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viernes, 17 de septiembre de 2010

LA HOMILIA MÁS JOVEN: ASTUCIA

XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 1-13) - Ciclo C
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Cuando se lee la parábola del evangelio de este domingo, se siente, a primera vista, desconcertado. Parece que se elogia el engaño, pues, aparentemente, se alaba el proceder del mayordomo infiel. Ocurre aquí, como en tantos otros lugares, que desconocemos los usos y costumbres de aquel tiempo y los criterios que sus gentes tenían.
No os alarméis, mis queridos jóvenes lectores, os contaré lo mismo, creo yo, de otra manera, tratando de utilizar imágenes actuales, pero queriendo ser fiel a las enseñanzas del Señor.

2.- Estoy seguro de que ninguno de vosotros tenéis mayordomo. Seguramente que ni siquiera sabéis en qué consiste este oficio. Os suena, a lo más, a alguna película de época, que hayáis podido ver en alguna ocasión. En tiempos de Jesús, se trataba de una persona en quien el padre y empresario agrícola, confiaba el trámite de los pequeños negocios de su finca. Tal vez en vuestra familia hay vehículos, un utilitario, una furgoneta para el pequeño transporte y quizá, una de vuestros más apreciados tesoros, una mountain-bike (veo que el Google le reserva 24 millones de archivos a esta bici). Hay de todo eso y mucho más, pero no mayordomo. Así cambian los tiempos.

Conviene que sepáis, que el protagonista de mi narración, es un hombre aposentado, de clase alta, que tiene concertadas la solución de sus dificultades, llámesele seguros, contribuciones, impuestos de de circulación, etc., con una entidad que le cobran por sus servicios. Este individuo, nunca se había entretenido en calcular los gastos que suponían para su bolsillo, las gestiones.

Hablando con gente de su gremio, se enteró de que la gestoría que tenía contratada, se aprovechaba en demasía de su labor, abusando de la confianza que en ella tenía depositada, sin que nunca se le hubiera ocurrido desconfiar. Telefoneó al director de la oficina, comunicándole que pensaba prescindir de sus servicios y que había encargado una auditoría a su misma empresa, que estudiaría también si había sido correcta las gestiones que le había encomendado hasta entonces y proporcionado el importe que le había cobrado. Aquella agencia vio que se le venía abajo su negocio, que tendría que cerrar el despacho, puesto que no podría hacer frente a los gastos y carecería de la liquidez suficiente para continuar, y hasta podría acabar en los tribunales…

3.- De inmediato pensó en preparar su retirada. Telefoneó a un cliente y negoció cambios de órdenes de pago a su favor, que perjudicaban al demandante. Se puso de acuerdo con el director de un banco, organizó un chanchullo con entidades públicas, que le procurarían simpatías de los funcionarios, muy útiles para su incierto futuro… Preparó bien su retirada, sí, la preparó, obrando fraudulentamente.

Nuestro protagonista, el amo, se enteró del zafarrancho que estaba organizando para escaparse del mal trago y se admiró de la astucia del gestor administrativo. Incluso lo comentó con su familia, sin por ello darle la razón. Esta podría ser una historia real, semejante a la narrada en el texto sagrado. Podremos sacar de ella algunas enseñanzas.

En primer lugar, recordar que la astucia es una virtud, en el pueblo judío de entonces, muy valorada y admirada. La sagacidad es utilizada con frecuencia, para fines arteros por maliciosos y, entre gente de bien, olvidada en cambio, sin sacar provecho de muchos de sus desvelos. Os pongo un ejemplo. Todos sabemos que hombres astutos se valen de sus malas artes para sacar buena tajada. De cuando en cuando, los noticiarios nos dan cuenta de negociantes que se enriquecieron, valiéndose del lugar que ocupaban y engañando a costa de los que confiaban en ellos. Generalmente se trata del delito de abuso de confianza. Tal proceder es malo, pero, con sinceridad hay que reconocer, y lamentándolo, que mucha gente de bien, es poco espabilada en sus buenos proyectos. Observamos, por ejemplo que pueblos de amplia mayoría católica, se dejan dominar por políticos de signo anticristiano. Los unos no han sabido llevar a cabo con éxito las campañas, por mucha razón que tuvieran sus programas electorales. Los otros, de signo sectario y dictatorial, pero preparados para manipular a las masas con estrategias electorales democráticas, vencen en los comicios. Nadie se explica esta y otras paradojas. Corrijo, el Señor ya nos lo dice: los hijos de este mundo, son más sagaces con los de su clase, que los hijos de la luz.

4.- Pero no os confiéis a los que sisan. Hoy engañan en lo poco, mañana sin duda, su fraude será grande. Dad tiempo al tiempo. Quien enriquece trapicheando, a la larga será ladrón de guante blanco. Denunciado, deberá cumplir sentencia condenatoria por su delito

¿Qué hacer con nuestro dinero? El nuestro, el de los del Primer Mundo, que nos llega teñido de injusticia, fruto de explotaciones de pueblos desafortunados o de chiquillos hambrientos. ¿La única solución será largarse con lo puesto a un islote de la Polinesia? El dinero, decía León Bloy, es la sangre del pobre, ¿Qué debemos hacer con él? De lo que no nos es preciso para subsistir, hagámonos amigos, es decir, ayudemos a los pobres. Cuando se acabe nuestra vida, estos indigentes a los que hemos asistido, serán los que nos abran las puertas del Reino de los Cielos.

5.- Si queréis progresar cristianamente, mis queridos jóvenes lectores, no os olvidéis de dar limosna, contribuyendo en campañas de ONGs que acuden en auxilio de grandes catástrofes, regalando a quien de nadie recibe y vive en la indigencia, prestando sin esperar que os lo devuelvan a los que como consecuencia de las crisis, han caído en la pobreza, no pueden pagar los estudios de sus hijos o ni siquiera comer con dignidad…

La limosna, junto con el ayuno y la oración, son los cables que sostienen firmemente, frente a los adversarios y al egoísmo, que se ceba en nuestro interior.

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WebJCP | Abril 2007