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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos:: XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1-32) - Ciclo C
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jueves, 9 de septiembre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos:: XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1-32) - Ciclo C



Monición de entrada

(A)
Cada domingo Dios abre las puertas de su casa e invita a entrar en ella a todos los pródigos del mundo. Al comenzar esta Eucaristía, entremos también nosotros en la casa y en el corazón de Dios.

(B)
Hermanos: hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar nunca: por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, siempre hay salida. Cuando nos encontramos perdidos, una cosa es segura: Dios nos está buscando. Ésta es la buena noticia de Jesús. Dios es alguien que busca precisamente a los perdidos. Las parábolas que hoy nos contará Jesús nos dicen el empeño que Dios tiene por el hombre. Dios se preocupa y busca el bien de cada uno de nosotros.

Con la alegría de sabernos “perseguidos” por el amor de Dios, vamos a dar comienzo a esta celebración, llenos de esperanza y de gozo.

(C)

Decimos muchas veces que cristiano es aquél que, consciente de sus valores y limitaciones, mira siempre hacia adelante con ese deseo de ir cambiando todo lo que entorpece la auténtica vivencia del Amor. Muchos son los problemas, pero también muchos los apoyos, el ánimo y el deseo de personas y grupos que siguen buscando salida, creando alternativas, viviendo con mayor ilusión, con mayor entrega, descubriendo que Dios nos va guiando día a día. Seguro, la primera dificultad somos cada uno de nosotros, que tratamos de vivir instalados en lo fácil y lo aparente; nos hacemos una reducción del mundo a medida e impedimos que los problemas «de los otros» calen en nuestra burbuja.
Pidamos, con la Eucaristía, que sepamos vivir en la presencia del Señor.

(D)

Sabemos que la mayor gloria de Dios consiste en que el pecador se convierta y viva. Es decir, el mayor interés de Dios es nuestra salvación.
A veces hacemos comentarios sobre personas a las que calificamos de “ovejas negras” o gente descarriada. Está muy mal si lo hacemos simplemente por criticar y ponerles verdes. El comentario puede tener sentido si buscamos su crecimiento humano, su conversión. Ayudemos a vivir, sobre todo a quienes están sin esperanza o derrumbados.

Acto Penitencial

(A)

Tú, Señor, sales cada día a la puerta de tu casa para ver si volvemos a ti con un corazón arrepentido.
Porque vivimos alejados de tu voluntad. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque no nos acaba de gustar que tú seas bueno con los pecadores. CRISTO, TEN PIEDAD...
Porque no buscamos a los que se han perdido, y seguimos creando huérfanos y abandonados. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Que tu misericordia, Señor, nos alcance a todos el perdón de nuestros pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

(B)

Al iniciar esta Eucaristía, reconozcamos que somos débiles y pidamos humildemente al Señor su perdón.
Tú, que incansablemente buscas a la oveja extraviada. Señor, ten piedad.
Tú, que nos amas a pesar de nuestros pecados. Cristo, ten piedad.
Tú, que nos aseguras que hay alegría en el cielo por nuestra conversión. Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso, Padre de misericordia, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

(C)

Las actitudes de cerrazón, de autosuficiencia y de orgullo que existen dentro de nosotros nos hacen más costoso el camino. Pidamos perdón al Señor:

Tú, que nos muestras un camino de libertad, de apertura y felicidad. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Tú, que vienes al mundo no para juzgar, sino para salvar a todos. CRISTO, TEN PIEDAD...
Tú, Dios de la bondad, del perdón y de la misericordia. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Oración: Ayúdanos, Señor, en nuestros pasos vacilantes y perdona nuestras limitaciones. Por Jesucristo nuestro Señor.


Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas:

Muchas veces y de muchas maneras, Dios nos ha declarado todo su amor. También lo hace hoy. Dejémonos amar, abriendo nuestros oídos y nuestro corazón a sus palabras.

Monición al Evangelio

Para nosotros, que buscamos justificaciones ante Dios y creemos saber cómo debe actuar Él, estas parábolas ponen de manifiesto que el amor de Dios va más allá de lo que pensamos. Dios obra como quien ama y está preocupado por la suerte de cada persona. Él toma la iniciativa; para Él somos algo valioso, no somos uno más; cada uno de nosotros es único. Esta revelación debería seducirnos a todos y cambiar radicalmente nuestra vida. Acojamos con gozo este mensaje.


