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sábado, 29 de marzo de 2008

Drogas por las venas del Tercer Mundo

Revista Misioneros Tercer Milenio

Que la droga mata, que destruye lentamente a la persona, que mina sus capacidades físicas e intelectuales, que la degrada hasta extremos inimaginables, es algo sabido. Y nadie ignora tampoco que, pese a ello, el negocio del narcotráfico sigue en alza en todo el mundo. Lo que ya no es tan de dominio público es el hecho de que, de unos años a esta parte, el tráfico de estupefacientes ha irrumpido con fuerza en África, el continente pobre por excelencia. Ni tampoco, que el reguero de violencia, muerte y destrucción consustancial a la droga afecta cada vez en mayor medida a las sociedades de muchos países del Tercer Mundo.

Por José Ignacio Rivarés



Los traficantes de droga amenazan con subvertir la naciente democracia de Guinea-Bissau, afianzar el crimen organizado y minar el respeto a la ley”. Así de rotundo y alarmista se mostraba hace unos meses el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, al dar cuenta de un informe que analizaba la situación de esta ex colonia portuguesa, de poco más de un millón de habitantes, situada en el África Occidental. La preocupación del diplomático surcoreano era evidente. El documento en cuestión aludía a casos de corrupción de altos funcionarios, a presiones y amenazas del crimen organizado a oficiales que investigan el narcotráfico, y a la propia “incapacidad del país” para combatir sin ayuda este “nuevo fenómeno”.

Con su denuncia, Ki-moon no hacía sino confirmar un hecho evidente, como es que, desde aproximadamente 2005, Guinea-Bissau representa para los carteles internacionales una plataforma ideal para hacer llegar discretamente sus cargamentos a Europa. Los narcos, en efecto, han montado allí negocios legales (por ejemplo, empresas de exportación de nueces de acaju, la principal riqueza nacional) como tapadera de sus más lucrativas, ilícitas e inmorales actividades. Y esta práctica, por desgracia, no sólo se da en Guinea-Bissau, sino en un cada vez mayor número de países de la región, cual es el caso de Senegal, Cabo Verde, Guinea Conakry, Mauritania, etc.

De unos años a esta parte, en efecto, África Occidental se ha convertido en una importante plataforma de lanzamiento de la cocaína suramericana. El director ejecutivo de la INTERPOL, Jean-Michel Louboutin, confirmaba esta nueva realidad hace unos meses, en la decimonovena conferencia regional que su organización celebró en Arusha (Tanzania); un foro en el que se puso de manifiesto que en sólo tres meses habían sido confiscadas en África Occidental nada menos que ¡siete toneladas de cocaína! En todo 2006, las incautaciones realizadas en los 53 países del continente habían sido de 2,3 toneladas.

Uno de los mayores decomisos de 2007 tuvo por escenario Mauritania. El 2 de mayo la policía aprehendió 639 kilos de cocaína en el aeropuerto internacional de Nuadhibu, la capital económica del país. La carga provenía de Venezuela, vía Recife (Brasil), y, cómo no, iba destinada a Europa. Lo grave –y significativo– del caso es que entre los detenidos estaban un hijo y un sobrino de los ex presidentes Mohamed Chuma Uld Haidalla y Maaouya Ould Di´Ahmed Taya, respectivamente, y que, para más inri, el familiar de este último, además de policía, era representante de la propia INTERPOL en el país. En Guinea-Bissau también fueron incautados en abril 600 kilos de estupefacientes a varios militares.

En Mauritania se interceptaron el pasado año, en total, 1.390 kilos de cocaína. ¿Por qué este país, cabe preguntarse? ¿Por qué los narcos han decidido ahora actuar a través de una república islámica en la que –se supone– el tráfico de drogas debe de estar especialmente castigado? La respuesta la ha proporcionado la propia prensa local, y asusta de puro lógica: “Porque con más de un millón de kilómetros cuadrados, Mauritania es muy grande para mantener una vigilancia eficaz, muy pobre para resistir a la tentación de los narcos y muy inocente como para atraer la atención de las fuerzas de seguridad internacionales”.

Planeta droga

La droga se ha convertido en un problema mundial de primer orden. Según la Organización Mundial de la Salud, el tráfico de estupefacientes es el tercer comercio en importancia del mundo, sólo superado por el del petróleo y el de la alimentación, y por delante del de armas y de medicamentos. Se calcula que en el planeta hay hoy catorce millones de cocainómanos, de los que tres millones y medio residen en la Europa de los Veintisiete.

