Publicado por: Revista Misioneros Tercer Milenio
En la primera hoja del calendario de 2008 la Iglesia tiene fijada una cita con la paz. Guerras olvidadas, procesos de diálogo estancados y conflictos emergentes siguen arruinando el presente y futuro de generaciones enteras y emborronando esta primera hoja del almanaque. De ahí que Benedicto XVI haya querido recordar en su mensaje para esta jornada que "la guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad". "La paz es al mismo tiempo un don y una tarea", apostilla el Papa. Don de Dios y tarea pendiente de los hombres para este año que comienza.
Por José Beltrán
Por José Beltrán
Nunca más la guerra, nunca más la guerra!”. Este fue el grito que Pablo VI lanzó con voz firme ante la Asamblea de la ONU allá por 1965; una proclama que suscribió más tarde Juan Pablo II y que, a buen seguro, hará suya Benedicto XVI cuando acuda al foro de la comunidad internacional por excelencia el próximo 18 de abril. Un clamor unánime de la Iglesia que cobra aún más urgencia, si cabe, cuando se intenta tomar la temperatura a la paz en nuestro planeta y se comprueba su débil pulso.
El año 2007 se ha despedido con 23 guerras abiertas y más de 30 zonas en situación de tensión; esto es, con enfrentamientos políticos, golpes de Estado, toques de queda y con índices significativos de destrucción, muertos o desplazamientos forzados de población. Así lo rubrica la Escola de Cultura de Pau de la Universidad de Barcelona en su último barómetro trimestral, en el que da cuenta de más de una veintena de conflictos armados repartidos por los cinco continentes, entendiendo éstos como aquellos enfrentamientos que han generado al menos 100 víctimas mortales anuales. Sin embargo, a estas guerras abiertas hay que sumar la situación crítica que viven en otros tantos países las libertades y derechos fundamentales suspendidos o, simplemente, castigados por el terrorismo. En lugares como estos, hablar de paz más bien suena a un eufemismo que la realidad desmonta.
Y de entre todos estos puntos calientes, un año más los analistas internacionales han tenido su mirada fija en Oriente Medio. Afganistán, Iraq, Israel, Palestina, Líbano, Siria, Irán…, siguen siendo el principal foco de violencia y tensiones del planeta. Un polvorín que desestabiliza no sólo a la región sino que ha condicionado y condiciona las relaciones entre Oriente y Occidente y, por tanto, entre las principales potencias mundiales que son quienes reparten el statu quo.
El último intento para desenmarañar esta madeja se planificó el pasado 27 de noviembre en Annapolis, la primera vez en siete años que israelíes y palestinos se sentaban en la misma mesa para una negociación. Tanto el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, como el primer ministro israelí, Ehud Olmert, se comprometieron a iniciar negociaciones con el objetivo de alcanzar un acuerdo de paz en 2008 que resuelva todos los asuntos pendientes “sin excepción” desde hace seis décadas, tales como las fronteras de un futuro Estado palestino, el estatus de Jerusalén y el destino de los refugiados palestinos. Pero hasta que llegue esta enésima Hoja de Ruta, la franja de Gaza continúa el fuego cruzado de misiles. Además, en el 20 aniversario de la primera Intifada, los fundamentalistas de Hamás han anunciado que combatirán el acuerdo de Annapolis.
Disgustos para Bush
En Iraq el panorama tampoco parece presentar una solución a corto plazo. El programa ideado por el presidente George W. Bush, que arrancó el 20 de marzo de 2003 con la invasión del país para derrocar a Sadam Husein, no acaba de salir a flote. La insurgencia no desiste, el Gobierno democrático de Nuri al-Maliki sigue sin ser aceptado como autoridad y los islamistas radicales, lejos de amedrentarse ante la ofensiva norteamericana, han recrudecido sus ataques. En lo militar, los ataques de Al Qaeda han causado la muerte de al menos 75.000 personas desde 2003, y más de 3.800 militares norteamericanos han perdido la vida en territorio iraquí. En lo económico, un estudio del Congreso estadounidense ha revelado que las guerras de Iraq y Afganistán han costado casi el doble de lo previsto inicialmente; esto es, unos 1,5 billones de dólares, de tal manera que ambas campañas le han supuesto unos 20.000 dólares a cada familia norteamericana. Estas cifras podrían comprometer el final de este segundo mandato de Bush. Prueba de ello es la presión que la mayoría demócrata está ejerciendo en los últimos meses desde el Senado para recortar los fondos bélicos al presidente.
