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domingo, 19 de diciembre de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 20 de Diciembre de 2010 - SEMANA IV° DE ADVIENTO - CICLO A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:
«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo:
«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel:
«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»
El Ángel le respondió:
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces:
«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra».
Y el Ángel se alejó.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

María de Nazaret:
La puerta de la Navidad
San Lucas 1, 26-38


Introducción

“A mil años de distancia de la promesa, un rey y una joven virgen están juntos en su casa. La Palabra de Dios entra en su casa... ellos solos con ella”.

El pasado 8 de diciembre el Papa Benedicto XVI llamó a María “la Puerta de la Navidad”, expresando así el lugar que ella ocupa dentro del misterio que estamos a punto de celebrar. En el relato de la anunciación, María le abre la puerta al Señor con su “Fiat” y la entrega de su vida entera le permite al Hijo de Dios hacerse humanidad y llegar a toda la humanidad.

La vocación de María para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima.

1. El texto

El relato de Lucas 1,26-38 comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea).

Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella (su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad).

En correlación con la profecía de Natán (ver en el primer anexo las pistas para la primera lectura) comprendemos la importancia de la frase: “desposada con un hombre llamado José, de la casa de David”. El profeta Natán dice: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre”. De esta forma, el relato de Lucas está enraizado en la larga historia de salvación que espera la venida del Mesías, el hijo de David.

Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios, por medio del Ángel Gabriel, le hace a María para cooperar en el plan de Dios engendrando al Mesías esperado, quien es descendiente de David, pero sobre todo “Hijo de Dios”.

Leamos el relato:

“26Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María.
28Y entrando, le dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

29Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 30El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús.
32El será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»

34María respondió al ángel:
«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
35El ángel le respondió:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
36Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez,
y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
37porque ninguna cosa es imposible para Dios.»

38Dijo María:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y el ángel dejándola se fue”.

2. Profundicemos

El anuncio del Ángel progresa en tres momentos: (1) el saludo, (2) el anuncio del hijo de David, y (3) el anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: la fecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel.

En cuanto leemos el relato no perdamos de vista las tres reacciones de María: (1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo y no ante el anuncio), (2) una pregunta, y (3) un acto de obediencia generosa.

2.1. El saludo: la experiencia de fondo sobre la cual se apoya el llamado que el Señor le hace a María (1,28-29)

Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en la acción de Dios.

En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel ― “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo”― hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (ver 1,28):

(1) La alegría: “¡Alégrate!”

El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.

(2) La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!”

Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir en 1,30. La confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

(3) La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”.

Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...).

Lo que se anuncia en Lucas 1,28 se realiza en 1,35, donde se dice cómo es que Dios ayuda a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1. Por lo tanto María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios.

Con esta promesa María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente) y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen.

2.2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: la concepción y nacimiento del hijo de David (1,30-33)

María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (1,31).

Pero su misión no se limita sólo a esto, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque.

Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.

2.3. La acción creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35)

Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (1,35). Retomemos las palabras del Ángel:

(1) “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti...”

El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (cfr. Is 11,1-6; 61,1-3; ver el texto del pasado 2 de diciembre). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en Gn 1,1-2: el Espíritu de Dios genera vida.

(2) “El poder del Altísimo te pondrá bajo su sombra”

Tenemos en esta frase tan importante el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda.

La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Esta frase nos remite a Éxodo 40,35, donde aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina.

Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
(a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
(b) del poder de Dios creador,
(c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.

(3) “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”

En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafines cantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Isaías 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando ascendían al trono.

El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jabob”. Curiosamente su reinado se ejercerá en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús estará revestido de la santidad del Padre.

2.4. El signo: la anciana que engendra en la vejez (1,36-37)

El Ángel le da a María este signo: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”.

En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la que recibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Ninguna cosa es imposible para Dios”, dice el Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré, cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (ver Génesis 18,14).

El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba: se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe. María, por el contrario no tiene dudas, ella no pide un signo, simplemente una aclaración. Con todo, sin que se haya pedido, María es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril.

2.5. María acepta la anunciación (1,38)

Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana.

Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,28). Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título más bello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (22,27).

Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierte en modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, luego lo presentará a los pastores el día del nacimiento y finalmente se lo ofrendará a Dios y a la humanidad tanto en el Templo como en la Cruz.

En fin…

Hoy contemplamos en oración, guiados por la Palabra del Evangelio, el misterio de esta vocación que cambió la historia del mundo. La Palabra suscita en nosotros una gran acción de gracias y al mismo tiempo la conciencia profunda de que cada uno de nosotros tiene un llamado para participar activamente en la obra de la salvación.

3. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’
Aquel que existe antes que tú, hoy está contigo y dentro de poco nacerá de ti: de un modo en la eternidad y de otro modo en el tiempo.
El Ángel no se contentaba con revelar simplemente la alegre noticia sin anunciar que el mismo autor de la alegría vendría a nacer de la Virgen.
Aquel, ‘el Señor está contigo’, muestra claramente la presencia del propio Rey...

‘¡Yo te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo!’
Yo te saludo, oh Templo magnífico de la gloria divina.
Yo te saludo, tálamo en el que Cristo desposó la naturaleza humana.
Yo te saludo, santa tierra virginal en la cual, con inefable arte divina, fue plasmado el nuevo Adán, para recuperar el antiguo Adán.
Yo te saludo, oh sagrado y perfecto fermento de Dios, con el cual toda la masa del género humano fue horneada y recogida después, bajo la forma de panes, en una nueva unidad en el único cuerpo de Cristo”. (San Andrés de Creta, Discurso 5)


4. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

4.1. ¿Cómo se correlaciona la profecía de Natán con el relato de la Anunciación?

4.2. ¿Qué pasos da el Ángel en la Anunciación? ¿Cómo reacciona María?

4.3. ¿Cómo interviene Dios en la vida de María para capacitarla para su misión? ¿Cómo lo hace en la mía?

4.4. ¿Por qué María es la “Puerta de la Navidad”?

4.5. ¿Qué actitud me enseña María para estos últimos días de preparación de la Navidad?

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WebJCP | Abril 2007