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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y reflexiones para el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1-32) - Ciclo C
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viernes, 10 de septiembre de 2010

Homilías y reflexiones para el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 15, 1-32) - Ciclo C

EL MISTERIOSO CORAZÓN DE DIOS
Publicado por Iglesia que Camina

No entendemos nuestro corazón. ¿Cómo vamos a entender el corazón de Dios? Jesús nos ha querido desvelar un poco ese misterio corriendo las cortinas mediante toda una serie de parábolas. Es posible que no diga mucho; pero, al menos, nos deja un rendijilla por la cual podemos vislumbrarlo un poco. El Capítulo 15 de Lucas nos ayuda a asomarnos un poco ahí dentro. Cada cual podrá entenderlo a su manera.

Lucas define en estas parábolas con varias palabras para nosotros bien significativas: “buscar”, “encontrar”, “esperar”, “abrazar”, “celebrar”. Porque el corazón de Dios es un corazón que no puede “dormir tranquilo” en tanto sus hijos estén fuera de casa. ¿No te ha sucedido algo parecido también a ti? ¿Cuántas noches has dejado de dormir esperando a que llegue el hijo o la hija?

Cuando Dios siente que alguno de sus hijos se ha extraviado, se ha perdido porque se ha salido del rebaño o de la comunidad, no se queda a esperar, sale a buscarlo. Está cansado de caminar todo el día con el rebaño, pero qué le importa el descanso, si el hijo se ha quedado fuera, en el monte, perdido. Se pone en camino y recorre el monte hasta que lo encuentra. Luego, pese a su cansancio, todavía se permite el lujo de echárselo a hombros y traerlo a casa.

Dios no es de los que “espera sentado tomándose una cerveza”. Sale a buscarle, sale a recorrer los caminos. Cuando alguno de nosotros se pierde y se extravía por los caminos de la vida nos convertimos en toda una pesadilla para Dios, sale a buscarnos. ¿Cuántas veces habrá salido a buscarnos a ti y a mí? ¿Cuántas veces nos ha cargado sobre sus hombros para devolvernos a casa?

¿Cuántas fiestas habrá celebrado Dios porque nos ha encontrado o porque hemos regresado a casa? Porque Dios no se queda lamentando lo que pasó, le duele el corazón, pero luego lo celebra, hace fiesta. ¿Cuántas veces has celebrado y hecho fiesta después de una buena confesión en la que te has vuelto a reencontrar contigo mismo y con El? Pues yo estoy bien seguro que Dios ha celebrado y ha hecho fiesta en muchas de tus confesiones. Esa misma fiesta Dios ha deseado que la celebre también la comunidad de creyentes. ¡Qué pena que todavía veamos la confesión como el sacramento de la vergüenza y del individualismo y no hayamos descubierto que las confesiones debieran terminar todas en canto, en fiesta, en celebración! Después de leer estas lindas parábolas aún no logro entender tanta seriedad como signo de encuentro con Dios. Dios es serio, pero con una seriedad que no impide ni la alegría ni la fiesta. ¿Lograremos algún descubrir la Confesión como el Sacramento de la Fiesta?



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¿LA CONFESIÓN EN CRISIS?

Yo no creo que la Confesión esté en crisis, como tampoco creo que la curación del cuerpo esté en crisis. Podrán estar en crisis los médicos, pero no los enfermos que quieren sanarse. Podrán estar en crisis los confesores, pero no los penitentes que desean limpiar y sanar sus almas.

Lo que sí puede estar en crisis es el modo que tenemos de entender la confesión. Es uno de los sacramentos que tal vez necesite de una mayor revisión. Hoy la gente se confiesa. Lo que pasa es que en muchas parroquias faltan confesores, pero eso no es crisis de la confesión. Además, hoy son muchos los que prefieren una confesión cara a cara, más confidencial, más dialogal, en la que el penitente pueda charlar y desahogarse con mayor libertad con el confesor. No les convence esa confesión dual donde habla el penitente diciendo sus pecados y luego habla el confesor dando sus consejos. Hoy la gente prefiere una confesión donde pueda desahogarse con mayor tranquilidad y dialogar más con el confesor.

Habrá quien prefiera seguir con la confesión en esas casitas donde apenas hay comunicación personal, sino el recitado de los pecados y unos consejos más o menos acertados. El enfermo quiere dialogar con el médico. Uno se siente mucho mejor cuando el médico entabla una conversación, un diálogo natural con el médico y no que simplemente le receten medicinas por teléfono o por Internet.

