Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Les aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán; aunque el día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre” (Marcos 13, 24-32).
En este pasaje del Evangelio, situado en el contexto de las exhortaciones finales a sus discípulos, Jesús emplea un género literario llamado apocalíptico, y con la ayuda de una parábola tomada de la experiencia agrícola nos invita a descubrir en los acontecimientos la acción salvadora de Dios, mostrándonos que este mundo es transitorio y por eso debemos estar preparados para cuando nos llegue el momento de pasar a lo que llamamos “la vida eterna”. Reflexionemos sobre lo que el Señor nos enseña en este pasaje, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo: Daniel 12, 1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10, 11-14.18.
1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad”
En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura de hoy, el libro del Daniel, escrito en su redacción final hacia el año 165 a. de C., narra una visión simbólica también propia del género apocalíptico y que contiene una profecía referente al Mesías prometido: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Esta parece ser la razón por la que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo “el Hijo del hombre”.
En este mismo contexto, primera lectura de hoy (Daniel 12, 1-3) nos presenta una visión simbólica de lo que será el fin del mundo y el juicio final, en la que aparece el arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa “Quién como Dios”, y se hace referencia el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Este acontecimiento es anunciado en el pasaje evangélico de hoy, en el que Jesús, hablándoles a sus discípulos en el Monte de Los Olivos, desde donde se podía ver el Templo de Jerusalén, pocos días antes de su pasión y muerte en la cruz, les anuncia a sus discípulos lo que será “el fin del mundo”.
El mismo pasaje del libro de Daniel en la primera lectura dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán, los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio, a su vez, Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento de nuestro encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena.
2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”
Los primeros discípulos de Jesús y quienes empezaron a formar junto con ellos la Iglesia primitiva, pensaban que estaba muy próximo eso que nosotros llamamos “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo. Sin embargo, la creencia inicial en que aquello sucedería en medio de un cataclismo cósmico inminente fue cambiando hacia una fe madura, unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios.
La oración que en la Misa sucede al Padre Nuestro, en la que le pedimos a Dios que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”, termina con esta frase: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. Así expresamos la esperanza en que la vida triunfará sobre la muerte, y un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido de lo que dice la segunda lectura de este domingo, al afirmar que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal.
3. “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”
Esta frase de Jesús en el Evangelio debe ser para nosotros un motivo de esperanza gozosa en medio de la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo material, que es pasajero, y poner toda nuestra confianza en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable, más allá de nuestra existencia terrenal, si nos atenemos a sus enseñanzas.
Toda persona que cree de veras en Jesucristo, mira hacia el futuro no con miedo ni con pesimismo, sino con la confianza propia de quienes sabemos, desde la fe, que Dios Padre, gracias a la redención obrada por su Hijo Jesús, está siempre dispuesto a darnos a todos la energía del Espíritu Santo para participar de su vida resucitada, desde ahora sacramentalmente, y en forma plena y definitiva cuando pasemos a la vida eterna. Renovemos esta confianza en Dios, seguros de que quien espera en Él escuchando su Palabra y cumpliendo su voluntad, nunca será defraudado.
En este pasaje del Evangelio, situado en el contexto de las exhortaciones finales a sus discípulos, Jesús emplea un género literario llamado apocalíptico, y con la ayuda de una parábola tomada de la experiencia agrícola nos invita a descubrir en los acontecimientos la acción salvadora de Dios, mostrándonos que este mundo es transitorio y por eso debemos estar preparados para cuando nos llegue el momento de pasar a lo que llamamos “la vida eterna”. Reflexionemos sobre lo que el Señor nos enseña en este pasaje, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo: Daniel 12, 1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10, 11-14.18.
1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad”
En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura de hoy, el libro del Daniel, escrito en su redacción final hacia el año 165 a. de C., narra una visión simbólica también propia del género apocalíptico y que contiene una profecía referente al Mesías prometido: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Esta parece ser la razón por la que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo “el Hijo del hombre”.
En este mismo contexto, primera lectura de hoy (Daniel 12, 1-3) nos presenta una visión simbólica de lo que será el fin del mundo y el juicio final, en la que aparece el arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa “Quién como Dios”, y se hace referencia el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Este acontecimiento es anunciado en el pasaje evangélico de hoy, en el que Jesús, hablándoles a sus discípulos en el Monte de Los Olivos, desde donde se podía ver el Templo de Jerusalén, pocos días antes de su pasión y muerte en la cruz, les anuncia a sus discípulos lo que será “el fin del mundo”.
El mismo pasaje del libro de Daniel en la primera lectura dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán, los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio, a su vez, Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento de nuestro encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena.
2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”
Los primeros discípulos de Jesús y quienes empezaron a formar junto con ellos la Iglesia primitiva, pensaban que estaba muy próximo eso que nosotros llamamos “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo. Sin embargo, la creencia inicial en que aquello sucedería en medio de un cataclismo cósmico inminente fue cambiando hacia una fe madura, unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios.
La oración que en la Misa sucede al Padre Nuestro, en la que le pedimos a Dios que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”, termina con esta frase: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. Así expresamos la esperanza en que la vida triunfará sobre la muerte, y un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido de lo que dice la segunda lectura de este domingo, al afirmar que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal.
3. “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”
Esta frase de Jesús en el Evangelio debe ser para nosotros un motivo de esperanza gozosa en medio de la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo material, que es pasajero, y poner toda nuestra confianza en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable, más allá de nuestra existencia terrenal, si nos atenemos a sus enseñanzas.
Toda persona que cree de veras en Jesucristo, mira hacia el futuro no con miedo ni con pesimismo, sino con la confianza propia de quienes sabemos, desde la fe, que Dios Padre, gracias a la redención obrada por su Hijo Jesús, está siempre dispuesto a darnos a todos la energía del Espíritu Santo para participar de su vida resucitada, desde ahora sacramentalmente, y en forma plena y definitiva cuando pasemos a la vida eterna. Renovemos esta confianza en Dios, seguros de que quien espera en Él escuchando su Palabra y cumpliendo su voluntad, nunca será defraudado.
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