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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y reflexiones para el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 19-31) - Ciclo C
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jueves, 23 de septiembre de 2010

Homilías y reflexiones para el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 16, 19-31) - Ciclo C



Monición de entrada

(A)
También hoy la Palabra de Dios nos lanza un mensaje lleno de vida y compromiso: hay cosas que nos ciegan, nos vuelven insensibles, que “abren un abismo inmenso”, como nos habla el evangelio de hoy, refiriéndose al pobre Lázaro y al rico Epulón de la parábola. La falta de sensibilidad, el no saber ver, el no estar cerca: éste es el reproche que se le hará al rico del evangelio. No se habla de grandes injusticias, de explotación, de masacres… No. Sólo de no ver, no sentir y, como consecuencia, de NO SER SOLIDARIO. He aquí su pecado.
Está claro que hay cosas que nos hacen insensibles a realidades concretas; así, por ejemplo, las riquezas. El hombre hace de ellas fácilmente su Dios y, entonces, se nubla Dios, y el corazón se llena de egoísmo. El siguiente paso es la insolidaridad que es lo que de forma tajante y explícita rechaza el mensaje de este domingo.
La invitación no será sólo a no caer en las redes de la indiferencia y de la insolidaridad, sino caminar en la creación de una CIVILIZACIÓN del AMOR y de la SOLIDARIDAD.


(B)
Bienvenidos, hermanos.
Una vez más compartimos la celebración de la fe, dispuestos a seguir a Jesús cada semana.
Es probable que el mensaje de hoy nos vuelva a parecer exigente, sobre todo si tenemos el corazón tibio. Escuchábamos el domingo pasado: “No podéis servir a dos señores; no podéis servir a Dios y al dinero”. Hoy, mediante una parábola, Jesús hablará de los dos extremos de la vida: de lo justo y lo injusto, de lo humano e inhumano. La celebración tiene sentido si enlaza con la vida.

(C)
En una sociedad donde las prisas lo invaden todo, y donde lo gratuito ha dejado de ser algo presente en la vida de las personas, es preciso que nos detengamos y saboreemos el Amor de Dios, que llega a toda persona que se esfuerza en vivirlo y compartirlo. Ese es el único precio: La actitud de respuesta, ya que la iniciativa siempre es de Dios. Que la Eucaristía no es un consuelo fácil, ni sólo de cuando estamos necesitados de «un servicio religioso»: que la fe, y su celebración, ha de ser un grito contra la injusticia, una forma deproclamar la fraternidad y la esperanza.
Con el deseo de crecer en limpieza de corazón, comenzamos esta fiesta de la hermandad.

(D)
Dos hombres están muy cercanos, próximos, prójimos.
Uno, rico muy rico: Epulón. Le sobra todo y abusa de todo y de todos.
El otro, pobre muy pobre: Le falta todo, necesita todo y no se lo dan. Sólo le consuelan unos animales, unos perros.
La muerte provoca un cambio radical en la situación de ambos. El pobre pasa a la felicidad plena, y allí es consolado. El rico es desgraciado y sufre todas las calamidades.
Se han invertido los papeles. El rico pide que al menos se avise a sus hermanos de lo que les puede ocurrir, para que no caigan como él en desgracia.
Jesús nos ha dejado hace dos mil años su Mensaje y el Ejemplo de su vida, ayudando a todos y compartiendo con todos.
En esta Celebración de hoy, vamos a reflexionar sobre este Tema.



Pedimos perdón

(A)

No puede haber sitio para la tristeza cuando celebramos el Amor entregado y desbordante del Padre. Pidámosle su gracia y perdón:

Tú, que muestras la grandeza de la vida en el servicio desinteresado a los más necesitados. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Tú, que socorres y animas la fe y la esperanza de cuantas personas confían en ti. CRISTO, TEN PIEDAD...
Tú, que eres el origen de todo lo noble que hay en la vida de las personas y en el mundo. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Oración: Acoge en tu gran bondad, Señor, todas nuestras limitaciones y nunca nos escondas tu rostro. Por Jesucristo nuestro Señor.

