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MISIONEROS EN CAMINO: III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: EL QUE HA DE VENIR
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viernes, 10 de diciembre de 2010

III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A: EL QUE HA DE VENIR



1. Evangelio y signos de liberación. La esperanza que anuncia el adviento fundamenta el gozo del creyente (lª lect.) durante el tiempo de la paciente espera del Señor Jesús (2ª lect.), en cuya persona, mensaje y obras está ya presente la buena nueva de liberación para los pobres (evang.). En concreto, el evangelio de hoy contiene estas tres secciones:

lª Pregunta de Juan el Bautista a Jesús sobre su mesianidad.
2ª Respuesta de Jesús remitiéndose á sus obras.
3ª Testimonio de Cristo sobre Juan.

El Bautista se encuentra preso en la fortaleza de Maqueronte -ribera oriental del Mar Muerto-, donde morirá decapitado por orden del tetrarca Herodes Antipas. Juan, que había oído desde la cárcel las obras de Cristo, quiere esclarecer una duda; y le envía dos de sus discípulos con esta pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

Jesús responde cumplidamente a la pregunta del Bautista, mostrándole la presencia del reino de Dios en su persona y en su actividad profética. Aplicándose textos mesiánicos del profeta Isaías -que se encuentran en la primera lectura-, Jesús no se remite a signos estrictamente religiosos, como podían ser para un judío el culto del templo de Jerusalén, la liturgia de la sinagoga, la ley mosaica y los libros sagrados, la observancia sabática, las abluciones y ayunos, sino a signos "profanos" de liberación mesiánica, encarnada en el hombre, anunciada a los pobres y realizada en las sanaciones de los enfermos.

En la respuesta de Jesús al Bautista el anuncio de la buena nueva a los pobres es equiparado y va unido a los signos de las curaciones; igual que en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16s). En esta unión de palabra y signo deja constancia Jesús de la indisoluble unidad que existe, debe existir, entre evangelización y liberación. Donde se dan esos signos allí está en marcha y actuando el reinado de Dios y su justicia, es decir, su gracia que salva al hombre integralmente del pecado y de la degradación humana.

2. La pregunta del Bautista. El eco de la pregunta del Bautista a Jesús no se ha apagado nunca a través de los siglos: todavía hoy resuena en la búsqueda de mesías y redentores. Frente a la supuesta liberación del hombre por el hombre, por la sociedad de bienestar, por el consumismo y el desarrollo, la fe cristiana confiesa a Jesús, el Hijo de Dios, como el único salvador del hombre y de la historia humana, que se convierte así en historia de la salvación de Dios.

Debido a la dimensión social que conlleva la fe, el auténtico creyente no se desentiende de los problemas mundanos, ni se muestra conformista con la injusticia social, ni se resigna al fatalismo, ni se refugia en un seudo-espiritualismo tranquilizante. Sino que capta y aporta los signos de liberación que han de acompañar a la venida del reino de Dios entre los hombres.

Por eso, "se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues esperamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno" (GS 43,1).

El cambio de mentalidad y conducta que urge el adviento es conversión personal y social, es conversión a Dios, a los hermanos y a la construcción de un mundo mejor. El creyente sabe que la máxima alienación del hombre y de las relaciones sociales no es Dios ni las estructuras deficientes de los sistemas políticos, sino la realidad del pecado en el mundo: la idolatría del poder y del dinero, que cierran el corazón al amor y a la justicia por causa del egoísmo que generan.

3. La espera y la esperanza. En la segunda lectura de hoy el autor de la carta de Santiago exhorta a los fieles de la segunda generación cristiana, y a nosotros, a la fortaleza evangélica en la espera paciente y activa de la venida del Señor, imitando la esperanza del que siembra y el aguante de los profetas. Esta paciencia vigilante y dinámica debe ser una actitud fundamental del creyente que, imbuido de un espíritu y talante evangélico de pobre, recibe gozoso el anuncio de la liberación del hombre por Dios.

El fruto de la esperanza cristiana es una ética y una mística de la vigilancia activa ante las constantes venidas del Señor en los acontecimientos y problemas de la existencia diaria; pues la pereza y la apatía son graves pecados sociales que no puede cometer el creyente.

La esperanza del cristiano no es optimismo ingenuo ni droga alienante sino respuesta, la única válida, al deseo incombustible de felicidad plena; réplica a lo que alguien sin fe llamó la "pasión inútil" de la vida del hombre y del más allá. Sin embargo, de hecho, no hay mayor falta de sabiduría que vivir sin horizonte de futuro y sin esperanza. En cambio, el cristiano que posee el carisma de la fe es un hombre o mujer que espera pacientemente; pero no instalado en la vida y con los brazos cruzados. Oteando el futuro, vive el presente intensamente y trata de transformar la realidad para mejor, liberando al hombre de todo lo que degrada su condición.

La gozosa esperanza cristiana de la liberación plena, por ser revelación y mensaje de vida, es creer y esperar no sólo la vida eterna sino también la Vida en el más amplio sentido de la palabra. Creer en la vida eterna es luchar contra todo lo que es muerte y anula la vida, la persona, su dignidad y libertad, es hacer digna y humana la vida presente para que realmente sea vida, la que Dios quiere, y se experimente como tal. Así se podrá entender y anhelar como deseable la vida del más allá que coronará nuestra fe y esperanza.

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WebJCP | Abril 2007