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MISIONEROS EN CAMINO: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C: Fe y servicio
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sábado, 2 de octubre de 2010

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C: Fe y servicio



Nuestros viejos decían: “Barriga (estómago) llena corazón contento”. Otros dicen hoy: “Barriga llena indigestión segura”. San Gerardo María Mayela decía: “Dios no cabe en un estómago arto de comida”. La abundancia de dinero, el exceso de confort y demás cosas, nos hacen olvidar, o por lo menos descuidar, otros aspectos esenciales para el desarrollo pleno como seres humanos. Muchas personas que fueron educadas en un ambiente de austeridad, de humildad, de fraternidad, de solidaridad y de amor, una vez se encuentran en la abundancia, se olvidan de esos valores esenciales que nos hacen más humanos.
Cuando la abundancia de cosas, de dinero y de confort asfixian a la pobre humanidad y la vida carece de afecto sincero, aparecen las excentricidades con las cuales se pretende llenar el gran vacío humano. Las personas que viven esta situación buscan carros costosos y vistosos, casas o apartamentos en los sitios más exclusivos, cirugías plásticas, comidas y bebidas, vestidos, sitios de diversión, etc., todo exclusivo para gente exclusiva, porque eso los hace sentir importantes. La exclusividad es su cielo, la mediocridad humana es su triste realidad.
Otros, para llamar la atención, usan el vestido más raro, el cabello pintado de rojo, azul o verde, y los zapatos y las uñas de colores. Le dicen a todo el mundo que no usan ropa interior porque así se sientes más libres, muestran su lengua de lagartija, el persing en la nariz, en la lengua, en el labio, en el ombligo o en cualquier otro sitio para llamar más la atención… Y a todo ese tipo de excentricidades le llaman con el eufemismo de “ser auténticos”.
Hay otras situaciones que pueden hacernos perder el sentido de la vida. Alguna enfermedad, una deuda impagable, o una pérdida valiosa; alguna situación de extrema pobreza, explotación, injusticias, etc. En esas circunstancias corremos el riesgo de verlo todo con la lupa de dolor. Si no asumimos las cosas con serenidad, fe y esperanza, nos amargamos, nos llenamos de rencor, de odios, de envidias y de los sentimientos más bajos, que terminan condenándonos.
Por eso el libro de los proverbios hace esta oración: “¡Dos cosas te pido, Dios mío, no me las niegues hasta el día de mi muerte: aleja de mí la falsedad y la mentira, no me des ni pobreza ni riqueza. Dame sólo mi ración de pan. Porque con la abundancia podría dejarte y decir: ‘¿Pero quién es el Señor?’ Y en la miseria podría ponerme a robar: lo que sería deshonrar el nombre de mi Dios! (Prob 30,7-9).
El profeta Habacuc, que leíamos en la primera lectura, oró a Dios en medio de la dureza de sus circunstancias: ¿Hasta cuándo me quejaré de la violencia sin que vengas a salvarnos? ¿Por qué me dejas ver tanta maldad y sufrimiento? ¡No veo más que destrucción y violencia, discordias y peleas que se arman! (Hab 1,2-3). Estas son expresiones de muchas personas en momentos difíciles. Aquí tenemos el riesgo de sucumbir y arrastrar una vida llena de infelicidad. Pero también tenemos la oportunidad para aprender y crecer, si accedemos a una experiencia nueva iluminada por el amor de Dios. Si aceptamos la gracia de Dios y perseveramos en nuestra búsqueda, si trabajamos con método y luchamos con esperanza, cualquiera que sea nuestra circunstancia, nuestra fe se fortalecerá y seremos testigos de la obra maravillosa de Dios en nuestra vida.
Dios siempre responde. Y si nos abrimos sinceramente a su acción, podremos escuchar su voz y ser testigos de su obra salvadora. Desde su experiencia de fe Habacuc nos regala la siguiente frase para reflexionar: “¿Perecerá aquel que no tiene un alma recta y vivirá el inocente que confía en mí” (Hab 2,4). El alma en la mentalidad judía, no es como para los griegos, un componente encarcelado en el cuerpo. Para los judíos no existe esa dualidad ni rivalidad entre alma y cuerpo. Para la cultura judía alma y cuerpo son inseparables. El alma es como la respiración (2Sam 1,9; Hech 20,10; Gn 35,18; Jer 15,9; 1 Re 17,21). Como la sangre que corre las venas (Sal 72,14; Lev 17,10ss; Dt 12,23). Por lo tanto es la vida misma (Sal 74,19 Ex 21,23), es la persona humana en cuanto que está viva y entra en relación con el mundo.