Homilías


(A)

No es difícil en la vida terminar con la sensación de estar perdido. Tarde o temprano el desencanto, la frustración, el fracaso, la decepción nos visitan y pueden penetrar hasta el fondo de nuestro corazón.
¿No os habéis fijado cuántos hombres y mujeres, jóvenes o adultos, se sienten perdidos? Perdidos, en su familia, en su profesión, perdidos en sus inversiones, perdidos en las relaciones sociales, perdidos ante la salud, ante la vida que pasa, ante la educación de los hijos, perdidos sin ver el camino. Se sienten como acabados, sin ilusión alguna, Solos.
Pero hay más. Son muchos los que secretamente se sienten roídos por el propio fracaso y pecado. Con la sensación de haber cometido muchas equivocaciones y de haber gastado las mejores energías de la vida al servicio de ideales muy ruines.
Hay momentos en que uno debe ser sincero consigo mismo y entonces “se pregunta si no se ha vivido para nada”. Ante estas experiencias hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar nunca. Es algo que nos recuerdan las dos parábolas del Evangelio de hoy. Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, “siempre hay salida”. Cuando nos encontramos perdidos, una cosa es segura; Dios nos está buscando. Como el Pastor busca la oveja perdida, como la mujer busca la moneda extraviada.
Esta es la buena noticia de Jesús. Dios es alguien que busca precisamente a los perdidos. Como el pastor que corre tras la oveja perdida. Porque Dios es el Dios de los perdidos, de los fracasados, de los “acabados”, de los que ya no encuentran salida en la vida, de los que ya “no tienen solución”.
Por eso, aunque nos parezca paradójico, precisamente, cuando nos vemos más pobres, más perdidos y desvalidos es cuando más cerca puede estar la salvación.
Puede ser el momento de encontrarnos con ese Dios que anda tras las personas perdidas. Quizás lo que necesitamos es más silencio. Sólo en el silencio podremos de nuevo encontrarnos con Dios. Dios nos habla cuando nos encuentra en silencio. Sólo en el silencio podremos llorar nuestra vida y sólo desde el silencio podremos renacer de nuevo y empezar con ilusión.
Y es que “sin silencio nadie puede sentir el alma”. Y hay que reconocer que vivimos en una sociedad que no favorece el silencio. El ruido, la agitación, las prisas nos aturden y lo invaden todo.
Pero, no estamos perdidos. Comenzamos a estar sedientos de silencio. Quizás nunca lo habíamos apreciado tanto, ni hemos estado tan dispuestos a buscarlo.
Pero un creyente no busca el silencio por el silencio. Busca a Dios en el silencio, a ese Dios “amigo de los pecadores”, el único capaz de encender de nuevo nuestra vida, de recrear nuestra existencia, e ilusionarnos en nuestros proyectos.
Todos necesitamos ser perdonados. Y no nos sentimos salvados sino cuando nos sentimos reconciliados, en paz, en lo más íntimo de nuestro ser.
Muy a menudo se nos olvida que Dios no nos ama, no nos busca porque nuestra vida sea recta y santa y esté repleta de buenas obras, sino porque nos siente como sus hijos. No nos ama porque somos buenos nosotros sino porque es bueno El. Porque El es el Dios del Amor.
Este amor y este perdón real de Dios nos liberan de recuerdos que nos humillan y de sentimientos de culpa que nos deprimen. Este amor y este perdón nos hacen crecer de manera sana a pesar de nuestros errores y miserias. Es sano dejarse encontrar por Dios que nos busca porque nos ama tal como somos.
¿Lo has pensado alguna vez? ¿Lo hacemos ahora...?