El pecado es una herida que se hunde en el corazón y no basta con el “yo te absuelvo”, sino que se necesita sanar las heridas. Jesús siempre que sanaba a alguien le decía “vete en paz”. No sólo le devolvía la salud sino que también le regalaba la serenidad y tranquilidad del espíritu. Yo no creo que la confesión esté en crisis, sí creo que debiéramos ver una manera mucho más personalizada de confesarnos, donde uno pueda desahogar más su espíritu. La confesión es un sacramento de perdón y de sanación a la vez. El pecado es muy personal y complica a toda la persona. También el perdón tiene que tener ese carácter de sanación espiritual porque siempre quedan ahí heridas secretas que siguen doliendo en el alma.


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TU VIDA NO PUEDE SERME INDIFERENTE

Si Dios vive tan preocupado por tu vida, ¿me sentiré yo indiferente? Creer de verdad es tener los mismos sentimientos que Jesús, es participar en los sentimientos de Dios. El hombre que se ha perdido, se ha extraviado, se ha ido de casa, es alguien que, aunque no lo diga, sufre. Dios no podrá evitarme los sufrimientos que dependen de mi libre decisión o de la decisión de los demás, pero no me dejará solo. Él estará ahí con el hombre y la mujer que sufre.

Es de sobra conocida aquella escena del campo de concentración de Auswitz. Mientras un niño cuelga de la horca, alguien en su impotencia grita: “¿Dónde está Dios?” De pronto, desde otra celda se escucha que alguien responde: “Ahí, colgado de la horca.” Muchos, es claro, hubieran preferido que Dios destruyese la horca y salvase al niño. No destruyó la horca, tampoco salvó de ella al niño, pero Dios quedó colgado en la horca con el niño. Como cuando abrió a la esperanza al buen ladrón, no lo bajó de la Cruz, murió con él en la Cruz.

¿Qué será mejor? ¿Que Jesús destruyese la Cruz o que Él mismo la experimentase y muriese como un crucificado más? Muchos preferirán que destruya las cruces; sin embargo, ¿no es preferible que Dios colgado de la Cruz sea la mayor condena para todos aquellos que se dedican a crucificar a sus hermanos? Dios no evita el dolor y el sufrimiento, pero está en el que sufre y con el que sufre. Tal vez sea uno de los momentos en los que Él está más cerca de sus hijos, por más que nosotros sigamos preguntándonos: “¿Y ahora dónde está Dios?”

Esto, dicho de otra manera, significa que el hermano que sufre no puede serme indiferente. Es posible que no pueda solucionar sus problemas, pero siempre podré estar a su lado, siempre podré hacerle sentir que no está solo, que estamos con él, porque lo peor del sufrimiento es la soledad, el sentir que no importo a nadie.


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¿Y LA FIESTA?

Perdonar los pecados puede resultar fácil, pero diera la impresión de ser como una especie de sentencia en secreto. ¿Dónde está la fiesta?

Cuando el Pastor encuentra a la oveja perdida y llega a casa “reúne a sus amigos, y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme, he encontrado la oveja que se me había perdido”. No termina la cosa con llegar a casa, meterla al rebaño e irse a dormir. “Hay que celebrarlo.” Además añade que habrá alegría y fiesta en el cielo.

Cuando se ha encontrado la moneda perdida, no la mete sin más en el monedero, sino que “reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “Felicitadme.”

A nosotros nos está faltando este sentido de fiesta.
Nos está faltando la alegría compartida con la comunidad de los hermanos.
Nos está faltando el celebrar el perdón y el reencuentro con la comunidad.

Yo no sabría cómo podrá hacerse, creo que habría que escuchar a la misma comunidad y ver cómo lograr convertir en fiesta el perdón de nuestros pecados.

Algunos Movimientos están haciendo algunas experiencias que personalmente no me desagradan. Terminada la confesión de todos, lo celebran con un compartir unos pastelitos, unos bocaditos. Yo no creo que esta celebración quite nada de seriedad al Sacramento. Al contrario, le devuelve una de sus características que es lo festivo. “Habrá alegría en el cielo.” Hubo fiesta en el regreso del Hijo Pródigo. Alguno no lo entendió y no lo entendió porque no entendió el corazón y la alegría del Padre. Entendía muy bien el cumplir con la ley, pero no entendía la alegría del perdón y del amor y del regreso. “Lo habíamos perdido y lo hemos encontrado.”

Para ello, tal vez, necesitemos recuperar la celebración comunitaria.





CONFIANZA EN DIOS

“Yo he sentido, Señor, tu voz amante,
en el misterio de las noches bellas
y en el suave temblor de las estrellas
la armonía gocé de tu semblante.

No me llegó tu acento amenazante
entre el fragor de trueno y de centellas,
¡al ánima llamaron tus querellas
Como el tenue vagido de un infante!

¿Por qué no obedecí cuando le oída?
¿Quién me hizo abandonar tu franca vía
y hundirme en las tinieblas del vacío?

Haz, mi dulce Señor, que en la serena
Noche vuelva a escuchar tu cantilena;
¡ya no seré cobarde, Padre mío!

(Dios en la poesía actual, BAC 1976)

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WebJCP | Abril 2007