Cuando se habla de alma recta, se hace referencia a la calidad humana, a la grandeza humana capaz de superar pruebas, adversidades, conflictos. Quien tiene un alma recta es la persona que se sabe ubicar, que enfrenta la pobreza o la riqueza, la abundancia o la escasez, que sabe hacer opciones claras, justas, moralmente correctas a favor de la vida, de la dignidad y de la felicidad para la humanidad. Es la persona que se compromete consigo misma y con los demás.
Habacuc no hace una sentencia condenatoria. Hace una reflexión a partir de lo que ha visto a su alrededor en tiempos de crisis. Las personas superficiales, mediocres, que viven la vida por vivirla, perecen en los momentos de prueba. Se necesita un alma recta, un alma grande y bien fortalecida espiritualmente. Aunque Gandhi perteneció a otra tradición religiosa, vale la pena traerlo a esta reflexión porque es un ejemplo de grandeza humana fortalecido con una experiencia espiritual. Por algo se ganó el nombre el Mahatma, es decir, alma grande. El Mahatma Gandhi, que admiró profundamente a Jesús y se alimentó de su experiencia espiritual, especialmente de las Bienaventuranzas, es una luz en nuestra necesidad de tener un alma grande, un alma recta capaz de enfrentar la vida con sus conflictos y oportunidades, siempre en búsqueda de sentido y en el anhelo de crecer como seres humanos.
Al lado del alma recta, Habacuc invita a poner toda la confianza en la acción de Dios. Esta es una tarea que requiere primero el reconocimiento de que todo no lo podemos hacer nosotros. Que tenemos una tarea y es preciso hacerla bien hecha, pero también necesitamos esperar a que Dios haga su obra. Necesitamos la serenidad de espíritu, la tranquilidad de conciencia haber hecho bien nuestro trabajo y la humildad para reconocer que la otra parte, la mayor parte, la hace Dios. Así que para tener vida: alma recta y confianza en Dios.
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Los apóstoles le pidieron al Señor que aumentara su fe. Pero Jesús no hablaba tanto de cantidad sino de calidad. Él pedía que asumieran el compromiso y el riesgo que lleva consigo su camino de fe. La adhesión total a su mensaje y a su proyecto de vida. “Si la fe que tienen fuera tan grande como un granito de mostaza, le ordenarían a este árbol de morera que se arranque de raíz y se plante en el mar, y les obedecería.” (Lc 17,6).
Aclaremos de antemano que no estamos hablando de un espectáculo. ¿Qué ganamos con el espectáculo ilusionista de ver un árbol transplantarse de una montaña a un mar? La morera, así como la higuera, es signo de fecundidad para el pueblo de Israel. La higuera que Jesús encontró con muchas hojas pero sin fruto (Mc 11,13), es símbolo de la infecundidad de la institución judía, con una estructura muy fuerte, con una rigurosidad asfixiante y legalista, pero totalmente improductiva. Con un templo hermoso (Mc 13,1) y unas estructuras religiosas perfectamente organizadas, pero corrompidas hasta lo más profundo. Por eso de él no debía quedar piedra sobre piedra (Mc 13,2); porque lo habían convertido en una cueva de bandidos (Mc 11,17).
Jesús no los invitaba simplemente a tener fe en que todo podía ser mejor. Muchas veces confundimos la fe con una actitud mental positiva o con el simple deseo de que las cosas sucedan como por arte de magia. “Yo tengo fe en que me van a dar ese trabajo”. “Yo tengo fe en que gano el examen”. “Yo tengo fe en que mi mujer va a volver”. O como rezaba el niño más desaplicado después de un examen: “Señor creo y tengo fe en ti. Por favor, que Napoleón Bonaparte sea el liberador de América, que Simón Bolívar haya nacido en Egipto y que un tal Jesús de Nazaret haya sido el fundador del Islam. Amén.”
Jesús los invitaba, nada menos que a dejar a un lado toda esa estructura religiosa corrupta y a dar el paso a un encuentro con el Dios vivo. A echar al mar, es decir a ahogar, esa religiosidad manipulada por sacerdotes, escribas, doctores y maestros de la ley, saduceos, fariseos y demás bandidos, lobos vestidos con piel de oveja y a construir un nuevo pueblo basado en la justicia, en la fraternidad, el amor misericordioso y el servicio propios de los hijos de Dios.
Y eso era no solamente difícil sino que implicaba todo un riesgo, porque la parte religiosa en Israel tenía implicaciones sociales, políticas y judiciales que podían llevarlo a la exclusión y a la muerte. Esto es mucho más comprometedor que sentarse a esperar y a lo sumo a rezar para que Dios nos de la paz. ¿Aguantaremos nosotros el estilo de vida y el compromiso de Jesús con las causas humanas y los riesgos que ellas traen?