(B)

Tú que gastaste la vida al servicio de todos. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Tú que socorres y animas a cuantos confían en Ti. CRISTO TEN PIEDAD...
Tú que nos llenas de fortaleza. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Nosotros estamos aún a tiempo. Al comenzar esta Celebración vamos a olvidar diferencias, vamos a pedir perdón y vamos a intentar ayudar a los demás. Siempre hay alguien más necesitado que nosotros.

Vivimos juntos, compartimos la vecindad, incluso habitamos en la misma casa, y muchas veces no nos enteramos de las necesidades de los demás. SEÑOR, TEN PIEDAD...
A veces, aunque conocemos las necesidades de los demás, no nos preocupan, ni ponemos nuestro granito de arena para solucionarlas. CRISTO, TEN PIEDAD...
Muchas veces nos quejamos y protestamos, pero no ayudamos ni colaboramos para que la sociedad y la convivencia sean mas justas y en paz. SEÑOR, TEN PIEDAD...


Escuchamos la Palabra


Monición a las lecturas

El profeta Amós denuncia la vida de aquellos que se han enriquecido de un modo injusto, a costa de la miseria y el abandono de los demás. Se describe el lujo en que se han instalado y que hace que vivan cerrados a los necesitados. A ellos se les dirige una condena, pues Dios siempre mira el dolor de los suyos, de los que más sufren.

Lectura del profeta Amós.

Esto dice el Señor todopoderoso: ¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo y canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José.
Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

Palabra de Dios

Salmo responsorial:
Alaba alma mía al Señor (Salmo 145)

+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contesto: -Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez males; por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió: -Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice: -Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó: -No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

Palabra del Señor



Evangelio dialogado (Niños)
El cielo se gana en la tierra compartiendo y ayudando a los necesitados. (Lc 16,19-31)

Narrador: Cierto día que Jesús estaba rodeado de gente les contó esta historia:
Había en una ciudad un hombre muy rico que se llamaba Epulón. Se vestía con buenos trajes y organizaba grandes banquetes. También había en aquella ciudad un pobre, llamado Lázaro, que solía sentarse a la puerta del rico para pedir las sobras de las comidas del rico. Y a veces, los perros se acercaban a él para lamerle las heridas que tenía en los pies.
Cuando el pobre murió, los ángeles le llevaron al cielo. Cuando murió el rico fue enviado al castigo del infierno.
Un día el rico estando atormentado por los castigos, levantó los ojos hacia el cielo y al ver al Señor y a Lázaro que estaba junto a El, gritó:
Epulón: - Señor, ten compasión de mí! ¡Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua pues me estoy abrasando de calor!
Jesús: - Amigo, recuerda que durante tu vida en la tierra tuviste muchos bienes, y que Lázaro sólo tuvo males y tú no le ayudaste. Por eso, Lázaro ahora goza, y a ti te toca sufrir por no haber querido escuchar lo que decían los profetas sobre el amor y la misericordia; por no haber querido convertirte.

Palabra del Señor


Homilías

(A)

Ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males.
Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado
En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, Jesús resaltaba la insolidaridad y las desigualdades escandalosas entre los seres humanos. Seguramente Jesús, a través de sus viajes por los pueblos de Israel, había visto a gentes que vivían muy bien y derrochaban, mientras otras muchas personas pasaban mil penalidades y hubieran deseado las migajas de los derroches de los ricos. Nosotros también conocemos situaciones en las que se sigue dando la misma desigualdad escandalosa y la misma insolidaridad entre personas, entre regiones y entre países. Detrás de cada epulón que derrocha frenéticamente hay muchos pobres que rebuscan angustiados las migajas.
Nosotros sabemos que Jesús tenía buen corazón y le dolían mucho las desigualdades y los desprecios hacia los pobres. Con estos datos de la vida en Israel, Jesús construyó una parábola en la que hablaba de un rico que banqueteaba espléndidamente y vestía de púrpura y lino, mientras en su portal había un mendigo cubierto de llagas deseando saciarse con lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. El rico epulón es el prototipo de la gente que tiene de todo y derrocha escandalosamente sin pensar en los pobres.
Recordemos que a esa gente satisfecha e insolidaria también la criticaba en su tiempo el profeta Amós en la primera lectura. Dice de ellos que se acostaban en camas de marfil, que comían y bebían exquisitos manjares, que se entretenían canturreando al son del arpa, que utilizaban los mejores perfumes y que inventaban nuevos instrumentos musicales, pero no se dolían de los desastres de su pueblo. Parece que no se enteraban ni se compadecían de los pobres. Vivían muy entretenidos en sus vanidades de gentes satisfechas sin caer en la cuenta de la angustia de los pobres. El profeta Amós les anuncia entonces un castigo: irán los primeros al destierro y se acabará la orgía de los disolutos. Se ve que al profeta Amós también le molestaba mucho la insensibilidad de la gente satisfecha.
Jesús, en la parábola, también habla de los tormentos con que Dios castiga al rico epulón. Jesús no se entretiene en decir de él que fuera mala persona o que hubiera robado. Su pecado horrible, por el que fue llevado al infierno, es que no tuvo compasión ni sensibilidad hacia el sufrimiento del pobre que tenía en su puerta. Todo esto es sólo una parábola, pero con ella Jesús quiere enseñarnos muchas cosas. Como si quisiera avisarnos: ¡cuidado con ser gentes de corazón duro que no os compadecéis de los que sufren! ¡Cuidado con no enteraros, con cerrar los ojos a los pobres, con encerraros en vuestra isla de bienestar, sin pensar en nadie más! ¡Cuidado con que os preocupen más vuestros caprichos que las angustias y las necesidades de los que sufren! ¡Cuidado con no hacer caso a la Palabra de Dios, que os llama a ser solidarios, porque ya no cambiaréis vuestra vida ni aunque resucite un muerto! ¡Cuidado con que vuestra vida cómoda no se convierta en un insulto o en un desprecio hacia los más pobres y los que más sufren!
Por ser seguidores de Jesús habremos de tener una sensibilidad muy especial que nos hace ponernos en la piel de los que sufren. La lista de los pobres que nos encontraremos en la vida es inmensa. Sólo tenemos que abrir los ojos para verlos y abrir el corazón para acogerlos como hermanos. Los cristianos no podemos vivir de espaldas a los sufrimientos de los pobres de Dios. Sabemos que son hermanos nuestros y que el Señor los quiere y los defiende. Son sus preferidos. Así nos lo enseñó Jesús y esta lección no se nos puede olvidar nunca.

(B)

“..... banqueteaba espléndidamente”
“..... echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de comer lo que tiraban de la mesa del rico”.
“Y hasta los perros se acercaban a lamerla las llagas”. Está mal abusar de los demás.

Está mal aprovecharse de los demás.
Está mal explotar al pobre.
Pero, peor es la indiferencia ante del dolor y el sufrimiento de los otros.
Porque, la indiferencia:
No hace nada.
Sencillamente ignora al resto.
Sencillamente los demás no existen para uno.
Es la manera más expresiva de demostrar la poca importancia que tienen los demás.

Los demás no existen para él.
Los demás no son nada.

Un simple portal separa a los hombres.
Fuera la necesidad y el hambre.
Dentro el bienestar y el banquetear espléndidamente.
Dentro las migajas que caen de la mesa.
Fuera el estómago vacío.
Unas migajas, que no es mucho, que no sirven para nada.
Mientras tanto alguien que las ansía al otro lado del portón.

La parábola de Jesús no condena al rico vestido de púrpura y lino, por ser
un hombre que explote a los demás,
un hombre que se aproveche de los demás,
un hombre que se enriquece a cuenta de los demás.

Lo que Jesús condena en él:
No es que vista bien.
Que coma y beba bien.
Sino que es un hombre indiferente ante los demás.
Un hombre para quien los demás no existen.
Los demás no tienen rostro.
Los demás no tienen estómago.

El hambre de los demás no le dice nada.
El estómago vacío de los demás le trae sin cuenta.
Las llagas y heridas de los demás, no llegan a sus ojos y menos a su corazón.

