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MISIONEROS EN CAMINO: Homilias para el XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C
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sábado, 26 de junio de 2010

Homilias para el XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C



AMAR CON UN CORAZÓN INDIVISO

1.-Muy gentil amigo:
El Evangelio que leemos el día de hoy, con un claro tinte vocacional, así como algunas polémicas que han surgido sobre el tema del celibato sacerdotal, debieran convertirse en un buen estímulo para que este día dirijamos la atención de nuestra meditación hacia un punto muy concreto: profundizar sobre un tema de tanta trascendencia en el sacerdocio ministerial por el Reino de los cielos: el celibato.

2.- Una primera palabra en este tema del celibato sacerdotal es la siguiente: No se trata de que los ministros ordenados imitemos el estilo de vida de san Pedro, de san Pablo, de los Apóstoles san Juan y santo Santiago... el modo de vida que se asume es el que vivió Cristo.

¿Qué extraño –no te parece- que algunos hermanos separados ni siquiera quieren dirigir la mirada a san Pedro como un modelo de alguien que vivió el Evangelio de Cristo pero, sí recurren a él para argumentar que los ministros sagrados puedan estar casados haciendo alusión al ejemplo de san Pedro, en el argumento de que si él tuvo suegra, es que estaba casado...?

En realidad en el ministerio uno opta por ser eunuco por el Reino, porque nosotros hemos conocido que Aquél que nos ha enviado a predicar el Reino de los cielos vivió toda su vida sin casarse, fue célibe y vivió casto y puro, y porque el amor humano que expresó Aquel que nos ama con un corazón divino jamás se exclusivizó en una sola persona o en una sola familia en el matrimonio. El celibato no es otra cosa para nosotros los consagrados, sino un amar como Cristo ha amado a los hombres: con un corazón indiviso y por lo tanto pleno para todos sin distinción.

3.- Pero antes de que hablemos del estilo de vida de los sacerdotes, ministros sagrados que renuncian a padres, hermanos, hijos y esposa por el reino, y lo cual conforme a la enseñanza del maestro, no quedará sin recompensa. Regresemos a hablar sobre el proceso que suele seguir Dios para instituir a los apóstoles del Reino.

Si hablamos del sacerdocio ministerial que brota del Nuevo Testamento, es necesario referir que, el Señor Jesús eligió siempre desde su liberalidad. El Señor simple y llanamente llamó a los que Él quiso para que fueran sus discípulos, y una vez que les explicó con detenimiento los misterios del Reino de los cielos, les envió para que predicaran a todos los hombres en todos los rincones del mundo como apóstoles de la buena nueva y de la vida nueva en Él.

En este ejercicio, el Señor es aquel que invariablemente toma la iniciativa. Digámoslo con palabras accesibles a nosotros: La misión en el ministerio ordenado no puede ser eligida como si se tratase de una profesión. En realidad: Sólo se puede ser elegido por Él. Y, nadie tiene porque exaltarse ni incomodarse. El sacerdocio ministerial no forma parte de los derechos humanos. Aquí, en el campo de la elección de Dios, no existen las discriminaciones. El Evangelio suele ser severo, pero siempre transparente: Jesús llamó a los que Él quiso, no a los que deseaban.

4.- Y así continuará la historia; en la institución de aquellos que continúan con la labor apostólica, una vez que el Señor Jesús asciende al Cielo, su llamada no podrá separarse de la forma con que llama la Iglesia, interpretando auténticamente la voz del Espíritu Santo. De esta manera cuando había que elegir al sucesor de Judas Iscariote, san Pedro convocó a la comunidad de los creyentes para que eligieran a dos candidatos, una vez que esto sucedió, invitó a los otros apóstoles para que hicieran oración e hicieron un ejercicio de discernimiento bajo la conducción del Espíritu Santo. Y así se eligió al Apóstol san Matías.

Es muy cierto, y es uno de los principales argumentos utilizados por aquellos que atacan el celibato por el Reino de los cielos, que en los comienzos del cristianismo, conforme a la primera Carta de Timoteo y la Carta a Tito, se admitieron en el estado clerical, hombres casados,... Pero, es necesario decir que una vez que asumían el ministerio sagrado, ellos estaban obligados a la perfecta continencia. Es, por ello, que el canon 33 de un Concilio Provincial de España en la ciudad de Elvira, celebrado entre los años 300 al 303, no se prohibe el sacerdocio a los hombres casados, sino que se prescribe la continencia en los hombres casados una vez que se consagraban para el ministerio: “Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía” (DzH 118).

Con la anterior prescripción, inició también la práctica eclesial de excluir la posibilidad del matrimonio posterior a la ordenación sacerdotal. El matrimonio de un clérigo, en estas condiciones: que se abstiene de su mujer y que no engendra hijos, sería un absurdo, e iría contra la naturaleza misma del matrimonio.

5.- Esta práctica fue recogida y comunicada por la enseñanza de los grandes santos en los inicios del cristianismo, también conocidos como los Santos Padres, también por los cánones o leyes en los Concilios posteriores, así como en los decretales pontificios.

Y así, se ha conservado a lo largo de estos siglos de cristianismo en el catolicismo, que ya suman veintinuno por el inicio de un siglo nuevo.

