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viernes, 23 de julio de 2010

Echarle una mano a Dios

(Solemnidad de Santiago Apóstol, 25 de Julio de 2010)
Por Juan Jáuregui
Evangelio: Mt. 20,20-28

En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch, hay un diálogo con un niño, que la primera vez que lo leí me dejo conmovido.
“¿Rezas a Dios?- Pregunta Bloch.
Sí, cada noche- contesta el pequeño.
¿Y qué le pides?
Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.”

Y ahora soy yo el que me pregunto ¿qué sentiría Dios al oír a este chiquillo que no va donde Él, como hacen la mayoría de las personas mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo?…
Sin embargo, este chiquillo lo único que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo.

A lo mejor alguien piensa que esto es una herejía. Porque ¿qué va a necesitar Dios, que es Omnipotente? Y en todo caso ¿qué va a poder darle un niño?

Y, sin embargo ¡qué profunda es la intuición de este chaval! Porque lo mejor de Dios no es que sea Omnipotente, sino que no lo sea demasiado y que haya querido “necesitar” de los hombres. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la Omnipotencia se admira, se respeta y crea asombro y sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor. Por eso, ya desde el día de la Creación. Él, que nada necesita de nadie, quiso contar con la colaboración del hombre para casi todo. Y empezó por dejar en nuestras manos el completar la obra de la Creación.

Por eso, es tan desconcertante ver que la mayoría de los humanos, en vez de felicitarse por la suerte de poder colaborar en la obra de Dios, se pasen la vida mirando al cielo para pedirle que venga a resolver personalmente lo que es tarea nuestra.

Yo entiendo, claro, la oración de súplica: el hombre es tan menesteroso, que es muy comprensible que se vuelva a Dios tendiéndole la mano como un mendigo. Pero me parece a mí que, si la mayoría de las veces que los creyentes rezan lo hicieran no para pedirle cosas para ellos, sino para echarle una mano a Dios en el arreglo de los problemas de este mundo, tendríamos ya una tierra mucho más habitable.

Con la Iglesia ocurre tres cuartos de lo mismo. No hay cristiano que no se queje de las cosas que hace o deja de hacer la Iglesia, entendiendo por “Iglesia”, el Papa, los obispos y los curas. “Si ellos venderían las riquezas del Vaticano, se solucionaba la crisis….” “Si los Obispos fuesen más asequibles…” “Si los curas predicasen mejor…” tendríamos una Iglesia fascinante… Pero, ¿cuántos se vuelven a la Iglesia para echarle una mano?

En la Antología del disparate, hay un chaval que dice que “la fe es lo que nos da Dios para que podamos entender a los curas”… Pero, bromas aparte, la fe es lo que nos da Dios para que luchemos por ella.

Hoy, celebramos la fiesta de un hombre que vivió en sí mismo este proceso de transformación del que estoy hablando.

Comenzó pretendiendo los primeros puestos, pedía un lugar privilegiado en el Reino…

Comenzaba, como muchos de nosotros, pidiendo y pidiendo… Pero terminó dando…

Dando hasta su vida por difundir la fe en Jesús. Después de recorrer miles de kilómetros anunciando y pregonando el evangelio, terminó ofreciendo su propia vida, y fue el primero de los apóstoles que selló su vida con su propia sangre.

La solución a muchas de las dificultades o problemas que tenemos planteados no es llorar o volvernos a Dios mendigándole que venga a arreglarnos el reloj, porque no nos funciona o se nos ha parado. Lo mejor será, como hacía el niño de Bloch, echarle una mano a Dios. Es esto lo que hizo Santiago, a quien hoy recordamos. Que su recuerdo nos ayude a sentirnos responsables de seguir transmitiendo a todos el mensaje de Jesús.

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WebJCP | Abril 2007