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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales Litúrgicos y Catequéticos: XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
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miércoles, 28 de julio de 2010

Materiales Litúrgicos y Catequéticos: XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C


Monición de entrada

(A)
Este domingo suele coincidir con el período de vacaciones. El que ha trabajado todo el año tiene derecho y necesidad de descanso, como el que ha trabajado toda su vida tiene derecho a disfrutar lo que ha ahorrado o cotizado en la paz de la jubilación.
Es blasfemia considerar a Dios enemigo de la vida. Pero vivir es mucho más y muy distinto que el mero acumular, y hoy se nos previene en el Evangelio contra el avaricioso acumular pensando sólo en sí mismo, porque la vida es más que las cosas y el que es rico en cosas materiales puede ser pobre ante Dios.

(B)
Vamos a dar gracias a Dios porque podemos contar con Él en el descanso y en el trabajo, en todos los momentos de la vida, aunque a veces pueda complicarnos la vida su mensaje que nos invita a recordar las necesidades de nuestro mundo.

(C)

El Evangelio de hoy nos presenta la parábola del rico que se alegra con su gran cosecha y se las promete muy felices.
Nos habla de la insensatez de todos los que viven para acaparar, para atesorar, para enriquecerse aunque sea a costa de los demás.
Trabajar para vivir, es una necesidad humana.
Vivir para trabajar, es una desgracia egoísta.
Pero, vivir para atesorar y amontonar bienes y riquezas es una vanidad sin perdón.
Sobre esto vamos a reflexionar en la Celebración de la Eucaristía de este domingo.


Pedimos perdón

La eucaristía nos propone primero la reflexión sobre la sabiduría de Dios y después nos invita a participar en la mesa del Señor para aprender a compartir.

Señor, Tú nos has dado los bienes de este mundo y nos pides proceder con señorío sobre ellos. ¡Señor, ten piedad!
Tú nos enseñas la solidaridad, en el compartir con los necesitados, superando el egoísmo. ¡Cristo, ten piedad!
Tú nos aconsejas atesorar riquezas ante Dios. ¡Señor, ten piedad!

(B)

Reconozcamos nuestra realidad pecadora ante el Dios del perdón que nos conoce y nos acepta como somos.

Tú, que nos has preparado el mundo como escenario para vivir juntos ayudándonos. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Tú, que significas alegría y esperanza y nos acompañas toda nuestra vida. CRISTO, TEN PIEDAD...
Tú, que inspiras buenos sentimientos y nos haces anhelar la belleza y el amor. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Es el momento del perdón. El egoísmo se cuela a menudo en nuestras vidas y nos impide seguir las enseñanzas de Jesús. Vamos a pedir perdón a Dios.

El egoísmo invade nuestras vidas y acumulamos más de lo que necesitamos. Señor, ten piedad.
El egoísmo invade nuestras vidas y vivimos para trabajar, sin acordamos de Dios ni de los demás. Cristo, ten piedad.
El egoísmo invade nuestras vidas y queremos tener cosas y más cosas, pero nos olvidamos del Mensaje de Jesús que nos habla de colaborar y compartir con los demás. Señor, ten piedad...

(D)

En un momento de silencio, pedimos perdón y ayuda al Señor.

- Por nuestra ansia de llenarnos de bienes materiales. Señor, ten piedad.
- Por las veces que no vivimos con coherencia nuestro cristianismo. Cristo, ten piedad.
- Por nuestro afán de poder, causando injusticias y sinsabores a los demás. Señor, ten piedad.

Que Dios, nuestro Padre tenga misericordia de nosotros perdone nuestros pecados y nos lleva a la vida eterna.


Escuchamos la Palabra

Monición a la lectura

El sabio hace una reflexión y se pregunta si vale la pena tanta desazón y fatiga como nos cuestan las cosas de este mundo. Su conclusión es clara y rotunda: vanidad de vanidades; es decir, no sirve para nada que nos afanemos tanto en acumular y poseer. Lo material nunca nos dará la felicidad. Escuchemos su reflexión.

