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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 1-8) - Ciclo C
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jueves, 14 de octubre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 1-8) - Ciclo C



Monición de entrada

(A)
La Palabra de Dios en este día es una llamada a la oración y a cómo hemos de vivir en la presencia del Señor. Una oración confiada, como la del que se sabe acogido, querido y respetado. Una oración que ha de ser motivación para el trabajo, para la entrega, para sentirnos solidarios con todo y con todos.
Que la Eucaristía, cumbre y fuente de donde mana la fuerza para vivir como verdaderos creyentes, nos ayude a mantener unas relaciones limpias con nuestro Padre y con todos los hermanos. Sed bienvenidos a esta celebración.

(B)

Hoy sigue siendo necesaria la oración, pero una oración apoyada por la vida personal.
Orar es sentirnos dependientes de Dios: humanos y sencillos.
Jesús para explicarnos cómo debemos orar, nos propone la parábola de la viuda que pide justicia.
Hay que orar con insistencia y decir a Dios que queremos justicia. Pero por nuestra parte, en la vida real debemos ser consecuentes, y ser justos y buscar la justicia.
¿Qué sentido tendría pedir algo que no deseamos?
¿Podemos pedir a Dios con sinceridad, justicia, misericordia y perdón, si nosotros somos injustos, vengativos y no sabemos perdonar?
Vamos a reflexionar sobre esto en la Celebración de hoy.

Saludo del Sacerdote

Que el Dios del perdón y de la misericordia esté con todos vosotros ...


Pedimos perdón

(A)

Como no puede haber pesar ni tristeza cuando celebramos la fiesta, le decimos al Padre que acoja nuestras limitaciones y perdone nuestros pecados:

Tú, que acoges con bondad nuestras súplicas cuando son sinceras. SEÑOR, TEN PIEDAD.
Tú, que haces que en la vida nos sintamos acompañados y queridos. CRISTO, TEN PIEDAD.
Tú, que nos llamas a vivir con fe y confianza. SEÑOR, TEN PIEDAD.

Oración: Ayúdanos, Señor, y haznos vivir en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor.

(B)

Todos tenemos fallos y faltas en nuestras vidas. Dios es misericordioso, justo y sabe perdonar, si somos capaces de acercamos a Él con sencillez, para pedirle perdón. Vamos a hacerlo...

Somos injustos y nos atrevemos a pedir a Dios justicia. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Somos duros de corazón y nos atrevemos a pedir a Dios que sea misericordioso con nosotros. CRISTO, TEN PIEDAD...
Somos vengativos y nos cuesta perdonar y olvidar, pero nos atrevemos a pedir a Dios que perdone nuestros fallos. SEÑOR, TEN PIEDAD...




Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

(A)

El libro del Éxodo nos narra la historia de Israel y su largo recorrido hacia la vida y la libertad. Para conseguirlo han de ir abandonando los ídolos de la esclavitud purificando poco a poco su relación con el Dios de la libertad. En el proceso aparece la relación y la comunicación entre Dios y los hombres como algo fundamental.


(B)

En la primera lectura vemos cómo la oración perseverante de Moisés obtiene la victoria para su pueblo Israel. De modo semejante nos recomienda Jesús en el evangelio que oremos con insistencia y sin desanimarnos. Pero conviene que paremos nuestra atención, sobre todo, en la pregunta que formula con una especie de angustia: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?,". San Pablo manda a Timoteo que nutra su fe con la lectura de las Escrituras, y le ordena solemnemente, en nombre de Cristo, que no decaiga en la proclamación de la palabra de Dios.


Lectura del libro del Éxodo

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.» Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

Palabra de Dios

Salmo responsorial. 120
El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra.

+ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
'Hazme justicia frente a mi adversario'; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: 'Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.'» Y el Señor respondió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor

Evangelio dialogado (Niños)
Hay que orar siempre y sin desanimarse. Dios escucha al que ora. (Lc. 18,1-8)

Narrador: En cierta ocasión, Jesús hablaba a la gente de que tenían que orar siempre y sin desanimarse. Y para que le entendieran mejor les puso un ejemplo, les contó esta parábola.

