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MISIONEROS EN CAMINO: XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 1-13) - Ciclo C: Un sólo Señor
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viernes, 17 de septiembre de 2010

XXV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 1-13) - Ciclo C: Un sólo Señor


Por naturaleza, todos queremos sentirnos seguros. Por eso, el negocio de aseguradoras es tan lucrativo. Hoy hay seguros para todo: seguro para los ojos, para las manos, para las piernas… Seguro contra accidentes, contra incendio, contra terremoto, contra robo, en fin… Seguros para el carro, para la casa, para los cultivos, para la fábrica, para lo que usted quiera, hasta para las mascotas.
Hoy queremos tenerlo todo asegurado. El ancestral miedo a la indigencia nos hace buscar seguridades. Y en parte eso es necesario porque necesitamos ser, como dijo Jesús, “prudentes como serpientes…” (Mt 10,16). La irresponsabilidad con la que mucha gente ha manejado su vida, la ha condenado a engrosar los cinturones de miseria. Muchos han tenido que pasar su vejez recostados en la casa de algún familiar, en un ancianato de caridad, o en la calle a merced de lo que le den los transeúntes, simplemente, porque malgastaron su vida. Es triste ver cómo mucha gente malogra su vida. “Cada cual labra su propio destino”, decía Cervantes.
Una persona relativamente cuerda busca procurarse una vida saludable, holgada y placentera. Y tal como está organizada nuestra sociedad, lo que garantiza esas seguridades que tanto anhelamos es el dinero, hay que reconocerlo. El problema no es que queramos asegurar nuestra vida y vivir bueno, y que para lograr esto queramos tener una economía sólida. El problema surge cuando convertimos el dinero en un dios y, en vez de tenerlo a él nos tiene a nosotros. Entonces nos convertimos en sus esclavos y en adelante tendremos que vivir siempre a su servicio. Cuando permitimos que el dinero se convierta en dueño de nuestra vida, tenemos que sacrificarlo todo, hasta la vida misma, para dar culto a este poderoso dios. Cuando permitimos que el dinero domine nuestra vida, todo lo medimos por ese rasero: las personas, los animales, las cosas, las instituciones, todo, lo valoramos en la medida en que nos produzca dinero. Así nos convertimos en explotadores y desechamos todo aquello que no produzca dinero.
Esa fue la denuncia de Amós (Am 8,4-7 – 1ra lect.). El profeta denunció cómo los terratenientes y comerciantes sacrificaban a los pobres para engrosar cada vez más sus arcas. La riqueza de los terratenientes y comerciantes representaba la miseria para los pobres.
El sistema que domina nuestro mundo genera cada vez más riqueza para los poderosos y miseria para los débiles. Ahora, con la gran explosión del gigante asiático, ¿Nos hemos preguntado qué hay detrás de los productos chinos? ¿Por qué son tan baratos? ¿Sabemos cómo tratan los obreros de las fábricas chinas, con jornadas de 16 o más horas de trabajo al día? ¿Sabemos que muchas fábricas parecen campos de concentración, donde los obreros viven prácticamente como esclavos de un inversionista extranjero o nacional? Mueren 120 mineros sepultados en una mina de carbón y son rápidamente reemplazados por otros obreros: hay miles haciendo fila. Un país pobre, con 1300 millones de habitantes, ofrece muchas garantías para los inversionistas adoradores del poderoso caballero: Don dinero.
¿Nos hemos preguntado qué hay detrás de cada producto que compramos en los supermercados? ¿Sabíamos que a muchos campesinos que cultivan las naranjas, las papayas, las guayabas y otros productos que nos gustan, les prohíben tomarlos de los árboles y comerlos? ¿Sabíamos que muchos pequeños propietarios de tierras se ven obligados a vender sus cosechas a precios insultantes, para que luego los compremos cinco o más veces más caros en las alacenas de los supermercados?
¿Nos hemos preguntado qué hay detrás del buen tiempo por el que pasan los bancos y corporaciones financieras en muchos de nuestros países? Hay personas que sacaron créditos por 50.000 dólares, han pagado 40.000 y deben 60.000. Muchas familias han perdido sus casas por cuenta del sistema. El precio de la sonrisa de los banqueros es la miseria de muchos pobres que hoy han quedado sin casa porque estos miserables traficantes, vendedores de ilusiones, se la quitaron. La última crisis económica mundial fue creada por los banqueros, pero todos los contribuyentes la estamos rescatando. Todo en medio de la más completa impunidad porque la explotación está legítimamente organizada.
En aquel tiempo, el profeta Amós, con los medios que tenía, denunció esa situación: “El Señor, que es la gloria de Israel, lo jura: Jamás olvidaré todo lo que han hecho”. (Am 8,7 – 1ra lect.). ¿Nosotros hemos sido indiferentes o hemos olvidado de esa realidad? ¿Qué podríamos hacer como bautizados?
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Por haberse comportado irresponsablemente, el administrador del que nos habla el Evangelio de hoy había sido depuesto por su jefe. Pero antes de salir de su trabajo este hombre astuto, hizo una buena jugada. Realizó una gran inversión, no en términos bursátiles sino en términos humanos y evangélicos. Según los historiadores de la Palestina del siglo I, los administradores no devengaban sueldo sino que recibían comisiones por lo que cobraban. Por tal motivo muchos ponían intereses desorbitados a los acreedores para procurarse una buena ganancia. Con su manera de proceder, este administrador astuto no lesionaba los intereses de su jefe, sino que renunciaba a la comisión y así ganaba amigos para el futuro que no pintaba muy claro.
Para garantizar el futuro no sólo hay que pensar en términos económicos, sino en términos humanos y evangélicos. Normalmente, medimos el éxito en términos financieros. Pero los bienes no garantizan la felicidad. “Eviten con gran cuidado todo tipo de codicia, porque la vida no está garantizada por los bienes, por abundantes que éstos sean” (Lc 12,15). He conocido personas, hombres y mujeres, muy exitosas financieramente, pero fracasadas como padres, como amigos, como amantes, como seres humanos. Personas incapaces de sonreír, de gastar el tiempo con sus hijos, de compartir un momento de su vida con los demás. Incapaces de perder un poco para ganar mucho.