Esta restricción, y también los problemas, se han hecho extensibles a Afganistán. Seis años después de la intervención militar de la ONU para acabar con el Gobierno de los talibanes, las 37 naciones presentes en el país siguen tratando de contener a la insurgencia y cerca de 2.000 personas han muerto en 2007 a causa de la violencia que se ha recrudecido en los últimos meses.
El cómputo de reveses a la política internacional de Bush se cierra con el informe realizado por los servicios de inteligencia de la Casa Blanca, en el que niega que el programa de enriquecimiento de uranio de Irán tenga por objetivo la creación de la bomba nuclear como defendía el presidente. El líder iraní, Mahmud Ahmadineyad, lo consideró una “declaración de victoria” y anunció la construcción de 50.000 centrifugadoras nucleares más para su “pacífico” programa energético.
Es precisamente el control de esta energía, y en general de la riqueza natural de los países, uno de los principales motivos de enfrentamiento en la historia de la humanidad y, cómo no, con sus especificidades lo va a ser también en este 2008. Energía nuclear y petróleo. Dos factores que miden la riqueza de un país pero que se han convertido en las últimas décadas en motivo suficiente para provocar un rearme sólo comparable al de la Guerra Fría y desembocar en una guerra de precios como poco. Lo sabe Ahmadineyad, pero también el presidente venezolano Hugo Chávez, pues juntos pidieron en la última cumbre de la OPEP que esta organización, que aglutina a las naciones exportadoras de petróleo, “se constituya en un activo agente político”.
Conflictos a la carta
Pero no son estas las únicas causas de los conflictos actuales. Desgraciadamente en una región en guerra suelen multiplicarse los problemas y encontrar una única razón que la explique resulta complicado, si bien siempre hay algún factor desencadenante, lo que se conoce tradicionalmente como casus belli. Según Naciones Unidas, entre los más novedosos detonantes de enfrentamiento entre varios países se encuentra el acceso y control de un bien tan básico como el agua. La creciente desertización de gran parte del planeta está detrás de hasta 300 conflictos en potencia. La lucha por el territorio y la delimitación de fronteras también sigue siendo hoy por hoy motivo de enfrentamiento entre países, como sucede con India y Pakistán por el control de Cachemira.
Con una motivación más centrada en la defensa de la libertad, los monjes budistas birmanos se echaron a la calle el pasado mes de septiembre abandonando su clausura para protestar contra los abusos de una dictadura militar que tiene atrapado en el pasado al país desde hace más de 45 años. La “revolución azafrán” fue sofocada en pocos días, dejando tras de sí a más de 4.000 monjes detenidos y unos 400 ciudadanos muertos en otra batalla perdida para los derechos humanos.
Las diferencias étnicas, que derivaron en genocidio en Ruanda y Burundi, mantienen ahora al borde de este precipicio a Sri Lanka y Timor Oriental. En Darfur, fue una acusación al Ejecutivo islamista de discriminar a la población negra a favor de la árabe la que ha desencadenado que, desde 2003, hayan muerto 200.000 personas y haya 2,5 millones de desplazados. Ahora los grupos armados que operan en Darfur aceptaron negociar una hoja de ruta diseñada por la UA y la ONU.
Y es que, en África, la guerra es un mal endémico que cada año derrocha alrededor de 18.000 millones de dólares, una cifra que equivale a la ayuda internacional que aportan los principales donantes al continente negro. No menos preocupante es el hecho de que el 95% de las armas utilizadas en los conflictos africanos proceden del exterior –Estados Unidos el mayor exportador–, lo que invita a reflexionar sobre la connivencia de los países desarrollados para evitar que África pueda despertar. Sólo así se entiende que casi el 73% de la población africana haya pasado por una guerra civil o están todavía en una, pues hay conflictos que parecen perpetuarse en el tiempo.
