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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: Noche Buena (Lc 2, 1- 14) - Ciclo A
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martes, 21 de diciembre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos: Noche Buena (Lc 2, 1- 14) - Ciclo A



Monición de Entrada
(La Iglesia está con poca luz. Lo más destacado es la luz del cirio)
(A)
El Señor está con nosotros. Este no es ya el saludo de todos los domingos y de todas las misas. Es la alegre noticia de esta noche.
Es Navidad y Dios ha nacido entre nosotros. Ya no tenemos que ir lejos a buscarlo. Sólo necesitamos fe y amor, sencillez y sinceridad para encontrarnos con Él. Él está entre nosotros.
Todos los años celebramos la nochebuena en familia. Pero los creyentes nos hemos reunido primero en la Iglesia para celebrarla en comunidad.
Es una realidad que se repite todos los años por Navidad y nos suena como normal, como una tradición muy familiar.
Vamos a recibir al Niño-Dios que ha nacido entre nosotros y se ha hecho de nuestra familia.
(Hace su entrada el sacerdote, que lleva en brazos al Niño Jesús, acompañado de otros niños que portan velas encendidas)

(B)

Amigos: radiantes de felicidad y alegría venimos a celebrar, en esta noche santa que no debemos dormir, el acontecimiento que tuvo lugar en Belén, cuando el Hijo de Dios nació de María, para mostrarnos la grandeza del amor que Dios nos tiene para salvarnos.

(C)

¡Feliz Navidad! Este es nuestro deseo sincero en esta noche grande para todos, pues al hacerse hombre el Hijo de Dios, toda la humanidad es transformada.
Si un día el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, esa luz ilumina ahora a todos los hombres y pueblos; muchos no la han descubierto todavía, otros la han rechazado; pero a quienes la acogemos nos revela que somos hijos amados de Dios. Esta gran noticia nos llena de alegría y de esperanza; vamos a celebrarla con la Eucaristía.

Canto:

Saludo del sacerdote:

(Elevando y mostrando el niño a la asamblea, dice)
“Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”. Que esa gracia y la paz que los ángeles anuncian en esta noche feliz, estén con todos vosotros... (Se coloca al niño en el lugar preparado para ello).
Abramos nuestro corazón al Señor que llega. Si estamos dispuestos a acogerlo con nuestro amor, él nacerá con su perdón y su gracia(Silencio)
Tú que dejas la gloria del cielo para tomar nuestra carne débil. Señor, ten piedad...
Tú, que llenas de luz el mundo para acabar con la oscuridad y el egoísmo. Cristo, ten piedad...
Tú, que eres Dios con nosotros porque vives nuestra pobre experiencia humana y nos salvas. Señor, ten piedad...

Monición al Gloria

El himno del “Gloria” que vamos a cantar tiene esta noche una especial resonancia, porque las palabras con las que se inicia son las mismas que cantaron los ángeles cuando nació Jesús. Por eso, nosotros esta noche nos unimos a ellos para cantar nuestra alabanza y acción de gracias a la Trinidad de Dios...

Escuchamos la Palabra

Monición a la primera lectura:

Amigos, cuanto profetizó Isaías en la noche del destierro de Babilonia se cumple en la persona de Jesús, un Niño Rey, luz que brilla y trae la salvación y la alegría a los hombres. Sin embargo, no olvidemos que este Niño no sólo llena de ternura los corazones, sino que es la presencia viva de la gracia que Dios nos ofrece y exige de nuestra parte la respuesta de una vida de entrega y confianza.

Monición al Evangelio:

Dios se encarna en un momento concreto de nuestra historia, en tiempos del emperador Augusto. Y se encarna en la ternura de un niño, con el amor de una madre y los cuidados exquisitos de un padre. Y se encarna en la pobreza más absoluta de una cueva, de un pesebre, de unas pajas. Y anuncia su llegada a los pobres y humildes, los pastores. Allí comienza la salvación de Dios.