Lectura del libro del Eclesiastés

Vaciedad sin sentido, dice el Predicador; vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día, dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad.

Palabra de Dios

Salmo:

Escucharemos tu voz, Señor (s. 94)

Monición al Evangelio

La lectura evangélica forma parte de una sección de Lucas que recoge las enseñanzas de Jesús relacionadas con los bienes de este mundo. Y la conclusión es clara: de nada sirve la acumulación de bienes; y quien piensa que la vida depende del atesorar riquezas, es un insensato. Es el mensaje de este evangelio. Lo escuchamos.


+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Él le contestó: Hombre ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad, guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les propuso esta parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

Palabra del Señor

EVANGELIO DIALOGADO (Niños)

Narrador: Un día se le acercó uno a Jesús y le dijo:
Hombre: Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia que tiene, pues yo estoy necesitado.
Jesús: Hombre, yo no he venido a vosotros para ser juez o árbitro de vuestras cosas. Lo que sí he venido a deciros es que no seáis codiciosos, y que los que tenéis bienes los compartáis con quien no los tiene. Pues la vida de cada uno, ante Dios, no depende de los bienes que tenga.
Narrador: Y para que entendieran mejor esto les dijo una parábola:
Jesús: Un labrador muy rico tuvo una gran cosecha. Y como en los almacenes que tenía para guardarla no le cabía, pensó hacer otros más grandes para almacenarla. Y, se decía para sus adentros:
Hombre: Con la gran cosecha de este año ya tengo para muchos años. Así que voy a darme la buena vida comiendo y bebiendo lo mejor posible y sin trabajar.
Jesús: Pero Dios le dijo: Eres un hombre necio. Esta noche dejarás esta vida. Y lo que tienes almacenado en tus graneros ¿de quién será?
Narrador: Después de contarles esta parábola, Jesús les dijo a los que le escuchaban:
Jesús: Así les pasará a todos aquellos que acumulan dinero para sí. Serán muy ricos entre la gente, pero serán muy pobres ante Dios por no saber compartir sus bienes.

Palabra del Señor

Homilías

(A)

