Dice un proverbio del pueblo Igbo, en Nigeria: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, la historia de la caza siempre glorificará al cazador”.
Especialmente cuando nos enfrentamos con la realidad del llamado Tercer Mundo, nos encontramos con muchos hombres y mujeres, muchos pueblos que se ven imposibilitados de “contar” su propia historia.
La colonización, una realidad que sigue presente, hace que su historia la sigan escribiendo los pueblos poderosos. Al anular su historia les quitamos su riqueza más íntima: su propia identidad.
Venimos hablando este año desde estas páginas de las “riquezas” que buscamos los hombres. Algunas nos degradan como personas, como la pretensión del poder sobre los demás, pero otras son necesarias para mantener un mínimo de dignidad humana. Entre ellas está el poder ser dueños de nuestra historia, porque en ello está en juego nuestra identidad como personas y como pueblo.
El miedo a la diversidad
Instintivamente, cuando alguien piensa de forma distinta a la mía, me pongo a la defensiva. Cuando un grupo humano o un pueblo estructura su forma de vivir de acuerdo con valores distintos a los del mío, estamos cerca del conflicto. Ésa ha sido la razón de la mayoría de las guerras a lo largo de la historia, junto con la lucha por la propiedad de la tierra.
Tememos lo que es diverso. El “otro”, con “otros valores” puede poner en cuestión mi forma de vivir y de afrontar la vida. Y normalmente preferimos que “nadie me complique la existencia”.
Por eso la historia siempre la han escrito los vencedores, los poderosos, privando a la mayoría de la humanidad la posibilidad de ser dueños de su propia historia, o al menos de “contar” su historia desde su punto de vista.
También a nivel de familia
No pienses que esto se da sólo a nivel de relación entre pueblos o continentes. Basta que mires y escuches a tu propia familia.
Si a cada miembro de tu familia, desde el más anciano hasta el más joven, le pides que cuente la “historia familiar” en los últimos años te llevarás una gran sorpresa. Cada uno tiene su versión y, con frecuencia, muy lejanas una de otra. La diversidad se da dentro del ámbito familiar y cada uno tendemos a defender nuestra visión como si fuera la única.
¿Podemos ser dueños de la historia?
Nuestra propia historia se nos escapa como el agua entre los dedos de las manos. No podemos ser dueños absolutos de nuestra historia personal, familiar, social… son muchos los elementos que intervienen y continuamente se escapan de nuestras manos. Pero sí podemos ser dueños de nuestra actitud frente a la propia historia.
Cuando nada puede ser cambiado en una situación, siempre hay algo que sí puede estar en nuestras manos: nuestra actitud… Escuchemos a Charles Swindoll:
Cuanto más vivo, más me doy cuenta
de la importancia de la actitud en la vida.
La actitud para mí es
más importante que los hechos.
Más importante que el pasado,
que la educación, que el dinero,
que las circunstancias, que los fracasos,
que el éxito, que lo que piensan
o hacen los demás.
Es más importante que la apariencia,
un don o una habilidad.
Hará o destruirá una empresa, una iglesia, un hogar.
Lo más sorprendente es que cada día
podemos decidir nuestra actitud.
No podemos cambiar el pasado…
no podemos cambiar el hecho de que la gente
se comporta de un cierto modo.
No podemos cambiar lo inevitable.
Lo único que podemos hacer
es usar lo que tenemos,
y esa es nuestra actitud.
Estoy convencido de que la vida
consiste en un diez por ciento
de lo que te pasa y un noventa por ciento
como tú reaccionas hacia ella.
Y así es: somos responsables de nuestra actitud.
El respeto al otro
La acción misionera supone el respeto al otro; a su historia, a su cultura… Hoy se habla mucho de que el trabajo de los misioneros se ha de realizar desde la interculturalidad. Un desafío que va para largo.
Quizás tendríamos que empezar por respetar la actitud del otro frente a la vida.
Falta tiempo para que el león pueda escribir su propia historia, pero no es tan difícil empezar por comprender la actitud del león cuando se enfrenta al cazador.