Este evangelio invita a comportarnos no como señores del mundo y esclavos del dinero, sino como buenos administradores. Este evangelio invita a tener como único Señor a Dios Padre de nuestro hermano Jesucristo, el único absoluto que no es absolutista. El único Señor que no esclaviza sino que libera, y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tim 2,4 – 2da lect.).
Este evangelio invita a tomar conciencia de que todo lo que tenemos es prestado y algún día debemos devolverlo; hasta el último soplo de vida. Con el pasar de los años, la salud, las posesiones, el poder, la fama, el dinero, la vida misma se irán esfumando. Poco a poco tendremos que dejar todo lo acumulado y nos quedaremos con lo que hayamos entregado generosamente.
Nuestra vida no debe estar centrada en el dinero. En sufrir porque no tenemos el dinero suficiente para vivir dignamente. En sufrir y desgastarnos más de la cuenta con el fin de ganar el dinero requerido para el consumo que exige el estatus social, o en sufrir para cuidar el dinero que ya tenemos y hacerlo producir más. Hay personas que se la pasan todo el tiempo quejándose por lo que no tienen y olvidan disfrutar de las cosas bellas que tienen. Sin embargo, hay también quienes con todo el dinero no son felices. ¿Cuántos ricos darían todo su dinero por volver a ser jóvenes? ¿Cuántos darían otro tanto para tener quien se interese por ellos? Tampoco podemos desconocer que, tal como está organizada nuestra sociedad, el dinero es una necesidad. Es necesario ser responsables con nosotros mismos, con nuestras familias y comunidades, de manera que podamos tener una economía sólida, sin que el dinero sea el centro de nuestra vida. Con la ayuda de Dios y nuestro trabajo bien realizado tendremos el dinero y todo lo necesario para vivir bien, sin caer en la tentación de acumular y acumular, y poner ahí nuestra seguridad. “Todo enriquecimiento es ilícito”, leí en un grafiti, mientras caminaba por una calle de Bogotá.
En la vida diaria podemos constatar que los pobres son más generosos que los ricos. En el 2001, la entidad Independent Sector[1] indicó que los hogares de Estados Unidos que ganan menos de 25.000 dólares anuales les destinan en promedio a donaciones de caridad el 4.2 por ciento de sus ingresos, entre tanto, los hogares que reciben tres veces más apenas dan un 2.7 por ciento. Un informe del Centro de Filantropía de Universidad de Indiana reveló en el 2007 que sólo una pequeña cuota de donaciones de los ricos se destinan a los más necesitados. Los millonarios prefieren donar dinero a causas culturales y universidades, lo que “enaltece la imagen del donante entre sus pares”.
Un reciente trabajo de Paul K. Piff, de la Universidad de Berkeley afirma que las personas de bajos ingresos son más generosas, caritativas, confiables y solícitas que las de más altos ingresos. Piff parte de estudios sicológicos según los cuales la generosidad depende de la identificación y empatía con los menesterosos. Los mismos sujetos que son desprendidos en condiciones de escasez “se vuelven menos altruistas cuando se imaginan más ricos”. El estudio concluye, entre otras cosas, que en la medida que crece el abismo entre ricos y pobres en una sociedad se agranda el denominado Déficit de Compasión (recordemos que la compasión fue el motor de toda la vida y la enseñanza de Jesús y debe ser también el de sus seguidores). Es decir, que la tendencia a la insolidaridad crece por arriba en proporción directa a la separación de clases. Como consecuencia perversa, se hace cada vez más difícil achicar la injusticia. La gran brecha entre ricos y pobres que crece cada vez más en el mundo, especialmente en nuestros países latinoamericanos produce un efecto psicosocial nefasto: hace crecer el índice de egoísmo. Hay personas que importan la comida para sus mascotas de Japón, Europa o Estados Unidos y les gastan hasta costosas cirugías plásticas, pero son incapaces de ser justos con sus empleados y regatean 10 centavos por unos plátanos maduros al vendedor de frutas.
Estanislao Zuleta (Colombia; la alegría de pensar, U. Autónoma de Colombia, 2004) decía que la injusticia económica generaba también la injusticia política. “La desigualdad económica no es nunca una simple diferencia cuantitativa de bienes y posibilidades, sino que se concreta siempre en relaciones de dependencia y dominación de unos sobre otros… La igualdad de derechos puede ocultar la más grotesca desigualdad de posibilidades concretas y la lucha por la libertad no es consecuente consigo misma si no es al mismo tiempo una lucha por las condiciones económicas y culturales que permitan el ejercicio de la libertad para todos”. Para Daniel Samper una sociedad con las escandalosas desigualdades de la nuestra no sólo padece el cáncer económico, sino una peligrosa atomización social, que acabará por convertirla en una caricatura de democracia.
Con nuestro trabajo y la ayuda de Dios tendremos los recursos necesarios para vivir tranquilos. Necesitamos dedicar parte de nuestros recursos: dinero, tiempo, esfuerzo, etc., en educarnos, en leer, en ser críticos, en conocer la realidad y en conocernos a nosotros mismos por dentro. Sin creernos mesías, necesitamos comprometernos con el desarrollo integral de nuestra sociedad. Necesitamos hacer disminuir el índice de egoísmo y hacer subir nuestra compasión. Necesitamos tomar una decisión contundente: nuestra vida debe estar centrada, como la de Jesús, en el Reino de Dios y su justicia.
La persona que, como Jesús, tiene al Reino de Dios como el centro de su existencia, asume la vida con alegría y esperanza, y obra en todo con absoluta transparencia. El verdadero discípulo de Jesús administra bien todo lo que tiene: talentos, posesiones, dinero, amor, alegría, conocimiento, sabiduría, ¡todo! Comprende que no es posible servir a Dios y al dinero. Por eso opta decididamente por Dios y no acepta ningún otro dios. Trabaja para procurarse una vida tranquila, pero comprende que su felicidad no depende de los bienes, sino del amor de Dios manifestado en las relaciones justas y fraternas con el prójimo.
La persona que, como Jesús, tiene al Reino de Dios como centro de su vida, ora con fe y trabaja con esperanza para hacer posible que los seres humanos nos liberemos de todo tipo de esclavitud y alcemos las manos puras, libres de iras y de disensiones (1Tim 2,8 – 1ra lect.).