¿Tendremos nosotros la fe de Jesús, o nos adherimos a unos dogmas que no entendemos, pero que deben ser así porque así nos los enseñaron? ¿Será que nuestra fe es sólo un acto de buena voluntad, una ciega aventura, una construcción fastuosa, pero sin piso firme o una morera con un gran follaje pero sin frutos? ¿Será que es sólo una emoción subjetiva y una sensiblería manipulable que simplemente nos hace sentir el soplo del espíritu santo y alegrar el corazón?
La fe en sentido cristiano, es ante todo caminar con Jesús, es decir, hacerse su discípulo. Esto implica una entrega total e incondicional a la persona y al proyecto de Jesús. Por lo tanto tener fe es hacer que mi cuerpo, mi mente, mi espíritu, mi alma, todo mi ser se encaminen hacia la construcción del Reinado de Dios y su justicia, con la seguridad de que todo lo demás vendrá por añadidura, es decir, como consecuencia del Reino (Lc 12,31).
Tener fe no es sólo adherirse a una serie de contenidos, verdades, teorías y dogmas. Creer es correr el riesgo de ponernos en camino con Jesús y atrevernos a desafiar nuestros miedos, nuestros egoísmos, nuestros deseos de aparecer y de ser reconocidos y nuestro afán de grandeza.
Este evangelio también hace una crítica a las personas que simplemente buscan reconocimiento por su trabajo. Tal vez las palabras que utiliza el evangelista sean demasiado duras: “Pues lo mismo ustedes: después de hacer lo que Dios le ha mandado, digan: No somos más que servidores sin mérito alguno; no hemos hecho sino cumplir nuestro deber.” Algunas traducciones son más cortantes cuando afirman: somos siervos inútiles. No se trata de demeritarnos como trabajadores, ni como personas. Es importante valorar nuestro trabajo y valorarnos como seres humanos e hijos de Dios. Pero es necesario cuidarnos del orgullo, de la prepotencia, y del afán de protagonismo que muchas veces hace ocultar lo fundamental.
¿En mis obras de cada día manifiesto la fe, o manifiesto mi interés de reconocimiento? ¿Camino con Jesús y me entrego, o soy una caza recompensas?
La fe de Jesús tiene que llevarnos a trabajar por el Reino sin esperar recompensa. La justicia, el amor, la fraternidad, la solidaridad y los demás valores del Reino, han de brotar del discípulo, como una consecuencia lógica de su madurez humana y evangélica y no con el deseo de aparecer. Debe obrar bien porque eso es sencillamente lo que debe hacer un discípulo que tiene la fe de Jesús.
Como invitaba Pablo a Timoteo, vale la pena valorar el don de Dios que recibimos pues no nos ha inspirado cobardía, sino valentía, amor y dominio propio. Lejos de nosotros avergonzarnos de dar testimonio de Jesús, por el contrario todos debemos tomar parte en los duros trabajo del Evangelio. Pero nunca anunciarnos a nosotros mismos suplantando a Jesús y su propuesta de vida. Es necesario equilibrar muy bien: anunciar la Buena Noticia del Reino con valentía, con decisión, con pasión, con creatividad, pero también con humildad y con mucho cuidado para que siempre sea Jesús y su proyecto de salvación, el centro de nuestra predicación.


Oración
Te bendecimos Padre y Madre Dios por toda la obra maravillosa de la salvación. Hoy nos refugiamos en tu seno maternal y paternal para sentirnos seguros. Tú eres nuestro refugio en las duros trabajos que a diario enfrentamos, tú eres nuestra Roca salvadora en medio del desierto, nuestro baluarte, nuestra victoria está en tu mano. Por eso te damos gracias, te bendecimos, te ensalzamos y te reconocemos como el único absoluto de nuestra vida.
Concédenos la gracia de tener un alma recta y fortalecida con tu Espíritu para enfrentar con sabiduría y amor cualquier camino que nos corresponda asumir como discípulos de tu Hijo. Concédenos una fe como la de Jesús, capaz de arrancar las moreras improductivas y arrojarlas al mar. Líbranos de una fe manipulada por los mercaderes de la religión; de una fe mediocre y desligada de tu proyecto de salvación anunciado por Jesús.
Líbranos de todo afán desmedido de protagonismo, de la necesidad de ser reconocidos y admirados, para sentirnos vivos. Ayúdanos a reconocer con humildad nuestros dones, así como nuestra fragilidad humana; y a ser sencillamente “humus”: tierra buena donde germina y da fruto la semilla del Reino. Amén.

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WebJCP | Abril 2007