(B)

La vida disoluta del Prodigo no fue capaz de apagar, en su corazón la llama del cariño a su Padre. No es extraño que en la noche de la soledad, en la lejanía de los
hombres, la luz y el recuerdo del hogar que había abandonado volviera a brillar como una estrella cuyo resplandor nunca se había apagado definitivamente.
Lo de menos es errar, equivocarse, alguna vez en el camino de la propia conciencia. Al fin y al cabo, la brújula de la libertad humana exige estar muy alertas, y es difícil mantener el alma siempre tensa, por ello algunas veces no es extraño que la vida nos sorprenda haciéndonos ver que estamos en un camino equivocado.
Lo importante es que, en la noche de nuestra soledad y de nuestro desconcierto, la estrella de Dios brille, siempre, como una añoranza, como una nostalgia, que nadie ni nada fue capaz de apagar dentro de nosotros. La vocación del hombre lleva consigo la vocación de convertido, porque nuestras limitaciones, nos exigirán con frecuencia, rectificar caminos. Y toda rectificación interior parte, siempre, de una profunda nostalgia de Dios.
La alegría de saberse perdonado es una de las más profundas alegrías.
El hijo pródigo temblaba pensando en la vuelta porque tenía conciencia de su pecado y temía a su padre.
Gracias a Dios salvó una peligrosa tentación: la de dejarse llevar del miedo.
No faltan estadísticas que nos hablan de suicidios de niños por temor a la reacción de los padres ante unas malas calificaciones.
Hay muchas conciencias aplastadas por el miedo a Dios, por sentimientos de culpabilidad.
Montones de personas a las que el miedo agarrota la ilusión para servir a Dios con alegría.
Para todas ellas no hay más que una exclusiva receta que se escribe con mayúscula: Dios es PADRE que ama, espera y perdona siempre.
Por tanto, no hay lugar para el miedo, y sí para la alegría de sentirse perdonado.
Como el niño que ha leído, en el gesto adusto de su padre, su enfado por su mal comportamiento. Gesto que le ha perseguido como un pensamiento negro durante todo el día, hasta el momento en que, antes de dormirse, se le ha acercado su padre para estamparle un beso cariñoso que le ha otorgado, con el beso, el perdón y con el perdón la alegría perdida.
¡Qué dulce amanecer el de la mañana siguiente al recordar, con la escena del beso, el perdón recibido! Para Dios el pecado no es algo que se olvida sino, más bien, algo que ha dejado de existir. Y por tanto, la luminosa esperanza de que todo puede seguir igual que antes.
Concédenos, Señor, las tres gracias que ofreciste al Pródigo:
- La gracia de la soledad para que vea.
- La gracia de la fortaleza para que me decida.
- y la gracia de la perseverancia para que me mantenga en el camino emprendido.

(C)

(Las razones del hijo mayor)
Sinceramente, cuando escuchamos este evangelio, quizá más de una vez hemos pensado que realmente el padre es injusto con su hijo mayor. Y que el hijo mayor tiene razón al quejarse.
Porque él ha hecho todo lo que tenía que hacer, ha trabajado al servicio de la casa, no ha creado ningún conflicto, ha ayudado en todo, buena parte de la riqueza familiar es fruto de su esfuerzo... ¡Y nunca ha recibido ninguna compensación, ningún premio! Y aunque sea verdad lo que dice su padre de que todo lo que hay en la casa puede considerarlo como si fuera suyo, la realidad es que el que decide cómo se gasta el dinero es el padre, y nunca ha tenido el detalle de darle un cabrito para montar una fiesta con sus amigos.
Desde luego, no es nada raro que al hijo mayor, que precisamente volvía del trabajo, cansado de la dura jornada, no le hiciera ninguna gracia encontrarse con aquella fiestecilla en casa.

(Las razones del corazón de Dios)
Sí, quizá todo eso es verdad. Pero hoy en el evangelio, Jesús, al explicarnos esta historia, lo que quiere es que nos demos cuenta, precisamente, de que por muy comprensibles que puedan ser las razones de aquel hijo enfadado, hay algo más importante que las razones. Y ese algo es el corazón.
Jesús nos está explicando, con esta parábola, cómo es el corazón de Dios. Y cómo debería ser también nuestro corazón.
Jesús nos está diciendo que Dios no pasa cuentas, que Dios no hace preguntas, que Dios perdona siempre. Que a Dios, podríamos incluso decir, no le importa que le tomen el pelo. Porque aquel padre del evangelio, que acoge con tanto amor al hijo que se ha ido de casa, ¿qué garantías tiene de que el hijo no volverá a marcharse cualquier otro día, o que le organizará cualquier otro lío? No, no tiene ninguna garantía. Pero lo que sí sabe aquel padre con toda certeza (y lo sabe no por ningún razonamiento ni estrategia sino porque se lo dice el corazón) es que lo único que puede salvar al hijo libertino es su amor, su perdón, su acogida sin condiciones. Quizá no servirá de nada, quizá aquel hijo terminará siendo un desgraciado. Pero si el padre no lo acoge y no le ofrece su amor incondicional, entonces sí es seguro que el hijo se perderá irremisiblemente.
Así es el corazón de Dios. Y así quiere Jesús que sea también nuestro corazón. El hijo mayor quizá tenía razón en sus quejas. Pero en el momento del retorno del hijo perdido, la última palabra tiene que decirla el corazón, un corazón capaz de alegrarse y de acoger sin reservas. El hijo mayor no fue capaz de actuar así. El corazón del hijo mayor no era como el corazón de Dios.