La UE es, en efecto, el segundo consumidor de esta sustancia en el mundo, por detrás de Estados Unidos. Emmanuel Leclaire, subdirector de INTERPOL y responsable de la lucha contra la criminalidad organizada y el tráfico de estupefacientes, estima que las fuerzas policiales decomisan aproximadamente la mitad de la cocaína que se produce en todo el mundo. Ello no impide, sin embargo, que más de 30.000 kilos lleguen clandestinamente cada año al Viejo Continente procedentes de América del Sur. Según la ONU, Colombia (con 610 toneladas), Perú (280) y Bolivia (94) eran en 2006 los principales productores de “polvo blanco” a nivel mundial.

Esto por lo que respecta a la cocaína. Porque si de lo que se habla es de heroína, hay que echar necesariamente la vista a Oriente, en concreto a Afganistán, en donde se produce el 93% del opio del planeta, sustancia que constituye la materia prima de esta droga. El cultivo de la planta de la adormidera está tan extendido y enraizado en este país asiático que, hoy por hoy, resulta casi una quimera pretender erradicarlo, sobre todo porque no existen cultivos alternativos que puedan competir con aquél en rentabilidad. “Los traficantes nos financian, nos pagan bien y nos garantizan seguridad”, explican los propios agricultores. Así las cosas, no es de extrañar que la droga sea, si no la mayor, sí una de las más rentables industrias por aquellos pagos. En 2006, las Naciones Unidas cifraban en 2.700 millones de dólares el valor de las exportaciones afganas de droga. En Afganistán precisamente fueron detenidos no hace mucho varios narcotraficantes. La noticia no sería tal de no ser porque se trataba de narcos nigerianos.

No sólo territorio de paso

Y es que, como ya se ha apuntado, la droga cada día está más presente en África. Es cierto que, las más de las veces, el Continente Negro es mero territorio de paso –¿quién puede permitirse allí el lujo de pagar 80 dólares por un gramo de cocaína?–, pero no menos cierto es también que la droga no sabe de fronteras y que tampoco distingue en sus estragos entre ricos y pobres. Si drogas duras como la cocaína sólo son accesibles, ciertamente, a la jet-set local y a la comunidad extranjera, el cannabis, en cambio, “puede encontrarse sin dificultad y a precios asequibles en todas las grandes ciudades del Oeste africano”, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (ONUDC).

Aunque no existe ningún observatorio especializado en la región que lo certifique, todo parece indicar que en muchas sociedades africanas –y del Tercer Mundo en general– cada vez se registran mayores consumos. El propio Ban Ki-moon reconocía este hecho en el informe citado al inicio de este reportaje. “La percepción común –decía– es que Guinea-Bissau es esencialmente un lugar de paso y que no hay consumo local de droga, pero el número creciente de adictos al crack (un derivado de la cocaína) que ingresan a desintoxicarse en el único centro de drogodependientes administrado por una ONG parece contradecir esta opinión”.

Una de las naciones en las que la droga ha irrumpido con fuerza últimamente es Sudáfrica. Allí el consumo de metanfetaminas y crack se ha disparado en los últimos años. En 2001, por ejemplo, la policía tenía en sus archivos sólo doce investigaciones relacionadas con las metanfetaminas, mientras que a finales de 2005 eran ya casi 3.000 las causas vinculadas a este estupefaciente que además de adicción, ansiedad e insomnio, puede causar paranoia, alucinaciones auditivas, agresividad y delirio. La policía cree asimismo que gran parte del incremento de la violencia que se registra desde hace unos años en el Delta de Níger está relacionada con el narcotráfico.

En Latinoamérica la cosa no está mejor. Ya quedó constancia de ello en la visita del Papa a Brasil en mayo del pasado año. Allí, poco antes de inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Benedicto XVI visitó la “Hacienda de la Esperanza” de Guaratinguetá, una granja comunitaria creada en 1979 por un sacerdote alemán para la recuperación, entre otros, de jóvenes toxicómanos. Visiblemente conmovido, el Pontífice alzó la voz y dirigiéndose a los narcotraficantes exclamó: “Dios les pedirá cuentas por lo que hacen”. El documento conclusivo del CELAM publicado un mes más tarde decía que la droga es “como una mancha de aceite que lo invade todo”. “No reconoce fronteras, ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres”.

