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MISIONEROS EN CAMINO: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C: DESTINADOS A LA VIDA
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domingo, 7 de noviembre de 2010

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C: DESTINADOS A LA VIDA


Publicado por Pastoral Vocacional

El tema central de la liturgia de este domingo es la resurrección de los muertos.
A un nivel puramente cultural, recordamos que los ritos funerarios, que se encuentran en todas los pueblos (por ejemplo, comida y dinero en las tumbas), expresan de formas muy diferentes la intuición de que existe un más allá.
En las culturas antiguas, el lugar donde eran enterrados los difuntos se llamaba “necrópolis”, es decir, “ciudad de los muertos”; los cristianos utilizamos una palabra diferente, “cementerio”, que significa “dormitorio”; con esta palabra estamos diciendo que entendemos la muerte como algo muy diferente.
La fe en la resurrección fue abriéndose paso lentamente a lo largo de la historia del pueblo de Israel.
Hoy, en la primera lectura tenemos un hermoso testimonio sobre la fe en la vida eterna. En la persecución de Antíoco IV, una mujer, madre de siete hijos, un ejemplo admirable de entereza y fidelidad, ha transmitido a sus hijos la esperanza en la vida futura: "el rey del universo nos resucitará para una vida eterna" afirman valientemente ante el torturador.
Es la actitud que confiesa el salmo responsorial: "al despertar me saciaré de tu semblante, Señor". Es decir: al final de la vida, al "despertar" a la realidad última, nos espera el rostro del Padre y sus brazos abiertos, si hemos sido fieles a su amor.
También el evangelio, con la respuesta a los saduceos, Jesús nos habla de la fe en el más allá. No explica cómo es la otra vida Lo que sí nos dice es que nuestro destino es la vida, no la muerte. Nuestro destino es el de hijos, llamados a vivir de la misma vida de Dios, y para siempre, en la fiesta plena de la comunión con él.
Nuestra fe:
Nosotros creemos que nuestra vida, con todo lo que incluye de positivo, no está condenada a desaparecer. Nuestra sed de vida y de amor, Dios la saciará.
La vida nueva que se inicia en el bautismo llega a su plenitud cuando superamos los límites del espacio y del tiempo, lo cual se da cuando morimos. No sabemos cómo será esa vida futura (como el niño en el seno de su madre nada sabe de la vida que le espera, por más real que sea la vida que tendrá). Pero si creemos en Dios, en un Dios que es plenitud de vida, y en Cristo que afirmó “Yo soy la resurrección y la Vida”, la muerte no será destrucción sino plenitud en el anhelado encuentro con el Señor.
Nuestra fe en la resurrección se fundamenta en la tradición bíblica que afirma la creencia en la fidelidad de Dios que nada ni nadie puede romper.
Creemos en el Dios fiel y amigo de la vida, que quiere la vida en plenitud para los hombres a quienes ama.
Si el Cantar de los cantares decía que «el amor es más fuerte que la muerte», mucho más podemos decir que el Amor -con mayúsculas- es más fuerte que la muerte y que perdurará más allá de nuestra muerte. Hay algo que es evidente: si nosotros creáramos algo muy valioso y querido para nosotros mismos y pudiéramos impedir que desapareciera para siempre, lo haríamos. Pues bien, Dios Creador y Redentor del hombre, y todopoderoso, ha creado al hombre, su creatura preferida, con una semilla de inmortalidad en su corazón que no puede quedar frustrada.
Con la fe de la Iglesia decimos: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Esa vida que nos espera, incluye todo el amor que hemos ido sembrando, todas las buenas obras que hemos realizado. Nada se pierde, sino que se recupera en la dimensión de la vida definitiva y eterna.
La pascua de Jesús y su triunfo sobre la muerte nos ofrecen un cambio radical de perspectiva ante el problema de la muerte. Lo expresa muy bellamente el Prefacio de Difuntos: “En Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, sino que se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.

Nuestra fe nos dice que un día moriremos para despertarnos vivos. Así lo expresa bellamente el poeta Martín Descalzo:


Despertaremos vivos

Viví jugando a demasiadas cosas,
A vivir, a soñar, a ser un hombre.
Tal vez nazca al morir, aunque me asombre,
como nacen, soñándose, las rosas.

Dame tus manos misericordiosas
para que el corazón se desescombre.
Dime si es cierto que, al pensar tu nombre,
se vuelven las orugas mariposas.

Sé que los cielos estarán abiertos
y aún más abierta encontraré la vida.
Ya no seremos nunca más cautivos.
Ganaremos, perdiendo la partida.
Y, pues hemos vivido estando muertos,
muriendo en luz despertaremos vivos.

(El Testamento del pájaro solitario)

Julio García Velasco
juliogvelasco@yahoo.es

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WebJCP | Abril 2007