Es el caso de Somalia, que estrenó 2007 con una guerra relámpago que apenas duró dos semanas, y que ha acrecentado aún más la crisis humanitaria que lleva padeciendo desde hace más de 20 años. Ni el Gobierno provisional, que vive en el exilio, impuesto por la ONU en el año 2000, ni la Conferencia de Reconciliación Nacional celebrada este verano han contribuido a frenar la escalada de violencia que enfrenta desde entonces a los señores de la guerra, por un lado, con los islamistas, que se han hecho con el control político del país y que cuentan con el beneplácito de la mayoría de la población.
Dramas olvidados
Somalia cumple además con el perfil prototipo de una guerra olvidada, aquella que tanto los medios de comunicación como la comunidad internacional ignoran salvo cuando hay un repunte de la violencia especialmente significativo o el hambre y las enfermedades lamentablemente rozan cifras récord. Otro de los conflictos de los que apenas se tiene noticias, tiene lugar en la República Centroafricana, donde el presidente Francois Bozizé ha pedido a la Iglesia local que ejerza de mediadora en las conversaciones de paz entre los rebeldes del noroeste y el Ejército.
En este pequeño país se calcula que 300.000 personas han abandonado sus hogares y viven como desplazados en la región norte del país o en las vecinas Chad, Camerún o Sudán, como respuesta a dos años en los que los enfrentamientos y ataques entre los movimientos insurgentes y las Fuerzas del Estado han ido a más. Más halagüeña es la situación de la vecina Chad, donde ya se han firmado acuerdos entre Gobierno, oposición, rebeldes y la comunidad internacional para establecer un marco de estabilidad.
Este panorama desolador en muchos puntos del planeta no debe impedir reconocer que en 2007 también ha habido hueco para la aparición de procesos de paz, así como para el fortalecimiento de otros muchos, como el acercamiento entre las dos Coreas, que se selló con la firma de una declaración en octubre para poner fin a las hostilidades militares.
En algunos de estos procesos, la Iglesia ha jugado y juega un papel de mediador clave. Así ha ocurrido en Costa de Marfil, donde se ha puesto fin a una crisis, que comenzó el 19 de septiembre de 2002 y que dividió al norte y al sur del país. Fue la Comunidad de San Egidio, junto con el presidente de Burkina Faso, la que logró que el Gobierno marfileño aceptara el acuerdo de paz que tras dos meses de reuniones se firmó en Uagadugú el 4 de marzo de 2007. Ahora los habitantes de este país africano trabajan por la reconciliación y la unidad con la mirada puesta en las elecciones que se celebrarán presumiblemente en el primer trimestre de 2008, pero también procuran facilitar la vuelta a sus hogares al millón de refugiados marfileños que se encuentran en Burkina Faso.
En manos de la Iglesia también se encuentran las negociaciones del Gobierno colombiano con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Es el propio presidente la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro, quien se ha reunido con los representantes de los guerrilleros para que éstos dejen las armas e inicien un proceso de diálogo con el Gobierno que preside Álvaro Uribe. Una ofensiva diplomática que se ha consolidado, sobre todo, tras comprobarse que el grupo de secuestrados por la guerrilla –en el que se encuentra la ex candidata a la presidencia del país, Ingrid Betancourt– están vivos.
Noticias como estas, que devuelven la ilusión a familias como la Betancourt, que se habían dejado contagiar por el pesimismo, son las que animan a los cristianos a continuar trabajando por la paz, bien desde una labor directa de mediación y reconciliación, bien desde el trabajo, callado pero constante, en parroquias, hospitales o escuelas, lugares que se convierten en refugios para la esperanza en medio del fuego cruzado de la veintena de guerras que merman la salud de la humanidad.
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