Homilías:
(A)
¡Navidad: Dios me ama!
Siempre me ha impresionado mucho la tendencia que tenemos los hombres para valorar lo accidental y olvidar lo esencial; para dar importancia a las cosas que no la tienen y quitársela a las que deberían tenerla; para apreciar lo que hace ruido e ignorar las cosas que llegan en el silencio.
Alguien ha escrito que oímos muy bien la tormenta que estalla sobre nuestras cabezas; que, afinando un poco el oído, logramos oír la lluvia que cae; pero que nadie logra escuchar el descenso de la nevada.
Así ocurre también en el mundo de las almas: percibimos estupendamente el dolor que es como una tormenta que estalla dentro de nosotros; si prestamos atención percibimos el paso del tiempo que nos va envejeciendo y que es como la lluvia que cae sobre nosotros. Pero nadie percibe la misericordia de Dios que cae incesantemente sobre el mundo como una nevada. Los hombres sufrimos por mil cosas sin importancia, y ni nos enteramos de que Dios nos está amando a todas horas.
Pues bien: la Navidad es como el tiempo en el que esa misericordia de Dios se reduplica sobre el mundo y sobre nuestras cabezas. Es como si, al darnos a su Hijo, nos amase el doble que de ordinario. Durante estos días de Navidad, todos los que tienen los ojos bien abiertos se vuelven más niños porque es como si fuesen redobladamente hijos y como si Dios fuera en estos días, el doble de Padre.
Pero ¿cuántos se dan cuenta de ello? ¿Cuántos están distraídos con las fiestas familiares que en estos días no se acuerdan de su alma?
Por eso yo quisiera en esta noche, invitaros a abrir vuestras ventanas y vuestros ojos, y descubrir la maravilla de que Dios nos ama tanto que se vuelve uno de nosotros. Y que viváis estos días de asombro en asombro.
Que os hagáis las grandes preguntas que hay que hacerse estos días y que descubráis que cada respuesta es más asombrosa que la anterior:
¿Qué pasa realmente estos días? Y la respuesta es que Alguien muy importante viene a visitarnos.
¿Quién es el que viene? Nada menos que el Creador del mundo, el autor de las estrellas y de toda carne.
¿Y cómo viene? Viene hecho carne, hecho pobreza, convertido en un bebé como los nuestros.
¿A qué viene? Viene a salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para esperar.
¿Para quién viene? Viene para todos, viene para el pueblo, para los más humildes, para cuantos quieran abrirle el corazón.
¿En qué lugar viene? En el más humilde y sencillo de la tierra, en aquél donde menos se le podía esperar.
¿Y por qué viene? Sólo por una razón: porque nos ama, porque quiere estar con nosotros.
Y la última pregunta, tal vez la más dolorosa:
¿Y cuáles serán los resultados de su venida? Los que nosotros queramos. Pasará a nuestro lado si no sabemos verle. Crecerá dentro de nosotros si le acogemos.
Dejad, amigos, que crezcan estas preguntas dentro de vuestro corazón y sentiréis deseos de llorar de alegría. Y descubriréis que no hay gozo mayor que el de sabernos amados, cuando quien nos ama es nada menos que el mismo Dios.

(B)

¿Qué es verdaderamente la Navidad para nosotros, los cristianos? Tal vez me digáis que son días de ternura, de alegría, de familia. Pero yo, entonces, volvería a preguntaros: ¿Por qué en estos días nuestra alma se alegra, por qué se llena de ternura nuestro corazón? La respuesta la sabemos todos, aunque con frecuencia no la vivamos.
Yo diría que la Navidad es la prueba, repetida todos los años de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros. Y que nos ama.
Nuestro mundo moderno no es precisamente el más capacitado para entender esta cercanía de Dios. Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos... Parece que Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos lo pasamos aquí muy mal.
Pero la navidad demuestra que eso no es cierto. Al contrario. El verdadero Dios no es alguien lejano y perdido en su propia grandeza, despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser como nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. No alguien que de puro grande no nos quepa en nuestro corazón. Si no alguien que se hizo pequeño para poder estar entre nosotros. Éste es el mismo centro de nuestra fe.
¿Y por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Si pudiera no se alejaría ni un momento de ella. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Quiere vivir en su misma casa, lo más cerca posible.
Así Dios. Siendo, como es, el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad.
Y, si esto es así, ¿por qué los hombres no percibimos su presencia, por qué no sentimos su amor? Porque no estamos lo suficientemente atentos y despiertos.
¿Os habéis dado cuenta de que con los fenómenos de la naturaleza nos ocurre lo mismo? Oímos el trueno, la tormenta. Llegamos a escuchar la lluvia y el aguacero. Pero la nieve sólo se percibe si uno se asoma a la ventana. Cae la nieve sobre el mundo y es silenciosa, callada, como el amor de Dios. Y nadie negará la caída de la nieve porque no la haya oído.
Así ocurre con el amor de Dios: que cae incesantemente sobre el mundo sin que lo escuchemos, sin que lo percibamos. Hay que abrir mucho los ojos del alma para enterarse. Porque, efectivamente, como dice un salmo “la misericordia de Dios llena la tierra”, cubre las almas con su incesante nevada.
Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal. Ojalá se haga también visible en nuestras vidas. Ojalá en estos días la nevada de Dios, la paz de Dios, la ternura de Dios, la alegría de Dios, descienda sobre todos nosotros como descendió hace dos mil años sobre un pesebre en la ciudad de Belén.