Hablamos mucho contra los explotadores de los demás.
Hablamos mucho contra los que se hacen ricos a cuenta de los demás.
Pero a Jesús le duele mucho más nuestra indiferencia.
A Jesús le duele que los demás no logren tocar nuestro corazón.
A Jesús le duele ese portón que nos encierra en nuestro propio mundo.
A Jesús le duele ese portón que nos impide ver el dolor y el sufrimiento que hay al otro lado.
Hace unos días fallecía el rumano, que quince días antes se había prendido fuego a lo bonzo en Castellón. Su hija explicó que su padre estaba desesperado y que necesitaban 400 euros para pagar los billetes de regreso a su país, “pero nadie nos ha ayudado”. Este hecho dramático denuncia que pertenecemos a una sociedad egoísta, metálica y que el dinero nos inhumaniza. Con frecuencia nuestras necesidades no terminan nunca, nuestro bienestar personal o familiar nos absorbe hasta tal punto que nos impiden pensar en el otro, ver al de al lado...

La insensibilidad y la indiferencia.
Dos pecados muy comunes a todos nosotros.
Vemos pero sin ver.
Vemos pero no nos enteramos.
Sencillamente no vemos cuando el corazón no ve.
No vemos cuando el corazón sigue indiferente.
No vemos cuando el corazón no siente.

Pasamos de largo y no nos enteramos de nada.
Pasamos de largo y no vemos al hombre llagado.
Pasamos de largo y no vemos al hombre con hambre.

¿Serán los perros más sensibles que los humanos?
Sabía que los perros son los mejores amigos de los hombres.
Pero puede que sean también más humanos que los hombres.
Lo que nosotros no vemos, los perros lo lamen.
Y no eran precisamente suyos estos perros.
Eran los perros del barrio.

La insensibilidad es una de las señales de falta de vida.
La insensibilidad es una de las señales de que nuestro corazón está muerto.



(C)

“Las personas dilatan el corazón, las riquezas lo empequeñecen”.

¡Qué parábola más actual la del Evangelio de hoy! Tanto a nivel de personas, como de instituciones y de Estados.
Ricos y pobres:
Personas y pueblos que tienen todo y que despilfarran.
Personas y pueblos que carecen de lo esencial para una vida humana digna.
Personas y pueblos que echan a perder las cosas.
Personas y pueblos que se ven obligados a recoger las migajas que caen de las mesas de los ricos.
Ricos hartos que no están nunca satisfechos, que disfrutan de sus bienes y los despilfarran para su placer personal... Ricos hartos que se niegan a dar al pobre aquello que le es necesario para cubrir sus necesidades más vitales.
Siempre encontramos mil y una razón para justificar nuestro egoísmo: “Los bienes son míos, me los he ganado yo”.... “Que trabajen y no habrá tanta miseria en el mundo”..., “la vida está cara y se necesita mucho dinero”... “que les ayuden quien tiene y puede ayudarles”... “siempre habrá pobres en el mundo, yo no puedo solucionar el problema de la pobreza”...
Con frecuencia, cerramos los oídos al clamor de los pobres, ahogamos sus voces con el ruido de los motores y de la música; evitamos su presencia con viajes, prisas, reuniones, negocios...
Y, con todo esto, el corazón se vuelve cada día más egoísta, se va cerrando, empobreciendo, hasta el punto de quedarse más insensible a la miseria humana que los mismos animales.
En la parábola del Evangelio, los perros comprenden mejor las necesidades de Lázaro que el ricachón harto y autosuficiente.
A la hora de la verdad, aquel que parecía –y se creía- tan rico, será el más miserable y no tendrá ni una “gota” de agua... su corazón estará seco; habrá perdido irremediablemente, para siempre, su capacidad de amar y compartir.
Mientras que Lázaro, el pobre sencillo y humilde, que se alimentaba con las migajas, y que acogía, agradecido, el gesto de los perros, a la hora de la verdad, será rico, porque tendrá el corazón abierto al amor infinito de Dios y de los hermanos. Será rico en felicidad para siempre.
La parábola evangélica de este domingo no pretende intimidarnos con la amenaza de un castigo en el “más allá”; ni tampoco consolarnos con la promesa de un premio.
Pero sí que pretende amonestarnos severamente, indicándonos que la suerte del más allá nos la jugamos: hoy y aquí abajo, en el momento presente.
Es el presente el que queda fijado en “eternidad”. Es el “más acá” el que se transforma en “más allá”.
Los encuentros se dan aquí abajo. Las relaciones se estrechan en esta tierra. Las citas decisivas son para hoy.
Es aquí y ahora donde hemos de construir la “eternidad”, porque ésta no es sino una prolongación de lo que aquí hayamos construido.
Alguno, igual podría objetar, que al menos en el rico, el más allá constituye un vuelco total: Aquí, buena vida. Allí, un desgraciado.
Pero yo os preguntaría ¿estáis seguros de que aquí era feliz?. ¿Estáis seguros de que el “banquetear”, ponerse vestidos de lujo, acumular dinero, es fuente de felicidad? Sostengo que no existe mayor tormento que una vida vacía o llena de cosas inútiles. No existe mayor tortura que el aislamiento, el cerrarse a los demás, el no ver más allá del propio plato, el no saber usar las manos en el gesto del don.
Y, aunque muchas veces, se pretenda ahogar las exigencias del espíritu con la carcajada y la despreocupación, con el ruido y la disipación; si cayeran las máscaras, nos encontraríamos con abismos de desesperación, con el infierno.
El infierno que el rico se había construido ya aquí. Y que el del “más allá” no es sino una prolongación del de aquí.
Acojamos la severa amonestación que la Palabra de Dios hoy nos hace, invitándonos a estar atentos a las citas del presente y procurar que nuestro corazón no sea un trozo de piedra, sino que sepa atender y escuchar las necesidades de los hermanos.


