Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 7-10
Jesús dijo a sus discípulos:
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: «Ven pronto y siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber».
Que el discipulado se ejerce en el servicio, es una lección que Jesús nos inculcó en el texto de Lc 12,41-48. Pero, curiosamente, después de habernos enseñado que el Señor sirve (lo que es un alto reconocimiento) a los que saben servir a sus hermanos, ahora nos dice que ellos no pueden parar de trabajar y el esfuerzo realizado por ellos es “inútil” (v.10).
La parábola del siervo, que puede ser un agricultor o un pastor al servicio de los bienes de su patrón (v.7), acentúa el final de la jornada laboral, cuando el trabajador merece su alimento y su descanso. Sin embargo, sucede algo inesperado:
1. Una vez en casa, sigue trabajando (v.8). Primero le sirve la comida a su Señor y después él atiende a sus necesidades.
2. No se le agradece (v.9).
3. El mismo siervo debe declarar que no tiene ningún mérito, que no ha hecho más que cumplir con su deber (v.10).
La parábola es fuerte y hasta suena injusta, pero tengamos en cuenta que ella no está describiendo el comportamiento de Dios con relación a nosotros. El interés de esta parábola es resaltar que el servicio cristiano en la comunidad es una realidad permanente, que no se realiza para “ganar puntos” ni para adquirir derechos con nadie y que, cuando se trata de cumplir con los propios deberes comunitarios, no hay nada que pueda ser secundario o que no sea indispensable para el servicio del Señor, es decir, todas sus palabras son obligantes para nosotros.
Por otra parte, de la parábola se deduce que ante Dios no hay méritos. La relación con Dios no se apoya en la recompensa que podamos considerar merecida por nuestras buenas acciones, sino es la escucha de su Palabra y en ponerla en práctica, tal como lo ha insistido este evangelio. Sin embargo, no olvidemos que, antes de pedirnos cualquier cosa, el Señor nos ha dado muchos dones: la vida, las aptitudes, los carismas, los amigos y los hermanos en la fe. Por otra parte, recordemos que el Señor no nos pide nada que sea absurdo o arbitrario.
Nuestro deber ante el Señor es el de ser administradores fieles que están siempre listos para servirlo a él en aquellos que más lo necesiten. Y con esto no le estamos haciendo ningún favor a Dios, de manera que después podamos cobrárselo con otro favor que le pidamos. El estar al servicio del Señor ya es una honra suficiente.
Es claro que el Señor se alegra de nuestros esfuerzos, pero el bien que hacemos no le cambia nada a Él sino más bien a nosotros mismos. Por eso, con modestia y humildad reconozcamos que todo lo que hacemos lo realizamos como un servicio a Dios.
No nos quedemos esperando la felicitación o la alabanza. Más bien vivamos nosotros en una continua alabanza a Dios expresada en la fidelidad, la perseverancia, la convicción y la alegría en el servicio. Esta espiritualidad nos dará impulso para asistir misericordiosamente a aquellos que están en extrema necesidad y de quiénes no podemos esperar nada a cambio. Viviremos así en una espiritualidad de la gratuidad de la alabanza encarnada en el servicio, haciéndolo todo por la gloria de Dios.
Y, no lo olvidemos, su bondad con nosotros es infinita.
1. ¿Qué idea tengo de mis acciones y de mis esfuerzos ante Dios? ¿Estoy esperando alguna contraprestación?
2. ¿Cómo se conjugan la disposición para el servicio por parte de los siervos (Lc 17,10) y el servicio por parte del Señor (12,37)?
3. ¿Qué características debe tener una espiritualidad del servidor según el texto que leímos hoy?
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: «Ven pronto y siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
La vida comunitaria está animada por el servicio
Lucas 17,7-10
“Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”
Por CELAM - CEBIPAL
La vida comunitaria está animada por el servicio
Lucas 17,7-10
“Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”
Que el discipulado se ejerce en el servicio, es una lección que Jesús nos inculcó en el texto de Lc 12,41-48. Pero, curiosamente, después de habernos enseñado que el Señor sirve (lo que es un alto reconocimiento) a los que saben servir a sus hermanos, ahora nos dice que ellos no pueden parar de trabajar y el esfuerzo realizado por ellos es “inútil” (v.10).
La parábola del siervo, que puede ser un agricultor o un pastor al servicio de los bienes de su patrón (v.7), acentúa el final de la jornada laboral, cuando el trabajador merece su alimento y su descanso. Sin embargo, sucede algo inesperado:
1. Una vez en casa, sigue trabajando (v.8). Primero le sirve la comida a su Señor y después él atiende a sus necesidades.
2. No se le agradece (v.9).
3. El mismo siervo debe declarar que no tiene ningún mérito, que no ha hecho más que cumplir con su deber (v.10).
La parábola es fuerte y hasta suena injusta, pero tengamos en cuenta que ella no está describiendo el comportamiento de Dios con relación a nosotros. El interés de esta parábola es resaltar que el servicio cristiano en la comunidad es una realidad permanente, que no se realiza para “ganar puntos” ni para adquirir derechos con nadie y que, cuando se trata de cumplir con los propios deberes comunitarios, no hay nada que pueda ser secundario o que no sea indispensable para el servicio del Señor, es decir, todas sus palabras son obligantes para nosotros.
Por otra parte, de la parábola se deduce que ante Dios no hay méritos. La relación con Dios no se apoya en la recompensa que podamos considerar merecida por nuestras buenas acciones, sino es la escucha de su Palabra y en ponerla en práctica, tal como lo ha insistido este evangelio. Sin embargo, no olvidemos que, antes de pedirnos cualquier cosa, el Señor nos ha dado muchos dones: la vida, las aptitudes, los carismas, los amigos y los hermanos en la fe. Por otra parte, recordemos que el Señor no nos pide nada que sea absurdo o arbitrario.
Nuestro deber ante el Señor es el de ser administradores fieles que están siempre listos para servirlo a él en aquellos que más lo necesiten. Y con esto no le estamos haciendo ningún favor a Dios, de manera que después podamos cobrárselo con otro favor que le pidamos. El estar al servicio del Señor ya es una honra suficiente.
Es claro que el Señor se alegra de nuestros esfuerzos, pero el bien que hacemos no le cambia nada a Él sino más bien a nosotros mismos. Por eso, con modestia y humildad reconozcamos que todo lo que hacemos lo realizamos como un servicio a Dios.
No nos quedemos esperando la felicitación o la alabanza. Más bien vivamos nosotros en una continua alabanza a Dios expresada en la fidelidad, la perseverancia, la convicción y la alegría en el servicio. Esta espiritualidad nos dará impulso para asistir misericordiosamente a aquellos que están en extrema necesidad y de quiénes no podemos esperar nada a cambio. Viviremos así en una espiritualidad de la gratuidad de la alabanza encarnada en el servicio, haciéndolo todo por la gloria de Dios.
Y, no lo olvidemos, su bondad con nosotros es infinita.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. ¿Qué idea tengo de mis acciones y de mis esfuerzos ante Dios? ¿Estoy esperando alguna contraprestación?
2. ¿Cómo se conjugan la disposición para el servicio por parte de los siervos (Lc 17,10) y el servicio por parte del Señor (12,37)?
3. ¿Qué características debe tener una espiritualidad del servidor según el texto que leímos hoy?
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