Jesús: En una ciudad había un juez a quien no le importaba nada Dios ni respetaba a las personas. Un día acudió a él una pobre mujer para que la defendiera de una persona que la trataba mal. Aquella pobre mujer fue muchas veces donde el juez, pero éste no le hacía caso. Pero como la mujer iba tantas veces donde él, el juez pensó:

Juez: - Aunque a mí, Dios no me importa nada y la gente no me preocupa, sin embargo voy a atender a esta mujer para que no me moleste más y me deje en paz.

Jesús: Pues bien, si aquel juez, que era malo, fue capaz de escuchar a aquella mujer aunque sólo fuera para que le dejara en paz, ¿cómo Dios, que es Padre bueno, no va a escuchar enseguida a sus hijos cuando le rezan día y noche?

Palabra del Señor

Homilías

(A)

Orar hoy y siempre. ¿Puede uno imaginarse un hijo y un padre sin hablar nunca entre sí? ¿Y unos enamorados que no hablasen o lo hiciesen sólo de vez en cuando? ¿Y unos amigos sumidos en un mutismo diario? Serían ciertamente especímenes rarísimos; muy poco humanos. Precisamente uno de los dones que el hombre aprecia más, porque le permite relacionarse directamente con los demás, es el de la palabra. A través de la palabra el hombre puede decir al otro su amor o su odio, su respeto o su desdén, su confianza o su inquietud, su admiración o su desprecio. Es inimaginable un hombre que no hable con aquél que, de un modo u otro, ame.
Y sin embargo, en el cristianismo tenemos que esforzarnos por convencernos de la necesidad de la oración cuando la oración es sólo y únicamente hablar con Dios, con ese Dios al que decimos amar y seguir.
Orar para el cristiano debería ser tan natural como lo es hablar para el hombre; porque debería ser natural la necesidad de ponerse en contacto con Dios para decirle que le amamos y que le necesitamos. Ciertamente que el hombre debe hacer un esfuerzo para hablar con Dios al no encontrar, inmediatamente, la relación directa que encuentra aquí con «el otro" a quien se dirige. Pero no es menos cierto que si tenemos una fe viva y operante crecerá la exigencia de acudir al Señor, y aun ejercitándose en un monólogo aparentemente sin respuesta, poner cerca de Él todas las inquietudes de nuestra vida.
Jesús insiste cerca de sus apóstoles en la necesidad de orar. Por algo será. Y hasta se toma el trabajo de enseñarles cómo hay que hacerlo y qué es lo que hay que decir cuando se dirijan al Padre. En momentos especialmente dolorosos y peligrosos para El y los suyos les prevendrá de su posible deserción advirtiéndoles que oren para no caer en la tentación.
¡Y es tan fácil caer en la tentación! No precisamente en una tentación, pudiéramos decir extraordinaria, como la que vivían los apóstoles en el momento en el que Jesús les formuló la advertencia que comentamos, sino en la tentación diaria de la indiferencia, de la abulia, de la vida acomodaticia y fácil.
Jesús quiere que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso en la oración. Quiere que oremos con la insistencia con la que, en la vida, se pide justicia, por ejemplo. Es decir, con la insistencia que acometemos lo que de verdad nos interesa en la tierra. La mujer viuda, indefensa por consiguiente, consiguió del juez que le atendiera y no porque se sintiera inclinado a hacerlo, sino porque le venció la insistencia tenaz de la mujer.
Y es que en las cosas humanas actuamos tenazmente. Con insistencia solicitamos justicia o reparación. Con insistencia perseguimos el negocio y hablamos con quien sea necesario y cuantas veces haga falta para llegar hasta aquél que puede echarnos «una mano" en la empresa que acometemos, con insistencia hablamos con el médico que pensamos puede curarnos, con la persona que creemos que puede querernos.
Pues con esta insistencia quiere Jesús que oremos, es decir, que nos dirijamos a Dios para pedirle o simplemente para decirle que le amamos.
No sé si en la actualidad hay crisis de oración. Es posible que este hombre nuestro tan lleno de ruidos, de prisa, de orgullo, de competitividad, de grandes logros y de no menos grandes y ruidosos fracasos, se haya olvidado de que ahí, cerca de él y aun en la intimidad de su ser, Dios está esperando que le dedique unos minutos de su preciosa vida para decirle con absoluta sencillez lo que piensa, lo que teme, lo que desea, lo que padece y lo que goza. Porque eso es orar.

