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MISIONEROS EN CAMINO: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C: ¡Si tuvierais fe...!
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sábado, 2 de octubre de 2010

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C: ¡Si tuvierais fe...!



Me sitúo en el lugar adecuado para tener un tiempo de oración. Le pido al Señor que me acompañe en este tiempo.

Contemplo la escena: Los discípulos le hacen una petición, una oración al Señor: Auméntanos la fe. Ellos saben que tienen fe pero son concientes de su pequeñez, su fe es débil.

● Hago mía esta petición. Yo también necesito mucha fe para la vida, para seguir adelante en el seguimiento de Jesús. ¿Soy consciente de la importancia de la fe?

● ¿Qué sería de mi sin la fe?

● ¿Tengo la fe como el mayor don de Dios?

● Jesús viene a decirme que la fe se manifiesta en unas obras, la fe se traduce en comportamientos, en un estilo de vida. ¿Qué estilo de vida pide mi fe cristiana?

● Le doy gracias a Dios por la fe y por todos aquellos que de mil maneras me han ayudado a tener y permanecer en la fe cristiana.

● Llamadas.

Oro lo contemplado.
“SOBRE VISIONES Y VISIONARIOS”
VER
Una de las razones de que algunas personas afirmen que son ateas o agnósticas y que rechacen a Dios es el problema del mal. Ante las noticias de guerras, desastres naturales, accidentes, hambre, terrorismo... ante el dolor y sufrimiento propio o en personas cercanas, les resulta difícil o imposible creer en un Dios bueno y misericordioso. Y no es raro que, cuando se encuentran con un creyente, le miren como a un ignorante o un visionario que “se traga” cuentos infantiles. Y tampoco es extraño que reaccionen negativamente ante obispos, curas, monjas... a quienes reprochan que ofrezcan “el opio del pueblo” y que engañen a la gente a base de visiones de un supuesto cielo con la promesa de una vida eterna.
JUZGAR
No se puede negar que el mal, que más que un “problema” es un misterio, cuando en cualquiera de sus formas se cruza en nuestra vida cuestiona al ser humano en profundidad. Surgen algunas de las llamadas “preguntas últimas” del ser humano sobre el sentido de la vida: ¿Por qué el mal, el dolor, el sufrimiento, la muerte? Preguntas que, desde un punto de vista humano, pueden llevar a una negación de Dios; o pueden quedarse en el interrogante, sin encontrar respuesta válida.

Pero también esas preguntas pueden abrirnos a Dios, intuyendo que aunque no comprendamos el misterio del mal y por nosotros mismos no encontremos respuesta, eso no tiene por qué concluir en la negación de Dios; al contrario, el misterio del mal puede lanzar al hombre hacia Dios, aunque continúe haciéndose esas “preguntas últimas”. Así lo expresa el profeta Habacuc en la 1ª lectura: «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré...? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes...?»

La experiencia humana ante el misterio del dolor es la misma, pero desde la apertura a Dios, el ser humano encuentra algo inesperado; no la respuesta a sus preguntas, sino la indicación de hacia dónde puede encontrar el sentido: «El Señor me respondió así: La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará. Si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse».

Esa referencia a “la visión” aparece también en la 2ª lectura: «Ten delante la visión que yo te di...». Según el diccionario, una “visión” es una “creación de la fantasía o imaginación, que no tiene realidad y se toma como verdadera”, pero también es una “iluminación intelectual infusa”, y en este caso, no es una fantasía, es verdadera. Y un visionario es alguien “que, por su fantasía exaltada, se figura y cree con facilidad cosas quiméricas”, pero también es alguien “que se adelanta a su tiempo o tiene visión de futuro”, y por lo tanto no se basa en falsedades, sino en certezas creíbles aunque “ahora”, efectivamente, aún no se hayan hecho realidad y no puedan constatarse empíricamente.

Ante el misterio del mal, podemos situarnos desde el absurdo existencial y el sinsentido, o podemos optar por abrirnos a Dios. La Palabra de Dios hoy nos invita a ser “visionarios”, pero no en el sentido negativo de personas crédulas, sino desde la experiencia de haber tenido delante esa “visión” a la que san Pablo aludía, es decir, teniendo presente nuestra propia experiencia de fe en Jesús Resucitado.

Una experiencia de fe que es totalmente personal, y por eso no podemos excusarnos diciendo como «los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe, porque su respuesta será la misma: Si tuvierais fe como un granito de mostaza...». Lo que importa es la “calidad” de nuestra experiencia de fe, de ahí el llamamiento de san Pablo: «Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste... No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor... Toma parte en los duros trabajos del evangelio según las fuerzas que Dios te dé...».

El misterio del mal en sus variadas formas estará siempre ahí, pero no debemos dejarnos caer en el sinsentido: podemos afrontarlo. Y no desde la simple credulidad irracional, sino “teniendo delante la visión” de futuro que Jesús Resucitado nos ha dado, bien cimentados en nuestra fe, porque «Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio».
ACTUAR
¿En qué ocasiones también he exclamado: “¿Hasta cuándo, Señor... por qué?” ¿Cómo me sitúo ante el misterio del mal, desde el fatalismo o desde la apertura a Dios? ¿En algún momento he pensado que todo esto de la fe son “visiones”, en el sentido negativo, que no tienen que ver con la realidad? ¿Mi experiencia de fe, aunque sea como un granito de mostaza, es para mí una certeza sobre la que apoyo mi vida? Y desde esta experiencia, ¿tomo parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios me da?

«Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros», decía san Pablo. La experiencia de fe que nos permite tener delante la visión y a la vez ser visionarios es un tesoro. Que desde la oración, la Eucaristía y la formación avivemos ese fuego de la gracia de Dios que hemos recibido y tomemos parte en los duros trabajos del Evangelio, porque éste es la respuesta de Dios ante el misterio del mal en el mundo.

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WebJCP | Abril 2007