Solemnidad de Todos los Santos
En el texto de las Bienaventuranzas nos presenta Jesús a una panda de gentes sin nombre ni apellido. Sólo los llamados “Bienaventurados”. Imagino que, cuando hablaba de estas personas a sus discípulos, su rostro y su voz serían los que cualquiera de nosotros ponemos cuando hablamos de alguien especialmente querido. Alguien a quien admiramos, que nos enseña con su vida sin hacernos sentir inferiores. Las personas a las que debemos lo mejor de lo que somos y también todo lo bueno que llegaremos a ser.
El contenido es otro cantar. Si para que Jesús hable de nosotros con ese cariño especial, para que nos diga “bienaventurados” hay que pasar por tal cúmulo de desdichas, más de uno nos vamos a pensar lo de ser amigos suyos. Parece que haya que vivir unos especiales malos ratos a lo largo de la vida para llegar a merecer el aprecio de Jesús. Y así nos va, que no nos apuntamos a ese plan ni hartos de vino.
Pero hay otras maneras de oír. Porque habla Jesús de gente de carne y hueso, gente a la que Él ya conoce, gente que existe. No de un elegido y futuro grupo, no. Habla de los que hay. De cualquiera de nosotros. De cualquier santo. De Todos los Santos. Habla para todos.
Porque bienaventurados de éstos los conocemos todos, en nuestro barrio, vecindario, trabajo o parroquia. Son todos los que viven con honradez, con dignidad, con generosidad y desde la conciencia de que lo que tienen les ha sido dado por la largueza de un Padre que cuida de cada uno con mimo.
Y, aún cuando ninguno casemos con todos los rasgos, durante toda nuestra vida, sí tenemos nuestros momentos de “casi” En el humilde empeño de parecernos a Jesús y vivir sencillamente según su mandato, a veces nos acercamos, y mucho, a merecer una bienaventuranza. No a diario. No a bombo y platillo. Pero cuando sabemos que hemos hecho algo bien nos ronda algo del rostro de Jesús cuando hablaba de sus amigos. Sentir eso, una vez en la vida, debería ser suficiente estímulo para repetir.
La expresión de las Bienaventuranzas, todas juntas y de corrido, tira un poco para atrás a la hora de pensar en vivir según su directriz. Pero releídas y repensadas en lo hondo, nos llevan a querer profundizar en las circunstancias de nuestra vida desde la perspectiva de portarnos bien con todos, de hacer nuestro trabajo gustándonos lo que hacemos –y, sobre todo, cómo lo hacemos-, y a merecernos el calificativo de amigos de Jesús.
Aunque parezcan un plan de vida dificilísimo y muy duro, las Bienaventuranzas son sólo un resumen de lo que cabe esperar de cualquier vida cabalmente vivida. Y Jesús las expuso así de crudas para hacernos ver que son para todos, no para unos pocos. Porque todos estamos llamados a ser santos, y a participar de la fiesta de Todos los Santos en homenaje a todos los que, antes y ahora, vivieron y viven en ese espíritu especial de ser, sencillamente, seguidores de Jesús.
APOCALIPSIS 7,2 4.9 14
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios». Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén». Y uno de los ancianos me dijo: «Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». Él me respondió: «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero».
I JUAN 3,1 3
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
MATEO 5,1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
Está dicho repetidamente en muchos lugares que, si se quiere entender realmente el contenido de pasajes como este no podemos dejarnos engañar por la escenografía apocalíptica (ello vale también en lo relativo al “infierno” aunque el tema no sea de este lugar). Hemos de superar la dificultad inicial para entrar en el mensaje escondido en estos textos más que en otros para el lector actual, lejano en el tiempo, cultura y sensibilidad.
Esto supuesto, la primera parte de la lectura, vv. 2-8, (lo acertadamente omitido en la mera enumeración de las tribus, superflua, y aun un poco ridícula para el público actual) presenta la multitud de los salvados. Percibir que el número 144.000 es simbólico requiere de poca agudeza. De otro modo nos veríamos en las dificultades de algunas sectas que, completado ese número de adeptos, no saben cómo hacerles sitio a los siguientes. Las doce docenas es la perfección de perfecciones, la totalidad. Se salvan todos los que han de salvarse, lo cual se confirma con la alusión a la multitud inmensa de rasgos universales. Se sugiere de algún modo que la salvación supera los límites de la comunidad eclesial, probable interpretación de las tribus de Israel como punta de lanza de los salvados y se extiende a toda la humanidad. Los “santos” pueden ser todos m desde luego no sólo los canonizados.
Hay varios matices importantes: los salvados se salvan porque Dios la da por medio de Cristo, con él y a imitación suya. Ello implica participar en el camino que ha seguido Jesús en su propia historia. No hay garantías de que el final glorioso pase por algo diferente. Más bien lo contrario. Hay que estar preparados en ese sentido.