(B)

¿No hará, entonces, Dios justicia a sus elegidos que claman a él?
Cuenta el evangelio que Jesús intentaba explicar a sus discípulos «la necesidad de orar siempre sin desanimarse». Quizás Jesús se había encontrado con personas desanimadas que desconfiaban del valor de la oración. Quizás esto mismo ocurría ya en alguna comunidad cristiana en la que las persecuciones y los conflictos hacían surgir voces que decían cosas así: «Dios no nos va a resolver los problemas. Lo importante es trabajar por salir adelante y no perder el tiempo confiando en la oración. Lo que no hagamos nosotros, Dios no lo va a hacer por nosotros». Seguro que expresiones muy parecidas también las hemos oído nosotros alguna vez. Sabemos que ahora también hay mucha gente desanimada, porque no tiene claro que la oración sirva para algo. Sin embargo, el evangelio de este domingo tiene un mensaje bien sencillo. Jesús quería que sus discípulos fueran personas de oración, personas que rezaran a Dios insistentemente, sin desanimarse, sin cansarse. Desde esta enseñanza del evangelio, los cristianos hemos aprendido de Jesús que tenemos que ser personas de oración, sin desanimarnos ni cansarnos de acudir al Señor insistentemente.
Es evidente que ahora muchos hombres y mujeres también se acuerdan de Dios y le tienen presente en sus vidas, le cuentan sus alegrías y sus penas, le piden ayuda en sus dificultades o le dan gracias en sus logros. Para nosotros, Dios no es un ser extraño y lejano que no se implica en nuestras peripecias. No estamos solos en la vida. Jesús nos promete en el evangelio que Dios nos escucha y que hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche.
Pero Dios tampoco tiene una varita mágica con la que nos haga salir siempre airosos de nuestros trabajos. Quizás haya personas que todavía andan por la vida como si las cosas se pudieran arreglar recitando oraciones, pero sin comprometerse personalmente en nada. No es sincera una oración en la que pedimos a Dios que arregle nuestro mundo mientras nosotros nos desentendemos de todo. Sólo debemos pedir a Dios lo que queremos de verdad y por lo que nos esforzamos sinceramente. Tendremos que cuidar que nuestra oración sea un acto de sinceridad ante Dios, sin decir mentiras o palabras vacías. Que lo que digamos con los labios salga del corazón. Pero habremos de cuidar también que nuestra oración no nos lleve a cruzarnos de brazos cómodamente mientras esperamos soluciones milagrosas. Sólo seremos capaces de pedir a Dios una cosa con insistencia si también nos esforzamos por ello con insistencia. Así nos lo enseñaba también la primera lectura.
Asimismo, sabemos que la oración, cuando es un encuentro verdadero con el Señor, nos va cambiando interiormente. Nos hace mejores personas y mejores cristianos. Nosotros somos pobres con muchas pobrezas a cuestas. Tenemos debilidades y andamos necesitados de ayuda y de fuerza para mantenernos en el buen camino y para realizar nuestra labor de transformación del mundo. Nuestra actitud más natural y más sencilla es pedir al Señor insistentemente, confiadamente, sin cansarnos. Pero cuando rezamos, nos acercamos a Dios con humildad, sin exigir derechos, suplicando. Y rezamos de corazón, delante de Dios, en intimidad profunda, en diálogo sencillo. Ponemos delante de Dios nuestras preocupaciones y esperanzas, nuestros trabajos y nuestra vida entera. Dios pone ante nosotros su luz, su fuerza y su llamada animosa a seguir su camino. No estamos solos ni abandonados a nuestras pobres fuerzas. Siempre contamos con el favor de Dios, que no nos abandona nunca. Así nos lo quiso enseñar Jesús para que fuéramos personas de oración.

