Libres de prejuicios
Revista Antena Misionera
Ernesto Duque
A veces emprendemos un camino en la vida.
Nos cuesta tomar la decisión de empezar a caminar, nunca podemos tener todas las cartas que nos aseguren el éxito.
En ocasiones nos arriesgamos y alguna vez nos sentimos como el niño que se enfrenta con un muro aparentemente insalvable. Y en ese muro sólo vemos reflejada nuestra propia sombra.
Es la sombra de nuestro fracaso.
Nos sentimos impotentes frente a una sociedad que en los distintos ámbitos de nuestra vida nos marca límites muy rígidos.
Golpeamos el muro con rabia, pero al final lo más probable es que volvamos atrás. Al “corral” donde siempre hemos vivido, convencidos de que este mundo injusto es imposible de cambiar.
Las personas somos complejas; el mundo es complejo. Por eso tendemos a ver y valorar la realidad desde ideas ya hechas; a veces son nuestras, con frecuencia las tomamos de grupos, instituciones, personas… que piensan por nosotros.
Es una forma cómoda de evitarnos el esfuerzo por comprender a los otros desde ellos mismos, de comprender la realidad social desde sus propios mecanismos, o de entrar en nuestro propio interior para vernos tal cual somos.
Para colmo las personas –incluido yo mismo- y el mundo van cambiando y cada vez más rápido. De forma que mis opiniones que hoy pueden ser válidas, quizás mañana ya no lo sean. La realidad ha cambiado.
Y, seamos sinceros, a la mayoría nos cuesta eso estar replanteándonos nuestra opinión. Un cambio de opinión deberá ir acompañado de un cambio de actitud hacia las personas y hacia la realidad en la que nos movemos.
Es algo que nos crea inseguridad. Resulta mucho más rentable pensar que las personas no cambian, que la realidad no cambia. Y si hay un grupo o institución que me da criterios claros y “seguros” para entender, valorar y juzgar me evitaré un esfuerzo, me sentiré más seguro… aunque el precio sea estar cada vez más lejos de las personas, de la realidad y de mí mismo.
Movernos por prejuicios nos “aliena”. Y alienar significa enajenar, hacer “extranjero”, es decir nos hacemos lejanos porque nos salimos del mundo de las personas y de la realidad.
Los prejuicios destruyen la paz del hombre
Resulta paradójico. Nos movemos en base a prejuicios para no crearnos problemas y vivir en paz. Pero a la larga los prejuicios destruyen nuestra paz. Crean un abismo entre nosotros y los demás, entre nosotros y la realidad, entre la idea que tengo que mí y mi auténtica verdad.
Llega un momento en el que vivir al borde del abismo crea inseguridad, miedo, soledad… perdemos la paz. Para algunos la solución es amordazar la propia conciencia convirtiéndose en esclavos de un pequeño grupo que comparte nuestros mismos prejuicios. Pero eso significa renunciar a ser y vivir como personas maduras.
La misión y los prejuicios
Son numerosos los ejemplos que podemos encontrar en los evangelios donde Jesús se enfrenta y rompe con los prejuicios religiosos de su propio pueblo. Él no tiene inconveniente en comer con publicanos y pecadores sin hacer caso de las críticas de “los buenos” (Mc 2, 15), o en tocar a los leprosos, en hablar con los samaritanos (Jn 4, 6-9), las mujeres (Jn 8, 1-3) y los extranjeros (Mc. 7, 31).
A ejemplo de Jesús, el misionero está llamado a encontrarse permanentemente con personas, pueblos, culturas, religiones diferentes, que han recorrido caminos distintos a los que él ha transitado.
Y a ese encuentro no puede ir con ideas o juicios ya hechos. Sabe que esas personas, culturas… van cambiando, igual que él mismo va cambiando. Para que ese encuentro sea fecundo nunca puede tener una actitud de condena porque sabe que : “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17).
El misionero transmite Vida. El prejuicio siempre mata. Liberarnos de todo prejuicio es algo que podemos aprender de la misión.
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