En la actualidad, la condición de la llamada al celibato, como requisito para la vocación sacerdotal no es otra cosa, que fidelidad a un estilo de vida ministerial tal y como lo vivió Jesús, y tal y como lo asumió la Iglesia primitiva. El celibato sacerdotal sigue considerándose como válido y conveniente, por la más alta representación de unidad y autenticidad en una Iglesia que ha sido asistida por el Espíritu Santo: el Concilio Ecuménico, el Concilio Vaticano II.

6.- El celibato impone la renuncia al matrimonio en el sacerdote, así como la obligación de guardar castidad perfecta y perpetua como una consagración total e indivisa a Cristo y al servicio del Evangelio del Reino.

Es cierto, que el Código de Derecho Canónico ordena en una de sus leyes, en el canon 277, la observancia del celibato sacerdotal, pero también es cierto que la práctica histórica y pastoral del celibato es, con mucho, muy anterior a la sistematización legislativa.

La ley interna de la Iglesia no le impone a nadie el celibato, solamente y conforme a la competencia que, ya desde sus inicios, tiene la Iglesia de discernir la autenticidad de la vocación sacerdotal, es que ha querido restringir el sacerdocio ministerial a los que están llamados por Dios al celibato, tal y como Cristo lo vivió. En este sentido, el celibato sacerdotal no aplasta ningún derecho de las personas. No es algo que se nos impone sino algo que elegimos cuando hemos elegido seguir a Cristo en un ministerio que amamos.

8.- El celibato nos lleva a orientar nuestros afectos y sentimientos hacia el ideal que se ha recibido como don y que se ha escogido en la libertad.

Y es aquí en donde la Iglesia atesora una convicción: el sacerdote, quien por oficio es representante de la gracia de Cristo, no puede responder a esta gracia de otra manera mejor que siendo también subjetivamente hombre sacerdotal en el sentido y forma en que lo fue Cristo.

Al igual que Cristo fue célibe, la grandeza de la vocación al sacerdocio exige del elegido la entrega más plena de que es capaz un ser humano. El estado de vida célibe se convierte, aquí y ahora, también en un signo del mundo futuro y en una fuente de fecundidad abundante en un corazón no dividido.

Así pues, el celibato, aunque no vaya exigido por la naturaleza misma del sacerdocio, está en la más plena armonía con él.

Y, no se trata de un juicio que brota del desprecio del amor fecundo. Se trata más bien de la alta estima y de la llamada a vivir un amor de donación total.

La renuncia al matrimonio la realiza alguien que conoce su valor, y que es capaz de entregar libre y generosamente aquello que considera un bien.

9.- Ahora bien, una vez que la vida se compromete en el celibato será necesario cuidar esta perla de gran valor por la cual un hombre se ha desprendido de todas las otras perlas que le fueron útiles para la adquisición de aquella que más ama. La sensatez que la vida del célibe exige nunca podrá ser confundida con la estrechez.

Se ha hablado de los sacerdotes casados en las Iglesias orientales, pero la información que se ha ofrecido es también parcial.

En la Iglesia Oriental, mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados son ordenados diáconos y presbíteros. Sin embargo, existe un gran número de presbíteros que eligen libremente el celibato por el Reino de los Cielos. En Oriente, quien ya ha recibido el sacramento del Orden no puede contraer matrimonio.

Para aquellos que hemos recibido un ministerio que exige un corazón indiviso, nuestro celibato debe ser una expresión de un servicio incondicional a la Iglesia caminando sin reservas tras las huellas de Cristo, es por ello que estamos necesitados de la prudencia en el trato, de la gracia divina y de la oración de nuestra comunidad cristiana.

Los seminaristas, que están próximos al ministerio ordenado, para que sean conscientes de que la opción celibataria por amor a Cristo sólo será fruto de una decisión de fe y de una experiencia de la gracia de Dios, necesitan de la orientación oportuna y de oración de todos los cristianos, que desean ministros ordenados que vivan y que amen, tal y como Cristo ha vivido y amado.


TOLERANCIA E INTOLERANCIA.

“Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?” Pero Jesús se volvió hacia ellos y les reprendió.

1.- Muy queridos amigos:

El rechazo que padece nuestro Señor Jesucristo de parte de los Samaritanos y la reacción de Santiago y Juan ante ese rechazo, nos deben dar pauta para que hablemos sobre el tema de la tolerancia y de la intolerancia.

Y es que existe la intolerancia que lleva al desprecio del hermano y existe aquella que conduce a la ira en contra del hermano. Aún cuando pudieran ser calificadas con notas distintas, en el fondo de las actitudes fueron intolerantes tanto los samaritanos al no aceptar a Jesús por el hecho de no tener una apertura hacia sus acérrimos rivales como lo eran los judíos, como intolerantes fueron aquellos apóstoles que en la reacción por el rechazo de los samaritanos querían acabar inmediatamente con ellos.

2.- La actitud de respeto y de protección de parte del Señor hacia los samaritanos así como su actitud de corregir a sus apóstoles nos invitan inequívocamente a que tengamos una apertura en el espíritu humano para que así lleguemos a comprender que nuestras mentalidades sectarias suelen ser verdaderos pecados contra el Espíritu Santo.