(D)

Un mendigo llamado Lázaro Lc 16, 19-31

La parábola de Jesús describiendo la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente cada día, ignorando al pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una «exageración oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta. Un puñado de países obsesionados sólo por su propio bienestar sigue su marcha abandonando a las dos terceras partes del mundo en el hambre y la miseria más inhumana.
Estos días hemos conocido el informe de UNICEF sobre el Estado Mundial de la Infancia 2002. Su título es bien significativo:«Promesas rotas». Los 22 países más ricos de la Tierra no cumplen sus promesas. La última década ha sido una de las más prósperas que se recuerdan, pero la ayuda a los «países del hambre», lejos de crecer, está disminuyendo. El resultado es desolador. Más de 10 millones de niños mueren cada año por el hambre y la falta de higiene. Cerca de 149 millones están mal- nutridos. Millones de niños y niñas viven atrapados por la
explotación laboral, la esclavitud y la prostitución. Más de dos millones han muerto en los conflictos armados de esta última década.
¿ Cómo podemos seguir soportando por más tiempo nuestro cinismo e hipocresía? ¿Cómo podemos seguir hablando de «progreso», de «valores democráticos», de «defensa de las libertades»? ¿Dónde están las Iglesias? ¿Dónde los cristianos? El Mundo del Bienestar es, en buena parte, de cultura cristiana. Los que durante siglos venimos explotando a los países más pobres de la Tierra o abandonándolos en la miseria y desesperación somos pueblos que dicen creer en Dios. Pero, ¿qué Dios es éste que no es capaz de sacarnos de nuestra increíble ceguera?
No es ciertamente el Dios proclamado por Jesucristo, un Dios Padre para todos. No es lo mismo creer en Dios o creer en un Padre que sólo quiere el bien, la dignidad y la dicha de todos sus hijos e hijas. Los hombres se destruyen unos a otros en nombre de Dios pero nunca podrían hacerlo en nombre de un Padre que ama a todos. Los creyentes satisfechos del Primer Mundo hacen sus rezos a su Dios mientras niegan su solidaridad a los hambrientos de la Tierra, pero no podrían ni por un momento dirigirse al Padre de todos sin sentirse llamados a luchar por una vida más digna para sus hijos e hijas que mueren de hambre y miseria.