(C)

Orar siempre sin desanimarse Lc 18,1-8

Tengo en mi biblioteca una larga lista de libros sobre la oración. Están escritos por maestros espirituales de gran experiencia, creyentes que pasan muchas horas recogidos ante Dios. Son grandes orantes, capaces de estar en silencio contemplativo ante el Misterio. Su experiencia estimula y orienta la oración de no pocos creyentes.
Sin embargo, hay otras muchas formas de orar que no aparecen en estos libros y que, sin duda, Dios escucha, entiende y acoge con amor. Es la oración de la mayoría, la que nace en los momentos de apuro o en las horas de alegría intensa. La oración de la gente sencilla que, de ordinario, vive bastante olvidada de Dios. La oración de quienes ya no saben muy bien si creen o no. Oración humilde y pobre, nacida casi sin palabras desde lo hondo de la vida. La «oración con minúscula».
¿Cómo no va a entender Dios las lágrimas de esa madre humillada y sola, abandonada por su esposo y agobiada por el cuidado de sus hijos, que pide fuerza y paciencia sin saber
siquiera a quién dirige su petición? ¿Cómo no va escuchar el corazón afligido de ese enfermo, alejado hace ya muchos años de la práctica religiosa, que mientras es conducido a la sala de operaciones empieza a pensar en Dios sólo porque el miedo y la angustia le hacen agarrarse a lo que sea, incluso a ese Dios abandonado hace tiempo?
¿ Cómo va a ser Dios indiferente ante el gesto de ese hombre que olvidó hace mucho las oraciones aprendidas de niño y que ahora sólo sabe encender una vela ante la Virgen, mirarla con angustia y marcharse triste y apenado porque a su esposa le han pronosticado sólo unos meses de vida? ¿Cómo no va a acoger la alegría de esos jóvenes padres, bastantes despreocupados de la religión, pero que agradecen sorprendidos el regalo de su primer hijo?
Cuando Jesús invita a «orar siempre sin desanimarse» no está pensando probablemente en una oración profunda nacida del silencio interior y la contemplación. Nos está invitando a aliviar la dureza de la vida recordando que tenemos un Padre. Algunos lo hacen con palabras confiadas de creyente, otros con fórmulas repetidas durante siglos por muchas generaciones, otros desde un corazón que casi ha olvidado la fe. A todos escucha Dios con amor.

(D)

Jesús intenta explicar a sus amigos cómo es necesario orar sin desanimarse.
No se trata de estar orando a todas horas, sino de hacer de la vida misma una oración.
Se trata de una actitud que convierte en oración la vida misma.
El que vive en esta actitud no se olvida de los problemas, ni de las realidades y compromisos de cada día.
El que vive en esta actitud vive preocupado por los problemas y dificultades de los demás, sin olvidarse de los personales y propios.
Esta oración no es una huida de la vida, un perder el tiempo, sino que es vivir el momento, pisar la realidad.
Orar no es alejarse de la realidad para elevar los ojos al cielo y quedarnos quietos.
Orar es vivir con sentido, presentar nuestras vidas ante Dios y luchar para resolver los problemas de cada día.
Sin embargo orar, es también, lo que nosotros solemos llamar hacer oración: rezar el Padre Nuestro, el Ave María y otras oraciones que hemos aprendido de niños.
Pero esta oración sólo tiene sentido si está respaldada por nuestra vida, por nuestra forma de ser.
No basta con decirle a Dios: Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, si nosotros no sabemos repartir, colaborar y perdonar.
Esa oración sería una mentira, un pedir cosas que no queremos, que no trabajamos para que sean una realidad en nuestras vidas.
Resulta fácil aprender de memoria unas oraciones, para luego repetirlas rutinariamente.
Resulta fácil asistir a Misa los Domingos, pero es dificil cumplir la voluntad de Dios y amar y ayudar a todos.
Es fácil acercarnos a comulgar, a recibir el perdón de Dios, pero nos cuesta comulgar con los demás, compartir con ellos penas y alegrías, nos cuesta perdonar.
Si no estamos dispuestos a trabajar para conseguir lo que pedimos, ¿Para qué engañarnos? ¿Para qué mentir en la oración?
Es verdad que el mundo no va a cambiar porque multipliquemos los rezos rutinarios.
Pero, ¿conseguiremos cambiar algo, si no rezamos y trabajamos para que sea una realidad lo que pedimos? .
Debemos hacer que sea verdad el viejo dicho de: "A Dios rogando y con el mazo dando".

