El blog donde encontrarás abundante material para orar y meditar sobre la liturgia del Domingo. Reflexiones teológicas y filosóficas. Videos y música para meditar. Artículos y pensamientos de los grandes guías de nuestra Iglesia y Noticias sobre todo lo que acontece en toda la vida eclesial
1.- El evangelio de Lucas no detalla el lugar del episodio, pero otros sí lo dicen. Como he estado unas cuantas veces allí, dejadme, mis queridos jóvenes lectores, que os cuente brevemente como es el paisaje. Se trata de una de las tres fuentes del Jordán, hoy se llama Bánias, antiguamente Cesarea de Felipe. Quedan restos de la población edificada en honor del emperador por uno de los Herodes y también nichos y hornacinas, en honor del dios Pan, que era una divinidad pastoril. Destaca en el entorno una enorme roca, horadada en su base por un gran boquete por donde, en aquellos tiempos, brotaba el río. Hoy lo hace a no más de 100 metros más abajo. Al oeste del lugar está Dan, un paraje maravilloso, donde se encuentra otro de los manantiales y en el que la frondosidad de su vegetación, joven los matorrales, milenarios pueden ser los árboles, está fragmentada por innumerables riachuelos, que descienden para encontrarse todos más abajo, poco antes de saltar formando graciosas cataratas. A este precioso lugar iría el Señor con sus amigos. Probablemente fue a pasar las fiestas de las cabañas o Sukot. Según precepto y costumbre, las celebraban los judíos viviendo unos días al aire libre, protegiéndose para dormir, en improvisadas cabañas. Era una de las tres grandes fiestas religiosas, no la más importante, pero sí la más divertida.
2.- Las películas nos acostumbran a presentar al Señor como un empecinado andariego y parlanchín, que no paraba, yendo de un sitio a otro, sin descanso. No es esta la imagen evangélica, buena prueba de ello es la descripción que nos da hoy Lucas. Ciertamente que para llegar allí, precisaría sus buenos ochenta kilómetros, pero el Maestro, más que a dormir, se entrega a la oración. Podía haber subido después al gran Hermón, o a cualquiera de las cimas de la cordillera del Líbano. Podía entretenerse en recorrer, uno por uno, los monumentos que adornaban el paraje. Pues no, se aleja del jolgorio, se deja mecer por la soledad y reza. Cuando vuelve, al encontrarse con sus discípulos se confía a ellos. La oración no es una escapatoria. Nunca se está más cerca de los hombres, que cuando se reza por ellos a Dios, no lo olvidéis.
Conviven todos amigablemente y por ello la sinceridad espontánea es la norma de sus coloquios. Como cualquier hijo de vecino que no es un fresco, desea saber que piensan de Él, y a ellos les interroga. El amigo, como el enamorado, desea ser conocido con acierto y para comprobar que opinión tienen de él, no duda en preguntárselo.
3.- ¿Qué dice la gente de mí? Desea saberlo antes de continuar predicando y anunciando la Buena Nueva entre sus conciudadanos. La manera de expresarse, dependerá, en cierto modo, de lo que piensen de Él. No acude a su saber divino, desea ser informado por sus amigos. Lo gracioso del caso es que los Apóstoles, lo primero que le dicen, es que algunos imaginan que es la reencarnación de antiguos personajes importantes. La reencarnación no está incluida en la fe israelita, ni mucho menos, pero aun hoy podéis encontraros con judíos que creen en ella. No se entretiene el Señor en condenar estas creencias, su resurrección será una buena demostración de su falsedad. Va al grano, a lo que más le interesa: ¿qué piensan ellos de Él? Se adelanta decidido Pedro, el rudo pescador, y le contesta en nombre de todos: están convencidos de que es el Mesías. Serlo, implicaba una gran dignidad. Suponía una categoría histórica muy importante. Pero no se regodea por el elogio y les echa un jarro de agua, hablándoles de su pasión. Jesús había aprendido de su Madre a ser humilde, (recordad sus palabras cuando se encontró con Isabel). Y os vuelvo a decir que estoy refiriéndome a su quehacer humano. No niega su mesianidad, sencillamente, les dice lo que implica ser ungido de Yahvé. Los profetas ya lo habían dicho, pero la gente prefería imaginarse que se trataría de un caudillo triunfador.
