Por Monseñor Angel Garrachana cmf
Los nobles deseos
La persona es un ser de deseos. No es un ser ya hecho y cerrado sino abierto más allá de lo que es en cada momento. Su voluntad se abre tendencialmente hacia lo absoluto y trascendente.
El deseo de lo valioso, de ideales nobles, de valores absolutos es el motor de la acción. Sin entusiasmo, sin adhesiones incondicionales, no se entrega la vida ni se persevera en las dificultades, con tal de alcanzar las aspiraciones más hondas.
Pero la psicología ha puesto de manifiesto la ambigüedad del deseo. El generoso deseo de grandes ideales y nobles causas, puede ocultar un miedo a la realidad, especialmente a sus aspectos negativos y dolorosos. Se huye de la realidad buscando la gratificación que producen los bellos sueños, o la imagen ideal de nosotros mismos proyectada en los más utópicos deseos.
Igualmente la espiritualidad enseña que el deseo de Dios y de su Reino, en cuanto deseo humano que es, lleva también el sello de la ambigüedad. Podemos hacer un Dios a la medida de nuestros deseos, dependiente de nuestras necesidades. Pero Dios trasciende el deseo y la fe desborda las necesidades.
El correctivo de la realidad
La conquista del ideal, que arranca del deseo, experimenta que no es tan fácil como soñábamos, que los procesos humanos y espirituales son lentos y no los podemos manejar como si fuesen leyes físicas, que tenemos defectos y rasgos que se resisten al cambio. Cuando menos lo espero emergen conflictos que pensábamos ya resueltos. Cargamos con el peso y la rutina de los días, con la sensación de fracaso y de impotencia, con la tozudez de los hechos.
Estas experiencias u otras semejantes provocan una crisis de los ideales, un cuestionamiento de los deseos incondicionales. Es el momento de ir introduciendo la “realidad” en el deseo, aprender vitalmente las leyes de la temporalidad, descubrir el sentido de la paciencia que no se crispa sino que persevera con paz, de ejercitarse en la aceptación de si mismo. En una palabra, es el tiempo del “realismo”.
También el realismo tiene sus propios peligros internos y sus deformaciones. La señal es que cuando hablamos de realismo, de aceptación de la realidad enseguida surge la voz de alguno del grupo o de la propia conciencia (si las reflexiones me las hago a mí mismo): pero entonces, ¿hay que matar los deseos?, ¿hay que acomodarse a la realidad?, ¿dónde queda la utopía?, ¿no es mera justificación del orden existente?
La esperanza teologal: Síntesis del deseo y de la realidad
El realismo no es la ultima palabra, aunque sí una palabra necesaria y sin la cual todo se construye en el aire. La síntesis entre deseo y realismo la hace la esperanza teologal, ya que afirma como real el peso, las resistencias, las limitaciones, los condicionamientos de la realidad y los asume, pero, a la vez, afirma y da crédito a la comunicación absoluta y definitiva de Dios, como fundamento, sentido y vigor de todo. Podemos, pues, distinguir dos mementos de un único acto teologal:
• La aceptación serena de la realidad tal cual es en un determinado momento, como punto de partida. Las lamentaciones son estériles y el cerrar los ojos no hace desaparecer la cruda realidad. Únicamente se puede dar un nuevo paso a partir del punto en el que se está. La realidad es entonces punto de partida, no de llegada. Esta aceptación en su radicalidad es posible porque se apoya en la aceptación de Dios. Dios nos acepta y nos ama.
• Y la tendencia creativa, serena y esforzada hacia lo esperado, porque ya nos ha sido dado por gracia y de manera irrevocable. Es una esperanza que no se apoya en las propias fuerzas, que son tan fuertes como el punto más débil, ni en el deseo que olvida el peso del presente y del pasado sino en la promesa de Dios y en su fidelidad. Nos ponemos así al resguardo del desaliento y de la rutina inoperante y nos colocamos en el camino de la acción esforzada, de la confianza y de la paz.
