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jueves, 12 de agosto de 2010

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA



En el claustro de la abadía de Santo Domingo de Silos, uno de los relieves que lo adornan, representa el momento sublime de la Anunciación. El ángel reverente habla con San María y ya que esta ha dicho sí, se ve en la parte superior del relieve a otros dos que la están coronando. Quien con su cincel realizó la obra, quería expresar la unidad, la coherencia de la vida de la Virgen. (O se adelantó a su época, expresando estéticamente la falacia del concepto tiempo, ¡vete a saber!). No se entiende un momento de la vida de la Virgen, sin estar englobado todo en su conjunto.

Hoy, mis queridos jóvenes lectores, celebramos el misterio de la Asunción, es decir, el traslado de toda su realidad humana, que transcurrió en la tierra y durante unos cuantos años, a la realidad celestial. Es un hecho que estaba presente en toda la Cristiandad, pero que no había sido afirmado oficialmente. El Papa Pío XII pensó que las cosas no debían seguir así. Consultó a obispos, universidades católicas y teólogos, quiso enterarse de lo que el pueblo cristiano pensaba y estaba convencido, y se cercioró de que sí, que era una verdad compartida universalmente y así lo dijo públicamente el día 1 de noviembre de 1950. Esta proclamación universal es lo que se llama definición de un dogma, se expresó así: pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Podéis observar que no se pronunció respecto a si María había muerto o no. Utilizó una forma ambigua “terminado el curso de su vida”, así pues creer o no creer en la “dormición” de la Virgen es cosa, para un cristiano, totalmente libre. Os cuento esto último para que comprendáis que el Papa no se inventa dogmas.

En Jerusalén, al lado de Getsemaní, a la izquierda del curso del Cedrón, hay una preciosa basílica llamada precisamente de la dormición de María. Acude muchísima gente piadosamente a visitar su sepulcro y van no solo cristianos, también musulmanes, pues en su piedad, como en la nuestra, entra la devoción mariana. Arqueológicamente considerado, el sepulcro es autentico, pero nadie está, religiosamente hablando, obligado a creerlo. En esta fiesta organizan los fieles ortodoxos de la Ciudad Santa, una procesión muy solemne, alegre y de gran colorido popular. Recogen la tradición de que llegado el momento en que la madre del Maestro se sintió morir, acudieron los discípulos, a hacerle compañía en tan trascendental momento, e inmediatamente después de haber ocurrido, la bajaron a enterrar en el lugar que os he explicado. Según cuentan, y para no variar, el apóstol Tomás no llego a tiempo y cuando se presentó ya era tarde. Quiso siquiera visitar el sepulcro y le acompañaron los demás apóstoles, fue entonces cuando lo encontraron vacío.

Que creamos en la Asunción no significa que identifiquemos lo que a Ella le pasó con el acontecer de Jesús, de manera que la palabra resurrección la reservamos al acontecimiento pascual. De todos modos, a la fecha de hoy, y sin que por ello se enoje su divino Hijo, acertadamente podemos llamar: la Pascua de María.

Las lecturas de la misa de hoy pueden desconcertarnos. Ninguna de ellas habla del misterio glorioso que celebramos y es que no se podían escoger textos bíblicos, ya que nos ha llegado la noticia por tradición, que, os advierto, mis queridos jóvenes lectores, no son habladurías de comadres. Una tradición en el medio-oriente es tan fidedigna como un documento notarial entre nosotros. Hecha esta advertencia, observaréis que “pegan” muy bien con el contenido de la festividad.

No queráis tomaros al pie de la letra el texto del Apocalipsis, se trata de un libro revelado, que se escribió en tiempos de persecución, para alentar a la primera comunidad cristiana, que sufría “síndrome de Esperanza” y precisaba ayuda. Como ocurre en estas circunstancias el lenguaje es críptico, inteligible para el lector sumergido en el mejunje, pero desconocido para el enemigo. Cualquiera que haya vivido en tiempos de guerra o de dictadura, tiene constancia de ello. Textos de esta clase, más que explicarse mediante conceptos, es mejor contemplarlos plasmado por artistas. Estoy pensando en el bellísimo tapiz de “Notre Dame de toute Grace”. Si un día vais a tierras del Mont Blanc, no os olvidéis de que a muy pocos kilómetros de Chamonix, está la iglesia que os menciono y que por ver tal obra de arte y otras muchas que la acompañan, vale la pena desplazarse. Os invito a que busquéis buenas imágenes por Internet, simplemente poniendo: Plateau d’Assy, que es el lugar donde se encuentra. Leed entonces el fragmento bíblico, que es la primera lectura de hoy.

La segunda lectura nos debe animar. San Pablo habla de la resurrección. La de Cristo, la de los primeros destinatarios de la carta y la nuestra, evidentemente, sin mencionarnos. Después de enterarnos de lo que le aconteció a María, escuchar estas palabras nos dan ánimos, pues nos anuncian que un día nos encontraremos con ella, sin decirlo explícitamente. Que, no lo olvidéis, se trata de un encuentro incomparable: ni futboleros campeones, ni conjuntos musicales famosos, ni heroicos viajeros, ni científicos premiados con Nobel, nadie es comparable con los que nos encontraremos aquel día.

El relato evangélico es precioso. Una joven, recién prometida y en estado de buena esperanza (nunca tan bien dicho) se encuentra con una tía lejana, esposa de un sacerdote del templo judío de Jerusalén, neurótico perdido y mudo histérico. Con candor ingenuo, con humildad, se atreve a cantar palabras que recuerdan, superándolas, las de Ana, la madre de Samuel. Cuando en Ain-Karen, a poca distancia de los lugares que acostumbran a visitar los peregrinos, me acerco a la tumba de Santa Isabel, imagino que recuerda el Magnificat, el que desde la eternidad todavía canta su querida sobrinita, aquella que provocó saltos de alegría del futuro profeta Juan, al que llamarían remojador, cuando estaba encerrado en su seno. Este texto es para cantarlo en comunidad solemnemente o para meditarlo en una ermita solitaria. Como queráis.

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WebJCP | Abril 2007