Estas cortas líneas exponen un tema capital para el cristiano: su filiación divina y la razón de ella En la carta aparece como un exabrupto. Y con la fuerza que indica el “¡lo somos!. Conviene insistir en el punto de la filiación pues, a fuerza de repetirlo, podemos perder la conciencia de lo que significa.
El amor del Padre es el motivo y la realidad de esa condición de hijos. El que Dios nos ame ya nos convierte en hijos. No es que nos de otra cosa: su mismo amor nos transforma en algo que no seríamos sin él. Se trata de una comunicación/relación interpersonal que cambian a quien la establece. En el texto ese hecho está expresado con el semítico “lo veremos tal cual es”, que nos hará ser semejantes a él. Efectivamente, si la relación humana de amor cambia a quien la tiempo, ¡cuánto más cuando se trata de la relación con Dios!.
Esa relación la tenemos en y por el Hijo. Como decían los Padres de la Iglesia, somos hijos en el Hijo. El amor del Padre al Hijo es el que nos tiene a nosotros, unidos con ese mismo Hijo.
La filiación se tiene pero no se goza plenamente. Por eso es motivo de esperanza (v.3). Lo importante es que no creamos que todo ha de venir. En esto la tradición joánica coincide con la paulina. Ya es, aunque todavía no… del todo y a todos los efectos. Lo esencial está ya presente y activo: el hecho de ser hijos de Dios y tener su vida en nosotros. Eso nos hace ser “puros”, no de forma ritual o externa, sino como condensando en sí toda la realidad cristiana. Y lo mismo vale para la santidad. ¿Qué mayor santidad es posible que la de tener la vida de Dios y ser sus hijos?.
Texto. Con este texto abre Mateo la enseñanza de Jesús a sus discípulos. El versículo inicial describe la situación, diferenciando y recalcando cada uno de los momentos. El resultado es un cuadro hierático, muy probablemente influenciado por el recuerdo del Sinaí, momento constituyente del Pueblo de Dios, monte por antonomasia. En la pluma de Mateo, Jesús emerge en el papel de Yavé confiriendo a Moisés las tablas de la Ley.
Resuenan a continuación nueve bienaventuranzas. Todas, a excepción de la última, están formuladas en tercera persona. Este recurso abre expresamente el texto a los discípulos de todos los tiempos.
A diferencia de Lucas, más atento a situaciones concretas de dificultad, Mateo presta atención a actitudes en medio de la dificultad. Esto es especialmente visible en dos bienaventuranzas comunes a ambos evangelistas. Del bienaventurados los pobres de Lucas se pasa al bienaventurados los que tienen talante pobre de Mateo; del bienaventurados los hambrientos de Lucas se pasa al bienaventurados los hambrientos de justicia de Mateo. Es bastante probable que Lucas haya transmitido la literalidad de las palabras de Jesús. Lo que Mateo ha hecho ha sido ahondar en el sentido de esa literalidad.
Tanto Lucas como Mateo coinciden en el carácter activo de la dificultad. Las bienaventuranzas no tienen su origen en lo que llamamos penalidades de la vida, comunes a todos los mortales, sino en el hecho de ser discípulo de Jesús. Este hecho lleva a adoptar unos compromisos y unas actitudes de los que se derivarán unas dificultades.
La fuente de las bienaventuranzas es Dios y la toma de partido de Dios por el discípulo de Jesús. Esto es lo reflejado en la segunda parte de cada una de las bienaventuranzas y que, salvo en la primera de ellas, está formulado en futuro. Es el futuro de Dios, con vigencia tanto en el acá como en el allá humanos.
Comentario. Leído en el contexto litúrgico del día, el texto se adentra en el tramo correspondiente al más allá humano, cuando el futuro, que para el hombre siempre es Dios, adquiere plenitud de intensidad y de sentido. En esta plenitud están los discípulos que nos han precedido y desde ella nos alientan a adoptar los compromisos y las actitudes de que se habla en el texto.
El texto, en efecto, no habla de resignación o alienación en el acá humano, como desafortunadamente se ha dicho, sino de fuerza y de consuelo divinos ya en el acá humano. Bienaventurados son sólo los que actúan y arriesgan aquí. Así lo confirman quienes ya se han adentrado en la plenitud de Dios. Ellos vienen hoy en apoyo de la verdad de unas actitudes que no siempre gozan de prestigio humano, pero que son las únicas que prestigian al hombre.
La santidad es la felicidad, es la bienaventuranza. Celebrar la solemnidad de Todos los Santos y leer el evangelio de las Bienaventuranzas son dos cosas que nos aclaran mutuamente la una sobre la otra. La Buena Noticia que Jesús ha venido a traernos está resumida en el Sermón de la Montaña. Las Bienaventuranzas contienen toda la esperanza cristiana que proclama a los cuatro vientos que Dios tiene preparada la felicidad eterna para quien, en esta vida temporal, no es tratado con dignidad, o es perseguido, o es marginado y excluido, o es de los que lloran y sufren, de los pobres, de los limpios de corazón. Todos aquellos que aspiran a una felicidad que la vida les niega, que esperan una felicidad que nunca llega, que pagan las injusticias de la vida y de los demás, son los preferidos de Dios y están llamados a ser felices para siempre. Porque Jesús nos muestra también su gloria, pero nos la muestra después de la ignominia de la cruz, después del sufrimiento de su pasión, después del dolor de su entrega por amor. Jesús se rebaja hasta el dolor y el sufrimiento de los que más sufren; hasta la marginación de los más excluidos; hasta la soledad de los más abandonados. Dios, sufriendo en Jesús, ha probado los tragos más amargos de la existencia humana. Y ha venido a decirnos que esos padecimientos no son definitivos, que tienen un límite y un final, que la muerte es la liberación, porque el sufrimiento llevado con amor rompe en la explosión de júbilo y de alegría en la resurrección.