Se trata de una enseñanza que, hoy mejor que nunca, se encuentra “ad hoc” con el tiempo, con nuestra vivencia eclesial y con la historia del mundo actual. Se trata de una invitación para que superemos nuestros escándalos humanos y para que vivamos en la apertura hacia el respeto y la tolerancia.

Serán la virtud de la tolerancia y la actitud de la universalidad aquellas que nos podrán liberar de un sectarismo mezquino e introvertido, contrario a la forma de enseñar del Señor Jesús.

3.- Pero vayamos por partes, ¿qué significa tolerar? Aún cuando el verbo tolerar se familiarice con el verbo soportar, tenemos que considerar que la tolerancia no es una actitud de indulgencia hacia alguien, sino que en sí misma la tolerancia es un valor moral auténtico.

Dios nos ha permitido nacer, crecer y morir en este mundo de la pluralidad y de la diversidad. Es por ello, que la tolerancia tiene que surgir desde el gozo que se genera por la comprensión de la diversidad y desde una actitud esforzada que tengamos cada uno de los hombres, como lo sugiere la misma palabra.

Pero, ¿quiénes somos los que estamos invitados a vivenciar la virtud de la tolerancia? Pues, ¡los intolerantes! Sé que la respuesta inmediata, además de obvia, parece ingenua y hasta ofensiva. Pero ahora te hago otra pregunta: ¿quiénes en la vida ordinaria solemos ser intolerantes?

Hacia allá vamos ahora. De acuerdo a un estudio del Centro de Investigaciones Sociales en España efectuado en la madre patria en el año 1987, hace veintitres años, se llegó a las siguientes conclusiones en torno a aquellos que somos intolerantes: Son menos tolerantes las mujeres que los varones, los adultos que los jóvenes, los que son más religiosos que los no tan allegados a la religión y aquellos que están situados políticamente a la derecha en contraposición con las izquierdas.

¿Estás de acuerdo con lo anterior? Sé que las mujeres, los adultos, los piadosos y los de extrema derecha han o hemos resultado señalados. Cada uno tendría o tendríamos que autorevisarnos. No obstante, el tema que nos ocupa el día de hoy es el de aquellos que en el nombre de Dios derivamos en la intolerancia. Al mismo tiempo, nuestra propuesta debe ser la de la tolerancia.

4.- En la búsqueda por comprender el verdadero significado de la tolerancia tenemos que evitar tres errores a los que podemos ser propensos y caer en el más ingenuo de los engaños.

En primer lugar, tenemos que asimilar que la tolerancia jamás puede ser equiparada con el relativismo, entendiendo esto, si bien como la negación de una verdad absoluta, también como el desinterés culposo de aquellos que consideran tan buena una postura como otra, sin emitir un esfuerzo en el discernimiento de la verdad. La tolerancia no puede confundirse con un “todo se vale”, que tarde o temprano se convertirá en un nihilismo, es decir en el vacío que provoca la ausencia de verdades. La tolerancia jamás podrá ser equiparada con la ausencia de convicciones firmes en una persona.

En segundo lugar, no debemos confundir el valor de la tolerancia con el antivalor de la indiferencia, ya que nadie necesita tolerar lo que no le importa en el fondo de la realidad. Si bien la tolerancia es virtuosa, la indiferencia entendida como indeterminación, como indefinición y como ausencia de compromisos en una persona suele ser pecaminosa para los cristianos.

Así mismo, tenemos que evitar una tercera confusión: identificar la tolerancia con el irenismo, entendida como esa paz buscada por aquellos que negamos las verdades más sagradas con el fin de no complicarnos la existencia. El irenismo radica en un simple no contradecir a nadie en aras de la universalidad y en disimular las propias convicciones o mantenerlas en secreto.

5.- Hablamos de tolerancia, pero, ¿cuál es el objetivo de la tolerancia? En materia religiosa: Si todas las religiones fueran lo mismo, ¿qué sentido tendría la venida de Cristo? Más aún, ¿qué sentido pudo haber tenido la entrega de su vida en la cruz?

La finalidad de la virtud llamada tolerancia será siempre la adquisición de la verdad en sí misma, entendiendo que el mejor modo será mediante el diálogo franco, y que lo único que la tolerancia excluye en su práctica o adquisición es el imponer la verdad por la fuerza. Diría la Declaración Conciliar sobre la Libertad Religiosa, Dignitatis Humanae, en su número 1: ”La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad”.

Sin embargo, los hombres de todas las religiones y de todas las confesiones cristianas, vamos creando el grupo de los “excluidos”, creándoles espacios reservados. Solemos confinar a los perturbadores, a los distintos, y les reducimos a ghetos discriminatorios.

¿No lo quieres creer? Algunos somos discriminadores y selectivos por elección y otros lo somos por eliminación.

Muchos, en nuestras celebraciones volteamos a mirar si ya llegaron nuestros amigos y nos alegra que lleguen. Digamos que, en una expresión bondadosa hacemos una lista de los presentes. Pero,... ¿Y si, en nuestras celebraciones cristianas, en vez de pasar lista de los presentes, lo hiciésemos con los ausentes?