(Un cristianismo misericordioso para nuestro mundo)
Sin duda que una causa importante del éxito del mensaje de Jesús cuando se empezó a predicar por todo el mundo hace dos mil años, fue que mostraba a un Dios lleno de misericordia, y que invitaba a todo el mundo a extender a la vida de cada día y para toda situación esos mismos sentimientos de misericordia, de cariño y amor, de perdón sin condiciones.
En aquellas civilizaciones paganas tan llenas de dureza, en las que la compasión a menudo era considerada un sentimiento propio de gente floja, y en las que se daba culto a la ley del más fuerte, predicar a un Dios que no condena sino que consuela y enjuga las lágrimas fue una gran novedad y, para muchos, una gran alegría. Invitar a todo el mundo a vivir según esos criterios, fue una revolución.
Quizá ahora, en el siglo veintiuno, habrá que volver a decirlo en voz muy alta: que nuestro Dios, el Dios de los cristianos, es el Dios de la ternura, de la misericordia, de la acogida del que se equivoca o fracasa. Porque en esa nuestra civilización, tristemente, podemos ver como por todas partes se cultivan y promocionan las actitudes que invitan a mirar siempre por uno mismo, a buscar siempre lo que a mí me conviene sin preocuparse por los demás... llegando a considerar como algo sin ningún valor, e incluso como algo ridículo, todo lo que sea compasión, perdón, ponerse en la piel del otro, buscar el bien de los débiles y de los que se pierden... En definitiva, que parece que tener corazón, tener un corazón como el de Dios, es una tontería, algo propio de personas que no triunfarán en la vida.
Preguntémonos hoy, cuando nos acerquemos a recibir la Eucaristía, si nuestras actitudes son las actitudes de Jesús, las actitudes de Dios. Preguntémonos con qué ojos miramos a los que no han sido capaces de salir adelante en la vida, a los que están hundidos en el mal, a los que han seguido caminos que llevaban al fracaso... Preguntémonos con qué ojos miramos las debilidades y las miserias que haya nuestro alrededor. Y pidamos ser capaces de amar tan hondamente y con tanto desprendimiento como nuestro Dios.

(D)