4.- He empezado hablándoos del paisaje, si lo he hecho así, es para ayudaros a que, cuando estéis en algún lugar semejante, os hagáis la misma pregunta interiormente. Meditar y preguntarte que espera Dios de nosotros en un espacio eclesiástico, condiciona la respuesta. He estado estos días en Roma, escuchando al Papa y concelebrando la Eucaristía con él. Si me hubiera interrogado qué representa Jesús para mí, rodeado de 15000 sacerdotes y después de 54 años de ejercicio, hacerlo así, no facilitaba una respuesta demasiado original. La pregunta me la debo hacer en la soledad de una ermita o sumergido en un valle angosto. Y creedme que me la hago. Me la hago en Banias, cuando estoy allí, me la hago mientras contemplo y admiro las pequeñitas orquídeas por los bosques que hay cerca de uno de los lugares donde celebro misa. Cuando observo edelweiss o gencianas en un rincón del Pirineo. A vosotros, mis queridos jóvenes lectores, os gustarán otras plantas, gozaréis de otros paisajes. Cada uno tiene sus preferencias y la oportunidad de encontrar soledad evocadora a su manera y que con su silencio, le permita aceptar palabras radicales. No huyáis de ellas. Sed valientes y no temáis ser arriesgados. Vivir unidos con Jesús y obrar libremente como a Él le gusta, merece la pena.
2.- Las películas nos acostumbran a presentar al Señor como un empecinado andariego y parlanchín, que no paraba, yendo de un sitio a otro, sin descanso. No es esta la imagen evangélica, buena prueba de ello es la descripción que nos da hoy Lucas. Ciertamente que para llegar allí, precisaría sus buenos ochenta kilómetros, pero el Maestro, más que a dormir, se entrega a la oración. Podía haber subido después al gran Hermón, o a cualquiera de las cimas de la cordillera del Líbano. Podía entretenerse en recorrer, uno por uno, los monumentos que adornaban el paraje. Pues no, se aleja del jolgorio, se deja mecer por la soledad y reza. Cuando vuelve, al encontrarse con sus discípulos se confía a ellos. La oración no es una escapatoria. Nunca se está más cerca de los hombres, que cuando se reza por ellos a Dios, no lo olvidéis.
Conviven todos amigablemente y por ello la sinceridad espontánea es la norma de sus coloquios. Como cualquier hijo de vecino que no es un fresco, desea saber que piensan de Él, y a ellos les interroga. El amigo, como el enamorado, desea ser conocido con acierto y para comprobar que opinión tienen de él, no duda en preguntárselo.
3.- ¿Qué dice la gente de mí? Desea saberlo antes de continuar predicando y anunciando la Buena Nueva entre sus conciudadanos. La manera de expresarse, dependerá, en cierto modo, de lo que piensen de Él. No acude a su saber divino, desea ser informado por sus amigos. Lo gracioso del caso es que los Apóstoles, lo primero que le dicen, es que algunos imaginan que es la reencarnación de antiguos personajes importantes. La reencarnación no está incluida en la fe israelita, ni mucho menos, pero aun hoy podéis encontraros con judíos que creen en ella. No se entretiene el Señor en condenar estas creencias, su resurrección será una buena demostración de su falsedad. Va al grano, a lo que más le interesa: ¿qué piensan ellos de Él? Se adelanta decidido Pedro, el rudo pescador, y le contesta en nombre de todos: están convencidos de que es el Mesías. Serlo, implicaba una gran dignidad. Suponía una categoría histórica muy importante. Pero no se regodea por el elogio y les echa un jarro de agua, hablándoles de su pasión. Jesús había aprendido de su Madre a ser humilde, (recordad sus palabras cuando se encontró con Isabel). Y os vuelvo a decir que estoy refiriéndome a su quehacer humano. No niega su mesianidad, sencillamente, les dice lo que implica ser ungido de Yahvé. Los profetas ya lo habían dicho, pero la gente prefería imaginarse que se trataría de un caudillo triunfador.
4.- He empezado hablándoos del paisaje, si lo he hecho así, es para ayudaros a que, cuando estéis en algún lugar semejante, os hagáis la misma pregunta interiormente. Meditar y preguntarte que espera Dios de nosotros en un espacio eclesiástico, condiciona la respuesta. He estado estos días en Roma, escuchando al Papa y concelebrando la Eucaristía con él. Si me hubiera interrogado qué representa Jesús para mí, rodeado de 15000 sacerdotes y después de 54 años de ejercicio, hacerlo así, no facilitaba una respuesta demasiado original. La pregunta me la debo hacer en la soledad de una ermita o sumergido en un valle angosto. Y creedme que me la hago. Me la hago en Banias, cuando estoy allí, me la hago mientras contemplo y admiro las pequeñitas orquídeas por los bosques que hay cerca de uno de los lugares donde celebro misa. Cuando observo edelweiss o gencianas en un rincón del Pirineo. A vosotros, mis queridos jóvenes lectores, os gustarán otras plantas, gozaréis de otros paisajes. Cada uno tiene sus preferencias y la oportunidad de encontrar soledad evocadora a su manera y que con su silencio, le permita aceptar palabras radicales. No huyáis de ellas. Sed valientes y no temáis ser arriesgados. Vivir unidos con Jesús y obrar libremente como a Él le gusta, merece la pena.
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