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MISIONEROS EN CAMINO: XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C: Homilias y Reflexiones
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sábado, 26 de junio de 2010

XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C: Homilias y Reflexiones


Publicado por Iglesia que Camina

LIBRES EN EL SERVICIO

La segunda lectura de la Liturgia de hoy está tomada de la Carta a los Gálatas y es todo un llamado al cristiano a vivir en “libertad”. Jesús no vino a hacernos esclavos sino a liberarnos de la esclavitud de la Ley. Hoy todos somos conscientes de que “somos libres”. Es, tal vez, uno de los mayores descubrimientos de la antropología moderna. A su vez, es como un encuentro con el Evangelio que es la Buena Noticia y anuncio de que Dios nos quiere libres.

Una de las primeras experiencias del joven hoy es saber que él es libre. Lo malo es que no ha sabido todavía encontrar el verdadero sentido de lo que significa ser libre. Con frecuencia entiende por libertad, no hacer caso a nadie, no obedecer a nadie, no someterse a nadie. Ni a sus padres, ni a la Iglesia ni a la ley civil. En el fondo, muchas de nuestras libertades hoy no pasan de ser “yo hago lo que me da la gana”. Esto no es libertad sino una nueva esclavitud. Se puede ser incluso esclavo de la libertad.

San Pablo nos marca los verdaderos caminos de cómo realizarnos en la libertad y ser realmente libres en Cristo. Cristo ha venido y nos ha hecho libres de la ley, pero no por eso nos ha dicho “hagan lo que les venga en ganas”. La libertad tiene también su marco de referencia.

Lo primero que nos pide Pablo es que nos mantengamos “firmes” y no nos “sometamos de nuevo al yugo de la Ley que esclaviza”. Todo aquello que nos esclaviza nos impide ser libres. Nosotros mismos podemos ser esclavos de nuestras ideas, de nuestras pasiones, de nuestros instintos. ¿Qué más da liberarnos de los otros, si luego nosotros nos esclavizamos a nosotros mismos?

Pablo da un paso más adelante y nos pide la “libertad del servicio a los demás”. Es decir, ser libres en el amor al hermano. “Vuestra vocación es la libertad”, pero “sed esclavos unos de otros”. La verdadera libertad está para Pablo en el amor al hermano. El amor nos hace libres, igual que el egoísmo nos hace esclavos. En realidad, esa fue también la libertad de Jesús. Fue libre hasta la muerte. La misma muerte fue un acto de libertad porque fue un acto de amor. El mismo lo dijo “nadie me quita la vida, yo la entrego”.

No podemos hacer mejor uso de nuestra libertad que amar y amar sin condiciones. Cuando uno ama de verdad, aún lo difícil se le hace fácil y lo imposible se le hace posible. Cuando amamos a los hermanos no les tenemos miedo porque los sentimos hermanos, prójimos, cercanos. Cuando amamos sentimos que nuestro corazón se siente libre, siempre disponible, siempre atento y siempre con deseos de entregarse. El amor es nuestra verdad. Jesús mismo nos dijo que “la verdad os hará libres”.




LA VENGANZA NUNCA ES BUENA

Tampoco los discípulos eran mansos corderos. También a ellos les costó entrar por el camino de los criterios de Jesús. Cuando se sienten rechazados por los Samaritanos, no encuentran mejor solución que “pedir fuego al cielo para que los abrase y acabe con ellos”. Esto lo piden nada menos y nada más que los “buenacitos” del grupo: Santiago y Juan. Me imagino qué habrían dicho los otros, mucho más violentos. Pero Jesús no anda con esos juegos y “les regañó”. Se enfadó con ellos y les corrigió con dureza.

No es fácil entrar por la mentalidad del Evangelio. Todos encontramos razones para juzgar y condenar a los demás. Todos encontramos razones para “no hablar con el hermano o la hermana”. “Es que me han hecho, es que han dicho de mí...” y no sé cuántas razones humanas más.

Muchos no se hablan hoy porque se han sentido ofendidos y porque el otro no les ha pedido perdón. Esto se da incluso entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos. Es el “pan nuestro de cada día”.

Siempre tendremos razones suficientes para amar y perdonar, pero nunca habrá razones suficientes para odiar, para negar nuestra palabra, para marcar distancias. Cuando lo hacemos estamos actuando con criterios y con lógica humana, pero nos estamos olvidando de la lógica de Dios que “ama a los malos” y “perdona a todos, incluso a aquellos que lo han condenado a la Cruz”. Hasta se permite el lujo de disculparlos: “No saben lo que hacen.” La venganza nunca es buena. La venganza nunca libera nuestra mente de los malos recuerdos, ni nuestro corazón de los resentimientos. Además, la venganza, el odio, el resentimiento estrujan nuestro corazón, lo empequeñecen y terminamos por ser como los que nos han hecho daño. Podremos sentir dolor, porque eso es humano, pero siempre tendremos la oportunidad de ser más y olvidar y perdonar.





LA VIOLENCIA EN CASA

No hace falta ir muy lejos para encontrarnos con la violencia de los corazones. La tenemos cerca. Tan cerca que todos la llevamos escondida en nuestros corazones. Y tan cerca que, posiblemente, la descubramos en el propio hogar.