(E)

En un pequeño país de África había dos tribunales de justicia: el uno estaba formado por jueces cristianos y el otro por jueces paganos. El tribunal cristiano condenó como ladrón a un negro que, al pasar por una finca, cogió unas frutas para su esposa. El negro apeló al tribunal pagano y este condenó al propietario de la finca porque lo que había hecho el negro era sólo para ayudar a su mujer, que estaba encinta y estaba a punto de caer sin fuerzas.
Está claro cuál de las dos sentencias estaba de acuerdo con el Evangelio; y está claro que una cosa es llamarse cristiano y otra muy distinta es tener una conducta cristiana.
Me pregunto: ¿Haya no hay justicia en el mundo? Los que ganan un pleito tal vez digan que sí; los que lo pierden tal vez digan que no. Personalmente pienso que en el mundo hay poca justicia.
Llamamos violador al que abusa de una mujer valiéndose de la fuerza. En cambio, llamamos listo al que abusa de una mujer valiéndose de mentiras y engaños.
El hombre que liga con cinco mujeres es un machote; la mujer que liga con cinco hombres es una fulana. Es hora de que nos dejemos de machismos. Las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. No es admisible el maltrato, demasiado frecuente, que la mujer recibe del hombre.
Llamamos delincuente al que con una navaja hiere a un vecino; pero no al que, a un vecino, le hace la vida imposible.
Pero es que, además, en el mundo hay injusticias que claman al cielo. Recuerdo que un obrero murió víctima de la contaminación que sufrió trabajando en una fábrica; y el médico de la empresa, para que la esposa no pudiera cobrar lo que por la ley le correspondía, certificó que el obrero murió por exceso de bebida; y la verdad es que no probaba el alcohol.
En América grandes terratenientes eliminaron a familias enteras para apoderarse de sus pequeñas propiedades.
En concreto, en el Salvador, monseñor Romero y varios jesuitas fueron asesinados porque, como Jesús, levantaron la voz en defensa de los pobres.
En el mundo hay personas honradas que se las ven y se las desean para sacar su familia adelante. Y hay vivales sin conciencia que amasan grandes fortunas pasando por encima de todo; estos, o nunca tuvieron conciencia o, si la tuvieron, la han perdido.
¡Cuántos crímenes, cuántas injusticias, cuántas lágrimas, y todo por el dios dinero! Ante el dios dinero no se respeta ni lo más sagrado.
En este mundo, ¿dónde está la justicia?
Una de dos: o existe Dios o no existe. Si no existe, este mundo es un mundo sin sentido; todo es absurdo. Y entonces ¡qué importa un absurdo más! Habrá que gritar: «¡Vivan los pillos!».
Pero si Dios existe, oye los gritos de las víctimas y hará justicia.


Oración de los Fieles


(A)

Con la confianza propia de los hijos le decimos a Dios Padre: Escucha, Señor, nuestra oración.

Mira, Señor, nuestro mundo, que se rompe por intereses limitados e injustos, y abre el corazón de las personas hacia el bien y la verdad. Oremos.
Haz, Señor, que crezcamos en sentimientos de solidaridad con los países más pobres, que se mueren de hambre, y vivamos en austeridad y en entrega. Oremos.
Cuida, Señor, con tu Amor y misericordia, de todos los enfermos y de quienes viven marginados y en soledad, y haz que encuentren la mano amiga que les ayude a seguir adelante. Oremos.
Haz, Señor, que nuestra comunidad (parroquial) trabaje decididamente por la justicia, y crezca en entrega y en apertura. Oremos.

Oración: Concédenos, Señor, cuanto necesitamos para vivir, Tú que sabes mejor que nadie lo que necesitamos. Por Jesucristo.


(B)

Después de proclamar juntos nuestra fe exponemos a Dios Padre y ponemos en sus manos nuestras preocupaciones y nuestra vida.
Todos: Venga a nosotros tu Reino

Padre nuestro, escucha nuestra oración por la Iglesia de tu Hijo para que confiese la confianza en ti en la oración y en la acción. Oremos...
Padre nuestro, escucha nuestra oración por los gobernantes que determinan el destino de los pueblos, para que sus decisiones estén movidas por el sentido de la justicia. Oremos...
Padre nuestro, escucha nuestra oración por los religiosos y religiosas de vida contemplativa, para que su testimonio rompa los muros cerrados de la cultura de la acción y la eficacia. Oremos...
Padre nuestro, escucha nuestra oración por los cristianos que se justifican en que toda la vida es oración para no invertir tiempo en estar a solas contigo. Oremos...
Padre nuestro, escucha nuestra oración por cuantos dedican su vida en misiones alejadas de su patria, para que sostengas sus brazos y des fruto a sus trabajos. Oremos...

