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MISIONEROS EN CAMINO: Los marginados sexuales, el amor y Dios
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viernes, 11 de junio de 2010

Los marginados sexuales, el amor y Dios


Domingo XI del TO (Lc 7, 36-8, 3) - Ciclo C
Por Juan Jáuregui

(I)

En la casa de una persona importante como era el fariseo Simón, que había invitado a Jesús a comer, aparece de repente una mujer. No estaba en la lista de los invitados.

Su aparición en la casa de un hombre tenido por honrado y religioso como Simón es todo un atrevimiento. ¡Qué descaro! No se da el nombre; sólo sabemos su oficio: «una pecadora de la ciudad…».

Llega al banquete con la esperanza de encontrar a alguien que no la mire como un objeto de placer. Tiene la esperanza de ofrecer el propio corazón, la esperanza de ser comprendida al fin y encontrar un corazón. Había tenido muchos amantes, pero era Jesús el único que la amaba de verdad. Cada uno reza a su modo; la oración de la pecadora aquí está hecha de silencio, de lágrimas y de besos con que cubría los pies de Jesús. Y Simón piensa: Si este hombre fueraprofeta sabría que esta es una pecadora. Jesús toma la defensa de aquella mujer extraviada, que parecía no tener defensa. Jesús, que se fija en el corazón y no en las apariencias, se da cuenta de que ella era mejor que todos aquellos que la estaban condenando. Y les dice:

«Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor» (Lc 7,47).

Un sacerdote que en Barcelona se dedicaba al apostolado en los barrios marginados y en las cárceles, paseando un día por las Ramblas, vio que una señora, llamada Rosi, se acerca a él y le dice: «Mi marido se ha arruinado con el juego y está enfermo. Me escribe que vuelve definitivamente de Alemania y quiere vivir de nuevo conmigo».

La Rosi vino de Alemania hacía 20 años, cuando su marido la dejó por otra. Desde entonces ha hecho de todo: camarera de barra americana, prostituta, cuidadora de niños, y ahora fregaba las habitaciones del hotel…

Ella dice que a su marido no puede quererle. Pero que están casados todavía. Y que su marido está enfermo. Y que necesita a alguien que lo cuide, y que si las otras mujeres lo han dejado, ¿va a dejar que se muera sin que lo cuide nadie? No; dice que ella cuidará de él. Y de él cuidó.

Yo me pregunto: Ante esta sociedad que vive de apariencias, ¿quién le quitará de encima lo de haber sido prostituta?

Ante la sociedad, para una buena conducta se necesita tiempo, pero basta un momento para perderla.

Dios, sin embargo, no se fija en las apariencias; se fija en el corazón. Y a esta mujer se le perdonarán muchos pecados porque ha amado mucho.

Jesús lo ha dicho claramente: en el reino de los cielos las prostitutas tendrán preferencia a muchos que pasan por personas respetables.


(II)

Una mujer pecadora está tocando a Jesús. La reacción de Simón es de indignación y escándalo. Aquella mujer es una indeseable a la que habría que alejar rápidamente del Profeta. La reacción de Jesús, por el contrario, es de acogida y comprensión. Sólo parece ver en ella un ser necesitado de amor, reconciliación y paz.

Esta actitud constante de Jesús, descrita a lo largo de todo el evangelio de Lucas, de acogida a los que parecen excluidos de antemano del Reino de Dios, nos ha de obligar a los cristianos a revisar nuestras actitudes hacia ciertos sectores y grupos a los que parece que negamos el derecho de acercarse a Jesús.

Entre estos grupos hay uno del que los cristianos apenas nos atrevemos a hablar: el mundo de los homosexuales y las lesbianas. Un mundo que las Iglesias han preferido casi siempre silenciar, mientras, socialmente, era objeto de distorsiones, desprecios y persecución.

Apenas ni una palabra de esperanza. Sólo condenas y anatemas para reducirlos a la oscuridad, al silencio o al desprecio de los demás. ¿Dónde han podido escuchar una palabra que les hiciera sentirse llamados también ellos al Reino de Dios? ¿Cuándo han podido saber que Dios es también para los indeseables de la sociedad? ¿Quién les ha abierto un acceso al Evangelio?

Y, sin embargo, también los homosexuales y las lesbianas tienen derecho al Evangelio aunque esta simple afirmación suene de una manera extraña y escandalosa a los oídos de bastantes cristianos.

Las comunidades cristianas nos hemos de preguntar qué ayuda hemos ofrecido a estos hombres y mujeres para crecer en madurez humana y responsabilidad cristiana. Qué mensaje han podido escuchar de nosotros para vivir su homosexualidad desde una actitud responsable y creyente.

No basta con adoptar una postura de condena o rechazo cuando la orientación global de la sexualidad de una persona queda fuera de su propio control. Ni se puede condenar de manera total y absoluta la vida de una persona reduciéndola a su sexualidad, sin tener en cuenta otros valores y dimensiones de su personalidad.

No se trata de silenciar las exigencias del evangelio a estos grupos, sino de anunciar y ofrecer también a estos hombres y mujeres la posibilidad de que descubran en Jesucristo su propia dignidad, la aceptación responsable de su condición y la acogida liberadora que les niega casi siempre la sociedad.

1 comentarios:

Môme dijo...

Me gustó mucho. Realmente como catequista me suelo preguntar porq no hay catequistas homosexuales, realmente integrados con su realidad, que sientan y profesen un mensaje de inclusión y fraternidad a las edades más tempranas, que son el futuro de nuestra iglesia.

Saludos.
Virginia


WebJCP | Abril 2007