Estamos ya tan habituados que no nos resulta fácil ser conscientes del cinismo y la mentira que impregnan algunos ámbitos de la sociedad actual.
Teóricamente se sigue dando primacía a los valores del espíritu. Por todas partes se proclaman los grandes ideales de justicia, libertad, solidaridad. En cualquier momento se pueden escuchar discursos revestidos de nobles propósitos.
Pero son pocos los que se atreven a confesar que lo verdaderamente importante y decisivo en la vida de muchas personas es casi siempre “ganar dinero”.
A la hora de la verdad es el dinero el que motiva, mueve y obsesiona con más fuerza a muchos hombres y mujeres de hoy.
No es difícil ver dónde radica ese poder fascinador del dinero, auténtico “fetiche” de la sociedad contemporánea.
El dinero, en primer lugar, permite comprar y poseer toda clase de cosas que nos parecen hoy indispensables para “estar bien”. Sin dinero no hay cosas y sin cosas nos parece imposible ser felices.
Por otra parte, el dinero hábilmente utilizado, da poder y prestigio. Proporciona un “status” social aún a costa de falsearlo todo. Ya dice un personaje de Shakespeare que “el dinero hace blanco lo negro, hermoso lo feo, justo lo injusto, noble lo ruin, joven lo viejo, valiente lo cobarde”.
Es todo un espectáculo observar a las personas presentando de manera infantil sus “símbolos de prestigio”: “¿Has visto mi último modelo? “¿Quieres visitar el apartamento que acabamos de comprar?” “Este es un producto que todavía no lo podrás encontrar aquí”...
Todo parece que ha de ser estimado por su valor de cambio. Hablamos de “un piso de cuarenta millones”, “un viaje de un millón de pesetas”, como si lo importante de un piso o de un viaje fuera el dinero que nos ha costado...
Pero ¿a qué queda reducida nuestra vida si el dinero se convierte en medida de todas las cosas y la razón casi única de la existencia?
Contaba una vez un misionero que acaba de llegar a España, después de muchos años en la selva. Que sus familiares en una especie de orgullo, le llevaron a visitar unos grandes almacenes... Desfilaron por todo tipo de plantas (máquinas y electrodomésticos, pisos de ropa, de libros, de discos y perfumes; salas llenas de muebles y lámparas; restaurantes, cafeterías...) Un gigantesco supermercado en el que no faltaba de nada. Un estallido de progreso y comodidad...
Cuando a la salida, preguntaron al misionero ¿qué le había parecido?, esperando constatar su asombro, el asombro fue suyo al oírle decir: “Me ha parecido interesantísimo; he visto un millón de cosas que la gente con la que yo vivo no necesita en absoluto...
Y a una misionera a quien le preguntaban qué impresión le causaba nuestro país al regresar después de muchos años trabajando en la India... Respondía: Lo que más me impresiona de mis compatriotas españoles es que no son o no parecen felices. Y que lo son mucho más los indios con los que trabajo, tal vez precisamente porque tienen mucho menos de todo”.
Oyendo cosas como éstas uno tiene que pensar que, evidentemente, aquí alguien está loco: o ellos o nosotros. Y entonces uno se pregunta qué es ser feliz: si tener el alma abarrotada de deseos de cosas que, naturalmente, nunca acaban de conseguirse, o, por el contrario, tener esas poquitas cosas que son realmente imprescindibles y ser feliz porque ya no se desea nada más.
Si algo dramático debiera aprender nuestra civilización es que no es precisamente el consumismo ni la abundancia quienes traen la felicidad. El número de suicidios se multiplica en los países desarrollados. La insatisfacción matrimonial aumenta con la crecida del progreso. El número de visitas a los psiquiatras es proporcional a lo que llamamos niveles de bienestar...
¿Hay algo más vacío que toda esa ingente cantidad de personas agitándose en los grandes almacenes comprando cosas que para nada necesitan?
Las palabras de Jesús no han perdido nada de su fuerza: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”. ¡Qué difícil es vivir en la verdad, descubrir el valor último de la vida y abrirse a Dios cuando se tiene el corazón poseído por el dinero!.
E. Fromm decía que: “no teniendo nada, es muy difícil ser; teniendo mucho, es casi imposible”. La cultura del tener no se pregunta: ¿quién eres tú?, sino ¿cuánto tienes tú?
Si el precio de la cultura del bienestar es un notable deterioro del ser, el hombre y la mujer de hoy tendrán que elegir: ser más y tener menos, o ser menos y tener más.

(B)