Muchos preferirán oír de cómo curar los males en esta tierra, de cómo superar las injusticias, de cómo superar las diferencias entre personas, clases sociales, países, continentes y culturas. Dios no da una solución irrefutable a esos problemas, pero tampoco ha guardado silencio. Para empezar, nos ha puesto en un planeta donde existen recursos suficientes para todos. Y después nos ha enseñado cómo vivir y convivir desde el respeto mutuo, desde el reconocimiento de todos con la misma dignidad, de la igualdad entre todos los seres humanos porque todos son hijos de Dios. Nos ha enseñado a anteponer el amor a todas la discordias entre nosotros y sobre todas las cualidades humanas. Nos ha enseñado también a saber perder para poder ganar. Nos ha pedido que no aspiremos a los bienes de la tierra, sino a los del cielo. Nos ha enseñado, en definitiva, a vivir para Dios, a ser sumisos con Él y ha vivir haciendo su voluntad. Lo que se haya separado de todo esto es la consecuencia del que se interpone entre Dios y nosotros, del que quiere arruinar el plan de Dios: el pecado y el diablo. Si mucha gente no es feliz en esta vida es consecuencia del pecado de otros, que se comen sus recursos o que no respetan su dignidad como seres humanos. Eso Dios no puede arreglarlo. Dios nos ha enseñado el camino para que esto no suceda, pero la buena noticia de Jesús es que también estos gozarán y vivirán una felicidad perpetua, eterna, que no tiene fin. El plan de Dios se realizará cuando ya no dependa de nuestras manos, sino, exclusivamente, de las suyas. Porque esa es su voluntad. Porque ese fue el plan con el que hizo la creación, pues el pecado y el diablo conviven con nosotros en esta vida.
A lo largo de los siglos, una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, ha vivido la cercanía de Dios a pesar de las dificultades y las penurias. Son personas que, en medio de sus padecimientos, no han dejado de ser felices porque han vivido del amor de Dios y a Dios. Son personas que hoy engrosan los coros celestiales y que son celebrados como santos por la iglesia peregrina en este mundo. De ellos toma ejemplo, fuerza y ánimo para ser los que en este tiempo, en este momento y lugar, no pierden la sonrisa, no pierden la alegría, no pierden la amabilidad, viven cerca de Dios y aman como ama Dios, sin condiciones, sin espera en la correspondencia, sin excluir a nadie por ningún motivo por grande que pueda ser. Son gente de esperanza, gente que vive de su fe y que tiene por compañía el amor que recibe de Dios, el mismo amor que él comunica a los demás. Son gente que sabe servir, que sabe denunciar la injusticia, que sabe salir en defensa de los que no tienen defensa. No están entre los poderosos, ni los mandatarios, ni entre los que manejan los hilos de esta enmarañada sociedad. Están entre nosotros; puede ser el que está a nuestro lado, nuestra vecina... o nosotros mismos.
Qué gran fiesta para celebrar a todas estas personas anónimas que han vivido según la enseñanza de Jesús desde que él viniera al mundo. Qué gran fiesta para todos los que se dejan las fuerzas en sacar del fango a sus semejantes. Qué gran fiesta, la de hoy, para celebrar la esperanza en un mundo según el plan de Dios, para recordar que hemos nacido para la felicidad, para la santidad. La Iglesia peregrina de la tierra se siente alentada hoy por la Iglesia gloriosa del cielo, y afianza su esperanza de que las generaciones venideras nos celebren también a nosotros en este día como los santos que viven en la gloria junto a Dios Padre y su Hijo Jesucristo glorificado. Que así sea.
Dios bueno, de quien emana todo bien, toda santidad. Mira a tus hijos reunidos en torno a la mesa del altar; abre sus oídos a la escucha de tu Palabra y ayúdales a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, para que vivan felices ya en esta vida temporal y se asocien a la Iglesia de todos los santos el día que los llames a la vida eterna.
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Con la ofrenda de lo que tú mismo nos das, bendice y santifica todas nuestras vidas para que este banquete eucarístico nos adelante la felicidad del cielo.
