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viernes, 1 de octubre de 2010

FE BARATA: SÓLO REZAR. FE CARA: REZAR Y COMPROMETERSE


XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C
Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Alejandro Solzhenitsyn, enviado a un campo de concentración, fue obligado a trabajar hasta el agotamiento.
Sin descanso y mal alimentado, siempre vigilado e incomunicado creyó que todos le habían olvidado incluso Dios.
Pensó en suicidarse, pero recordaba las enseñanzas de la Biblia y no se atrevía. Decidió escaparse y así serían otros los que lo matarían.
El día de la fuga cuando echó a correr un prisionero que nunca había visto antes se plantó delante de él.
Le miró a los ojos y vio más amor en esos ojos del que jamás había visto en los ojos de otro ser humano.
El extraño prisionero se agachó y con una ramita trazó la señal de la cruz en el suelo de la Rusia comunista.
Cuando vio la cruz supo que Dios no le había olvidado. Supo que Dios estaba con él en el pozo de la desesperación.
Pocos días después Solzhenitsyn estaba en Suiza. Era un hombre libre.
Vio la cruz dibujada en la tierra y supo que Dios no le había olvidado.
Vio la cruz y ésta encendió la fe en su corazón.
Vio la cruz y recordó la fidelidad de Dios, que su amor es eterno.
Nosotros vemos nuestra sociedad cada día más secularizada, más empeñada en apagar la luz de la fe y en ridiculizar la cruz, la religión y a los que aún creen.
Los nuevos ateos son cada día más vociferantes. Publican libros, están presentes en las ondas y, salidos del armario, se arman de valor y predican su increencia a los cuatro puntos cardinales.
El pecado que Israel cometió, nosotros también, fue el del olvido.
El pueblo de Dios olvidó las muchas bendiciones de su Dios y los años de felicidad guiados por él.
Olvidó lo pequeños y los grandes gestos que Dios hizo para liberarlos de sus enemigos.
Olvidó que Dios nunca olvida sus promesas.
Olvidar es vivir en el exilio.
Nosotros vivimos en un exilio dorado, pero sin Dios. Y en este mundo nuevo, obra de los hombres solos, a veces, recordamos al Dios ausente, al Dios que guarda silencio. Lo recordamos porque a pesar de tanto progreso, tanto saber y tanto poder nos topamos con unas barreras infranqueables.
Hay guerras que no acabamos de ganar.
Hay hambres que no queremos aliviar.
Hay odios que no sabemos curar.
Hay injusticias que se agrandan y son más las puertas que se cierran que las que se abren.
¿Será que no tenemos fe?
Los apóstoles pedían a Jesús más fe. ¿Cuál es el trabajo que tenemos que hacer? Creer en Jesucristo.
Ojalá la pidiéramos nosotros también. Ojalá, nosotros, los siervos inútiles, creyéramos en el Señor que nos contrata.
Aunque lo urgente no es más fe.
Lo urgente es practicar la que ya tenemos, experimentarla y dedicarle más tiempo. “El justo vivirá por la fe”.
Practicar la fe es “actuar con justicia, amar con compasión y caminar con humildad ante Dios”.
Para hacer estas cosas, ustedes y yo, tenemos más que suficiente.
A veces nos excusamos mirando al pasado y lo idealizamos.
Antes todo era más sencillo, más tranquilo y aparentemente había más respeto a la religión y las iglesias estaban más llenas.
Todo eso tenía que pasar, era un espejismo.
Lo esencial no era la fe practicada con los pies, las manos, la cartera, el tiempo, la vida de cada día, en el amor a Dios y al prójimo.
Un pasado cristiano pero sin creyentes.
La fe es una relación con Jesús, una identificación con su vida y su mensaje.
“Yo creo en el sol incluso cuando no brilla.
Yo creo en el amor incluso cuando no lo siento.
Yo creo en Dios incluso cuando guarda silencio”. Así rezaba una pared en un sótano de Colonia después de la II guerra mundial.
Pablo recomienda a Timoteo y a todos los creyentes a “avivar el don de Dios” que se nos dio en el bautismo.
Avivar la fe cara del compromiso cristiano es el fin de todas nuestras celebraciones.
No nos reunimos como pueblo de Dios los domingos para cumplir con la ley sino para que el Señor despierte nuestra fe y produzca frutos.

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WebJCP | Abril 2007