¡Necio! Es un calificativo que podríamos dirigirnos y dirigir a un gran número de personas de nuestro entorno. Es un calificativo que el Evangelio de hoy propina a cierta clase de hombres, una clase que es mayoría en nuestra época y entre la que, es muy probable, nos encontramos nosotros.
Hoy priva y prima el negocio. Amasar dinero es lo primero que tenemos en nuestra particular y pública jerarquía de valores y a conseguirlo se encaminan los mejores esfuerzos.
Por otra parte, los que manejan los hilos de este mundo nuestro (llamado no en vano sociedad de consumo) están especializados en despertar este afán casi incontenible de ganar dinero. La cosa está clara. Abrimos la TV y aparece inmediatamente ante nuestros ojos un mundo fantástico y carísimo: automóviles con lunas que suben y bajan automáticamente, aire acondicionado, asientos inclinables a todos los lados, con un montón de velocidades y..., hasta con señorita incorporada, señorita !eso sí! lujosa y sofisticadamente ataviada; para decirnos que bebamos un refresco no basta indicar que hace calor, sino que se pone ante el espectador el estupendo espectáculo de unos muchachos: de unos muchachos y muchachas espléndidos y saludables bañados por la espuma que levantan las olas mientras hacen esquí acuático (deporte que no se puede practicar, creo yo, ganando el salario mínimo interprofesional). Sigues viendo la TV (y la TV a pesar de todos sus horrores y aburrimientos la ve mucha gente) y el serial de turno nos presenta una colección de hombres y mujeres que viven unidos (o mejor desunidos) por una sola meta: el dinero que alcanza el poder. Por él y ante él ceden todos los demás sentimientos, aquéllos por los que la vida merece vivirse: el amor, la fidelidad, la familia, la amistad, la generosidad, la abnegación, el desprendimiento..., todos quedan pulverizados ante el empuje insostenible del dinero. Y los héroes de nuestro mundo no viven, ni sosiegan sino para alcanzar ese patrón oro que esclaviza como ningún patrón del mundo lo haya hecho jamás.
Todo esto lo sabía Jesús porque el hombre es hombre mucho antes de 2004. Y por ello no pudo ser más expresivo en el calificativo que tal actitud le merecía ni más práctico en el tratamiento del tema.
Cuando se lee pausadamente el Evangelio de hoy no se puede
menos de sonreír ante el triste espectáculo de un hombre (quizá nosotros mismos) esforzándose desesperadamente por atesorar, por ver qué Banco da un punto más de interés en el plazo fijo, que cédulas son más rentables, qué mercados más productivos, qué oposiciones mejor pagadas...etc, para que de repente ¡zas! "esta noche te van a exigir la vida". y ahí queda el plazo fijo y las cédulas y los primeros puestos del escalafón y los mercados tan trabajosamente conquistados. Y ahí quedan también, la miopía de nuestra vida, los días sosegados que no se han vivido y los sentimientos generosos que no se han despertado y las gratas tertulias que no se han tenido porque no había tiempo para nada y el prójimo al que no hemos descubierto porque viajábamos constantemente Y ahí queda el tiempo que no hemos empleado en el diálogo interior y en la vida familiar, y en la oración, silenciosa y quieta...Ahí queda, sin descubrirlo, tanto tesoro del bueno, del que nos hace de verdad ricos en la vida y en la muerte. En una palabra viendo la escena evangélica se comprende el calificativo de ¡NECIO!, necio el hombre que vive así, aunque haya acumulado riquezas, sea cliente habitual de los mejores lugares de la tierra, haga esquí acuático y ocupe el número uno en la “yet set” internacional.
!NECIO¡ Es un calificativo tan exacto que me da pena no repetirlo una y otra vez; y que deberíamos repetirlo cuando se nos presente, en la vida diaria, el problema que señala tan acertadamente el evangelio. Y no es que pretenda decir que el hombre deba dedicarse solamente al ocio, pero sí creo que debiéramos detenernos en ese camino peligrosísimo por el que nos estamos deslizando; hacer un alto, usar la cabeza y, si somos cristianos, "mirar hacia lo alto" y dar un buen golpe de timón que nos haga recuperar el rumbo y aspirar a una vida máshumana y cristiana.

(C)

Hoy están de moda los estrenos de todo lo nuevo. Todos queremos el coche último modelo, el ordenador último modelo o lo que llaman de “ultima generación” etc. Sin embargo, aún no han perdido actualidad las cosas que solemos llamar de “segunda mano”. Coches de segunda mano, ropa de segunda mano, motos de segunda mano. No. Lo de “segunda mano” no está fuera de circulación. Incluso tenemos que reconocer que la mayoría de nuestras ideas que “creemos nuestras”, siguen siendo de segunda mano.
El Evangelio de hoy nos presenta una realidad también “de segunda mano”. En vez de solucionar nosotros nuestros problemas, preferimos que sea un tercero el que se meta en el lío. “Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. ¿A caso no eran ellos capaces de hacer el reparto? ¿No eran hermanos? ¿No tenían suficiente confianza para repartirse la herencia ellos mismos? Prefieren un “reparto de segunda mano”. Prefieren la justicia que viene de un tercero. Prefieren no sus propias soluciones y respuestas sino las que vienen de otro.