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En verdad es justo y necesario alabarte con nuestro corazón y con nuestras voces. Porque tú, Padre, has puesto en nosotros la semilla de la santidad; tú nos has mostrado tu propia santidad en la vida y predicación de tu Hijo Jesucristo; con su muerte y resurrección has llevado a la plenitud la obra de la salvación, y, con el envío del Espíritu Santo has dado plenitud a la Pascua de Jesús, de la que surge una nueva creación, una nueva humanidad, reconciliada por tu Hijo en el amor, llamada a vivir en la primera santidad con la que habías creado el mundo y al hombre. Por eso, la Iglesia de la tierra se une a la Iglesia del cielo para cantar, a una sola voz, el himno de tu gloria y tu alabanza.
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Alimentados con el alimento eucarístico, haz Señor que los dones que acabamos de recibir produzcan en nosotros abundantes frutos de santidad en la obediencia a tu voluntad y en el servicio a nuestros hermanos.
LA MISA DE HOY
MONICIÓN DE ENTRADA
Siempre la Iglesia del cielo está unida a la Iglesia de la tierra mediante la Comunión de los Santos. Pero hoy esa unidad la sentimos más estrecha al celebrar a todos esos hermanos nuestros que habiendo vivido ya la vida terrena, gozan de la presencia de Dios para siempre. Es el día de Todos los Santos. En él celebramos la felicidad para la cual Dios nos ha dado la vida, y que es la esperanza de toda nuestra vida. A esa Iglesia del cielo nos encomendamos para formar parte un día de la muchedumbre de los santos.
ACTO PENITENCIAL
-Tú, Buena Noticia para los pobres y los indefensos. Señor, ten piedad.
-Tú, que has bajado a compartir con nosotros el sufrimiento y el dolor. Cristo, ten piedad.
-Tú, que has vencido la muerte con tu resurrección. Señor, ten piedad.
MONICIÓN A LA PRIMERA LECTURA
Juan nos describe en esta lectura una liturgia celestial. La figura central es el Cordero; Jesús sacrificado y glorificado. Grupos de personajes se van dando cita en la escena y cantan cánticos de alabanza a Dios. Entre ellos, destaca una muchedumbre inmensa que nadie podría contar.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 23)
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA
San Juan se maravilla del hecho de que seamos hijos de Dios. Jesús, por iniciativa del Padre, nos ha elevado a esa calidad. Pero todo ha sido con motivo del gran amor que nos tiene. Lo que somos y lo que seremos estará siempre marcado por todo lo que Dios nos ama.
MONICIÓN A LA LECTURA EVANGÉLICA
Desde la montaña, con la autoridad del mismo Dios, Jesús va a establecer el nuevo decálogo, la nueva ley, la nueva alianza. El sermón de las bienaventuranzas es de tipo programático, pero es, sobre todo, la meta final, el resultado de la felicidad que se promete a los que ahora no son felices. Jesús recorrerá ese camino por todos.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Nos unimos ahora en una misma plegaria dirigida al Padre, que es la fuente de toda santidad.
-Por la Iglesia peregrina en la tierra para se mantenga en la santidad de Jesucristo, quien la fundó. Roguemos al Señor.
-Para que el Papa, los obispos y los sacerdotes sean ejemplo de santidad en el mundo de los creyentes y los no creyentes. Roguemos al Señor.
-Para que cada bautizado viva en la santidad que le confirió el sacramento del bautismo, renaciendo a una criatura nueva. Roguemos al Señor.
-Para que todas las personas que viven en el mundo descubran que han sido elegidas por Dios para la felicidad eterna. Roguemos al Señor.
-Para que todos los que sufren por tantas causas en el mundo vivan en la esperanza de que ese dolor dará paso a la luz de la vida feliz y eterna. Roguemos al Señor.
-Por todos nosotros, para que sepamos transmitir a los demás la alegría y la felicidad de conocer y seguir a Jesús cada día. Roguemos al Señor.
-Por nuestros familiares y amigos difuntos, para que hayan encontrado la felicidad en la vida eterna junto a Dios. Roguemos al Señor.
Escucha, Padre, nuestra oración. Te la presentamos confiadamente en esta celebración de la Eucaristía, y lo hacemos por medio de JCNS.
DESPEDIDA
Que todos los días podamos decir que somos santos. Que todos los días podamos decir que somos felices. Que todos los días creamos en la firme esperanza de la vida eterna. Podemos ir en paz.
CANTOS PARA LA CELEBRACION
Entrada: Las puertas de la nueva ciudad. Somos un pueblo que camina.
Gloria: De la Misa de Angelis.
Salmo: LdS.
Aleluya: Canta aleluya al Señor (del disco "Ven Espíritu Santo" de L. Alfredo).
Ofertorio: 2 CLN H6.
Santo: De la Misa de Angelis.
Comunión: Cerca de Ti Señor; Bienaventurados (CLN 736).
Final: Hoy Señor te damos gracias (1CLN 604).