Tomás de Aquino decía que «a Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien». Es una frase poco citada y que, sin embargo, constituye una espléndida formulación de lo que es esa palabra, «pecado».
Hoy hemos escuchado un evangelio excepcionalmente largo.
Un comentarista de estas parábolas afirma que constituyen la quintaesencia del evangelio o «el evangelio del evangelio”,
una buena y feliz noticia. Porque Jesús no nos da grandes definiciones sobre quién es Dios, sino que nos lo presenta actuando, en esas parábolas que nos acercan más al misterio de Dios que los conceptos intelectuales.
Después de leer estas parábolas se entiende mejor por qué Jesús llama a Dios con ese nombre sorprendente -tan impresionante que ha sido conservado en la propia lengua de Jesús- Abba, «papaíto», la expresión familiar e infantil usada por los niños al dirigirse a su padre.
Cuando Jesús dice que ha venido a buscar no a los justos sino a los pecadores, en realidad significa que ha venido a buscar a todos, ya que nadie puede presumir de ser justo. Y esta es la experiencia de nuestro pecado personal: esa vivencia interior, que todos debemos tener, si somos honestos y no nos engañamos a nosotros mismos, de que no vivimos como debiéramos, de que no respondemos a las verdaderas exigencias que brotan de nuestro ser, de que estamos muy lejos de llegar al nivel que nos manifiesta el evangelio; de que hemos recibido muchos talentos y no les sacamos partido.
Volvemos a Tomás de Aquino: «A Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien». Dios no es alguien que se enoja por nuestros pecados porque son una desobediencia a sus leyes y normas o violan su santísima y omnipotente voluntad. Dios es el Padre que nos quiere y que se llena de alegría cuando actuamos en nuestro bien y, porque nos quiere, no es indiferente a nuestro propio mal.
Nadie como los padres -y quizá más aún las madres- pueden entenderlo mejor: ante el hijo que se droga o va por malos caminos, lo primero no es la apelación al desagradecimiento o a las normas de conducta violadas... Lo primario es el mal que ese hijo se está haciendo a sí mismo. Así es también, e infinitamente más, Dios. Por eso también, nadie mejor que los padres para comprender la gran alegría del hijo perdido y encontrado, del que estaba muerto y ha vuelto a la vida; sin duda mayor que por los otros hijos que no transitanpor malos caminos.
Así es también Dios, así es el Abba que Jesús nos ha revelado: alguien que siempre nos busca, alguien que siempre nos espera, alguien que dice: «¡Felicitadme, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida!». Cuando nos reconciliamos con Dios, cuando reconocemos ante él el mal uso que hacemos de nuestros talentos, solemos hablar de nuestra paz recuperada. ¿No deberíamos pensar también en la alegría de un Padre que exclama: «¡Felicitadme, porque este hijo estaba perdido y ha sido encontrado!»?
El mismo Tomás de Aquino decía que «no hay que esperar de Dios algo menor que él mismo». Es lo que dice también un texto de J. A. Pagola: “Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, siempre hay salida. Cuando nos encontramos perdidos, una cosa es segura: Dios nos está buscando”. Dios me está buscando: siempre me espera un Dios que es Padre, un Dios del que no debo esperar algo menor que él mismo: su perdón y su amor.
Hoy, menos que nunca, no se trata de teorizar y especular sobre Dios, sino de sentir cómo es Dios, cómo es ese Padre/Madre que Jesús nos ha revelado; de repetirnos desde lo más hondo de nuestro ser, desde esa realidad mezquina que tantas veces nos acompaña en nuestra vida, lo que escribía un autor (Pachi Loídí):

Volver cada día a tu regazo.
Marchar y volver, volver y marchar.
Nuestra vida es un continuo abandono de tu casa
y de tu compañía.
Tomamos la hacienda y nos vamos,
y la malgastamos en mil formas de prostituciones.
Malgastamos el tiempo y la vida,
la inteligencia, las fuerzas, el dinero.
Malgastamos el amor...
y no labramos tus campos,
y no cultivamos la hacienda, tuya y nuestra,
y pasamos hambre.
El hambre nos trae tu recuerdo.
¡Qué vergüenza que sea precisamente el hambre, la soledad,
la falta de dinero para volver a malgastarlo!
Estómago, corazón y cartera...
¡Qué vergüenza que no seas tú!
Pero volvemos y te damos un abrazo apretado.
Y tú estás contento, muy contento,
aunque sepas que volvemos por hambre.
Y pones música.
Y una buena cena,
y la fiesta de la familia,
eucaristía de retornos, abrazos y aleluyas.
¿Mañana nos iremos otra vez?

“Mañana le abriremos, respondía... para lo mismo responder mañana”, decía aquel gran pecador y gran creyente, Lope de Vega.

(E)

Una Señora, había tenido la desgracia de casarse con un hombre irresponsable. Al año y medio se quedó sola porque él se marchó con otra y no dio más la cara. Ni sabe si está vivo o muerto. Pasaron los años y ella encontró un hombre en su camino que la comprendió y la amó. Claro, su situación era religiosamente irregular en la Iglesia. No podía confesarse ni comulgar. Al tiempo, ya mayor, se murió. Y sintió que un ángel que hacía de taxista la recogió y la llevó a la puerta del cielo. Ella se asustó, porque ¿cómo iba a entrar ella en el cielo si toda su vida no había comulgado ni se había confesado? Le habían dicho que ella estaba en pecado. Cuando volvió la cabeza, se dio cuenta de que el taxista desapareció. Asustada, a la puerta del cielo, no sabía que hacer.
No se sentía digna de tocar el timbre, pero tampoco sabía adónde ir. De repente se abrió la puerta y era Jesucristo. Ella lo reconoció y él también a ella. Pasa, María, ¿qué haces ahí fuera tiritando de frío? Entra.