(E)

Banqueteaba espléndidamente... Lc 16, 19-31

Conocemos la parábola. Un rico despreocupado que «banquetea espléndidamente», ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo a quien «nadie daba nada».
Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad.
Adentrémonos un poco en el pensamiento de Jesús. El rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos. No es ése su pecado. El rico es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse a la necesidad del pobre Lázaro.
Esta es la convicción profunda de Jesús. La riqueza en cuanto
«apropiación excluyente de la abundancia», no hace crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena.
El fenómeno del paro cada vez más masivo está haciendo surgir un nuevo clasismo entre nosotros. La clase de los que tenemos trabajo y la clase de los que no lo tienen. Los que podemos seguir aumentando nuestro bienestar y los que están parados. Los que exigimos una retribución cada vez mayor y unos convenios cada vez más ventajosos y quienes ya no pueden «exigir» nada.
La parábola es un reto a nuestra vocación de solidaridad. ¿Podemos seguir organizándonos nuestras «cenas de fin de semana» y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares?
Nuestro gran pecado puede ser la apatía social y política. El paro se ha convertido en algo tan «normal y cotidiano» que ya no escandaliza ni nos hiere tanto.
Nos encerramos cada uno en «nuestra vida» y nos quedamos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de estos hombres y mujeres.
El paro no es sólo un fenómeno que refleja el fracaso de un sistema socio-económico y que obliga a las naciones a preguntarse qué es lo que no funciona.
El paro son personas concretas que ahora mismo necesitan la ayuda de quienes disfrutamos de la seguridad de un trabajo. Quizás daríamos algún paso concreto de solidaridad si nos atreviéramos a contestar a esta pregunta: ¿necesitamos realmente todo lo que compramos? ¿Cuándo termina nuestra necesidad real y cuándo comienzan nuestros caprichos?


Oración de los fieles

(A)

Finalizadas las vacaciones... cuando volvemos a la normalidad del trabajo o del curso, y cuando también en la parroquia se reanudan las tareas pastorales, exponemos a Dios las necesidades de tantos hermanos y pedimos por ellos.

Todos: Cambia, Señor, nuestro corazón

Por los que no tienen salud, por los que tienen enfermos a su cargo, por los abatidos por el sufrimiento físico o moral. Oremos:
Por los que están en el paro, por los que buscan y no encuentran el primer trabajo. Oremos:
Por los jóvenes y niños estigmatizados por el fracaso escolar, por los que inician nuevo curso, por los profesores responsables de su educación. Oremos:
Por los que no tienen paz, por los que no tienen pan, por los que no tienen escuela. Oremos:
Por los que se rebelan y movilizan contra la tiranía del dinero y la globalización; por los «Lázaros» del tercer mundo que contemplan atónitos el despilfarro del «epulón» del norte y sólo disponen de sus migajas. Oremos:
Por la Iglesia, para que anuncie el evangelio a los pobres y denuncie la soberbia e insolidaridad de los poderosos. Oremos:

Señor Jesús, que viviste siempre cercano a los pobres, enfermos y necesitados y que antes de instituir la Eucaristía nos dijiste «ejemplo os he dado para que hagáis vosotros lo mismo»; mueve nuestro espíritu hacia la solidaridad con esos hermanos que nos necesitan. Te lo pedimos a ti que con el Padre y el Espíritu nos amas por los siglos de los siglos. AMÉN.

(B)

Confiando en que Dios Padre siempre escucha a sus hijos, le decimos: Escucha, Señor, nuestra oración.

Por la Iglesia, para que cuide y anime a todas las personas en el crecimiento de actitudes de entrega y de servicio. Oremos...
Por los cristianos, para que todos nos sintamos testigos y enviados, cada uno conforme a la vocación recibida. Oremos...
Por las personas más apartadas de la sociedad, para que siempre encuentren hombres y mujeres capaces de darles apoyo y cercanía. Oremos...
Por todos nosotros que celebramos la Eucaristía, para que hagamos vida y entrega de lo que aquí celebramos. Oremos.
Por nuestra comunidad (parroquial), para que en todo busquemos la concordia y la paz. Oremos...

Oración: Escucha, Señor, nuestra oración y atiéndela por la vida de Jesús. Que vive y reina.




(C)

Por todos los creyentes, para que vivan las solidaridad y el amor cristiano. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por los que tienen más y pueden más, para que favorezcan la fraternidad. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por los ciudadanos de los países desarrollados para que adquieran mayor conciencia de su responsabilidad sobre el Tercer Mundo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por cuantos sufren la angustia del desempleo o las migajas de un salario insuficiente. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Por todos nosotros, para que seamos sensibles a los problemas de los demás. ROGUEMOS AL SEÑOR...