Director: José Ángel Fuertes Sancho •Paricio Frontiñán, s/n• Tlf 976458529 Fax 976439635 • 50004 ZARAGOZA
Tlf. del Evangelio: 976.44.45.46 - Página web: www.dabar.net - Correo-e: dabar@dabar.net
El contenido es otro cantar. Si para que Jesús hable de nosotros con ese cariño especial, para que nos diga “bienaventurados” hay que pasar por tal cúmulo de desdichas, más de uno nos vamos a pensar lo de ser amigos suyos. Parece que haya que vivir unos especiales malos ratos a lo largo de la vida para llegar a merecer el aprecio de Jesús. Y así nos va, que no nos apuntamos a ese plan ni hartos de vino.
Pero hay otras maneras de oír. Porque habla Jesús de gente de carne y hueso, gente a la que Él ya conoce, gente que existe. No de un elegido y futuro grupo, no. Habla de los que hay. De cualquiera de nosotros. De cualquier santo. De Todos los Santos. Habla para todos.
Porque bienaventurados de éstos los conocemos todos, en nuestro barrio, vecindario, trabajo o parroquia. Son todos los que viven con honradez, con dignidad, con generosidad y desde la conciencia de que lo que tienen les ha sido dado por la largueza de un Padre que cuida de cada uno con mimo.
Y, aún cuando ninguno casemos con todos los rasgos, durante toda nuestra vida, sí tenemos nuestros momentos de “casi” En el humilde empeño de parecernos a Jesús y vivir sencillamente según su mandato, a veces nos acercamos, y mucho, a merecer una bienaventuranza. No a diario. No a bombo y platillo. Pero cuando sabemos que hemos hecho algo bien nos ronda algo del rostro de Jesús cuando hablaba de sus amigos. Sentir eso, una vez en la vida, debería ser suficiente estímulo para repetir.
La expresión de las Bienaventuranzas, todas juntas y de corrido, tira un poco para atrás a la hora de pensar en vivir según su directriz. Pero releídas y repensadas en lo hondo, nos llevan a querer profundizar en las circunstancias de nuestra vida desde la perspectiva de portarnos bien con todos, de hacer nuestro trabajo gustándonos lo que hacemos –y, sobre todo, cómo lo hacemos-, y a merecernos el calificativo de amigos de Jesús.
Aunque parezcan un plan de vida dificilísimo y muy duro, las Bienaventuranzas son sólo un resumen de lo que cabe esperar de cualquier vida cabalmente vivida. Y Jesús las expuso así de crudas para hacernos ver que son para todos, no para unos pocos. Porque todos estamos llamados a ser santos, y a participar de la fiesta de Todos los Santos en homenaje a todos los que, antes y ahora, vivieron y viven en ese espíritu especial de ser, sencillamente, seguidores de Jesús.
A. GONZALO
aurora@dabar.net
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DIOS HABLA
APOCALIPSIS 7,2 4.9 14
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios». Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén». Y uno de los ancianos me dijo: «Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». Él me respondió: «Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero».
I JUAN 3,1 3
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
MATEO 5,1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
EXEGESIS
PRIMERA LECTURA
PRIMERA LECTURA
Está dicho repetidamente en muchos lugares que, si se quiere entender realmente el contenido de pasajes como este no podemos dejarnos engañar por la escenografía apocalíptica (ello vale también en lo relativo al “infierno” aunque el tema no sea de este lugar). Hemos de superar la dificultad inicial para entrar en el mensaje escondido en estos textos más que en otros para el lector actual, lejano en el tiempo, cultura y sensibilidad.
Esto supuesto, la primera parte de la lectura, vv. 2-8, (lo acertadamente omitido en la mera enumeración de las tribus, superflua, y aun un poco ridícula para el público actual) presenta la multitud de los salvados. Percibir que el número 144.000 es simbólico requiere de poca agudeza. De otro modo nos veríamos en las dificultades de algunas sectas que, completado ese número de adeptos, no saben cómo hacerles sitio a los siguientes. Las doce docenas es la perfección de perfecciones, la totalidad. Se salvan todos los que han de salvarse, lo cual se confirma con la alusión a la multitud inmensa de rasgos universales. Se sugiere de algún modo que la salvación supera los límites de la comunidad eclesial, probable interpretación de las tribus de Israel como punta de lanza de los salvados y se extiende a toda la humanidad. Los “santos” pueden ser todos m desde luego no sólo los canonizados.
Hay varios matices importantes: los salvados se salvan porque Dios la da por medio de Cristo, con él y a imitación suya. Ello implica participar en el camino que ha seguido Jesús en su propia historia. No hay garantías de que el final glorioso pase por algo diferente. Más bien lo contrario. Hay que estar preparados en ese sentido.
FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net
federico@dabar.net
SEGUNDA LECTURA
Estas cortas líneas exponen un tema capital para el cristiano: su filiación divina y la razón de ella En la carta aparece como un exabrupto. Y con la fuerza que indica el “¡lo somos!. Conviene insistir en el punto de la filiación pues, a fuerza de repetirlo, podemos perder la conciencia de lo que significa.
