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viernes, 11 de junio de 2010

Viernes 11 de junio: Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús


Por CELAM - CEBIPAL

Jesús nos ama como sólo Dios sabe amarnos
Lucas 15, 1-7
“Este hombre acoge a los pecadores y come con ellos”

La solemnidad de hoy nos atrae particularmente hacia la contemplación: Dios viene a nuestro encuentro con la palabra “amor” como realidad primera que define su relación con nosotros. No un amor abstracto sino muy concreto en la persona de Jesús: su pecho traspasado por la lanza en la Cruz (ver Juan 19,34) es la última de una infinidad de imágenes elocuentes de lo que Él quiere invitarnos a vivir.

La simbología del “corazón”, referida a Dios, designa el amor en su fuente misma: la interioridad divina. El Corazón de Jesús es lenguaje vivo de este amor, visibilización de la interioridad de la cual procedemos, declaración del interés que Dios tiene por nuestra vida e invitación a sumergirnos en ese mismo amor.

Por eso, para evitar equívocos, debe quedar claro que no celebramos un aspecto o un órgano de Jesús, sino la totalidad de su persona y el núcleo de su ser que es el amor: “En Jesús Dios mismo nos ama con un corazón de hombre” (P.Paul Milcent).

Las lecturas bíblicas de esta solemnidad tienen como tema único el amor de Dios por la humanidad.

El amor de Dios que viene a nuestro encuentro en la persona de Jesús está bien presentado en las impactantes parábolas de la misericordia de Lucas 15. Hoy la liturgia nos remite a las dos primeras. En ellas se describe el amor y la misericordia de Dios que se dirigen a todo hombre, y especialmente a quien más lo necesita: el pecador.

En el evangelio de hoy se presentan dos visiones radicalmente opuestas acerca de Dios:
(1) La crítica de los fariseos a la praxis de Jesús que acoge los pecadores (15,1-2), tiene en vista a un Dios que no siente simpatía por el pecador y por lo tanto no quiere hacer nada por él. El pecador sólo merece desprecio y rechazo, hasta que no se convierta en justo.
(2) La praxis y la enseñanza de Jesús (15,3-7), que presenta a un Dios que sale a la búsqueda de cada persona con gran misericordia. La misericordia de Dios es inquebrantable por parte suya. Aunque una persona le de la espalda, su amor por ella no cesa nunca.

La imagen de un pastor que perdió una oveja (15,4-7) y la de una mujer que perdió una moneda (15,8-10), sirven para destacar la revelación del amor misericordioso de Dios. En las dos parábolas encontramos los mismos elementos:
(1) En ambos casos ha habido una pérdida.
(2) En ambos casos sucede que, apenas se percibe la pérdida, no por ello termina la relación con lo perdido.
(3) En ambos casos no se deja perder ni la oveja ni la moneda, el valor sigue vigente.
(4) En ambos casos la búsqueda lleva a grandes riesgos.
(5) En ambos casos la alegría acompaña la recuperación de lo perdido.

Para Dios siempre somos valiosos ante sus ojos: nos ha creado con amor y nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Esto es lo que revela Jesús a todo lo largo del evangelio en su búsqueda continua de los pecadores, los enfermos, los niños, la mujer, los pobres… pero también se pone al servicio del justo porque su amor no es excluyente: así como cuando una mamá festeja la recuperación de hijo enfermo, esto no significa que no ame también a sus hijos y que no se alegre por ellos. Ante este panorama se exhibe la grandeza un corazón amante.

Esta fiesta del Corazón de Jesús quiere animar en nosotros un camino de conversión en nuestra manera de ver a Dios: no es el Dios duro y rígido que predicaban los fariseos sino el Dios amor, el Padre de Jesús, que está siempre presuroso en búsqueda de sus pequeños. El Dios que se conmueve hasta las lágrimas. El Dios que hace fiesta porque nos ha encontrado. El Dios para quien somos valiosos e importantes.

Nos corresponde ahora a nosotros apropiarnos de la sensibilidad de Dios y amar con su mismo amor: hacerlo el corazón de nuestro corazón.

San Juan Eudes, proclamado por los Papas Pío X y Pío XI como el “Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y de María”, creó, promovió y sistematizó la teología de esta fiesta desde 1672, en Francia, antes de que se popularizara a partir de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque. Él decía: “El Corazón admirable de Jesús es una hoguera de amor a su Padre, a su Madre, a su Iglesia y a cada uno de nosotros”.

Mediante el culto al Corazón de Jesús abrazamos, por tanto, la entera persona de Jesús y somos guiados a la comprensión del Evangelio y de su obra redentora: “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación” (Isaías 12,3).

Contemplando hoy a Jesús nos maravillamos de cuánto engloba su amor nuestras vidas: su amor está en la raíz de nuestra existencia y en ese amor seremos consumados. Releyendo el Salmo diremos: “Todos allí hemos nacido” (87,4).

¡Adorémoslo! y ¡Démosle gracias!


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es el anuncio que nos hace el “corazón” de Jesús?

2. ¿Qué imagen tienen de Dios tanto los fariseos como Jesús?
3. ¿Mi experiencia de Dios está marcada por el amor? ¿Cuáles son los signos del amor de Jesús en mi vida? ¿Qué implicaciones tiene para mi relación con los demás?


“¡Cuán excesivos y admirables son, oh Dios, tu bondad y tu amor por nosotros! Eres infinitamente digno de ser amado, alabado y glorificado. Pero como no tenemos corazón ni espíritu dignos y capaces de llenar estas obligaciones, tu sabiduría ha inventado y tu inmensa bondad nos ha dado un medio admirable para cumplirlas plena y perfectamente. Porque nos has dado el Espíritu y el Corazón de tu Hijo, que es tu propio Espíritu y Corazón, para que sea también el nuestro, según la promesa que nos hiciste por boca del profeta: ‘Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo’. Y para que supiéramos cuáles eran ese espíritu y ese corazón nuevo que nos prometías: pondré mi Espíritu, que es mi Corazón, en medio de vosotros. Sólo el Espíritu y el Corazón de Dios son dignos y capaces de amar, bendecir y alabar a Dios como Él lo merece. Por eso, Señor mío, nos diste tu Corazón, que es el de tu Hijo Jesús, como también el de su divina Madre y los corazones de todos tus ángeles y santos que reunidos forman un solo corazón”
(San Juan Eudes)

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WebJCP | Abril 2007