A mí, esto de “soluciones de segunda mano” siempre me ha creado una cierta inquietud y preocupación. Es que esto de “segunda mano” se ha generalizado tanto que ya nadie quiere asumir sus propios retos y dificultades.

Que Dios solucione los problemas del mundo.
¿Os habéis dado cuenta de eso que llamamos “Oración de los fieles” en nuestras misas? Personalmente siento la impresión de peticiones de “soluciones de segunda mano”.
Oremos para que Dios traiga la paz a los pueblos y no haya guerras. Pero, ¿es que le toca a Dios hacer callar los cañones o los fusiles o hacer aterrizar esos aviones cargados de muerte? ¿No somos nosotros los responsables de la paz en el mundo?
Oremos a Dios para que no haya hambre en el mundo. El deseo está muy bien. ¿Pero tendrá que hacer Dios de panadero universal para que todos tengan pan? ¿No somos nosotros los que podemos y tenemos que repartir de nuestro pan para que otros coman?

Si os fijáis, cada domingo, podréis ver que difícilmente le decimos “Señor convierte nuestro corazón para que sepamos compartir lo nuestro para que aunque tengamos poco otros tengan algo más”. No. Preferimos que sea El quien siembre, quien muela el trigo, quien amase la harina y quien haga el pan en el horno. Y luego que sea El quien lo reparta.
Siempre soluciones de “segunda mano”, como si nosotros no tuviésemos dos manos para repartir y dos pies para acercarnos al que está necesitado.

Que Dios solucione los líos de la pareja
Resulta curioso. ¿Que la pareja tiene problemas? “Señor, cambia a mi marido que ya no le aguanto más sus infidelidades o sus tardanzas”. “Señor, por favor cambia a mi mujer que con ese genio endiablado ya me tiene hasta la coronilla”.
Es decir, que sea Dios quien se meta a arreglar matrimonios, parejas rotas o parejas que no se hablan. Y si se da el caso: que sea el psicólogo, o el cura o hasta la suegra. Pero que sean siempre los otros quienes solucionen nuestros líos y problemas.

Recuerdo a un amigo mío que era lo más simpático. Y un día comentando esto les decía a las parejas: ¿Sabéis cuál suele ser la respuesta de Dios a vuestras oraciones? “Imbéciles, hablad entre vosotros, que para eso os he dado la lengua y la cabeza”.

Dios no se mete en líos
Felizmente Jesús no quiso meterse en líos de herencias. Y se lo dice claramente: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”
Lo único que hace Jesús es darle la clave para que entre ellos busquen la solución y la respuesta. “Mirad, guardaos de toda clase de codicia”. Jesús no es de los que regala analgésicos para bajarnos la fiebre por un momento. Al contrario, Jesús trata de que cada uno busque y encuentre ese virus que lleva dentro y que es la causa de todos los líos y conflictos en el reparto de los bienes.

Es que, al fin y al cabo, el problema no está en la herencia misma. El problema lo lleva cada uno dentro de su corazón. Su “codicia”, su “avaricia”. Y por buen reparto que Jesús quisiese hacer, ninguno de los dos quedaría satisfecho, en tanto no sanase la codicia y avaricia de su corazón.

Creo que fue Séneca quien escribió que “los pobres siempre quieren algo, los ricos, mucho y los avarientos lo quieren todo”. Y mientras cada uno lleve dentro esa sed de “tener más o más que los demás” seguiremos luchando, no solo por herencias, sino por la posesión de las cosas. Y cuando esa codicia ya se hace “avaricia” entonces nada nos satisface sino que lo “queremos todo”.