Ponernos en su lugar quizás nos haga cambiar nuestra actitud frente a la vida.
Especialmente cuando nos enfrentamos con la realidad del llamado Tercer Mundo, nos encontramos con muchos hombres y mujeres, muchos pueblos que se ven imposibilitados de “contar” su propia historia.
La colonización, una realidad que sigue presente, hace que su historia la sigan escribiendo los pueblos poderosos. Al anular su historia les quitamos su riqueza más íntima: su propia identidad.
Venimos hablando este año desde estas páginas de las “riquezas” que buscamos los hombres. Algunas nos degradan como personas, como la pretensión del poder sobre los demás, pero otras son necesarias para mantener un mínimo de dignidad humana. Entre ellas está el poder ser dueños de nuestra historia, porque en ello está en juego nuestra identidad como personas y como pueblo.
El miedo a la diversidad
Instintivamente, cuando alguien piensa de forma distinta a la mía, me pongo a la defensiva. Cuando un grupo humano o un pueblo estructura su forma de vivir de acuerdo con valores distintos a los del mío, estamos cerca del conflicto. Ésa ha sido la razón de la mayoría de las guerras a lo largo de la historia, junto con la lucha por la propiedad de la tierra.
Tememos lo que es diverso. El “otro”, con “otros valores” puede poner en cuestión mi forma de vivir y de afrontar la vida. Y normalmente preferimos que “nadie me complique la existencia”.
Por eso la historia siempre la han escrito los vencedores, los poderosos, privando a la mayoría de la humanidad la posibilidad de ser dueños de su propia historia, o al menos de “contar” su historia desde su punto de vista.
También a nivel de familia
No pienses que esto se da sólo a nivel de relación entre pueblos o continentes. Basta que mires y escuches a tu propia familia.
Si a cada miembro de tu familia, desde el más anciano hasta el más joven, le pides que cuente la “historia familiar” en los últimos años te llevarás una gran sorpresa. Cada uno tiene su versión y, con frecuencia, muy lejanas una de otra. La diversidad se da dentro del ámbito familiar y cada uno tendemos a defender nuestra visión como si fuera la única.
¿Podemos ser dueños de la historia?
Nuestra propia historia se nos escapa como el agua entre los dedos de las manos. No podemos ser dueños absolutos de nuestra historia personal, familiar, social… son muchos los elementos que intervienen y continuamente se escapan de nuestras manos. Pero sí podemos ser dueños de nuestra actitud frente a la propia historia.
Cuando nada puede ser cambiado en una situación, siempre hay algo que sí puede estar en nuestras manos: nuestra actitud… Escuchemos a Charles Swindoll:
Cuanto más vivo, más me doy cuenta
de la importancia de la actitud en la vida.
La actitud para mí es
más importante que los hechos.
Más importante que el pasado,
que la educación, que el dinero,
que las circunstancias, que los fracasos,
que el éxito, que lo que piensan
o hacen los demás.
Es más importante que la apariencia,
un don o una habilidad.
Hará o destruirá una empresa, una iglesia, un hogar.
Lo más sorprendente es que cada día
podemos decidir nuestra actitud.
No podemos cambiar el pasado…
no podemos cambiar el hecho de que la gente
se comporta de un cierto modo.
No podemos cambiar lo inevitable.
Lo único que podemos hacer
es usar lo que tenemos,
y esa es nuestra actitud.
Estoy convencido de que la vida
consiste en un diez por ciento
de lo que te pasa y un noventa por ciento
como tú reaccionas hacia ella.
Y así es: somos responsables de nuestra actitud.
El respeto al otro
La acción misionera supone el respeto al otro; a su historia, a su cultura… Hoy se habla mucho de que el trabajo de los misioneros se ha de realizar desde la interculturalidad. Un desafío que va para largo.
Quizás tendríamos que empezar por respetar la actitud del otro frente a la vida.
Falta tiempo para que el león pueda escribir su propia historia, pero no es tan difícil empezar por comprender la actitud del león cuando se enfrenta al cazador.
Ponernos en su lugar quizás nos haga cambiar nuestra actitud frente a la vida.
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