Oración
Padre y Madre Dios, te damos gracias por todas las cosas bellas que compartimos a diario. Por el aire que respiramos, el agua que consumimos, por las personas que amamos y nos aman. Por el trabajo, el descanso, los espacios para la oración y reflexión. Por tu Palabra que nos interpela, nos cuestiona, nos anima y nos llena de esperanza. Por la vida que tenemos entre manos en medio de amenazas, pero también con tantas posibilidades para hacerla cada día más bella, digna y feliz.
Te damos gracias porque hoy abres nuestros ojos ante la necesidad real del recurso económico, así como ante el peligro que él encarna. Ayúdanos a mantenernos siempre libres para vivir a plenitud como auténticos seres humanos. No permitas que caigamos en la tentación de la injusticia, el egoísmo, la insolidaridad. No permitas que caigamos en el pesimismo, en la pereza, en la mediocridad, en la desesperanza; en pensar que hemos nacido para ser pobres, miserables e infelices. No permitas que caigamos en la tentación de acumular miserablemente una fortuna que represente miseria para los demás. No permitas que caigamos en un consumismo banal que genere desequilibrio para nuestra vida. Ayúdanos a ser equilibrados en el trabajo, en el consumo, en el ahorro, en el descanso, en el compartir con los más necesitados.
Inunda nuestros corazones de energía y de ganas de vivir. Danos la sabiduría descubrir las oportunidades que nos ofrece la vida, aún en medio de las más duras amenazas y dificultades. Te abrimos todo nuestro ser para que nos llenes de tu amor y vivamos felices, llenos de alegría, de generosidad, de compasión y de ganas servir. Amén.


[1] Los datos de estudios de Estados Unidos y la referencia de Estanislao Zuleta son tomados de: Samper, Daniel. Los pobres son más generosos. Diario El Tiempo. Domingo 20 de Agosto de 2010. 23p.

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WebJCP | Abril 2007