El amor del Padre es el motivo y la realidad de esa condición de hijos. El que Dios nos ame ya nos convierte en hijos. No es que nos de otra cosa: su mismo amor nos transforma en algo que no seríamos sin él. Se trata de una comunicación/relación interpersonal que cambian a quien la establece. En el texto ese hecho está expresado con el semítico “lo veremos tal cual es”, que nos hará ser semejantes a él. Efectivamente, si la relación humana de amor cambia a quien la tiempo, ¡cuánto más cuando se trata de la relación con Dios!.
Esa relación la tenemos en y por el Hijo. Como decían los Padres de la Iglesia, somos hijos en el Hijo. El amor del Padre al Hijo es el que nos tiene a nosotros, unidos con ese mismo Hijo.
La filiación se tiene pero no se goza plenamente. Por eso es motivo de esperanza (v.3). Lo importante es que no creamos que todo ha de venir. En esto la tradición joánica coincide con la paulina. Ya es, aunque todavía no… del todo y a todos los efectos. Lo esencial está ya presente y activo: el hecho de ser hijos de Dios y tener su vida en nosotros. Eso nos hace ser “puros”, no de forma ritual o externa, sino como condensando en sí toda la realidad cristiana. Y lo mismo vale para la santidad. ¿Qué mayor santidad es posible que la de tener la vida de Dios y ser sus hijos?.
FEDERICO PASTOR
federico@dabar.net
federico@dabar.net
EVANGELIO
Texto. Con este texto abre Mateo la enseñanza de Jesús a sus discípulos. El versículo inicial describe la situación, diferenciando y recalcando cada uno de los momentos. El resultado es un cuadro hierático, muy probablemente influenciado por el recuerdo del Sinaí, momento constituyente del Pueblo de Dios, monte por antonomasia. En la pluma de Mateo, Jesús emerge en el papel de Yavé confiriendo a Moisés las tablas de la Ley.
Resuenan a continuación nueve bienaventuranzas. Todas, a excepción de la última, están formuladas en tercera persona. Este recurso abre expresamente el texto a los discípulos de todos los tiempos.
A diferencia de Lucas, más atento a situaciones concretas de dificultad, Mateo presta atención a actitudes en medio de la dificultad. Esto es especialmente visible en dos bienaventuranzas comunes a ambos evangelistas. Del bienaventurados los pobres de Lucas se pasa al bienaventurados los que tienen talante pobre de Mateo; del bienaventurados los hambrientos de Lucas se pasa al bienaventurados los hambrientos de justicia de Mateo. Es bastante probable que Lucas haya transmitido la literalidad de las palabras de Jesús. Lo que Mateo ha hecho ha sido ahondar en el sentido de esa literalidad.
Tanto Lucas como Mateo coinciden en el carácter activo de la dificultad. Las bienaventuranzas no tienen su origen en lo que llamamos penalidades de la vida, comunes a todos los mortales, sino en el hecho de ser discípulo de Jesús. Este hecho lleva a adoptar unos compromisos y unas actitudes de los que se derivarán unas dificultades.
La fuente de las bienaventuranzas es Dios y la toma de partido de Dios por el discípulo de Jesús. Esto es lo reflejado en la segunda parte de cada una de las bienaventuranzas y que, salvo en la primera de ellas, está formulado en futuro. Es el futuro de Dios, con vigencia tanto en el acá como en el allá humanos.
Comentario. Leído en el contexto litúrgico del día, el texto se adentra en el tramo correspondiente al más allá humano, cuando el futuro, que para el hombre siempre es Dios, adquiere plenitud de intensidad y de sentido. En esta plenitud están los discípulos que nos han precedido y desde ella nos alientan a adoptar los compromisos y las actitudes de que se habla en el texto.
El texto, en efecto, no habla de resignación o alienación en el acá humano, como desafortunadamente se ha dicho, sino de fuerza y de consuelo divinos ya en el acá humano. Bienaventurados son sólo los que actúan y arriesgan aquí. Así lo confirman quienes ya se han adentrado en la plenitud de Dios. Ellos vienen hoy en apoyo de la verdad de unas actitudes que no siempre gozan de prestigio humano, pero que son las únicas que prestigian al hombre.
ALBERTO BENITO
alberto@dabar.net
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NOTAS PARA LA HOMILIA
La santidad es la felicidad, es la bienaventuranza. Celebrar la solemnidad de Todos los Santos y leer el evangelio de las Bienaventuranzas son dos cosas que nos aclaran mutuamente la una sobre la otra. La Buena Noticia que Jesús ha venido a traernos está resumida en el Sermón de la Montaña. Las Bienaventuranzas contienen toda la esperanza cristiana que proclama a los cuatro vientos que Dios tiene preparada la felicidad eterna para quien, en esta vida temporal, no es tratado con dignidad, o es perseguido, o es marginado y excluido, o es de los que lloran y sufren, de los pobres, de los limpios de corazón. Todos aquellos que aspiran a una felicidad que la vida les niega, que esperan una felicidad que nunca llega, que pagan las injusticias de la vida y de los demás, son los preferidos de Dios y están llamados a ser felices para siempre. Porque Jesús nos muestra también su gloria, pero nos la muestra después de la ignominia de la cruz, después del sufrimiento de su pasión, después del dolor de su entrega por amor. Jesús se rebaja hasta el dolor y el sufrimiento de los que más sufren; hasta la marginación de los más excluidos; hasta la soledad de los más abandonados. Dios, sufriendo en Jesús, ha probado los tragos más amargos de la existencia humana. Y ha venido a decirnos que esos padecimientos no son definitivos, que tienen un límite y un final, que la muerte es la liberación, porque el sufrimiento llevado con amor rompe en la explosión de júbilo y de alegría en la resurrección.