(C)


Apenas se acercan las fechas navideñas, nuestras calles se llenan de luces, estrellas, árboles navideños, belenes. En muchas casas se sacan con cuidado las piezas del nacimiento y se adorna el hogar con toda clase de motivos navideños.
Pocas veces nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental tan intenso y festivo. Y sin embargo, ¿qué se encierra tras todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en esos signos?
Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden los cirios navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo, el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.
Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿a cuántos les orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad?
Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares, pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol de la Vida, el Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién recuerda que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos nosotros?
Pero, sobre todo, ¿quién se detiene a contemplar con fe el misterio que se encierra en un Belén por modesta que sea su construcción.
Francisco de Asís inició la costumbre de montar el Belén movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación, experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa alegría a los amigos.
Cuenta Tomás de Celano, su primer biógrafo, que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén. “Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño”.
Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir nada grande.
Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros la Navidad sea empezar por pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano.

(D)

Vamos a celebrar una nueva Navidad; una Navidad más, marcada por una absurda espiral de consumo, de colonias y champagne o cavas, de una agresión brutal a los niños para que deseen todos los juguetes del mundo. Una Navidad que, para no pocas personas, es una fiesta pagana, incluso una fiesta más triste que alegre. La tristeza de la Navidad: hay algo de nostalgia inseparable de la Navidad: recuerdos de infancias felices que ya pasaron, de seres queridos que nos han dejado... ¿No tenemos también que reconocer que la tristeza de la Navidad se debe a que la estamos vaciando de nuestras raíces de fe, que también nosotros la estamos paganizando? Episodios como los acaecidos en el centro de cualquier ciudad estos días, ¿no son indicadores de la grave enfermedad de nuestra sociedad que convierte una fiesta religiosa, o al menos de familia y de buenos sentimientos, en una celebración chabacana y de mal gusto, en un anticipo del Carnaval?
Se preguntaba Tony de Mello: “¿De qué vale buscar a Dios en los lugares santos si donde lo has perdido es en tu corazón? ¡Cuántos cristianos apenas vamos a tener tiempo durante estas Navidades para profundizar en nuestro corazón qué significa lo que estamos celebrando!
Celebrar cristianamente la Navidad significa saber que Dios se ha hecho compañero de nuestras empresas y de nuestros trabajos; que Dios no es el inaccesible y distante Creador del Universo, que se desentiende de nuestros problemas y preocupaciones. Dios forma parte de nuestra historia, es uno de nosotros. Él nos acompaña en nuestros caminos. No hay que subir al cielo para buscar a Dios. Él se ha venido a la tierra y le podemos sentir hermano y compañero de nuestras alegrías y nuestras angustias.
Celebrar cristianamente la Navidad significa saber que Dios ya no habita sólo en templos hechos con manos humanas; Dios quiere templos construidos con piedras vivas, no con mármoles y cedros costosos. Hay que salir a buscar a Dios en las calles, en nuestros encuentros personales. Necesitamos silencio y paz para buscar a Dios, pero también hay que saber encontrarle entre el bullicio, entre los corazones que sufren y están solos. En las empresas también se puede encontrar al Dios que vino a decir una palabra de consuelo a los corazones abatidos.
Celebrar cristianamente la Navidad es creer que Dios sigue teniendo esperanza en los hombres. Decía R. Tagore que “cada niño que viene al mundo nos trae el mensaje de que Dios todavía no ha perdido la esperanza en los hombres”. Esto es lo que afirmamos en la Navidad: para Dios el hombre no es un ser que no tiene solución. Dios ve que en el ser humano hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. Para Dios el ser humano es tan importante y valioso que Él ha sido uno de nosotros.
Esto es lo que celebramos en la Navidad. Y lo hacemos junto a María, la que fue dichosa porque creyó. Decía S. Agustín: “Más importante para María es haber sido discípula de Cristo que el haber sido Madre de Cristo”. Dios no se queda en las apariencias, en los templos suntuosos o en las grandes dignidades vacías. Dios está con nosotros; hay que descubrirle en nuestras tareas, en nuestros seres queridos, en los pobres y en los que sufren. Allí está Dios, cuya venida celebramos en esta nueva Navidad.