La persona es un ser de deseos. No es un ser ya hecho y cerrado sino abierto más allá de lo que es en cada momento. Su voluntad se abre tendencialmente hacia lo absoluto y trascendente.
El deseo de lo valioso, de ideales nobles, de valores absolutos es el motor de la acción. Sin entusiasmo, sin adhesiones incondicionales, no se entrega la vida ni se persevera en las dificultades, con tal de alcanzar las aspiraciones más hondas.
Pero la psicología ha puesto de manifiesto la ambigüedad del deseo. El generoso deseo de grandes ideales y nobles causas, puede ocultar un miedo a la realidad, especialmente a sus aspectos negativos y dolorosos. Se huye de la realidad buscando la gratificación que producen los bellos sueños, o la imagen ideal de nosotros mismos proyectada en los más utópicos deseos.
Igualmente la espiritualidad enseña que el deseo de Dios y de su Reino, en cuanto deseo humano que es, lleva también el sello de la ambigüedad. Podemos hacer un Dios a la medida de nuestros deseos, dependiente de nuestras necesidades. Pero Dios trasciende el deseo y la fe desborda las necesidades.
El correctivo de la realidad
La conquista del ideal, que arranca del deseo, experimenta que no es tan fácil como soñábamos, que los procesos humanos y espirituales son lentos y no los podemos manejar como si fuesen leyes físicas, que tenemos defectos y rasgos que se resisten al cambio. Cuando menos lo espero emergen conflictos que pensábamos ya resueltos. Cargamos con el peso y la rutina de los días, con la sensación de fracaso y de impotencia, con la tozudez de los hechos.
Estas experiencias u otras semejantes provocan una crisis de los ideales, un cuestionamiento de los deseos incondicionales. Es el momento de ir introduciendo la “realidad” en el deseo, aprender vitalmente las leyes de la temporalidad, descubrir el sentido de la paciencia que no se crispa sino que persevera con paz, de ejercitarse en la aceptación de si mismo. En una palabra, es el tiempo del “realismo”.
También el realismo tiene sus propios peligros internos y sus deformaciones. La señal es que cuando hablamos de realismo, de aceptación de la realidad enseguida surge la voz de alguno del grupo o de la propia conciencia (si las reflexiones me las hago a mí mismo): pero entonces, ¿hay que matar los deseos?, ¿hay que acomodarse a la realidad?, ¿dónde queda la utopía?, ¿no es mera justificación del orden existente?
La esperanza teologal: Síntesis del deseo y de la realidad
El realismo no es la ultima palabra, aunque sí una palabra necesaria y sin la cual todo se construye en el aire. La síntesis entre deseo y realismo la hace la esperanza teologal, ya que afirma como real el peso, las resistencias, las limitaciones, los condicionamientos de la realidad y los asume, pero, a la vez, afirma y da crédito a la comunicación absoluta y definitiva de Dios, como fundamento, sentido y vigor de todo. Podemos, pues, distinguir dos mementos de un único acto teologal:
• La aceptación serena de la realidad tal cual es en un determinado momento, como punto de partida. Las lamentaciones son estériles y el cerrar los ojos no hace desaparecer la cruda realidad. Únicamente se puede dar un nuevo paso a partir del punto en el que se está. La realidad es entonces punto de partida, no de llegada. Esta aceptación en su radicalidad es posible porque se apoya en la aceptación de Dios. Dios nos acepta y nos ama.
• Y la tendencia creativa, serena y esforzada hacia lo esperado, porque ya nos ha sido dado por gracia y de manera irrevocable. Es una esperanza que no se apoya en las propias fuerzas, que son tan fuertes como el punto más débil, ni en el deseo que olvida el peso del presente y del pasado sino en la promesa de Dios y en su fidelidad. Nos ponemos así al resguardo del desaliento y de la rutina inoperante y nos colocamos en el camino de la acción esforzada, de la confianza y de la paz.
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