Lo pobre María, asustada, trató de explicarle. Pero, Señor, yo….
Ya sé, ya sé… Tú no comulgabas ni te permitían confesarte. Ya lo sé todo. Entra.
Nada más cruzar el umbral de la puerta, sintió que desde dentro la recibían con un estruendoso aplauso. “¡Señor, no entiendo nada!”.
Claro que no entiendes, pero yo si lo entiendo.
“Es que yo estaba casada irregularmente, y no podía....”

Mira, ¿recuerdas aquella chica sudafricana que, por necesidad económica, se prestó a llevar de Lima a Madrid tres kilos de cocaína y la pescaron en el aeropuerto? Sin juicio alguno, la metieron a la cárcel. No tenía a nadie. Era la gran desconocida de todos. Sólo se sabía que era de Sudáfrica.
¿Y recuerdas cómo tú fuiste la única que vino a verme, a hacerme compañía, a levantar mi espíritu, a darme una palabra de aliento?
¿Y recuerdas a aquella otra chica, chilena, que le sucedió lo mismo?
¿Y recuerdas que tú venías por las tardes a vernos, a alentarnos y a traernos cosas porque allí no teníamos nada?
¿Y recuerdas que cuando salí de la cárcel me quedé en la puerta, con ganas de reingresar de nuevo, porque fuera no tenía a nadie más que la calle? Y tú apareciste allí con tu coche. Y me llevaste a tu casa. Y esa noche y no sé cuantas más pude cenar contigo y dormir en una cama limpia.
¿Y recuerdas todo lo que tuviste que hacer para conseguirme mis nuevos documentos para que pudiera regresar a mi tierra?

Ya sé que no podías comulgar en la Iglesia con los demás. Y tú sabías la razón. Pero luego comulgabas conmigo en la cárcel, cada vez que nos visitabas, y cada vez que nos traías cosas, y cada vez que nos hospedabas en tu casa.

¿Recuerdas a aquel hijo que malgastó toda la fortuna de su padre? También se sentía indigno de regresar a casa. Tenía miedo a que le echaran fuera a patadas y no le abrieran la puerta. Tenía miedo a la reacción que su padre pudiera tener contra él.
Y hasta preparó su sermoncito para ganarse el corazón de su padre.
Y no pudo decírselo, porque los brazos de su padre llegaron a su cuello antes que pudiera decir ni palabra.
Y su padre hizo fiesta. Hizo jarana.
Claro. Tuvo la suerte de que a la puerta estaba su padre. No su hermano.
Porque su hermano era “demasiado bueno” para entender el corazón del padre.
Para entender su regreso.
Y su padre lo sabía. Por eso fue el padre el que, desde el día que se fue, custodió la puerta, para que nadie impidiese su regreso a casa. Los padres nunca pierden la esperanza del regreso a casa.

Hay muchos que creen que ellos están fuera, pero a los que Dios considera dentro.
Hay muchos que las “situaciones irregulares” de sus vidas les impiden comulgar en el sacramento de la Eucaristía, pero sí comulgan a diario con Dios en el amor y la atención a los débiles, a los presos, a los enfermos.

Hay muchos, que nosotros consideramos malos, pero que Dios considera como buenos.
Hay muchos, que nosotros echamos fuera, pero que Dios los mete dentro.
Hay muchos, que nosotros marginamos, pero a los que Dios acoge con cariño.
Hay muchos, que no se creen dignos, pero a los que el mismo Dios les abre la puerta.
Hay muchos, que se sienten excluidos, pero Dios les tiende la mano.
Hay muchos, que creen han perdido toda opción, y el cielo los recibe entre aplausos.

No todo lo que nosotros condenamos, lo condena Dios.
Una mañana durante el Sínodo de Obispos en Roma. En el aula se había hablado con mucha dureza de los problemas de los casados. Y mientras tomaba un café el Cardenal Hume, se acercó otro Obispo que le dice con gran pena: “¡Eminencia, qué mal lo van a pasar los casados cuando lleguen al cielo!” El Cardenal Hume, con aquel humor que le caracterizaba, le respondió sonriéndose: “Monseñor, venga tomemos un café tranquilos. ¿Usted cree que en el cielo van a tener en cuenta todo lo que nosotros hemos hablado aquí esta mañana? Ninguno de nosotros va a ser el portero. Usted sabe muy bien quién es el portero del cielo”.