Los hombres resolvemos los problemas teniendo a distancia a los que no queremos. ¡Claro!, ¡no somos tan malos! nos hemos preocupado de los “excluidos”, creándoles espacios reservados, pero con ello solemos confinar a los perturbadores, los distintos, les reducimos a ghetos discriminatorios. Es que esta celebración es especial para... ¡Ten cuidado los estas enviando a un ghetto o a una reserva!

6.- Y es aquí en donde la enseñanza del Señor cambia inteligentemente de giro al ser paciente con el desprecio de los samaritanos y al reprender a sus apóstoles en sus excesos: Para todos aquellos que pensamos que la pureza de los seguidores de Cristo se puede conseguir extirpando de su Cuerpo a aquellos que no son totalmente idénticos a nosotros, el Señor nos invita a que no cortemos de su Cuerpo lo que pudiera parecer ajeno y distinto a nosotros, sino que más bien veamos con sinceridad y detenimiento a nuestro propio cuerpo para que allí detectemos todos aquellos miembros nuestros que en nuestro propio interior provocan enfermedad y muerte, y que nos alejan de Cristo.

¡Qué fácilmente nos escandaliza el que aquellos que son distintos a nosotros puedan coexistir en nuestro propio tiempo y espacio! ¡Qué fácil resulta excluír de nuestro territorio a los que se juntan con aquellos que son distintos a nosotros o que acabemos violentamente con la presencia geográfica de aquellos que no actúan como nosotros! ¡Y qué triste que nos llamemos cristianos!

¡Qué triste que no nos provoque escándalo el que nuestras mismas actitudes vayan provocando nuestra propia condenación! Antes de querer purificar al mundo, purifiquémonos nosotros mismos. Antes de querer cambiar a los demás cambiemos nosotros mismos. ¡Este es el escándalo que provoca el cristianismo en nuestro tiempo!

7.- Pero, ¿qué es el escándalo?... Escandalizar no es llamar la atención por un acto más o menos atrevido, escándalo es todo lo que produce y nos lleva a hacer el mal, lo que nos provoca e invita a realizar la maldad.

De acuerdo a la enseñanza evangélica, es preferible renunciar a todo aquello que pudiera ser muy atractivo a nuestros pensamientos y afectos, a nuestras reacciones. Es preferible renunciar incluso a nuestro propio yo, antes de que provoquemos el mal en los demás.

Escándalo es todo aquello que es perverso, inmoral, maligno, lo que degrada, cuando se introduce el mal. Escandalizar es aprovecharse de los demás manipulando el don de Dios y sentirnos superiores y hasta “sagrados” e intocables, querer utilizar el don de lo alto para destruir a los que no son como nosotros, que no piensan como nosotros o que no actúan como nosotros. Escandalizar es mentir sin que se note, aparentar bondad desde una intención de manipular el don de Dios y conseguir mis deseos y juzgar y rechazar a los que no son como yo, o aquellos que mejor dicho, no actúan como yo quiero que actúen o no están de mi parte en la expresión de mis caprichos.

8.- El pecado es lo realmente escandaloso en nuestras vidas. Antes de querer extirpar del mundo a los que no entran en nuestro marco de pensamiento tenemos que extirpar el pecado de nosotros mismos.

El pecado más grande en un cristiano es el no responder al proyecto de Dios sobre nosotros mismos, y que consiste en ser hijo y ser hermano. A corta y larga distancia el pecado será un auto-frustrarnos. Es por ello, que esto es lo que realmente debemos extirpar de nuestra vida.

La prueba decisiva para saber si lo que predicamos es el cristianismo, se tiene en la medida en que se puede tolerar lo que le es extraño. Las sociedades primitivas se caracterizan por su horror a la diversidad.

Lo difícil para vivir es hacer el bien. Sin confundir la tolerancia con el relativismo, la indiferencia y el irenismo, aprendamos que la solución cristiana está en la generosidad, en la rectitud, en ése aprender a dar un vaso de agua por amor a Cristo, aún cuando sean distinto a nosotros.


EL AMOR INCONDICIONAL.

“Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.

A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el Reino de Dios”.

Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuja el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.

1.- Muy queridos amigos:

Nos pueden parecer algo o demasiado exageradas las exigencias que hemos escuchado en labios del Señor Jesús en lo que se refiere al seguimiento, y la verdad, tengo que decirte que más que exageradas estas exigencias son consecuentes.

Y es que si alguiien se ha autoexigido a favor de alguien en esta tierra ha sido el Señor para con nosotros. Él mismo fue el primero que se exigió la incondicionalidad en el ejercicio del amor en relación a cada uno de nosotros. Y de esta manera esa incondicionalidad e ilimitación de aquello que es pura y absoluta gracia exigirá de parte nuestra un seguimiento incondicional como única respuesta consecuente con el amor incondicional.

2.- Sobre las dimensiones del amor de Cristo y sobre la calidad que se esperaría de nuestra respuesta, escribía el sacerdote dominico del siglo XVI, Fray Luis de Granada:
“Para hablar de este misterio de nuestra redención, verdaderamente yo me hallo tan indigno, tan corto y tan atajado, que no sé por dónde comience, ni dónde acabe, ni qué deje, ni qué tome para decir.

Mayor gloria fue Dios morir por los hombres que nacer por los hombres.