Muchos preferirán oír de cómo curar los males en esta tierra, de cómo superar las injusticias, de cómo superar las diferencias entre personas, clases sociales, países, continentes y culturas. Dios no da una solución irrefutable a esos problemas, pero tampoco ha guardado silencio. Para empezar, nos ha puesto en un planeta donde existen recursos suficientes para todos. Y después nos ha enseñado cómo vivir y convivir desde el respeto mutuo, desde el reconocimiento de todos con la misma dignidad, de la igualdad entre todos los seres humanos porque todos son hijos de Dios. Nos ha enseñado a anteponer el amor a todas la discordias entre nosotros y sobre todas las cualidades humanas. Nos ha enseñado también a saber perder para poder ganar. Nos ha pedido que no aspiremos a los bienes de la tierra, sino a los del cielo. Nos ha enseñado, en definitiva, a vivir para Dios, a ser sumisos con Él y ha vivir haciendo su voluntad. Lo que se haya separado de todo esto es la consecuencia del que se interpone entre Dios y nosotros, del que quiere arruinar el plan de Dios: el pecado y el diablo. Si mucha gente no es feliz en esta vida es consecuencia del pecado de otros, que se comen sus recursos o que no respetan su dignidad como seres humanos. Eso Dios no puede arreglarlo. Dios nos ha enseñado el camino para que esto no suceda, pero la buena noticia de Jesús es que también estos gozarán y vivirán una felicidad perpetua, eterna, que no tiene fin. El plan de Dios se realizará cuando ya no dependa de nuestras manos, sino, exclusivamente, de las suyas. Porque esa es su voluntad. Porque ese fue el plan con el que hizo la creación, pues el pecado y el diablo conviven con nosotros en esta vida.
A lo largo de los siglos, una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, ha vivido la cercanía de Dios a pesar de las dificultades y las penurias. Son personas que, en medio de sus padecimientos, no han dejado de ser felices porque han vivido del amor de Dios y a Dios. Son personas que hoy engrosan los coros celestiales y que son celebrados como santos por la iglesia peregrina en este mundo. De ellos toma ejemplo, fuerza y ánimo para ser los que en este tiempo, en este momento y lugar, no pierden la sonrisa, no pierden la alegría, no pierden la amabilidad, viven cerca de Dios y aman como ama Dios, sin condiciones, sin espera en la correspondencia, sin excluir a nadie por ningún motivo por grande que pueda ser. Son gente de esperanza, gente que vive de su fe y que tiene por compañía el amor que recibe de Dios, el mismo amor que él comunica a los demás. Son gente que sabe servir, que sabe denunciar la injusticia, que sabe salir en defensa de los que no tienen defensa. No están entre los poderosos, ni los mandatarios, ni entre los que manejan los hilos de esta enmarañada sociedad. Están entre nosotros; puede ser el que está a nuestro lado, nuestra vecina... o nosotros mismos.
Qué gran fiesta para celebrar a todas estas personas anónimas que han vivido según la enseñanza de Jesús desde que él viniera al mundo. Qué gran fiesta para todos los que se dejan las fuerzas en sacar del fango a sus semejantes. Qué gran fiesta, la de hoy, para celebrar la esperanza en un mundo según el plan de Dios, para recordar que hemos nacido para la felicidad, para la santidad. La Iglesia peregrina de la tierra se siente alentada hoy por la Iglesia gloriosa del cielo, y afianza su esperanza de que las generaciones venideras nos celebren también a nosotros en este día como los santos que viven en la gloria junto a Dios Padre y su Hijo Jesucristo glorificado. Que así sea.
JUAN SEGURA
juan@dabar.net
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PARA LA ORACION
Dios bueno, de quien emana todo bien, toda santidad. Mira a tus hijos reunidos en torno a la mesa del altar; abre sus oídos a la escucha de tu Palabra y ayúdales a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, para que vivan felices ya en esta vida temporal y se asocien a la Iglesia de todos los santos el día que los llames a la vida eterna.
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Con la ofrenda de lo que tú mismo nos das, bendice y santifica todas nuestras vidas para que este banquete eucarístico nos adelante la felicidad del cielo.