Escucha nuestras peticiones y ayúdanos a perseverar en el cumplimiento de tu voluntad. Por Jesucristo...




(C)

Invoquemos, hermanos y hermanas, al Señor, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Oremos por la Iglesia, para que derrame generosamente la Palabra y el amor de Dios en todo el mundo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Pidamos que crezcan la paz, la justicia, el desarrollo y el bienestar en todos los pueblos. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Pidamos que el Evangelio sea levadura de renovación social. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Oremos por los enfermos y por todos los necesitados, para que no se les nuble la esperanza. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por éstas y por nuestras intenciones. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Dios nuestro, que, gracias a las manos en alto de tu siervo Moisés, diste a tu pueblo la victoria, contempla a tu Iglesia reunida en oración y haz que el nuevo Israel progrese en el bien y venza a las fuerzas malignas que amenazan al mundo, mientras espera la hora en que harás justicia a tus elegidos que claman a ti día y noche. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Ofrendas

Presentación de un Breviario (O una Biblia o el libro de los Salmos)

Señor, yo te presento este libro que contiene las oraciones o los salmos que Tú has revelado a los hombres para cuando quisieran unirse y dirigirse a Ti en oración. Y te lo ofrezco, Señor, como signo de lo necesitados que estamos todos, en este momento, de incrementar nuestro tiempo y exigencia de oración. Pon Tú, Señor, en nuestros corazones, el que sintamos la necesidad de orar. Y ayúdanos a comprender que la mejor oración es la que Tú nos dices.

Presentación de un periódico

Por mi parte, Señor, yo te traigo este diario, que nos cuenta las noticias que se han generado hoy, aunque éstas están llenas de problemas y dificultades de los hombres. Señor, que no se nos endurezca el corazón. Que los problemas de los hombres nos induzcan a la solidaridad, pero también a interceder ante Ti. Que no se nos escape ningún hombre con problemas ni ningún problema de los hombres. Y Tú, Señor, escúchanos siempre, porque a Ti te traemos las necesidades de todos tus hijos.


Prefacio...

Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
alabarte y bendecirte, Dios Padre Santo,
siempre y en todo lugar.
Porque Tú quieres que todos los hombres se salven
y por eso enviaste entre nosotros a tu propio Hijo,
que nos mostró el camino de tu Reino
que ya empezó entre nosotros con su presencia.
Ahora nos encargas que lo hagamos llegar
a todos los rincones de la tierra,
de modo que todos los hombres
puedan conocer tu Amor
y caminar por la vida
buscando la justicia y la fraternidad.
Por eso, unidos a todos los hombres
que hacen de su vida un canto de alabanza en tu honor, proclamamos tu gloria diciendo:

Santo, Santo, Santo..



Padrenuestro

Nuestras madres nos enseñaron de niños esta bonita oración que hemos repetido muchas veces. Vamos a rezarla, hoy, en espíritu y en verdad, porque queremos llevarla a nuestras vidas. Por eso, todos juntos, decimos: Padre nuestro...

Nos damos la paz

Pedimos la Paz, pero no llega. Rezamos para que en el mundo, en nuestros pueblos haya paz, pero no llega. Es que nuestra oración es sólo de boca. No vivimos lo que pedimos. No deseamos de verdad lo que pedimos en la oración. Hoy vamos a pedir la Paz con honradez y sinceridad...


Compartimos el pan

Solemos decir que comulgar, es recibir el Cuerpo de Jesús. Pero comulgar es, también, recibir a todos. Aceptar a todos, estar dispuestos a luchar codo con codo, con todos los que nos rodean. Dichosos los invitados...


Bendición

Mantener siempre atentos los oídos
al grito de dolor de los demás,
y escuchar su llamada de socorro es solidaridad.

Sentir como algo propio el sufrimiento
del hermano de aquí y de el de allá,
hacer propia la angustia de los pobres es solidaridad.

Dejarse transportar por un mensaje
cargado de esperanza, amor y paz,
hasta apretar la mano del hermano, es solidaridad.

Convertirse uno mismo en mensajero
del abrazo sincero y fraternal
que unos pueblos envían a otros pueblos es solidaridad.

Para ello que la Bendición de Dios Todopoderoso...

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WebJCP | Abril 2007