Pues díganme ahora todos los entendimientos del mundo, ¿qué pecado pudo haber hecho mayor que el de la idolatría, sino la muerte injustísima del Hijo de Dios, y Señor de todo lo creado?

¡Porque, si siendo Dios, padeció, no por sí, sino por nosotros, cuán justo y cuán debido es que nosotros, que somos sus siervos, imitemos alegremente su muerte! Mas no se llame muerte, hija mía, perder la vida por Cristo, sino alegría y gozo, y deleite, y resplandor y luz, más dulce y más hermosa que ésta del sol.

Fray Luis de Granada concluía su reflexión con una invitación a la incondicionalidad en el amor del hombre para responder a la incondicionalidad en el amor de Cristo. El amor con amor se paga, diríamos en nuestro lenguaje.

3.- Hablando de amor incondicional. Quisiera, querido amigo, en este día, una vez que en el primer segmento hablamos sobre el amor indiviso en el celibato sacerdotal, que aplicáramos la virtud de la incondicionalidad del amor cristiano al tema de la familia cristiana. ¡Esto aparece como un imperativo sobre todo en un tiempo, qué como en el nuestro está golpeteando tanto la institución familiar!

Podríamos hablar, en primer lugar, de un amor incondicional en la vivencia de la relación filial-paterna, que hace una semana nos hacía reunirnos como familia para celebrar a aquel por quien Dios nos dio la vida y mucho más que la vida.

Para que percibas la aplicación de la incondicionalidad en la paternidad y en la filiación podemos tan sólo dirigir nuestra mirada hacia lo que representó nuestro ejercicio de un intercambio de regalos con aquellos, por los cuales, Dios realizó el mejor de los intercambios: por ellos nos dio la existencia.

Nuestro afecto pasó ese día por la mediación de nuestra relación con los objetos, a través de los dones y regalos que se dieron y que se recibieron. Se pueden hoy señalar cuatro manifestaciones del amor expresado en ese ejercicio del dar y recibir:

Primero: La actitud de dar por dar que indica sólo en apariencia una disposición generosa y desprendida, ya que, si se da de modo superficial, no existe un verdadero don, sino un pasarle a otras personas objetos que apenas se poseen, a veces cosas superfluas o inútiles de las que no se encuentra cómo desprenderse o cosas que ni siquiera nos dimos cuenta que hayan significado un gasto para nuestra abultada cartera.

Segundo: La postura de dar por recibir caracteriza la relación de la esfera comercial en la que el afecto no existe autenticamente. Sin embargo, esta actitud también puede darse de modo oculto en alguna relación de amor filial inmaduro, como un sutil chantaje más frecuente de lo que pensamos: te doy para que me des. Digamos que el obsequio siempre va acompañado de la factura.

Tercero: En la disposición de recibir por recibir se revela la actitud egoísta, mezquina, inmadura del que sólo quiere que se le den dones y regalos y que no se abre ni conoce lo que significa la entrega generosa en el dar algo a los demás.

Cuarto: Más allá del espíritu de la compra venta, más allá de la donación superficial y de la carencia en el dar, está la actitud abierta y generosa del recibir para dar.

Es aquí en donde se ubica el amor incondicional, ese amor que no pone condiciones. Se trata de la forma en que Dios nos ama, la forma en que debiéramos amarle y en que deberíamos amarnos nosotros.

4.- El verdadero regalo es algo ligado al donante, que pasa a ligar a la persona amada, y de ese modo se vinculan los dos. El regalo debe estar cargado de intenciones y símbolos, de deseos de servicio y disponibilidad, de afecto de comunicación y de comunión. El regalo lleva consigo un mensaje de amor y de muerte: el regalo muere para el donante, para sobrevivir en la posesión de la persona amada, y cuando el regalo es el mismo donante se expresa la esencia del amor incondicional.

El don así es, hasta cierto punto, lleva consigo el dolor del desprendimiento y la alegría que surge en el dar, ya que, “nadie tiene mayor amor que el que da la vida” y entre los cristianos ”hay más alegría en dar que en recibir”.

En lenguaje del evangelio de hoy tendríamos que decir: se trata de amar, de escuchar, de seguir y de no poner condiciones a aquel que nos ama, que nos escucha, que ha venido a nosotros y que no se puso condiciones para amarnos hasta el extremo de dar su propia vida.

5.- Pero, pasemos a aplicar el tema del amor incondicional a la realidad del matrimonio en los esposos: El matrimonio cristiano debe saber que el amor incondicional se manifiesta en la fidelidad al ser amado, y que la fidelidad con fidelidad se paga. De la misma manera en que el celibato es expresión del amor incondicional la fidelidad también lo es, puesto que la vida célibe en el consagrado y la fidelidad en los esposos no es otra cosa que amar a alguien con un corazón indiviso.

La fidelidad es, ante todo, manifestación de la honestidad. Escribía Miguel de Cervantes y Saavedra:

“ El amor es infinito,
Si se funda en ser honesto,
Y aquel que se acaba presto,
No es amor, sino apetito.”

Desde el punto de vista de la dimensión social del hombre: el amor entre los sexos debe ser estable y duradero: por ser un amor exclusivo en la aceptación, el reconocimiento del otro “yo” en su unicidad, riqueza e irrepetibilidad. Se acepta y se reconoce que el otro “yo” no se agota en el aquí y ahora de la sola expresión sexual del amor.