Recuerdo el caso de una mamá, preocupadísima de su hija de ocho años. Un día llegó del Colegio llorando sencillamente porque se enteró de que su amiguita tenía quince muñecas y ella solo tenía doce. ¿Y cómo y por qué tener tres muñecas menos que la amiga? Porque eso de la codicia ya el Catecismo nos decía que era uno de los pecados capitales, que lo llevamos metido dentro de nosotros ya desde niños.

No le metamos a Dios en lo que nosotros podemos hacer.
No le pidamos a Dios que haga lo que nosotros tendríamos que hacer.
No le hagamos a Dios responsable de nuestras enemistades de hermanos

Oración de los fieles


Vamos a orar al Padre del Cielo y vamos a pedir por todos. Es el momento de la oración universal.

Pedimos por todo el pueblo de Dios, para que no ponga su confianza en el poder y en las riquezas, sino en Dios que ama y comparte su vida con todos. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Pedimos por las naciones ricas y poderosas, para que ayuden a los países más pobres y desafortunados a ir saliendo de su miserable situación, y no los sigan oprimiendo. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Pedimos por los que se afanan amontonando dinero y bienes materiales, para que entiendan que su codicia es una verdadera injusticia social. ROGUEMOS AL SEÑOR...
Pedimos por todos nosotros, para que vivamos como hijos de Dios, trabajando por la justicia y compartiendo nuestras cosas y nuestros bienes con los demás. ROGUEMOS AL SEÑOR...

Oremos: Queremos compartir los bienes de la Creación
para poder participar unidos en el Reino de Dios. Te lo pedimos todo por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

(B)

En medio del descanso queremos recordar los problemas y necesidades del mundo para hacer memoria contigo, Señor, de lo mucho que nos queda por hacer:

Por quienes creemos en Ti, para que seamos siempre signos de tu presencia que perdona y ayuda. Roguemos al Señor.
Por quienes carecen de medios para vivir de un modo humanamente digno, por quienes no pueden descansar, por quienes el dolor les acompaña siempre. Roguemos al Señor.
Por los jóvenes que dedican parte de su tiempo libre a hacerse solidarios con personas necesitadas, para que su experiencia les enriquezca y les haga más profundos. Roguemos al Señor.
Por nuestras sociedades ricas y consumistas para que no se pierdan en una cultura materialista y busquen horizontes más altos y humanizadores. Roguemos al Señor.

Escucha, Dios, Padre bueno, estas peticiones que recogen algunas de nuestras preocupaciones, atiéndelas porque lo necesitamos y porque te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Ofrendas

Pantalones con bolsillos hacia fuera (vacíos): Señor, nos sobran muchas cosas; líbranos de la codicia.

Espejo: Señor, nuestro espejo es el Evangelio, en él vemos reflejada nuestra mejor identidad.

(B)

PRESENTACIÓN DE UNA REVISTA DEL CORAZÓN
Señor, yo te traemos esta revista de las llamadas del corazón. Es como un espejo de la vanalidad y superficialidad de la vida, de cómo por un poco de gloria y popularidad la gente de hoy pierde los estribos y la razón. Yo te la ofrezco hoy como reconocimiento de tu eres el nuestro único Señor. Haz que seamos capaces de vivir así en nuestra vida de cada día.

PRESENTACIÓN DE UNA CESTA DE LA COMPRA
Señor, te traemos un instrumento de trabajo (la cesta de la compra), aunque a la vez es signo del afán consumista que nos invade a todos los que formamos la sociedad actual. Haz, Señor, que no caigamos en la trampa consumista, porque, de lo contrario, en nada nos distinguiríamos de este mundo y sus valores. Danos luz para discernir, para permanecer despiertos y en vela, porque Tú nos prometiste tu Espíritu para poder vivir según el estilo de Jesús.