¿Quién se cree con derecho a decir, quiénes son los que se salvan y los que se condenan?
¿Quién es el que se atreve a decir “nosotros, sí”, pero “los otros, no”?
Para entender el misterio del corazón humano, primero es preciso entender el misterio del corazón de Dios. “Dios no ha enviado a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El.


Oración de los Fieles

(A)

Sabiendo que por nosotros mismos es poco lo que podemos conseguir, pidamos al Señor que nos ayude. Presentamos nuestras necesidades diciendo: ¡Señor, danos tu misericordia!

Para que la Iglesia viva abierta a la Palabra y contribuya con su actuar al perdón y la reconciliación entre los hombres y los pueblos. Oremos.
Para que veamos en lo que Dios nos pide, no unas normas que merman la libertad, sino unas actitudes que favorecen vivir creando fraternidad. Oremos.
Para que hagamos nuestro el mensaje de la conversión, descubriendo todo lo que nos aparta de la entrega a Dios y a los hermanos. Oremos.
Para que no vivamos instalados en nuestras seguridades, sino que estemos siempre abiertos a todo lo noble y positivo que nos trae la vida. Oremos.
Para que nuestra comunidad (parroquial) viva fiada de la presencia del Señor, y lleve a cabo su misión en medio de la sociedad. Oremos.

Oración: Escucha, Señor, nuestra oración confiada y muéstranos tu misericordia. Por Jesucristo.

(B)

Poniendo toda nuestra confianza en el amor de Dios que busca constantemente, le decimos:

SEÑOR, MUÉSTRANOS TU MISERICORDIA

Que la Iglesia sea un espacio de encuentro y de acogida, donde brillen el respeto y servicio a todas las personas, especialmente a los más necesitados. Oremos.
Que la tolerancia no sea una palabra que usamos de vez en cuando sino una actitud de vida que transparente la misericordia de Dios. Oremos.
Que a través del diálogo, de la escucha, aprendamos a descubrir en el otro la presencia de Dios. Oremos.
Que los extraños y los forasteros se encuentren en nuestra comunidad cristiana como en su casa, por la acogida y apoyo. Oremos.

Acoge, Dios del Amor, las necesidades de nuestra vida, y transfórmalas por tu misericordia. Por J. C.N.S.


(C)

Imploremos, hermanos y hermanas, la misericordia de Dios y pidámosle que escuche las oraciones de los que hemos puesto nuestra confianza en él: Respondemos a cada petición: Señor, atiende nuestra súplica.

Para los obispos, los presbíteros y los diáconos: pidamos al Señor una vida santa, tal como corresponde a su ministerio, y el premio abundante de su trabajo, roguemos al Señor.
Para los que gobiernan las naciones y tienen bajo su poder el destino de los pueblos: pidamos el don de la prudencia y el espíritu de justicia, roguemos al Señor.
Para los enfermos e impedidos: pidamos al Señor la fortaleza necesaria a fin de que no se desanimen ante las dificultades, y vivan alegres en la esperanza de los bienes eternos, roguemos al Señor.
Para nosotros mismos y para nuestros familiares, amigos y bienhechores: pidamos al Señor que nos conserve y aumente los bienes que con tanta generosidad nos ha concedido, roguemos al Señor.

Dios nuestro: tú que, gracias a los oraciones de Moisés renunciaste a abandonar al pueblo que se obstinaba en rehusar tu amor, escucha las oraciones del nuevo Moisés, Cristo, Hijo tuyo y sacerdote nuestro, que no deja de interceder por los pecadores; y haz que también nosotros experimentemos aquella alegría que hay entre los ángeles de Dios, por un solo pecador que se convierte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Gesto de ofrenda

Después de un breve silencio, uno dice despacio desde su sitio: Dios perdona y celebra el perdón. ¿Nosotros? Breve silencio. Otro dice:Perdonar produce alegría, ¿lo has experimentado?


