ‘encarnada’.
“María, por su parte, observaba cuidadosamente todos estos acontecimientos y los guardaba en su corazón” (Lc 2, 19)
El misterio salvador de la Navidad se nos revela en el corazón por la fe y por el mensaje que Dios nos envía a través de los ángeles, de los pastores, de María y José que acogen al don de la vida. El amor de Dios encarnado en el Niño Jesús, vive en cada uno de los pequeños del Reino, crece en cada persona que se hace “samaritana” del hermano pequeño que sufre… En esta Navidad, abramos nuestro corazón a Jesús, para acoger en Él, la Buena Noticia de la sanación y cercanía tierna de Dios.

Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús - www.hospitalarias.net

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WebJCP | Abril 2007