PRESENTACIÓN DE UN DISCO

Señor, te traemos este disco. Sobre todo los jóvenes han hecho de él su compañía habitual. Sin embargo, ellos ocultan nuestro miedo al silencio, a la soledad y a encontrarnos con nosotros mismos, como si fuéramos el mayor y más espantoso fantasma del que hemos de huir. Al matar el silencio, nos es difícil encontrarnos contigo y poder saborear lo que es la oración. Al presentarte hoy este disco, nos gustaría reivindicar el silencio frente a los ruidos, la capacidad de escucha a los demás frente al el ir cada uno a lo suyo y la oración frente al vacío existencial en el que vivimos.


Prefacio...

Te damos gracias, Señor,
por habemos enviado al mundo a tu Hijo Jesús.
Él ilumina, con su Palabra y su Ejemplo, nuestras vidas.
Nos enseña a valorar más la verdad que el halago.
Nos enseña a servir y no dominar.
A poner el amor por delante del dinero y del poder.
El cambia los valores del mundo,
y con su Muerte en la Cruz es signo de contradicción.
Su Cruz es juicio contra los poderosos y sabios
y esperanza para los sencillos y necesitados.
Por eso, ahora, nosotros, llenos de alegría y gratitud
unimos nuestras voces a las de los santos
y a las personas de buena voluntad
para cantar el himno de tu gloria diciendo:

Santo, Santo, Santo


Padre Nuestro

Vamos a rezar juntos el Padre Nuestro. Vamos a pedir a Dios el pan nuestro de cada día. No vamos a hacerlo como una costumbre, una rutina, sino que vamos a pedírselo de verdad, y vamos a prometer colaborar para que el alimento llegue para todos. No vamos a acaparar y así el reparto será justo. Juntos rezamos: Padre Nuestro...

Nos damos la paz

La posesión de los bienes, la ambición y la codicia son caldo de cultivo de la violencia y la agresividad. Los que seguimos a Jesús somos seres inclinados a la paz. Que la paz del Señor esté con todos vosotros...


Comunión

La Comunión es una comida de hermanos, es una comida juntos y unidos en la alegría de la Fiesta. Y Jesús se nos entrega como alimento. Vamos a acercarnos a compartir esta comida, dispuestos a compartir, también la nuestra.
Dichosos los invitados...

Reflexión final

¡¡ Ricos y mendigos !!

Unos países ricos con excelente producción,
y otros países pobres con hambre y con miseria.
Unos consumiendo ávidamente
y otros consumidos por la escasez.
Unos enriquecidos y mirando por encima del hombro,
a otros empobrecidos, que no levantan cabeza.
Unos ricos y otros mendigos, así es nuestro mundo.
Unos, por ostentación, despilfarran más de lo que tienen,
otros, pobres en salud y fortuna, malgastan lo poco que tienen.
A unos la abundancia les complica la vida,
a otros la pobreza les amarga la existencia.
También nosotros ambicionamos y derrochamos,
como si viviésemos sólo para ganar y gastar lo más posible. Gastamos la vida, ganando y amontonando dinero;
y destrozamos la vida malgastando el dinero amontonado.
Unos ricos y otros mendigos, así es nuestro mundo.

Oración comunitaria
Líbranos Señor de toda codicia.
Concédenos Señor un corazón sencillo,
que no ambicione más allá de lo que necesitamos
que sepa agradecer lo que ya tenemos,
lo que cada día nos regalas Tú y nuestros hermanos.
Confesamos que sólo Tú eres nuestro verdadero tesoro,
Y en tus manos amorosas queremos vivir confiados.
Que no nos cansemos de vivir así, buscando primero y ante todo el Reino.
Padre, que tu Espíritu nos haga cada vez más parecidos
A tu Hijo Jesús, que contigo vive y reina

Bendición

Hermanos, al volver ahora a los quehaceres y encontrarnos en medio de una sociedad insolidaria, nos costará hacer presente el desprendimiento y la generosidad que Jesús nos pide a sus seguidores, pero esforcémonos, pues contamos con la gracia del Señor y la bendición de Dios Todopoderoso...

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WebJCP | Abril 2007