Credo

La Navidad de cada año nos recuerda el día que nació Jesús y el que nacimos nosotros. El día en que nuestros padres miraron nuestros ojos, se vieron reflejados en ellos y saltaron de alegría. Vamos a proclamar nuestra fe en Dios y en todas las personas de buen corazón.
(Se canta un estribillo o bien decimos: Yo creo en Ti, Señor)
“Creo que el mundo es Navidad
porque una noche Dios bajó a la tierra,
nació en el seno de una familia
y empezó a llamarse “Dios con nosotros”...

“Creo que el mundo es Navidad cuando una mujer
tiene el corazón abierto a la esperanza,
a pesar de que su hijo reposa
sobre las pajas de un pesebre”...

“Creo que el mundo es Navidad
porque sigue habiendo pastores de Belén
y Magos de Oriente que se ponen en camino
al encuentro del Misterio de Dios-Niño”...

“Creo que la Navidad no terminó en Belén,
pues Jesús nace de nuevo en cada niño,
en cada gesto de amor y perdón,
y viene cada día a encontrarse contigo y conmigo”...


Oración de los fieles:

(A)
En esta noche (este día) de Navidad, en que Dios se ha acercado tanto a nosotros, oremos al Señor con toda confianza.
Para que la Navidad nos llene de vida y de alegría y nos sintamos más dichosos y esperanzados.
ROGUEMOS AL SEÑOR.
Para que en esta Navidad crezca la justicia, la fraternidad y la solidaridad entre los hombres.
ROGUEMOS AL SEÑOR.
Para que en esta Navidad nos reconciliemos, nos queramos más y todos seamos mejores.
ROGUEMOS AL SEÑOR.
Para que todo lo bueno de la Navidad no se reduzca a unos días, sino que sea una fiesta interminable.
ROGUEMOS AL SEÑOR.
Oremos: Por el Nacimiento de tu Hijo Jesús, te pedimos, Dios y Padre nuestro, que nos hagas partícipes de tu Gloria.

(B)

En esta noche bendita (este día santo) el cielo y la tierra están más cerca. Acudamos a Dios con toda confianza.
1.- En medio del silencio de la noche descendió la Palabra divina.
Estate atento, Señor, al silencio de quienes no hablan
porque nadie los escucha, porque están hartos de palabras vacías, porque no saben expresarse, porque son los últimos.
Para que Dios sea la Palabra de los que no tiene voz,
roguemos al Señor...

2.- En medio de los sufrimientos de la noche escuchemos los cantos de tu gloria.
Haz compañía, Señor, a los que lloran a solas padecen enfermedades o sufren injustamente.
Para que la alegría de la Navidad sea gozo de niños, danza de jóvenes y canto esperanzador de adultos, roguemos al Señor...

3.- En medio del descampado, en plena noche, nació Jesús en un pesebre.
Acércate, Señor, a los que viajan sin rumbo, a los exiliados de su patria, a los presos detrás de sus rejas, a los parados que buscan trabajo.
Para que Dios reparta suerte y todos seamos corresponsables en un cambio de sociedad, roguemos al Señor...