Los obispos de Argentina y Chile acaban de confirmar en sendos documentos esta lacerante realidad. “El narco-negocio –se lamenta el episcopado argentino en una pastoral titulada «La droga, sinónimo de muerte»– se instaló en nuestro país, prospera exitosamente, destruye familias y mata. Nuestro territorio ha dejado de ser sólo un país de paso”. Y otro tanto afirman los prelados del país vecino en un escrito que lleva por título «Hacia un bicentenario libre del flagelo de la droga». “En el Chile de hoy, el problema de las drogas afecta a muchísimas personas, familias y barrios”, confirma el secretario general de la Conferencia Episcopal y obispo auxiliar de Santiago, Cristian Contreras. El presidente del Episcopado, cardenal Errázuriz Ossa, corrobora que esta problemática “se nos ha instalado casi sin darnos cuenta”.

También los obispos de México han abordado el tema. Su mensaje de Cuaresma de este año ha reconocido el gran esfuerzo que están haciendo tanto el Gobierno Federal como los gobiernos estatales para combatir “el flagelo del narcotráfico, que tanta muerte y destrucción” causan. No eran las suyas palabras huecas, vacías de contenido, sino muy pegadas a la actualidad. Según el Ministerio de Justicia, una media de siete personas mueren violentamente cada día en el país azteca en sucesos relacionados con el narcotráfico. Sólo en las tres primeras semanas de año, los carteles de la droga habían asesinado a unas 150 personas, 35 de ellas policías.

Una de las primeras medidas que tomó el actual presidente mexicano, Felipe Calderón, nada más tomar posesión del cargo el 1 de diciembre de 2006, fue el envío de 12.000 policías federales a combatir a los narcos a una docena de Estados. La decisión pronto tuvo consecuencias. Y la primera de ellas fue que el precio de la cocaína se disparó en las calles de Los Ángeles y de Nueva York, debido a su escasez en el mercado y a que por la frontera mexicana entran el 90% de la cocaína y al menos el 30% de la heroína que se consumen en los Estados Unidos. Según cifras oficiales, en 2007 fueron arrestados más de 300 narcos pertenecientes a los más pujantes carteles, de los que 95 fueron extraditados a Estados Unidos. Y fueron desmanteladas cerca de 4.500 pistas clandestinas de aterrizaje. La cocaína incautada en el primer año de Gobierno de Calderón superó las 50 toneladas.

El drama de los “muleros”

Un porcentaje significativo de la cocaína que llega al Primer Mundo lo hace en el estómago de los llamados “muleros”; personas contratadas para transportar en su aparato digestivo un número variable de bolas de droga cuyo peso total puede oscilar entre los 800 gramos y 1,5 kilos. Las necesidades económicas de estos “correos” son evidentes. De hecho, la mayoría proceden de zonas pobres y deprimidas. Sin un trabajo estable y con hijos a los que sacar adelante, muchos piensan que los 3.500 euros que pueden recibir por pasar la droga compensan hasta el riesgo de muerte segura al que se enfrentan si estalla en su estómago alguna de esas cápsulas. El hecho de que, para minimizar ese riesgo precisamente, no coman ni beban durante los vuelos, les convierte ya en potenciales sospechosos a ojos de la policía.

El diario Le Monde relataba recientemente el caso de Florita, una boliviana de 26 años que acababa de salir de la cárcel tras pasar más de dos años en una prisión de Perú, condenada por tráfico de drogas. Madre soltera de tres niños, Florita había tratado de introducir en España treinta bolas de cocaína en su estómago. Los narcos, al reclutarla, le habían ofrecido el equivalente a setenta veces su sueldo. Lo único que ella tenía que hacer era tragarse la droga y viajar a Madrid. No parecía difícil. De hecho, en un primer viaje a Barcelona, ya había logrado pasar sin problemas 74 bolas. Más que con la aduana, el único problema que tuvo esa vez fue con el hombre que debía pagarle al hacer la entrega, pues éste se negó a darle lo convenido. Florita ignoraba que podía morir si una de esas cápsulas estallaba en su estómago.

El pasado año, según Le Monde, 408 personas como Florita fueron detenidas con droga en sus estómagos solamente en el aeropuerto de Lima. En total, transportaban en sus cuerpos 413 kilos de cocaína. El diario parisino aseguraba que las técnicas empleadas por los narcos para pasar la droga cambian constantemente y que en los últimos tiempos han llegado a utilizar hasta a niños de 11 años. “Todo lo que esté relacionado con la droga es deshumanizante, anula el don de la libertad, sumerge en el fracaso los proyectos de vida y somete a las familias a duras pruebas”, han escrito los obispos argentinos. Cuánta razón tienen.


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WebJCP | Abril 2007