Hay una violencia física tanto a nivel de esposos como a nivel padres e hijos.
Hay una violencia silenciosa. Es la violencia del silencio como una manera de castigar a los demás.
Hay la violencia verbal a la que, frecuentemente, damos poca importancia y que, sin embargo, muchas veces es todavía peor que la violencia física.

La violencia verbal: el grito, el mal humor, el decir las cosas ofendiendo al otro, el decir las cosas con palabras estridentes.

Esta violencia verbal nos impide escuchar la verdad. Cuando alguien me corrige, pero lo hace con malas maneras, termino quedándome con los ásperos modales del que me corrige y no presto atención a la verdad que se me quiere decir.

Nos quedamos con el envoltorio de la verdad y no atendemos a la verdad en sí misma. Todos somos testigos de ello. Se pueden decir las verdades y se pueden y aun deben corregirse muchos errores, pero cuando lo hacemos de mala manera, la conclusión suele ser: “Hoy está con un humor de perro.” Nos quedamos con el mal humor y con la herida que llevamos dentro, pero no valoramos lo que se nos ha dicho.

¿Qué es preciso corregir a los hijos? También a los mayores. La verdad tiene valor y fuerza por sí misma y no por el volumen de voz y con la rabia con que la decimos. ¿Por qué será que los hijos nos hacen tan poco caso? ¿No será que no sabemos decirles las cosas con bondad y amabilidad? Los médicos cuando van a hacer alguna intervención quirúrgica primero nos ponen anestesia y luego cortan sin que duela y así nos curamos. ¿Alguien se dejaría operar sin anestesia? ¿Por qué será que los esposos se escuchan tan poco el uno al otro? Revisa cómo le hablas. Revisa tu tono de voz. Revisa tu estado de ánimo. Es posible que ahí encuentres la respuesta.





NECESITAMOS SERENIDAD

Señor: Ya lo estás viendo:
Todos andan nerviosos, inquietos.
Todo el mundo preocupado.
No podemos con nuestros nervios.
He venido al jardín a visitar mis flores.
Las veo serenas, tranquilas.
Las veo apacibles y sonrientes,
ajenas a nuestras ansiedades.

Necesitamos la serenidad de las flores.
Serenidad para nuestras conciencias.
Serenidad para nuestras mentes.
Serenidad para nuestros corazones.
Serenidad para ver nuestros problemas.
Serenidad para responder a los demás.
Serenidad para tomar decisiones.
Serenidad para no herir con las palabras.
Serenidad para no herir con los gestos.
Serenidad para escuchar a los nuestros.
Serenidad para pensar.
Serenidad para amar.
Serenidad para dar paz a los demás.
Serenidad para escucharte.
Serenidad para escucharme.
Señor da calma nuestro espíritu,

Con el don de tu paz.
Que la violencia perturba nuestra alma.
Que la violencia perturba nuestro espíritu.
Que la violencia hace violenta nuestra convivencia.
Que la violencia nos hace duros con los demás.
Que la violencia ciega nuestras mentes.

Pidiendo fuego “que acabe con ellos”
no ablandamos sus corazones.
Pidiendo fuego “que acabe con ellos”
no se nos abrirán las puertas.





PARA TOMAR DECISIONES

Cada decisión que tomas en tu vida, de alguna manera te hace o te destruye. Es importante saber decidir:

Entre la duda de hacer el bien o el posible mal, elige siempre el bien.
Entre la verdad y la mentira, escoge siempre la verdad, aunque de momento pueda complicarte la vida.
Entre criticar o alabar, es preferible que alabes siempre.
Entre murmurar de alguien o hablar bien de él, es mucho mejor hablar bien, incluso aunque te equivoques.
Entre gritar o hablar con serenidad, es mejor que escojas la serenidad. El grito déjalo para otros.
Entre hacer algo por los demás o servirte de ellos, siempre será preferible que los sirvas a ellos en vez de servirte de ellos.
Entre hacer algo o no hacer nada, escoge siempre el hacer algo. Quien hace tiene derecho a equivocarse. El que no hace nada ya se equivocó.
Si hablan mal de ti, entre defenderte o callar, mucho mejor es que te calles. Tu silencio te hace más digno que tu protesta.
Entre mirar al futuro o encerrarte en el presente, mejor que apuntes lejos, al mañana, sin olvidarte por ello del hoy.
Entre una cara seria y una sonrisa, regala siempre una sonrisa. Así siempre quedarás bien.
Entre ser santo o un pecador, decídete por la santidad. Es mucho más elegante.
Entre la vulgaridad o lo grande, decídete por lo grande. Te sentirás mejor.
Entre amar o ser amado, decídete por amar. Así te amarán todos.
Entre lamentar o hacer algo, siempre será mejor que hagas algo. Te aburrirás menos.
Entre encerrarte en tu egoísmo o preocuparte de los otros, no dudes en preocuparte por los demás.
En toda decisión siempre hay otra posibilidad. Tú escoge siempre:

Lo difícil y no lo fácil.
Lo que exige y no lo cómodo.
Lo riesgoso y no lo seguro.
Lo que más te acerque a Dios y no lo que te aleje de Él.
Lo que más te acerque a los demás y no lo que te distancie.

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WebJCP | Abril 2007