Toda expresión del amor esponsal, al ser amor entre sexos opuestos, al no agotar el “yo” que en él se manifiesta, remite entonces al futuro, al que el sujeto permanece abierto. El uno debe unirse al otro superando todos los avatares y visicitudes del tiempo, con responsabilidad de permanencia.

6.- En la fidelidad, la emoción y la impresión del amor entre los esposos provocada por el otro es tal que el otro aparece dotado de un valor y una dignidad que exige que no se sucumba nunca a la muerte. El amor auténtico no acepta, no tolera que el amado pueda morir definitivamente.

El amor de fidelidad lleva a la incondicionalidad puesto que consiste en ese esperar “a pesar de...”, ya que amar es acoger al otro en cuanto tal, con su libertad que en el ejercicio humano se convierte en donación. Amar a alguien es esperar siempre en él.

Recuerda que el verdadero amor no perece de muerte natural, sino que al amor auténtico le vamos asesinando con nuestros descuidos, con nuestras negligencias, con nuestros egoísmos y con nuestra soberbia.

El amor es, por tanto, promesa, don, compromiso, entrega mutua, a fin de que el otro “yo” se realice en su unicidad; la fidelidad viene a ser un decirse que la vida merece la pena, posee un sentido y tiene un futuro por esperar.

7.- Fidelidad es el nombre que el amor toma cuando los años pasan.

La fidelidad será el propio amor en su existir, que debe contentarse con la garantía que da la libertad del ser amado; por eso el acto de amor es, en su reiteración, un continuo reencontrarse, un perpetuar el clima de los orígenes, un pasar de la inicial emoción y conmoción provocada por la diversidad, unicidad y riqueza del otro sexo a una entrega recíproca en la que ambos pueden sentirse definitivamente aceptados en el amor.

Todo esto lo entendemos, aunque algunos nos molestemos por que la historia pudiera llegar un día a ser distinta. Lo cual, provoca dolor personal y ajeno. ¿Te fijas cómo el amor verdadero exige la incondicionalidad? Toda persona que en la sinceridad haya amado un día en la vida sabe que la incondicionalidad no es algo accidental sino algo esencial en el amor auténtico. ¿Entonces, por qué no comprendemos que Aquel que nos amó en la incondicionalidad nos pida que al amarlo no le pongamos condiciones?

8.- Muy queridos amigos: Es bueno que comprendamos que, lo importante en nuestra vida será mantenernos siempre fieles a Dios y, entender que, así como en un matrimonio cristiano se espera que el amor puro de una persona se manifieste en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad; de la misma manera, en nuestra vida cristiana y en la estrecha relación con el Señor, al que amamos y que nos ama, debemos aprender a mantenernos fieles, en la salud y en la enfermedad, en la abundancia y en la escasez, en los días intensamente iluminados y las noches profundamente oscuras, cuando la vida nos favorezca y aún en los momentos de dificultad.

¡No le pongas condiciones a Aquel que te ha amado sin condiciones!



SEÑOR DANOS MUCHOS Y MUY SANTOS SACERDOTES. (Jn 15-08)

Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.

A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el Reino de Dios”.

Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuja el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.

1.- El novio ha ascendido a los cielos y ha dejado a sus amigos para que continuemos con su obra en la tierra, mientras que llega ese precioso momento en que los amigos nos unamos con el esposo en la dicha eterna.

Y es este lapso de tiempo ubicado entre la separación del novio, en su Ascensión gloriosa a los cielos, y nuestra llegada hasta Él, en la fiesta de la Parusía, en que se va realizando la misión de la Iglesia.

Se trata de ese Nuevo Israel con quien se ha desposado Jesucristo, el cual ha sido convertido en Pueblo Sacerdotal por la virtud de la sangre de Jesucristo que le ha absuelto de sus pecados. Todos los cristianos participamos del así llamado sacerdocio bautismal o común.

Al mismo tiempo, se trata de un Misterio del que le ha hecho partícipe a su Esposa, la Iglesia, para ser el sacramento por excelencia, instituido por Cristo, el Esposo, para perpetuar a través de los tiempos su obra salvífica y aplicar los beneficios de la redención a todos los hombres.

Más el sacramento colectivo exige siempre los ministros que lo concreten en cada tiempo y lugar, instrumentos personales cuya tarea sea construir ese templo y cuerpo espirituales, para la santificación y consagración de la humanidad y del mundo.

2.- El ministerio sacerdotal de Cristo, Él lo ha querido prolongar a través de la acción sacerdotal de los Apóstoles y de sus sucesores.

Fíjate como el llamamiento y la transmisión de funciones y poderes es constatable en su vida. Sin embargo, el factor constitutivo del ministerio sacerdotal de sus apóstoles está en la voluntad del Resucitado, quien con su revelación, con el envío y con la comunicación de sus poderes y del Espíritu Santo, llamó a la vida a la Iglesia.

La potestad del perdón, del hacer presente sacramentalmente en la Eucaristía su sacrificio, del atar y del desatar, es la participación, en toda la amplitud, de los poderes que Cristo posee.

