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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C
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sábado, 6 de noviembre de 2010

Homilías y Reflexiones para el XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C


Publicado por Iglesia que Camina

¿DIOS DE VIVOS O DE MUERTOS?

A uno le entran dudas. Dicen las estadísticas que la asistencia de los católicos a Misa ha bajado tremendamente. Sin embargo, yo observo que cuando se celebra una misa por los difuntos la Iglesia se llena. Entonces me pregunto: ¿Toda esta gente vendrá a Misa los domingos? Es posible que muchos de ellos no falten a ninguna misa de difuntos, pero luego no se les ve ni en pintura los domingos o el resto de la semana. Se ve que los muertos hablan más de Dios que los vivos. ¿O será que atrae más el recuerdo del muerto que el recuerdo del misterio pascual de Jesús que celebramos en la Misa?

Jesús nos dice que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Y no es para menos. Él fue capaz de morir por los que estábamos muertos por el pecado para que vivamos, su resurrección es el triunfo de Dios y de la vida sobre la muerte.

Decir que es un Dios de vivos, también es una manera de decirnos que la muerte no es un final sino el tránsito a la vida. Si es el Dios de Abrahám, Isaac, Jacob, quiere decir que también ellos están vivos. Si estuviesen realmente muertos no sería ya Dios de ellos.

Por eso, el Dios de nuestra fe es el “Dios de la vida”. Dios no quiere la muerte; por tanto, tampoco quiere que matemos. Hasta nos dejó el Quinto Mandamiento, de “no matar". El que mata a otro está muriendo él mismo. El que mata a otro se está matando a sí mismo. El que da la vida a los demás, está enriqueciendo su propia vida. Cuando damos vida a los demás estamos viviendo más nosotros.

Él mismo ser ha hecho vida por nosotros y nos ha dejado el “pan de vida”. El “que coma de este pan no morirá sino que vivirá para siempre”. En la Misa “anunciamos su muerte, pero proclamando su resurrección”. Anunciamos su muerte proclamando al mundo la vida.

Cuando asistimos a la misa de difuntos, ¿por qué lo hacemos? ¿Porque creemos que vive o que está bien muertito? Los muertos no convocan a nadie. Ni tendría sentido celebrar la misa y pedir por su eterno descanso si realmente no creemos que están vivos. Sólo la vida convoca. Sólo la resurrección convoca.

Me gusta la frase de J. M. Castillo cuando escribe: “La resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere para evitar la muerte que está a nuestro alcance.”

Celebrar la Eucaristía es celebrar la vida de Dios, que sigue vivo en medio de nosotros. Pero es también celebrar nuestra vida y el valor de la vida de los demás. Dios es vida, esa vida nos la regaló al crearnos y la renovó al darnos el Espíritu Santo que es “dador de vida”. Vivimos y estamos llamados a vivir.


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LA VERDAD DEL SANTO ROSARIO

El Rosario es sin duda alguna una de las devociones que más hondo han calado en el alma del Pueblo de Dios, es una especie de “Oficio Divino” del pueblo sencillo.

De todos modos, convendría examinásemos cómo lo rezamos porque no es cuestión de desgranar cincuenta Ave Marías con sus Padre nuestros y Glorias. No olvidemos que cada decena va encabezada con el anuncio de uno de los misterios de la Vida de Jesús y de María. Misterio de gozo, de dolor, de pascua y de luminosidad. Cada misterio sirve de marco para el rezo de las diez Ave Marías. Es cuestión de adentrarnos en ese misterio y empapar con él nuestro espíritu. Por tanto, no es solo rezo verbal, es también un momento de reflexión, de ahondar y profundizar los distintos momentos de la Vida de Jesús y de María. El anuncio de cada misterio es como crear un clima, un ambiente espiritual de vivencia contemplativa.

No es fácil rezar el Padre nuestro si queremos darle su verdadero sentido, como tampoco es fácil rezar el Ave María que tendría que meternos en el misterio de la Anunciación y Encarnación, además de vivir también las anunciaciones y encarnaciones que Dios lleva a cabo cada día en nosotros.

Por eso, es preferible no llegar hasta el final, pero profundizar en los misterios. No se trata de correr para llegar a las cincuenta Ave Marías. Que faltan algunas no importa, lo importante es lo que vivimos al recitarlas.