Ofrendas

PRESENTACIÓN DE UNA FUENTE HONDA Y VACÍA

(Hace esta ofrenda un adulto de la comunidad)

Señor, yo te ofrezco hoy esta fuente vacía, que no es más que una oquedad y quiere representar la de nuestros corazones. Así, realmente, son para recibir tu gracia y tu perdón. No nos niegues nunca tu abundante misericordia, porque, de lo contrario, no sobreviviríamos.

PRESENTACIÓN DE UN AMBIENTADOR

(Quien hace esta ofrenda debe ambientar con su fragancia el templo)

Señor, por mi parte, yo te traigo este ambientador, con el que quiero simbolizar que el perdón que Tú me has concedido no lo experimento como un lujo personal, sino como la exigencia de perdonar a los demás. No permitas que me haga un egoísta. Ayúdame a saber siempre perdonar a los demás.

PRESENTACIÓN DEL CURSO ESCOLAR

(puede ofrecer un/una niño/a o un/una adolescente de la comunidad que presenta una mochila escolar)

Señor, yo (nosotros) te presento (presentamos) esta MOCHILA que será nuestra compañera de trabajo a lo largo de estos próximos meses y que abarca este curso escolar. Te pedimos, en primer lugar, por todas las personas que se dedican a la enseñanza: bendícelas para que realicen su trabajo con generosidad, dedicación y entrega. Bendice también a nuestros padres y familias que serán nuestro soporte, en todos los aspectos, a lo largo de estos meses. Y ayúdanos a nosotros y nosotras para que aprovechemos, con ilusión, esta enorme oportunidad que se nos brinda, aunque sabemos que en momentos determinados nos va a costar. Gracias, Señor, por el regalo de podernos formar y de prepararnos para el futuro.

Prefacio…

Hoy queremos bendecirte, alabarte y darte gracias, Señor,
por tu gran misericordia hacia los hombres.
Tú hiciste al hombre dueño de su destino
y no estás celoso de nuestra libertad.
Por medio de Moisés sacaste a tu pueblo de Egipto,
para que te sirviera en libertad.
Ni las idolatrías, ni los pecados
y desconfianzas del pueblo peregrinante
hicieron que revocaras tu promesa,
ni que dejaras de ser su Dios.
Tú eres un Dios comprensivo y paciente
con las flaquezas de los hombres.
Tú eres tardo al castigo y pronto al perdón.
Tú eres el Padre que siempre tiene la casa abierta
para los hijos pródigos.
Desde nuestra debilidad y nuestro pecado,
confortados por la seguridad de tu misericordia,
te damos gracias de todo corazón.
Y, junto con los ángeles y los santos,
proclamamos las maravillas de tu amor, diciendo:

Santo, Santo, Santo...


Padre nuestro

Todos somos debilidad y tentación, pero también estamos habitados por Ti. Agradecidos por tu cariño salvador te decimos con Jesús: Padre nuestro...

Oración

Señor: Siempre he entendido de que tu corazón
sufre una enfermedad incurable.
La enfermedad del amor.
Los demás nos aman mientras somos buenos y sobre todo mientras tenemos dinero.
Tú eres el único que nos ama cuando ya todos
han dejado de amarnos.
Cuando todos nos han dado la espalda,
tú nos ofreces tu corazón.
Cuando nadie nos quiere, tú abres tus brazos
y nos estrechas contra tu corazón.
Cuando más indignos nos creemos,
tú nos sientas a tu mesa y haces fiesta.
Concédeme la gracia de no irme nunca de tu casa.
Pero, si algún día cometo esa locura,
hazme sentir que la puerta sigue abierta
y que tú estás esperando. Amén.


Bendición final:

Para Jesús una tarea principal es levantar al que está caído, recuperar al que anda descarriado, encontrar y ayudar a la oveja perdida. Seamos como Él y recordemos lo que decía el Evangelio: Hay mucha alegría en el cielo por un pecador que se convierte...

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo...

(B)

Ayúdanos, Padre, a tener un corazón blando como el tuyo.
Ayúdanos a no volvernos exigentes con nadie,
a pedir perdón por nuestros errores, con humildad,
a sentir con los otros,
a amarles y tratarles como les tratas Tú.
Para ello...

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo..


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WebJCP | Abril 2007