Hoy en día, muchos hermanos separados se preguntan sobre las facultades sacerdotales: ¿Cómo puede ser que un hombre perdone los pecados? ¿Cómo puede un hombre darnos a comer el Cuerpo de Cristo?

Nuestros hermanos separados dudan que Cristo a través del ministerio sacerdotal transforme el pan consagrado en su cuerpo y el vino consagrado en su sangre, ¿Cómo puede ser que un hombre haga esas cosas?, y yo les pediría que me respondieran a la siguiente pregunta: ¿ustedes creen que alguien a quien se le derrama agua en su cabeza y se invoca el nombre de la Santísima Trinidad es Hijo de Dios? Sin lugar a dudas responderan que “sí”, y entonces con su mismo argumento yo les podría cuestionar: Pero, ¿Cómo puede ser que un hombre tenga tanto poder como para que haga de un hombre un hijo de Dios? Sé que su respuesta inmediata será: “La Palabra de Dios lo dice”. Entonces ¿porque diantre no le creen a la Palabra de Dios que menciona este poder sacerdotal en la Iglesia? ¿Por qué le creen a la Palabra de Dios solamente en aquellas cosas que les conviene?

3.- Dice san Juan 6,53-56: “En verdad, en verdad os digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permenece en mí y yo en él.”

El cristiano, que ha alcanzado la sabiduría que proviene de Dios, puede afirmar junto con Santo Tomás acerca de la Eucaristía: “No puedo explicar cómo es que un pan puede convertirse en el Cuerpo de Cristo, sin embargo, le creo profundamente a Aquel que lo ha dicho.”

4.- Hoy que el Evangelio del Señor nos invita a dejar todo y a todos para seguirle, quisiera invitarte para que le pidamos a Dios muchos y muy santos sacerdotes, y a que nos demos un espacio para meditar sobre la vocación sacerdotal.

Sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia, ésto es, la obediencia al mandato de Jesús ”Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes”. “Los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados” y “Tomad y Comed esto es mi Cuerpo, tomad y Bebed esto es mi sangre. Haced esto en conmemoración mía”, o sea, el mandato de anunciar el Evangelio, de perdonar sacramentalmente los pecados y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo”. Leánlo una y otra vez y ya dejen de manipular la Palabra de Dios, “Es que allí se está refiriendo a su Palabra” Entonces ¿Por qué san Pablo les dice a los Corintios en su Primera Carta, capítulo 10, versículo 27: “Por tanto, quien coma el pan o beba la Copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y la Sangre del Señor”?

5.- Hoy quiero agradecerle a Dios por mi sacerdocio, e invitar a los jóvenes para que sean generosos en el llamado que Dios les está dirigiendo.

Oremos también por los sacerdotes de nuestras comunidades parroquiales y de nuestro querido Seminario.

El sacerdote ministerial necesita de las plegarias de aquellos que tienen el sacerdocio bautismal. Se trata de un ser humano, un hombre como los demás con carencias, con las grandezas y miserias de todo hombre. El material humano esta repleto de posibilidades y limitaciones. El sacerdote es un hombre como los demás; participa de la grandeza del género humano, pero está "también él envuelto en flaqueza" (Heb 5,2).

6.- ¡Ojalá que muchos jóvenes quieran responder al llamado que el Señor quiere que le hagamos a través de nuestra oración! El mundo está necesitado de su generosidad. Se necesitan trabajadores para el campo del mundo.

Y es que el hombre forma parte de esta historia de la salvación en la que el proyecto de salvación que Dios tenía para el hombre se ha visto entorpecido y dañado por la soberbia del hombre. La imagen divina ha sido dañada, el hombre necesita de un Salvador. Y Dios ha querido mandar la calma a través de la esperanza fecundada por la fe: el hombre ha sido restaurado en Cristo quien lo ha constituído en hijo de Dios por el Espíritu Santo que hemos recibido. ¡Esto tiene que anunciarse a todos los hombres!

Al llamado de Dios, que brotará de nuestra oración, le corresponde una respuesta. La declaración de amor de Dios va a requerir una respuesta de amor por parte del elegido. Dios al llamar respeta en su integridad al hombre. Dios habla claramente pero no acosa ni violenta.

Dios sugiere, crea inquietudes, prepara el alma del joven, llama suavemente, en lo más profundo de la conciencia, pero quiere que el joven responda con plena libertad y con amor auténtico. ¿Para qué quiere Dios un sacerdote que le sigue obligatoriamente, "profesionalmente", pero sin amor? Dios no quiere operarios a la fuerza sino en el pleno ejercicio de su libertad.

7.- Reflexionemos sobre el sentido de esa llamada. El sacerdote es puesto en favor de los hombres en las cosas que se refieren a Dios. No se trata de un médico o de un sociólogo, no se trata de un albañil o de un arquitecto, no se trata de un político ni de un comerciante. Todos los oficios deberían estar consagrados a Dios, pero el oficio sacerdotal es por naturaleza dedicado a las cosa sagradas, ahí tiene su origen y ahí tiene su destino.

Cuando Dios llama a un hombre para trabajar en sus campos lo hace para una misión específica, para pedir una colaboración determinada en sus designios salvíficos.

El sacerdote ha sido puesto por Dios en favor de los hombres. Pero se trata de un servicio que tiene su propia identidad y especificidad en las cosas que se refieren a Dios, y que se realiza especialmente en el servicio a la obra de salvación.