El Rosario puede ser sumamente enriquecedor porque precisamente nos mete dentro del misterio de la vida de Jesús y de María. Es asunto es dejar que sean esos misterios los que empapen nuestro espíritu contemplativo.



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MIRAR NUESTRO LADO BUENO

Dicen que la frase es de Confucio, da lo mismo de quien sea, pero dice una gran verdad. De ordinario, todos nos fijamos más en lo malo que observamos en las personas. Diría que es lo único que conocemos de ellas. Miramos lo malo del esposo, lo malo de la esposa, lo malo de los hijos, lo malo de los padres y lo malo de los demás.

Es cierto que todos llevamos esa zona oscura de nuestra vida, pero también llevamos ese otro lado, esa otra zona de bondad. Siempre he pensado que aún los que llamamos malos tienen mucho más de bueno que de malos. Lo que sucede es que basta algo malo para que oscurezca todo lo bueno. No fijamos más en una manchita en la cara en el kilómetro y medio de cara limpia.

Nuestro problema educativo, formativo está en que siempre estamos luchando contra esa zona mala, que pareciera nuestra enemiga, y desarrollamos poco lo bueno. La mejor pedagogía no es hacernos sentir lo malos que somos, sino lo buenos que somos, a pesar de todo.

Desarrollemos lo bueno y veremos que lo malo se va diluyendo. Alabemos lo bueno y poco a poco irá desapareciendo lo malo. Lo que sucede es que no nos lo creemos. Hasta los curas preferimos hablar de lo malo que hay en el mundo, preferimos hablar del pecado. ¿No será más positivo y eficaz que hablásemos de lo bueno que aun queda y que es mucho? ¿No será mejor hablar de la gracia y sus maravillas en nuestro corazón? Jesús ha querido ser Evangelio, Buena Noticia.



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CUIDADO CON LOS INDECISOS

El indeciso duda de todo,
tiene miedo a todo,
no se decide por nada.

Tiene miedo a equivocarse.
Tiene miedo a fracasar.
Tiene miedo a no llegar.
Tiene miedo al qué dirán los demás.

El indeciso es como un pozo hondo.
Allí guarda todas sus posibilidades.
Allí se pudren todas sus ilusiones.
Allí queda toda una vida inutilizada.
No tiene fe en sí mismo,
pero tampoco en los demás.

No cree en su futuro, aunque lo sueñe.
No cree que podrá, aunque todo es posible.
Sencillamente, el indeciso fracasa por sí mismo,
no lo hacen fracasar los demás.
El mismo se inutiliza.

Jamás siente la alegría de arriesgarse.
Jamás siente el gozo de un triunfo.
Porque ni siquiera cree en sus triunfos.
Su indecisión mata todas sus esperanzas.

Es una pena ver cómo tantos sueños siguen dormidos.
No se atreve a despertarlos.
No fracasará, pero tampoco hará nada que valga la pena.

En todo ve peligro.
En todo ve dificultades.
En todo ve imposibles.
Prefiere dormir a soñar.
Prefiere sentarse a andar.

Todos los caminos le parecen demasiado largos.
Es preferible fracasar haciendo algo
que no fracasar dejando de hacer algo.



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DERECHOS DE LOS ANCIANOS

Todo anciano tiene derecho a envejecer con dignidad y por tanto a ser viejo, con todas las consecuencias.
Todo anciano tiene derecho a un hogar, una familia en la que pueda sentir el calor humano de los suyos.
Todo anciano tiene derecho a una vida digna sin las angustias económicas de cada día.
Todo anciano tiene derecho a ser escuchado por los suyos y por la sociedad.
Todo anciano tiene derecho a los cuidados de la salud tanto por parte de los suyos como por parte de la sociedad.
Todo anciano tiene derecho a la atención espiritual propia de su edad.
Todo anciano tiene derecho a ser aceptado como él es, incluso con sus caprichos típicos de sus años.
Todo anciano tiene derecho a que le dediquemos el tiempo necesario para hacerle más humana su existencia.
Todo anciano tiene derecho a quejarse de sus malestares y de sus sufrimientos.

Todo anciano tiene derecho a cierto esparcimiento que le ayude a evaporar sus propias tensiones.
Todo anciano tiene derecho a morir con dignidad: sin que nosotros le prolonguemos artificialmente la vida y sin que se la acortemos por falsa misericordia. Es decir, tiene derecho a morir cuando le llegue el momento porque ese es su momento

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WebJCP | Abril 2007