4.- En medio de un corro de pastores la Palabra se hizo carne.
Ayuda, Señor, con pan y vino, a los que pasan sed, hambre y frío, a los que se cobijan en chabolas, a los que duermen en el suelo.
Para que tengan pan los que tienen hambre, y hambre de Dios los que tenemos pan. Roguemos al Señor...

5.- En medio de dos creyentes, José y María, nació el Salvador, el Mesías, el Señor.
Danos, Señor, a los presentes, en esta noche de Navidad alegría y paz.
Para que seamos fieles cristianos y personas agradecidas. Roguemos al Señor...

Oremos: Sálvanos, Señor, de nuestros males; llénanos de tu bondad y haz de nosotros auténticos cristianos. Por JNS...

(C)

Niño negro, niño blanco,
y otro niño en un establo.
Niño negro, niño blanco,
¡tantos niños en establos!

1.- Por los niños que nacen hoy en los rincones más apartados, para que sean queridos y respetados en toda su dignidad de personas. Oremos...

Y es mi deseo el andar,
aunque un andar sin destino.
Andar sin poder jugar.
¡Andar sin poder ser niño!

2.- Por los adultos que han perdido la ilusión, para que Dios toque su corazón y se abran al misterio de la vida. Oremos...

Y desde entonces no entiendo
lo que aquí suele pasar.
Que son más pobres los pobres
en tiempo de Navidad.

3.- Por los inmigrantes y exiliados de su patria, para que su voz nos empuje a trabajar por la igualdad. Oremos...

Madre, a la puerta hay un niño
más hermoso que el sol bello;
preciso es que tenga frío
porque viene medio en cueros.
Pues dile que entre. Se calentará.

4.- Por los cristianos y la iglesia universal, para que sepamos acoger a los diferentes y sea ejemplo de integración de los excluidos. Oremos...

Aún es posible la paz:
tú conmigo y uno más.
Compartiendo todos juntos
nuestra buena voluntad.
Si nos hace falta un niño
el buen Dios nos lo dará.
5.- Por nuestro pueblo y todos los ciudadanos de la sociedad, para que descubran que la convivencia y la paz se hace con la aportación generosa de todos. Oremos...

Como un grito de protesta en el desierto.
Como un llanto infantil en tanta guerra.
Como amor refugiado en los establos.
Como ansia de vivir en tanta pena.

6.- Por nuestra comunidad cristiana, para que se atreva a ser profeta de un mundo nuevo. Oremos...

Dejar a Dios ser Dios en cada niño
y ver el rostro de Dios
en la cara de ese niño que la estrena.
Y que nazca un Salvador, que es cosa buena
aprender a caminar por esa senda.
Y si crece tu amor ¡es Nochebuena!

(D)

Gozosos por el nacimiento de Cristo, nuestro Salvador, pidamos para que esta salvación y este gozo lleguen a todos los hombres, a los que Dios tanto ama.

Para que por el Nacimiento de Cristo llegue a todos los pueblos la paz.
Para que por el nacimiento de Cristo la Iglesia se abra a su presencia y dé testimonio de su amor a los hombres.
Para que por el nacimiento de Cristo las familias crezcan en la unión y en la educación de los hijos.
Para que por el nacimiento de Cristo llegue alegría y consuelo a todas las personas que sufren.

Encomendamos en esta noche especialmente:

Necesidades personales: pobres y marginados, emigrantes y refugiados, enfermos y deficientes, hospitalizados, encarcelados, ancianos, huérfanos, parados, drogadictos...
Necesidades particulares: familias con necesidad, que están en paro, que han perdido a un ser querido, que no se entienden; personas con problemas que piden nuestra oración y ayuda.
Por nosotros mismos, para que vivamos gozosamente el misterio de la Navidad.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Presentación de las ofrendas:

(Proponemos que todas las ofrendas sean hechas por niños de la Comunidad).

Presentación de una llaves:
Mira, Señor, yo te ofrezco, en mi nombre y en el de toda la comunidad, estas llaves, y con ellas te queremos expresar nuestra disponibilidad a abrir los corazones, para que Tú entres dentro de ellos.

Presentación de una escoba:
Por mi parte, Señor, te traigo hoy una cosa tan sencilla como es esta escoba. Con ella te quiero expresar mis deseos, y los de toda la comunidad, de limpiar a fondo nuestros corazones, para que Tú puedas nacer en todos y cada uno de ellos.