(D)

El corazón de Dios se vuelca en lo pequeño e insignificante. Su Reino es para los niños, para los pobres y sencillos. Vamos a pedir a Dios por todos.

Te pedimos por los que se ven obligados a vivir en la pobreza y necesidad, marginados de la sociedad, para que un día vean un rayo de luz y de esperanza. Roguemos al Señor.
Te pedimos por los que han visto rotas sus familias por la guerra y las injusticias humanas y viven en soledad, para que un día reciban un gesto cariñoso. Roguemos al Señor.
Te pedimos por los pueblos explotados, pobres y privados de los mínimos derechos humanos, para que puedan disfrutar un momento de felicidad. Roguemos el Señor.
Te pedimos por todos nosotros, para que no se endurezca nuestro corazón y tengamos un gesto amigable y cariñoso para todos los necesitados. Roguemos al Señor.

Oremos: Todo esto y otras peticiones personales que cada uno traemos a esta Celebración, te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.


Ofrendas

(A)

Bandeja con alimentos: Presentamos, Señor, esta bandeja, símbolo del compartir.

Juego de mesa: Señor, qué grande es la fraternidad. Acoge este símbolo de relación y de amistad.

Gesto: colecta a favor de algún centro de mendigos o transeúntes...

(B)


PRESENTACIÓN DE UN MICRÓFONO
Señor, este micrófono es, como símbolo de mi compromiso y el de todos y cada uno de los miembros de esta comunidad para prestar nuestra voz a los más pobres, para que se puedan oír sus lamentos y se denuncien sus injustas situaciones, pues estamos convencidos de que, si no prestamos nosotros nuestra voz a los pobres y necesitados nadie les oirá y nadie les ayudará....

PRESENTACIÓN DEL PAN Y DEL VINO

Señor, te traemos este pan y este vino. Son los símbolos de la Eucaristía, el sacramento del amor de tu Hijo. Con ellos te queremos expresar nuestro compromiso de compartir nuestros bienes con los más necesitados, porque entendemos que Tú compartes con nosotros en cada Eucaristía lo que más quieres: a tu propio Hijo. Si Tú no nos ayudas nosotros no podremos hacerlo.

PRESENTACIÓN DE UN PARAGUAS

Traemos, Señor este paraguas como símbolo de nuestras actitudes evasivas ante los compromisos y las exigencias que Tú nos trasmites a través de tu Palabra. Muchas veces, o hemos mirado hacia otro lado o hacia otras personas. Hoy, con esta ofrenda, te queremos pedir que nos cambies el corazón y nos lo hagas receptivo a tu palabra y a sus exigencias.


Prefacio…

En verdad es justo y necesario, Señor,
que no limitemos nunca nuestra alabanza a palabras,
sino que toda la vida
sea una constante acción de gracias a ti.
Nuestras obras dejan aún mucho que desear por el egoísmo,
la indiferencia o la falta de solidaridad.
Pero tampoco faltan quienes
sí se preocupan de verdad del hermano,
dispuesto a todo por ayudar.
Con estas personas entregadas y ejemplares,
que con su vida te alaban,
queremos glorificarte diciendo:

Santo, Santo, Santo...



Padre nuestro

Líbranos del egoísmo que endurece el corazón y ayúdanos a continuar la tarea de Jesús. Porque queremos que llegue tu Reino, te rezamos: Padre nuestro...

Nos damos la paz

La verdadera paz sólo llega como fruto de la justicia. No se puede oprimir, marginar a los demás y decirles que vivan en paz.
Jesús nos trae la Paz, pero a la vez ayuda a los pobres, oprimidos y necesitados.
Que la paz de Jesús esté con todos vosotros.
Démonos fraternalmente la paz...


Bendición final

Hermanos: En esta celebración eucarística el Señor nos ha enriquecido con su palabra y con el don de sí mismo como pan de vida.
Que éste Pan de fraternidad que hemos recibido nos saque de la indiferencia y la insensibilidad y vivamos a lo largo de la semana compartiendo nuestros bienes y nuestras personas con todos aquellos que estén a nuestro lado y nos necesiten....
Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

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WebJCP | Abril 2007