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En verdad es justo y necesario alabarte con nuestro corazón y con nuestras voces. Porque tú, Padre, has puesto en nosotros la semilla de la santidad; tú nos has mostrado tu propia santidad en la vida y predicación de tu Hijo Jesucristo; con su muerte y resurrección has llevado a la plenitud la obra de la salvación, y, con el envío del Espíritu Santo has dado plenitud a la Pascua de Jesús, de la que surge una nueva creación, una nueva humanidad, reconciliada por tu Hijo en el amor, llamada a vivir en la primera santidad con la que habías creado el mundo y al hombre. Por eso, la Iglesia de la tierra se une a la Iglesia del cielo para cantar, a una sola voz, el himno de tu gloria y tu alabanza.
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Alimentados con el alimento eucarístico, haz Señor que los dones que acabamos de recibir produzcan en nosotros abundantes frutos de santidad en la obediencia a tu voluntad y en el servicio a nuestros hermanos.
LA MISA DE HOY
MONICIÓN DE ENTRADA
Siempre la Iglesia del cielo está unida a la Iglesia de la tierra mediante la Comunión de los Santos. Pero hoy esa unidad la sentimos más estrecha al celebrar a todos esos hermanos nuestros que habiendo vivido ya la vida terrena, gozan de la presencia de Dios para siempre. Es el día de Todos los Santos. En él celebramos la felicidad para la cual Dios nos ha dado la vida, y que es la esperanza de toda nuestra vida. A esa Iglesia del cielo nos encomendamos para formar parte un día de la muchedumbre de los santos.
ACTO PENITENCIAL
-Tú, Buena Noticia para los pobres y los indefensos. Señor, ten piedad.
-Tú, que has bajado a compartir con nosotros el sufrimiento y el dolor. Cristo, ten piedad.
-Tú, que has vencido la muerte con tu resurrección. Señor, ten piedad.
MONICIÓN A LA PRIMERA LECTURA
Juan nos describe en esta lectura una liturgia celestial. La figura central es el Cordero; Jesús sacrificado y glorificado. Grupos de personajes se van dando cita en la escena y cantan cánticos de alabanza a Dios. Entre ellos, destaca una muchedumbre inmensa que nadie podría contar.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 23)
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor
MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA
San Juan se maravilla del hecho de que seamos hijos de Dios. Jesús, por iniciativa del Padre, nos ha elevado a esa calidad. Pero todo ha sido con motivo del gran amor que nos tiene. Lo que somos y lo que seremos estará siempre marcado por todo lo que Dios nos ama.
MONICIÓN A LA LECTURA EVANGÉLICA
Desde la montaña, con la autoridad del mismo Dios, Jesús va a establecer el nuevo decálogo, la nueva ley, la nueva alianza. El sermón de las bienaventuranzas es de tipo programático, pero es, sobre todo, la meta final, el resultado de la felicidad que se promete a los que ahora no son felices. Jesús recorrerá ese camino por todos.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Nos unimos ahora en una misma plegaria dirigida al Padre, que es la fuente de toda santidad.
-Por la Iglesia peregrina en la tierra para se mantenga en la santidad de Jesucristo, quien la fundó. Roguemos al Señor.
-Para que el Papa, los obispos y los sacerdotes sean ejemplo de santidad en el mundo de los creyentes y los no creyentes. Roguemos al Señor.
-Para que cada bautizado viva en la santidad que le confirió el sacramento del bautismo, renaciendo a una criatura nueva. Roguemos al Señor.
-Para que todas las personas que viven en el mundo descubran que han sido elegidas por Dios para la felicidad eterna. Roguemos al Señor.
-Para que todos los que sufren por tantas causas en el mundo vivan en la esperanza de que ese dolor dará paso a la luz de la vida feliz y eterna. Roguemos al Señor.
-Por todos nosotros, para que sepamos transmitir a los demás la alegría y la felicidad de conocer y seguir a Jesús cada día. Roguemos al Señor.
-Por nuestros familiares y amigos difuntos, para que hayan encontrado la felicidad en la vida eterna junto a Dios. Roguemos al Señor.
Escucha, Padre, nuestra oración. Te la presentamos confiadamente en esta celebración de la Eucaristía, y lo hacemos por medio de JCNS.
DESPEDIDA
Que todos los días podamos decir que somos santos. Que todos los días podamos decir que somos felices. Que todos los días creamos en la firme esperanza de la vida eterna. Podemos ir en paz.
CANTOS PARA LA CELEBRACION
Entrada: Las puertas de la nueva ciudad. Somos un pueblo que camina.
Gloria: De la Misa de Angelis.
Salmo: LdS.
Aleluya: Canta aleluya al Señor (del disco "Ven Espíritu Santo" de L. Alfredo).
Ofertorio: 2 CLN H6.
Santo: De la Misa de Angelis.
Comunión: Cerca de Ti Señor; Bienaventurados (CLN 736).
Final: Hoy Señor te damos gracias (1CLN 604).
Director: José Ángel Fuertes Sancho •Paricio Frontiñán, s/n• Tlf 976458529 Fax 976439635 • 50004 ZARAGOZA
Tlf. del Evangelio: 976.44.45.46 - Página web: www.dabar.net - Correo-e: dabar@dabar.net
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