Presentación de un brasero encendido:
Con esta hoguera encendida, Señor, queremos simbolizar la situación de nuestros corazones, tras el nacimiento en ellos de tu Hijo: ardientes, como ella, Señor, y dispuestos a calentar con nuestro amor a cuantos nos rodean.

Presentación de una hogaza de pan y una jarra de vino:
Señor, yo te traigo los símbolos de la Eucaristía, pero, con el compromiso, de plantar la mesa de la fraternidad en medio del mundo y de los hombres.

Prefacio...

Te damos las gracias, Señor,
por habernos enviado a tu Hijo Jesús,
nacido de María en la pobreza de un establo,
esperado como Luz del mundo
y gozo de todas las naciones.
Porque en el Misterio que hoy celebramos,
Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre,
se presenta entre nosotros de un modo nuevo:
el que era invisible en su gloria,
se hace visible en esta tierra nuestra,
comparte nuestra vida temporal,
en lo bueno y en lo malo,
para levantar al hombre caído en el pecado.
En este día tan señalado,
queremos unirnos a todos los creyentes,
y a todas las personas de buen corazón
para cantarte nuestra alabanza, diciendo:

Santo, Santo, Santo...


Después de la Consagración:

A Jesús presente sobre el altar, le damos la bienvenida con este villancico (Se canta “Noche de paz” o algún otro villancico apropiado. El Sacerdote lleva la figura del Niño Jesús al Nacimiento, inciensa el Nacimiento y el altar)


Pedimos el Pan

Hijos, en tu Hijo Jesús, con confianza, nos atrevemos, esta noche, a decirte la oración que Jesús nos enseñó, para cuando quisiéramos llamarte Padre:
Padre nuestro...


Construimos la paz

Amigos, esta noche nos ha nacido el Príncipe de la Paz, y lo ha hecho en nuestros corazones para que nosotros podamos vivirla con naturalidad y plantarla en este mundo y entre los hombres.
La paz de Jesús esté con vosotros...
Nos deseamos, como verdaderos hermanos, la paz...


Compartimos el pan

El Señor, cuyo nacimiento en carne celebramos esta noche, va a nacer, por la comunión de su Cuerpo, en cada uno de nosotros. Así, aquí y ahora, es para nosotros Navidad. Mirad, éste es el Cordero de Dios...

Dichosos los invitados a la Mesa del Señor...


Oración

Señor, en este niño, que hoy adoramos,
Jesús, tu Hijo,
hijo de María y de José,
hemos visto tu amor inmenso.
Porque Jesús es tu regalo,
el don de tu amor y tu palabra.

Que esta Navidad sea como la primera,
queremos seguir viéndote en este Niño.
Y que sepamos reconocerte en todos los niños
en todos los hombres y en las cosas.

Que esta Navidad sea también nuestra Navidad,
queremos volver a nacer en este día,
que renazcan la fe y la esperanza,
que renazcan el amor y la justicia,
que renazcan el diálogo y la solidaridad,
que renazca la paz.

Y que hoy y todo el año sea Navidad,
nacimiento, comienzo de una vida feliz,
una vida sencilla, próspera y compartida.
Porque hoy es Navidad.

Bendición y despedida

El Dios de bondad infinita que disipó las tinieblas del mundo con su encarnación, aleje de nosotros toda oscuridad y llene nuestros corazones de su luz. Amén.
El que encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría de su nacimiento nos llene de gozo y nos haga mensajeros de su evangelio. Amén.
Y el que por la Encarnación reconcilió al hombre con Dios nos conceda la paz y nos admita un día en el cielo. Amén.
Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros. Amén.


Adoración del Niño:

Amigos, antes de despedirnos, cumplimos una tradición profundamente arraigada en nuestros pueblos, aunque hemos de llenarla de contenido, al expresar en ella nuestra fe en el Señor y nuestros deseos de comprometernos y vivir de acuerdo a ella todos y cada uno de los actos de nuestra vida. Acerquémonos a adorar al Niño de nuestro Belén y expresemos con nuestros villancicos nuestra alegría.

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WebJCP | Abril 2007