8.- La misión sacerdotal nace de la configuración del ministro con Cristo en virtud del carácter sacerdotal que conforma tanto su ser como su obrar. Pero no basta. A la identidad sacramental con Cristo debe corresponder la identificación vital, experiencial, espiritual del sacerdote con su Maestro. Y, por otra parte, nunca realizará dignamente su misión el sacerdote que no haya logrado parecerse vitalmente al Buen Pastor. Por eso el Concilio Vaticano II "exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que... se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, ya que la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio" (PO 12). La autenticidad de su vida sacerdotal y la eficacia de su ministerio dependen de su unión profunda con la Vid, sin la cual "no pueden hacer nada" (cfr. Jn 15,15)

La personalidad sacerdotal debe ser para los demás un signo claro y límpido. Esta es la primera condición del servicio pastoral de los sacerdotes. Los hombres, de entre los cuales han sido elegidos y para los cuales han sido constituidos sacerdotes, quieren, sobre todo, ver en ellos ese signo. Y tienen derecho a ello.

Al considerar la distancia que separa la realidad humana de quien ha sido "tomado", y el ideal para el cual ha sido "puesto", entenderemos bien la necesidad de "formarse" eficazmente, y comprenderemos mejor la "forma" hacia la cual deberán tender todos sus esfuerzos... "hasta que Cristo tome forma definitiva en vosotros" (Gal 4,19).

¡Danos, Señor, muchos y muy santos sacerdotes. ¡Envía, Señor, operarios a tus campos!



LA IMAGEN CRISTIANA DE DIOS

Mientras iban de camino, alguien le dijo a Jesús: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen sus madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.

A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”. Pero él le respondió: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el Reino de Dios”.

1.- Cuando los hombres nos hemos puesto a construir imágenes de Dios, normalmente nos suelen salir muy mal.
Algunos han pensado que Dios está sentado en un mullido sillón de nubes: ellos han querido hablar de un Dios majestuoso y referirnos al Dios que lo sabe todo, pero resulta que les salió un Dios “lejano, distante”.
Otros han tenido la brillante idea de plasmar un gran ojo en medio de un triángulo para hablarnos de un Dios que está en todas partes y que lo ve todo; y el resultado ha sido un Dios detectivesco, que más produce más miedo que confianza.
Finalmente, otros han querido corregir estas apreciaciones pensando en que una mano es la mejor expresión de la divinidad, para con ello pensar en el poder y su facultad creadora, pero pareciera que esa mano resultó ser más una mano ejecutora que una mano que acaricia a los hombres.
Jesús, que conocía muy bien el corazón del hombre y las ansiedades y necesidades que en él se producen, nos quiso dar una imagen inigualable de Dios; lo presentó,... mejor dicho se presentó a sí mismo como el Buen Pastor.
¿Sabes? En las catacumbas de Santa Priscila, lugar al que llegaban a descansar los restos mortales de los primeros cristianos para esperar recibir allí corporalmente el regalo de la resurrección, y en donde celebraban la liturgia del cristianismo, se encontró que habían grabado en las paredes la imagen de un fornido pastor, que llevaba una oveja sobre las espaldas. Así les gustó a los primeros cristianos perseguidos y marginados imaginar y recordar a Jesús. Cada uno de ellos se sentía como esa oveja. Eran llevados sobre los hombros de Jesús y por eso se sentían muy seguros. Cuando Jesús se presentó como Buen Pastor, quiso que lo sintiéramos así: vivo, amoroso, responsable y cercano que no deja las ovejas solas en el peligro, sino que las carga y las lleva a “verdes prados y aguas tranquilas”. Cuando nos lleguemos a sentir como esas ovejas sobre los hombros de Jesús, sabremos de verdad, cómo es Dios, y nuestros temores se los llevará el viento.
Esta es la imagen auténtica de la vida cristiana: Jesucristo es quien conoce, ama, llama por su nombre, camina delante, carga sobre sus hombros, apacienta, y da la vida por sus ovejas. Lejos de ser un Dios sentado en su aposento es aquel que salió del trono de su eterna gloria a buscar a su rebaño, muy distante a ser ese gran ojo que vigila es aquel que dirige su mirada hacia las cañadas oscuras para buscar la oveja que se le pierde, y contrariamente a aquella mano que manifiesta poder sus manos expresan ternura puesto que acarician y curan a las ovejas lastimadas.
A imagen de Cristo, Buen Pastor, los Ministros Sagrados y los Padres de Familia debemos de atender la porción del rebaño que el Señor nos dió. ¿Cuáles son las cualidades de aquellos que queremos ser un Pastor Bueno a imagen de Cristo?
En el Evangelio de San Juan se nos presentan algunos rasgos: caridad sin límites, misericordia, comprensión, perseverancia, consejo, persuasión, autoridad, obediencia total y delicada, silencio discreto y palabra oportuna, inteligencia, humildad, mansedumbre, servicialidad, vigilancia, paciencia, pobreza, moderación, indulgencia, integridad...
Es tan grande y perfecto el Modelo que la impronta, es decir la imagen reproducida, debería ser lo más fiel posible al original.

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WebJCP | Abril 2007